jueves, 21 de junio de 2018



MIRAR A LOS POBRES CON LA MIRADA DE DIOS

Pbro. Ángel Yvan Rodríguez Pineda





            Los cristianos consecuentes, debemos abrazar con mucho amor a todos aquellos que viven afligidos por la falta de de recursos económicos. Si somos indiferentes con los pobres, especialmente con lo que han nacido en condiciones humildes, tal como nació Jesús, no podemos decir que sentimos o conocemos que es la palabra caridad.
            En efecto, la honestidad pura en expresar el amor a Dios por sobre toda las cosas y el amor al prójimo, no es tal si despreciamos a los pobres. La desidia frente a la pobreza, es irreverencia a Dios.
            No existe mayor infidelidad a los Evangelios, que el no mirar y sentir a la pobreza con amor, respeto, solidaridad y preocupación por ella. Llamamos a Dios como Padre, porque somos hermanos de todos los hombres, nos llamamos cristianos porque somos seguidores de Jesucristo, entonces nos debemos sentir llamados a estar junto a todos los que necesitan, nos sentimos obligados a ayudar a los pobres y en forma permanente, como si fuera parte de nuestra tarea diaria, en otras palabras haciendo de esta ayuda nuestra misión.
            Son variadas las formas de pobreza que existen hoy, son muchos los tipos de desigualdades, como son muchas las formas de ayuda a las cuales podemos recurrir, nuestro punto de partida debe comenzar por el reconocimiento de la realidad actual de la pobreza y de las causas que la originan. Esta condición es necesaria para responder con eficacia al llamado solidario que nos hace Jesús desde el  Evangelio para con nuestros hermanos, el que nos compromete a una sincera voluntad de amar y servir al que sufre.
            La pobreza existe en la misma relación que la falta de solidaridad y la falta de caridad en el corazón de los hombres, y para muchos, preocuparse de la pobreza no deja de ser un discurso que solo busca el beneficio personal. En efecto, hermosas palabras solidarias a los pobres son convincentes para el apoyo político, actitud que avergüenza al hombre como tal. Las crisis y los desequilibrios sociales tienen sus responsables en nuestra sociedad, el desempleo y los ingresos paupérrimos son una clara prueba de ello.
            Basta con conocer la realidad económica de muchos ancianos que reciben pensiones insuficientes, hay que mirarle a los ojos, para darse cuenta como la vida se extingue en tristeza, basta con mirar las viviendas de los marginados para observar como la alegría no es parte de su vida. Así es, como lo único que se necesita, es ver y querer ver, para darse cuenta del aspecto doloroso de pobreza que existe alrededor nuestro y mucho más cercano de lo que podemos imaginar.
            Es tarea de los que estudian las leyes económicas, la creación de bases para terminar o al menos mitigar con el dolor de vivir en la marginalidad y debilidad económica, es tarea de todos aportar ideas para disminuir la pobreza, es compromiso de todo cristiano ser solidario con el hermano necesitado.
            Algo que no podemos negar: la pobreza es una realidad; a los pobres nos los encontramos cada día. Para darse cuenta de esto, solo basta con ampliar la mirada. La gran desigualdad entre las personas, es injusta y perturba la paz.
            El que cree en Dios, el que acepta la Buena Noticia de Jesucristo, no puede cerrar los ojos a esta realidad ni menos darle la espalda y practicar frente a ella la indiferencia. No es digno del hombre vivir una vida de hambre y de falta de oportunidades, Dios no quiere la pobreza, Jesucristo no aprueba que los hombres vivan indignamente, y nos pide que seamos como El, compasivos con los pobres; quien comprende esto, es consecuente con la Buena Noticia, quien es solidario con los pobres, lo es con las enseñanzas de Jesús.
            Jesucristo es la Buena Noticia para los pobres, que duda cabe, Él hizo del amor todas sus enseñanzas, el nos abre el corazón para que seamos solidarios y compartamos lo que tenemos. El se hizo pobre y vivió su pobreza, Él  estuvo disponible para servir a todos los hombres, el llamó bienaventurados a los pobres, y a cuantos quisieran vivir cerca de los pobres y compartir con ellos lo que son y lo que tienen, Él nos enseño a mirar a los pobres con la mirada de Dios, por tanto, si somos sus discípulos, seamos consecuente.
            Entonces no dejemos de lado la misión de justicia y caridad en la tarea de disminuir la pobreza, porque la vida de los hombres será más justa, fraternal y humana, en la medida en que hagamos una realidad nuestro sentido del amor solidario y misericordioso.
            La pobreza, y la marginación que de ella se origina, no es otra cosa, que la falta de amor a los necesitados. La caridad a favor de los más pobres no es algo ajeno a nuestro vivir. Promover acciones para mitigar la pobreza no es cosa de solo algunos o ciertas instituciones. Los cristianos debemos asumir esta responsabilidad, juntos con llevar la Buena Noticia, nos corresponde trabajar para que sea posible que los pobres salgan de su indigna condición humana, y su exclusión de nuestra sociedad.

miércoles, 13 de junio de 2018


EL DESCONTROL HUMANO DE LA IRA

Pbro. Ángel Yvan Rodríguez Pineda




La ira, es el enfado, el enojo, el disgusto, la cólera, todos sentimientos de indignación violentos, es la furia contra algo o alguien, es la peor de las molestias, es el trastorno del enojo.
La ira, no solo produce molestias y heridas a quien la recibe, también mucha pena y es alimento del rencor, por tanto es un estado vergonzoso del hombre, esto es la ira, es una pasión indigna.
¿Es posible no sentir ira?, ¿es posible no enojarse?, tal vez no, ya que esta es una emoción de la naturaleza del hombre, pero no tener control sobre la ira, es algo no solo peligroso, es malo, porque este descontrol da lugar al pecado, a la destrucción de las relaciones entre los hombres, la ira descontrolada da origen a la agresión física y verbal, la ira atenta contra el respeto a nuestro prójimo y contra nosotros mismos.
La ira siempre está acompañada de un lenguaje ofensivo e hiriente, y esta puede producir sentimientos de venganzas, por tanto bajo el estado de cólera puedes ser presa fácil del demonio.
La ira es un sentimiento del hombre, que depende del temperamento de la persona y en muchos caso de los patrones de conducta aprendidos en el seno familiar, está muy influenciado por las experiencias de injusticia, es herencia de asuntos dolorosos nunca resueltos, que llevan implícitas situaciones de pesar y sus consecuencias es la incapacidad de perdonar al prójimo, de perdonarnos a nosotros mismos, es así como produce incapacidad de aceptar la voluntad de Dios.
La falta de tranquilidad en el corazón de los hombres, la impaciencia, el descontrol sobre sí mismo, la negativa a aceptar el punto de vista de los demás, alimenta la ira, por tanto es necesario tener conciencia que cada persona tiene derecho a tener diferentes opiniones, y no dejarse llevar por la ira, especialmente si nuestras opiniones no son consideradas.
La ira atenta contra nuestro prójimo, y si decimos que tenemos que respetar a nuestro prójimo, entonces recordemos que los más cercanos están en nuestra propia familia con quien convivimos y ellos no pueden ser consecuencia de nuestra ira, pero tenemos un prójimo aún mas intimo, y ese habita en nuestro corazón y ese es Jesús, y no podemos descargar nuestra ira sobre nuestro propio cuerpo. Es así como reconozcamos con humildad al Señor que tenemos sentimientos de ira, y solicitemos su ayuda para controlarla, pero no para reprimirla y amargarnos porque no podemos desahogarnos, sino para apartarla o liberarla de forma tal que no les provoquemos daño a otras personas.
No confundamos el control sobre este mal sentimiento con reprimir, porque podríamos acumular resentimientos y esto nos va a impedir que tengamos paz interior, es así como en esta situación, pidamos un buen consejo, acudamos a quien nos pueda ayudar a la paz espiritual, y no dejemos de acudir a nuestro Señor, con humildad y disposición, él  nos comprenderá y nos dará la fuerza que necesitamos para ganarle a esta negativa emoción.
La Ira es uno de los siete pecados capitales. Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser comprendidos en los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a S. Juan Casiano y a S. Gregorio Magno (mor. 31,45). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Entre ellos soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula, pereza. (CC 1866)
De acuerdo a Santo Tomás (II-II:153:4) “un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal”. Entonces, no es la gravedad del vicio en sí mismo que lo torna en capital sino el hecho que da origen a muchos otros pecados. Estos son enumerados por Santo Tomás (I-II:84:4) como vanagloria (orgullo), avaricia, glotonería, lujuria, pereza, envidia, ira. "El necio da rienda suelta a toda su ira, más el sabio al fin la sosiega" (Proverbios 29:11).
Cuando alguien recibe ofensa o insultos muy graves contra la honra o dignidad, se enfrenta a una situación difícil de controlarse. Lo peor es que si no ha dado una respuesta, pierde la tranquilidad hasta el desagravio.
La Ira, provoca una pasión destructora y es la causante de grandes tragedias. En efecto, son irreparables los males que ha provocado un instante de descontrol y cólera.
Son muchas las familias, amigos, vecinos y compañeros de trabajo, que no han sabido controlar la pasión de la ira y hoy se sienten como verdaderos enemigos.
También son mucho los graves errores que se ha cometido en el mundo, motivado por los impulsos de cólera. Muchos llantos y lágrimas han sido provocados por arrebatos incontrolados. Es así, como la ira tiene una gran fuerza destructora.
Nosotros mismo, sabemos en conciencia, como hemos sido arrastrados por el impulso de la cólera, la rabia o la ira. Y luego también hemos sentido en nuestro corazón indignación por no haber sabido dominar esta pasión. Peor no hemos sentido cuando sabiendo lo mala que es, volvemos a ser dominado por ella.
La ira, no solo nos produce enemistarnos con los demás, también nos produce grandes males a nosotros mismo. El pesar de haber experimentado pasiones de ira, no solo nos produce vergüenza, también dolor.
A todos nos sucede, que al observar a dos personas dominada por la pasión de la ira y enceguecida por los arrebatos, nos decimos que incomprensible una obcecación así. Sin embargo, no siempre somos capaces de ayudar a quien la razón no le deja pensar en la torpeza que está cometiendo.