domingo, 18 de marzo de 2012

SI QUIERES LA PAZ DEFIENDE LA VIDA


SEMANA POR LA VIDA 2012
“SI QUIERES LA PAZ DEFIENDE LA VIDA”






Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
            Durante los días 18 al 25 de marzo de los corrientes estamos celebrando la semana por la Vida; cuyo objetivo es lograr que nuestra sociedad reconozca y defienda el valor de la vida humana desde el momento de la concepción hasta la muerte natural.
            El departamemento de Pastoral Familiar e Infancia de la CEV, nos ha sugerido como lema para el 2012: “Sí quieres la Paz defiende la Vida”, el cual encierra todo un rico contenido de la preservación de la vida y el  don de la paz deseada por todo cristiano en el momento actual.
            El acto de la creación es una manifestación del corazón amoroso de Dios. Él, que es amor, como lo dice el apóstol San Juan, no pudo contenerlo en sí mismo y lo manifestó fuera de Dios en la creación. Ella por tanto, no es otra cosa sino la expresión del mucho amor que había en Dios. Y con esta surge la manifestación eximia de la vida, todo lo creado, el hombre, como corona de la vida y del amor de Dios. Al final el acto creador, nos relata el hagiógrafo: “Vio Dios todo lo que había creado, y era muy bueno”. La verificación de Dios confirma la bondad del Dios Creador.
            No se puede negar la belleza de los niños recién nacidos, de los gestos de la madre amorosa que cuida con esmero a su recién nacido, de las expresiones amorosas de los esposos que se han jurado amor eterno, de los destellos amorosos de la naturaleza, de los infinitos y variados matices del azul del cielo, de los intensos rojos y amarillos de la puesta del sol, de la oscuridad iluminada por la hermosura de la luna, de la infinita variedad de flores y frutos que dan hermosura singular a todos los sitios, de la inmensa variedad de especies que surgen como compañeros y sustento de toda la humanidad… Todas las expresiones de Vida son realmente hermosas y llenan al hombre de sentido.
            Es el hombre el que le da sentido a la belleza resplandeciente de la naturaleza. Todas esas cosas fueron creadas  para que él las disfrutara y usara de ellas racionalmente; para que les diera su puesto y las defendiera con esmero. La belleza de la vida no queda nunca postergada, aun cuando en ocasiones, aparentemente, ésta pueda ser escondida.
            ¿Qué podríamos decir de la belleza de la vida cuando en ella experimentamos dolores o conflictos? ¿Son tantas las veces en las que asistimos horrorizados al espectáculo del hombre que se convierte en el peor enemigo de aquello que el mismo debería defender con fuerza? ¿En eso está también reflejada la belleza de la vida?

            Nuestra respuesta es rotunda: ¡Sí¡ En esa aparente fealdad del mundo, en esa realidad que en apariencia es negativa, también se expresa la belleza de la Vida¡ En esas condiciones donde es probada la fidelidad de los hombres. Y surgen heroicamente quienes se esfuerzan magisterialmente por hacer, que, incluso en esas condiciones exteriormente malas, surja siempre victoriosa y triunfante la Vida, tal como lo quiere Dios.
            Es hermoso asistir a los esfuerzos de la madre por dar lo mejor de sí a su hijo, aparentemente inútil por alguna condición física que lo hace minusválido; o el del médico que se desvive por recuperar la salud del enfermo terminal o por disminuir sus sufrimientos; a los ambientalistas que luchan por defender a las especies en peligro de extinción; a los pacifistas que buscan sembrar la paz y la armonía en su entorno; a pesar de la desidia de aquellos a quienes le corresponde… Son innumerables los testimonios de hombres y mujeres que, luchando por una Vida mejor, en contra de condiciones inhumanas muchas veces, nos dicen que Dios no se ha olvidado de recordarles que la Vida es y seguirá siendo siempre bella y que vale la pena seguir luchando incansablemente en su favor.
            Estamos asistiendo con mucha tristeza a la época en la que la vida ha recibido mayores heridas. Nunca como hoy se ha atentado contra la vida en el propio vientre de la madre. Hasta se pretende aprobar una ley asesina que despenalice el aborto en nuestra patria, caracterizada siempre por ser tradicionalmente defensora de la vida.  Se ha pretendido también eliminar a los enfermos, los más desvalidos y necesitados de protección. En esa misma ley se aboga por la eutanasia como remedio “saludable y piadoso” para eliminar el sufrimiento de los enfermos. En vez de luchar contra las causas, se pretende eliminar el efecto, eliminando al enfermo, como si fuera un estorbo para la sociedad, pues ya es improductivo. Hemos caído en el más ateo de los existencialismos.
            Nunca como hoy se hiere a la vida promoviendo la violencia entre hermanos, fomentando el odio que llega incluso al asesinato, haciendo reinar la intolerancia que busca la eliminación de quienes no piensan como uno; suscitando guerra fratricidas (todas lo son) haciendo que los hombres levanten sus manos para asesinar a sus hermanos, colocando por encima la vida de cualquier un carro, el dinero, o incluso un par de zapatos.
            Nunca como hoy hemos asistido a la destrucción de la naturaleza que trae como consecuencia que el hombre destruya su propio hábitat, creando condiciones  absolutamente negativas para su propio bienestar.  
            El Dios de la Vida, con todas estas heridas a su Creación, es también herido en su más íntimo amor por lo creado. Dios no quiere que las cosas creadas, mucho menos, el hombre y la mujer, vivan condiciones de destrucción. Dios ha creado al hombre y a la mujer para que sean felices, no para vivir en la desgracia o la opresión. En nuestros tiempos, justamente, se nos está llamando a engrosar la fila de aquellos que desean defender la vida con su propia sangre. Siguiendo el ejemplo de Jesús que, para lograr darnos vida, entregó la suya en la Cruz, cada hombre y cada mujer de nuestra sociedad debe entender que  la suya es importante para defender la vida.
            Se trata, como dijo el Beato Juan Pablo II, de crear la “ecología humana”, es decir, de buscar las mejores condiciones naturales para que la vida de los hombres se desarrolle con normalidad, en los mejores climas posibles, para que sea de verdad bella, como Dios quiere que lo sea. Cada hombre y cada mujer de nuestra sociedad debe convertirse en “guardián de la Vida”, procurando que nunca sea herida, que en ella se den las mejores condiciones para su desarrollo y promoción, que haya cada vez más personas que se conviertan en defensores de las condiciones que la favorezcan.
            Y estos esfuerzos serán bendecidos por Dios, pues el Ama la Vida que nos dio. Y siempre serán acompañados por su  Madre, Madre de Dios y de la Vida de los hombres, Reina y Madre de todo lo creado.
            Que cada celebración de esta nueva jornada de la semana por la Vida, nos conduzca a encontrar más y mejor la Paz tan anhelada y un Amor inestimado por la Vida en Dios y su progreso humano y espiritual.


miércoles, 7 de marzo de 2012

LA RECONCILIACIÓN ES TRIUNFO DEL AMOR



LA RECONCILIACIÓN ES TRIUNFO DEL AMOR

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda





“En  nombre de Cristo os pedimos que os reconcilien con Dios” (2Cor 5, 20).
Estas palabras dirigidas por el Apóstol San Pablo a la comunidad de los Corintios, revelan su deseo de que retornen a Dios por el camino de la reconciliación. Haberse apartado de Dios  resulta el peor de los negocios que una persona, una comunidad, pueda hacer en su vida.
            La necesidad de rectificar la desviación del camino, y buscar la presencia de Dios, solo se puede lograr por la vía de la reconciliación perfecta, la cual podemos entenderlo metafóricamente como la posibilidad de desandar el camino, el desafío de no tener miedo de volver al amor de Dios. El glorioso destino del hombre reside en el poder misericordioso de Dios. No es otra cosa que encontrar a Dios por medio de Cristo reconciliador. Es a través de Cristo, en la reconciliación, como recibimos la salvación de Dios. ¿Y qué es la Salvación para nosotros? ¿Cómo entenderla y valorarla? ¿Cómo buscarla y adquirirla? Si al deternos ante estas preguntas le encontramos importancia y significación en nuestras vidas; ¿por qué no tratar de responderlas con seriedad u hondura? Es necesario hacerlo porque Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar. Primero somos reconciliados con Él;  se ha establecido entre Cristo y nosotros el vínculo de la amistad, de la pertenencia; nos pertenece y le pertenecemos. Esta amistad, esta pertenencia, se fundamenta en los lazos de naturaleza sobrenatural.
            Son la caridad y la gracia las que realizan la unión. En Cristo, una caridad sin límites que lleva a entregar su sangre, su vida. La reconciliación que Cristo realiza es fruto de la entrega generosa de su vida por nosotros. “Donde abundó el pecado, allí sobreabundó la gracia... Oh feliz culpa que ha merecido tal Salvador”. Cristo realiza la reconciliación rompiendo las cadenas, disolviendo las ataduras, venciendo a la muerte del pecado, al demonio.
            La reconciliación es una victoria, un triunfo. El triunfo del Amor. La reconciliación es obra del amor, obra de la misericordia. El fruto de la reconciliación es el perdón. Cristo quiere reconciliarnos, ´perdonarnos; transformarnos en nuevas criaturas. Cristo quiere que regresemos a Dios.
            La voz solemne de San Pablo se apoya en el nombre de Cristo para buscar la reconciliación de los Corintios. Hoy, durante el tiempo de Cuaresma, la voz solemne de la liturgia de la Iglesia quiere buscar el mismo apoyo para pedir a todos los bautizados la misma actitud de retorno a Dios. Hoy, en nuestros oídos resuena, con la misma fuerza y solemnidad, las misma palabras del Apóstol a cada uno en particular: “En nombre de Cristo os pido que os reconciliéis con Dios”.
Dejémonos reconciliar con Dios. La cuaresma nos invita pues a fijar nuestra mirada en el Padre de toda misericordia, el Dios rico en piedad y compasión, cuyas entrañas se conmueven cuando cualquiera de sus hijos, alejado por el pecado, retorna a Él y confiesa su culpa.  ¡Mirad al Padre que nos bendijo en Cristo con el perdón de los pecados! ¡Mirad a quien es la fuente inagotable de la misericordia y que, a través de la Iglesia, nos suplica el retorno a Él! ¡Dejaos reconciliar con Dios! El abrazo que el Padre dispensa a quien, habiéndose arrepentido, va a su encuentro, será la justa recompensa por el humilde reconocimiento de las culpas propias y ajenas, que se funda en el profundo vínculo que une entre sí a todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo.