CRISTO PRESENTE EN MEDIO DE NOSOTROS
Pbro. Angel Yván Rodríguez Pineda
Todo el misterio de la esperanza cristiana se resume en el Adviento. Cristo vino ya. Está en medio de nosotros. ¿Por qué esperar, ansiar su venida? Si Cristo está en medio de nosotros, ¿Qué sentido tiene esperar su venida? Vivimos en la fe una frecuente paradoja: la presencia y la ausencia de Cristo. Cristo al mismo tiempo presente y ausente, posesión, herencia, actualidad de gracia y promesa. El adviento nos sitúa como dicen hoy los teólogos, entre el “ya” de la encarnación y el “todavía no” de la plenitud escatológica.
Cristo está, sí, presente en medio de nosotros; pero su presencia no es aún total ni definitiva. Hay muchos hombres que no han oído todavía el mensaje del evangelio, que no han reconocido a Jesucristo en sus vidas. El mundo no ha sido aún reconciliado plenamente con el Padre; en germen, sí; todo ha sido reconciliado con Dios en Cristo. Pero la gracia de la reconciliación no baña todavía todas las esferas del mundo, de la historia. Es preciso seguir ansiando la venida plena del Señor. Hasta la reconciliación universal al final de los tiempos, la esperanza cristiana, la esperanza del adviento seguirá teniendo un sentido y podremos seguir orando: “Venga a nosotros tu Reino”.
En el orden personal, la situación es parecida. La luz de Cristo no se ha posesionado todavía de nuestro yo más íntimo; de ese yo que nos parece irreconciliable. También nuestra vida personal ha de seguir esperando la venida plena del Señor Jesús. Celebrar el adviento es celebrar el misterio de la venida del Señor. La Iglesia nos pide una actitud gozosa, hecha de vigilancia, espera y acogida. La Palabra de Dios que se proclama en los domingos del adviento nos ayudará a preparar y vivir, en hondura, este misterio de la venida del Señor.
Nuestro corazón no dejará de oír el grito del Bautista: “preparad el camino del Señor”; invitación, mandato de vigilancia, a la fidelidad en esa espera ansiosa. A ese grito debemos responder con el Apocalipsis: “Ven, Señor, Jesús”. Que esa sea nuestra actitud radical ante el retorno del Señor.
No cabe duda, que la experiencia del Adviento es una gracia de Dios en la que cada uno de nosotros juega un papel muy importante. Nos percataremos más de nuestra indigencia en la medida que nuestra conciencia de pecado sea más intensa. Nuestra esperanza y nuestras ansias por el retorno del Señor serán más fervientes. Sabemos que sólo en él está la salvación. Sólo Cristo nos puede librar de nuestra miseria. Por eso, la seguridad de su venida nos llena de inmensa alegría. No puede ser de otra manera, la espera del Adviento, en general, la esperanza cristiana está cargada de alegría y de confianza.
En un clima de desilusión y de indiferencia, como el que nos ha tocado vivir durante este año civil, sería bueno meditar durante el adviento la voz del profeta Jeremías que nos recuerda: “¡Llegará el día del cumplimiento, de la tranquilidad, de la justicia! ¡Llegará el Mesías a restaurar la esperanza perdida! ¡Llegará el Salvador a ocupar su sede: la Jerusalén renovada! Un tiempo de cumplimiento de las promesas. La Palabra de Dios siempre activa y firme, tendrá su cumplimiento exacto: “en aquellos días” y “en aquella hora” elegida, preparada, querida por Dios. Las palabras de Dios en labios de Jeremías abren un tiempo nuevo de esperanza.
Vivir con sinceridad el Adviento nos debe llevar a un claro compromiso existencial de un encuentro gozoso y renaciente de Gracia de Dios, con nosotros mismos y con los demás.
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