sábado, 30 de marzo de 2024






VIGILIA PASCUAL 2024

Felices Pascuas a todos

¡Feliz Pascua de Resurrección! Celebramos la obra suprema del amor de Dios Padre hacia su Hijo Jesús, muerto y resucitado. Las mujeres que estuvieron junto a la cruz, encuentran al día siguiente el sepulcro vacío. “Quieren despedir al muerto y encuentran a Cristo Vivo”. En este día miramos serenamente el rostro del Resucitado. En él “lucharon vida y muerte en singular batalla y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta”. Este misterio y este mensaje son la credencial del discípulo de Cristo en su peregrinar cristiano.

La Resurrección es la respuesta del Padre a la obediencia del Hijo. “A este Jesús Dios lo resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos. Con toda seguridad conozca toda la casa de Israel que al mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías” (Hech 2,32.36). Dios Padre confirmó con la resurrección la vida y la obra de su enviado Jesucristo que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él” (Hech 10,38). Su Espíritu penetra lo oculto de la historia como la levadura en la masa, como la sal en la comida, como la luz en la oscuridad, y nos llama a aspirar a los bienes de arriba, y a dejar la corrupción y mentira para actuar con sinceridad y verdad.

Cristo, “constituido Señor por la resurrección, obra ya por virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, purificando y robusteciendo también aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin”[1]. Su  resurrección revela que podemos amar más allá de la muerte y vivir haciendo el bien. Así lo están haciendo tantos cristianos martirizados. La resurrección es un mensaje de esperanza en una sociedad que busca pretextos para la violencia que siempre degrada la dignidad de la persona y pone al descubierto nuestra fragilidad y la dificultad de construir la paz.

Al Resucitado lo encontramos en la lucha diaria en favor de la vida, en el compromiso con los pobres y en el afecto con quienes comparten generosamente lo que tienen. Él nos precede en las personas ignoradas de nuestros  tiempos porque no son rentables para determinados intereses ideológicos y económicos. El Señor nos envía para ofrecer la alegría pascual del amor fraterno. ¡Manifestemos la nueva vida en nuestros  pensamientos limpios, en nuestras palabras llenas de verdad, en nuestras decisiones honestas! El hombre que ha perdido la esperanza, encuentra en el Señor Resucitado la luz y el vigor para reavivarla, sabiendo que una realidad mejor es posible, fundamentada en al amor a Dios y al prójimo, venciendo la pasividad, la indiferencia y el egoísmo.

¡El sepulcro estaba vacío! Ahora nuestra misión es creer y anunciar el evangelio de la alegría. La contemplación de Cristo resucitado nos ayuda a dar sentido a la vida y a la muerte, y a ver con mirada de fe los acontecimientos. ¡”Que todo el mundo experimente y vea como lo abatido se levanta, lo viejo se renueva y todo vuelve a su dignidad  original por Cristo de quien todo procede”! De esto son testigos muchas personas que cuidan a los más desfavorecidos, curan a los enfermos, se hacen presentes en el mundo del sufrimiento y de la marginación, trabajan por la justicia y anuncian la salvación de Dios. Jesús Resucitado es la piedra angular del nuevo edificio que acoge a una sociedad justa y fraterna. Con su resurrección nos ha revestido del hombre nuevo.

Desde nuestra comunidad parroquial, hago llegar con nuestra oración la felicitación pascual a todas las familias, en especial ancianos e impedidos. También con la alegría que nos da Cristo resucitado, saludo con afecto pastoral  a los jóvenes, especial lo que han asistido a la semana juvenil, a todos los grupos de apostolado, gracias por su apoyo incondicional, y a todos los que en su silencio nOs dieron su ayuda material. ¡Feliz  Pascua de Resurrección del Señor!

 

[1] Gaudium et spes, 35.

 


martes, 26 de marzo de 2024

 



Martes Santo: La traición…..

En este Martes Santo, el evangelio nos ayuda a profundizar en el polo del resentimiento, que ayer apareció insinuado. Este polo está representado por dos personajes conocidos: Judas (Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado) y, en un grado diferente, Simón Pedro (¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces).

Lo que más me impresiona del relato es comprobar que la traición se fragua en el círculo de los íntimos, de aquellos que han tenido acceso al corazón del Maestro. Me he detenido en estas palabras: Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.

Es muy probable que los que os asomáis diariamente o de vez en cuando a esta sección os consideréis seguidores de Jesús. Yo mismo me incluyo en esta categoría, sin saber a ciencia cierta lo que quiero decir cuando afirmo ser uno de los suyos. La Palabra nos va ofreciendo cada día muchas pequeñas luces para ir descubriendo diversos aspectos del seguimiento. Hoy nos confronta con nuestras traiciones.

La palabra “traición” es muy dura. Apenas la usamos en nuestro vocabulario. Hemos buscado eufemismos como debilidad, error, distancia, etc. Pero ninguna de estas palabras tiene la fuerza del término original. Hablar de traición supone hacer referencia a una relación de amor y fidelidad frustrada. Sólo se traiciona lo que se ama. ¿Estaremos nosotros traicionando a Jesús a quien queremos amar?

Lo traicionamos cuando abusamos de promesas que no vienen refrendadas por nuestra vida.

Lo traicionamos cuando, en medio de nuestros intereses, no tenemos tiempo para “perderlo” gratuitamente con él.

Lo traicionamos cuando le hacemos decir cosas que son sólo proyección de nuestros deseos o mezquindades.

Lo traicionamos cuando volvemos la espalda a los “rostros difíciles” en los que él se nos manifiesta.

Lo traicionamos cuando lo convertimos en un objeto más al alcance de nuestros caprichos.

Lo traicionamos cuando damos por supuesta su amistad y no lo buscamos cada día.

Lo traicionamos cuando repetimos mucho su nombre pero no estamos dispuestos a dejarnos transformar por él.

Dejemos que este Martes Santo su mirada nos ayude a descubrir nuestras sombras.


lunes, 18 de marzo de 2024

 

SAN  JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA


 

No hay momento más importante en toda la historia que el de la Encarnación. En Él, encontramos a Cristo como centro, como unión de Dios con todos los hombres. Encontramos también a María como templo purísimo, como Virgen y Madre. Después de ellos, encontramos a san José como depositario de las promesas hechas a los padres del Antiguo Testamento y como protector de los mayores tesoros: Jesús y María. De esta cercanía con el misterio más grande vivido en el tiempo, deriva la importancia del que hizo las veces de padre de Jesús y su proclamación como patrono de la Iglesia universal el 8 de diciembre de 1870.

 Celebramos hoy la Fiesta de San José, esposo de la Virgen María. Y nos acercamos a su persona con veneración, con respeto, casi sin ruido, dispuestos a escuchar el callado rumor de un alma sencilla y que seduce. No es la suya una vida clamorosa. Si nos limitásemos a ver al Santo Patriarca únicamente tras los tenues acontecimientos de la historia, no sabríamos comprender el significado de su paso por la tierra; alguien que no pinta nada en la vida real de su pueblo y su familia. Hay vidas que aturden por el estruendo de sus hechos de un día. Son simple anécdota, emoción fugitiva. Otras en cambio parecen decir muy poco; pero si ahondamos, nos quedamos absortos ante el descubrimiento. Tal es la vida del humilde artesano de Nazaret. En ella, el hervor resuena dentro.

San José es un abismo de interioridad. Su vida respira cielo; vive en la cumbre de todas las elevaciones. No en vano tuvo a Jesús en sus brazos, lo meció cuando pequeño, se oyó llamar padre por la Sabiduría. Fu el hombre elegido, digno de absoluta confianza, en cuyas manos puso Dios su tesoro más preciado: la vida de su Hijo Jesucristo y la integridad de María, la Virgen. Es verdad que cuando se leen los Evangelios, José no aparece nunca en primer plano, pero su presencia silenciosa y eficaz llena la existencia de la Sagrada Familia. Por algo bebió durante una treintena de años en los ojos y en la sonrisa de su Hijo adoptivo el agua transparente que salta hasta la vida eterna.

Hoy, la Liturgia nos presenta a S. José para que nos fijemos en la obra que Dios hizo en Él y en su respuesta. De su figura, me gustaría subrayar tres cosas:

 

La responsabilidad:

 S. José es el hombre fuerte de la responsabilidad. ¿Qué puede requerir mayor respuesta que recibir el encargo de cuidar de Jesús y de María? ¿Y cómo se sentiría él pequeño ante la dimensión extraordinaria del resto de miembros de la Sagrada Familia? Pero el peso de la tarea no lo paralizó; al contrario, él supo ocupar su lugar de cabeza de familia: Organizó el viaje a Belén para empadronarse, puso el nombre a Jesús, huyó a Egipto y volvió de allí. Para Dios, el más importante no es el que manda, sino el que realiza bien su labor dentro de su plan de salvación. A S. José le tocó liderar a la Sagrada Familia, y lo hizo bien, con sencillez, eficacia, valentía y sin buscarse egoístamente. Los que son padres hoy tienen la gran responsabilidad de ser cabeza de familia en un ambiente adverso. Pidamos a san José, para que los padres  actúen con responsabilidad no buscando su  propio beneficio inmediato, sino lo que Dios quiere para vuestra familia, que es siempre lo mejor.

La fe:

 ¿Y dónde se sustentaba esa responsabilidad? En la fe. San José es el que recoge la promesa hecha a los patriarcas del Antiguo Testamento de que su descendencia reinaría para siempre. Cuando descubre la voluntad de Dios, se fía de Él y la pone por obra inmediatamente, sin titubear. Y eso que su tarea no fue nada fácil: piensa en las dificultades que se le presentaron. En todo momento, su mirada estaba puesta en lo alto, atento a lo que Dios quería. ¿Te imaginas cómo miraría san José a Jesús, con qué ternura, con qué amor, con qué complicidad, con qué agradecimiento? ¿Y cómo miraría Jesús a José? Intentemos imitar también esa mirada.

El día a día:

 De san José no conocemos milagros, ni grandes escritos, ni palabra alguna. Su santidad se fraguó en el silencio, en la sombra, en el día a día. Ese día a día del que nosotros a veces queremos huir, pensando: “Ojalá llegue el fin de semana”. Y como no nos llena, pensamos: “Ojalá lleguen las vacaciones”. Y luego: “Ojalá llegue la jubilación”… Y así nos podemos pasar la vida esperando algo que nunca llega. En cada uno de los días de tu vida, tienes a tu lado a Jesús y a María, igual que S. José. Búscalos, que el que los busca, los encuentra.

Santa Teresa fue la moldeadora del prodigio. Ella tomó a San José como abogado, cantó sus excelencias, comenzó bajo su protección sus FUNDACIONES y puso al cobijo de su nombre los primeros conventos.

Aún podemos agregar el ejemplo del Fundador de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, D. Manuel Domingo y Sol, colocando los Seminarios a la sombra de San José y la aparición de la revista de Estudios Josefinos.

Pidamos, finalmente, a S. José por nosotros, por nuestras familias, por los padres. Pidamos también por toda la Iglesia, que necesita mucho de nuestra oración: que san José la proteja del mal, y que todos sus miembros nos dejemos iluminar por Dios y cumplamos siempre su voluntad.


martes, 12 de marzo de 2024

 


¿Cómo vivir la Semana Santa?





Semana Santa es el momento litúrgico más importante del año. Revivimos los momentos decisivos de nuestra redención. La Iglesia nos guía desde el Domingo de Ramos a la Cruz y a la Resurrección sobre cómo vivir la Semana Santa.

Una vez finalizada la Cuaresma, en la Semana Santa conmemoramos la crucifixión, muerte y resurrección del Señor. Toda la historia de la salvación gira en torno a estos días santos. Son días para acompañar a Jesús con oración y penitencia. Todo encaminado a la Pascua donde Cristo con su resurrección nos confirma que ha vencido a la muerte y que su corazón anhela gozar del hombre por toda la eternidad. Repasamos en este artículo cómo vivir la Semana Santa.

Para vivir bien la Semana Santa tenemos que poner a Dios en el centro de nuestra vida, acompañándole en cada una de las celebraciones propias de este tiempo litúrgico que comienza con el Domingo de Ramos y termina con el Domingo de Pascua.

El Domingo de Ramos

Este umbral de la Semana Santa, tan próximo ya el momento en el que se consumó sobre el Calvario la Redención de la humanidad entera, me parece un tiempo particularmente apropiado para que tú y yo consideremos por qué caminos nos ha salvado Jesús Señor Nuestro; para que contemplemos ese amor suyo.

El Domingo de Ramos recordamos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén en la que todo el pueblo lo alaba como rey con cantos y palmas. Los ramos nos hacen recordar la alianza entre Dios y su pueblo, confirmada en Cristo.

En la liturgia de este día leemos estas palabras de profunda alegría: "los hijos de los hebreos, llevando ramos de olivo salieron al encuentro del Señor, clamando y diciendo: Gloria en las alturas".

 

TRIDUO PASCUAL

El jueves Santo

Nuestro Señor Jesucristo, como si aún no fueran suficientes todas las otras pruebas de su misericordia, instituye la Eucaristía para que podamos tenerle siempre cerca.

El Triduo Pascual comienza con la Santa Misa de la Cena del Señor. El hilo conductor de toda la celebración es el Misterio pascual de Cristo. La cena en la que Jesús, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el testamento de su amor e instituyó la Eucaristía y el sacerdocio. Al terminar, Jesús se fue a orar al Huerto de los Olivos donde después fue prendido.

Por la mañana, los obispos se reúnen con los sacerdotes de sus diócesis y bendicen los santos óleos. El clero hace la renovación de sus promesas sacerdotales.El lavatorio de los pies tiene lugar durante la Misa de Cena del Señor.

El viernes Santo

Al admirar y al amar de veras la Humanidad Santísima de Jesús, descubriremos una a una sus llagas. Necesitaremos meternos dentro de cada una de aquellas santísimas heridas: para purificarnos, para gozarnos con esa sangre redentora, para fortalecernos.

El viernes Santo llegamos al momento culminante del Amor, un Amor que quiere abrazar a todos, sin excluir a nadie, con una entrega absoluta. Ese día acompañamos a Cristo recordando la Pasión: desde la agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos hasta la flagelación, la coronación de espinas y la muerte en la Cruz. Lo conmemoramos con un Vía Crucis solemne y con la ceremonia de la Adoración de la Cruz.

La liturgia nos enseña cómo vivir la Semana Santa el Viernes Santo. Comienza con la postración de los sacerdotes, en lugar del acostumbrado beso inicial. Es un gesto de especial veneración al altar, que se halla desnudo, exento de todo, evocando al Crucificado en la hora de la Pasión. Rompe el silencio una tierna oración en la que el sacerdote apela a la misericordia de Dios.

El Sábado Santo y la Vigilia Pascual

Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha rescatado.

¿Cómo vivir la Semana Santa el Sábado Santo? Es un día de silencio en la Iglesia: Cristo yace en el sepulcro y la Iglesia medita, admirada, lo que ha hecho por nosotros el Señor. Sin embargo, no es una jornada triste. El Señor ha vencido al demonio y al pecado, y dentro de pocas horas vencerá también a la muerte con su gloriosa Resurrección. “Dentro de un poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver” Jn 16, 16. Así decía el Señor a los Apóstoles en la víspera de su Pasión. Este día, el amor no duda, como María, guarda silencio y espera. El amor espera confiado en la palabra del Señor hasta que Cristo resucite resplandeciente el día de Pascua.

La celebración de la Vigilia Pascual en la noche del Sábado Santo es la más importante de todas las celebraciones de la Semana Santa, porque conmemora la Resurrección de Jesucristo. El paso de las tinieblas a la luz se expresa con diferentes elementos: el fuego, el cirio, el agua, el incienso, la música y las campanas.

La luz del cirio es signo de Cristo, luz del mundo, que irradia y lo inunda todo. El fuego es el Espíritu Santo, encendido por Cristo en los corazones de los fieles. El agua significa el paso hacia la vida nueva en Cristo, fuente de vida. El aleluya pascual es el himno de la peregrinación hacia la Jerusalén del cielo. El pan y del vino de la Eucaristía son prenda del banquete celestial.

Mientras participamos en la Vigilia pascual reconocemos que el tiempo es un tiempo nuevo, abierto al hoy definitivo de Cristo glorioso. Este es el día nuevo que ha inaugurado el Señor, el día “que no conoce ocaso” (Misal Romano, Vigilia Pascual, Pregón Pascual).

Domingo de Resurrección

El tiempo pascual es tiempo de alegría, de una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se asienta en todo momento en el corazón del cristiano. Porque Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos.

Este es el día más importante y más alegre para los católicos, Jesús ha vencido a la muerte y nos ha dado la Vida. Cristo nos da la oportunidad de salvarnos, de entrar al Cielo y vivir en compañía de Dios.

¿Cómo vivir la Semana Santa?

Pidamos a Dios que esta semana que está a punto de comenzar nos llene de esperanzas renovadas y fe inquebrantable. Que nos transforme en mensajeros de Dios para proclamar un año más que Cristo, el Divino Redentor, se entrega por su pueblo en una cruz por amor.

 

Cómo vivir la Semana Santa según el papa Francisco

«Vivir la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de la Cruz, que no es en primer lugar la del dolor y la muerte, sino la del amor y la de la entrega de sí mismo que da vida. Es entrar en la lógica del Evangelio».

 

Papa Francisco, 27 de marzo de 2013.


viernes, 1 de marzo de 2024

 

¿Qué significa rezar: “padre nuestro”?



 

– Descubrimos “en germen” las grandes realidades del Cristianismo: La Paternidad de Dios, Jesucristo, el Espíritu Santo, el reino, la gracia, nuestra filiación divina, la fraternidad, el perdón…

 – Experimentamos de alguna manera la presencia del Padre que nos ama, y nos estremecernos al saber que es el mismo Padre que está en los cielos, el Dios trascendente y soberano, el que nos ha incorporado por puro amor y gracia a su familia…

– Sentimos en el alma la presencia de Jesús, el Hijo de Dios, gracias al cual somos hijos de Dios en Él, con Él y por medio de Él.

– Percibimos de algún modo la acción del Espíritu Santo, que “nos hace exclamar: ¡abba, Padre!” (Rm 8,15) y nos guía hacia la Casa del Padre.

 – Nos sentimos vinculados a la familia de los hijos de Dios, compartiendo y haciendo nuestras las alegrías y las penas, las esperanzas y sufrimientos de todos para aliviarlos y liberarlos de todo lo que los hace sufrir.

 – Descubrimos la dignidad de ser hijos del Padre, la responsabilidad de vivir nuestra filiación divina y la misión de construir la fraternidad en el mundo. –

 Nos sentimos vacilantes como un niño, al pronunciar “abba” y, al mismo tiempo, seguros porque este abba nos quiere, nos ha tomado de la mano y podemos apoyarnos en Él.

 – Sentimos la certeza ante la duda, la fe ante la incertidumbre, la alegría consoladora de la Resurrección ante la amenaza sombría de la muerte.

 – Pedimos perdón de nuestros pecados al Padre que nos ama y nos perdona, y nos comprometemos a perdonar y construir un mundo reconciliado, fraterno, agradable y humano, en el que desaparezcan para siempre las guerras, la violencia…

¡Que no la recemos por mera costumbre! ¡Qué oremos siempre con confianza y gozo!