martes, 11 de diciembre de 2012




 

EL HOMBRE NO PUEDE VIVIR SIN ESPERANZA

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
 
 

            El adviento nos lleva a contemplar el misterio desde la entrada de Dios en la historia hasta su final. Los diferentes aspectos del misterio se remiten unos a otros y se fusionan en una admirable unidad. El misterio de la Encarnación, siendo un momento importante en la historia de la salvación, realmente demuestra su sentido pleno en la Redención del género humano. La encarnación de Dios, el Dios hecho hombre, misterio revelado a la humanidad es el mismo Dios que se dona a la humanidad.

            El adviento evoca, ante todo, la dimensión histórico-sacramental de la salvación. El Dios del adviento es el Dios de la historia, el Dios que vino en plenitud para salvar al hombre en Jesús de Nazaret, en quien se revela el rostro del Padre.

            La dimensión histórica de la revelación recuerda la concretez de la plena salvación del hombre, de todo el hombre, de todos los hombres y, por tanto, la relación intrínseca entre evangelización y promoción humana.

            El adviento es el tiempo litúrgico en que se evidencia con fuerza la dimensión escatológica del misterio cristiano. Dios nos ha destinado a la salvación, si bien se trata de una herencia que se revela sólo al final de los tiempos. La historia es el lugar donde se actúan las promesas de Dios y está orientada hacia el día del Señor. Cristo vino en nuestra carne, se manifestó y reveló resucitado después de la muerte a los apóstoles y a los testigos escogidos por Dios y aparecerá gloriosamente al final de los tiempos.

            Durante su peregrinación terrena la iglesia vive incesantemente la tensión del ya sí de la salvación plenamente cumplida en Cristo y el todavía no de su actuación en nosotros y de toda la manifestación con el retorno glorioso del Señor como juez y salvador.

            El adviento nos recuerda al mismo tiempo la dimensión misionera de la Iglesia y de todo cristiano por el advenimiento del reino.

            Durante este tiempo la comunidad cristiana está llamada a vivir determinadas actitudes esenciales a la expresión evangélica de la vida: la vigilante y gozosa espera, la espera y la conversión.

            La actitud de espera caracteriza a la Iglesia y al cristiano ya que el Dios de la revelación es el Dios de la promesa, que en Cristo ha mostrado su absoluta fidelidad al hombre. La Iglesia vive esta espera en actitud vigilante y gozoza, por eso clama: “Maranatha: Ven, Señor Jesús”.

            El adviento celebra, pues, al Dios de la esperanza (Rom 15,13) y vive la gozosa esperanza (Rom 8,24-25) el cántico que desde este primer domingo caracteriza al adviento es el salmo 24: “ A ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío, en ti confío”.

            El desafío de éste nuevo adviento, e inspirado por el Año de la Fe, nos ubica ante la  propuesta evangelizadora: ¿Cómo vivir y anunciar la esperanza al hombre de nuestro tiempo? ¿Qué podemos esperar nosotros hoy, y qué podemos ofrecer a un mundo inmerso en una cultura de la muerte como decía el Beato Juan pablo II, es aquella palabras de su exhortación apostólica Ecclesia in Ámerica de enero de 1999 y Ecclesis in Europa de mayo del 2003?

            La esperanza crece cuando se comparte y tanto más se da a los otros, cuando más se vive en función de animar a los demás con el aliento que uno recibe de Dios: “ El nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo   que nosotros recibimos de Dios”. (2Co 1,4). Por esta razón esencial deberíamos en nuestra vida cristiana y más aún en este nuevo adviento prohibirnos en nuestros encuentros, convivencias, reuniones familiares y laborales desprender ese tufo del descontento o del desaliento, y para que esto sea así, deberíamos estar prevenidos frente a nuestros pensamientos o sentimientos negativos que desembocan en la desconfianza, fomentando los positivos con el propósito firme de transmitirlos a los demás, Es el mejor servicio que podemos hacer.

            Ya que como lo han subrayado los Padres sinodales, sigue hoy diciendo el Papa: “El hombre no puede vivir sin esperanza; su vida, condenada a la insignificancia, se convertirá en insoportable”. Frecuentemente, quien tiene necesidad de esperanza piensa en poder saciarla con realidades efímeras y frágiles. De este modo la esperanza, reducida sólo a lo intramundano cerrado a la trascendencia, se contenta, por ejemplo, con el paraíso prometido la ciencia, la técnica, la tecnología, las redes sociales, con las diversas formas de mesianismos, con la finalidad de tipo hedonista, lograda a través del consumismo o aquella ilusoria y artificial que ofrece el mundo, hasta con ciertas modalidades de milenarismos, con el atractivo de las filosofías orientales, con la búsqueda de las nuevas formas esotéricas de espiritualidad o con las nuevas corrientes de la New Age.

            Que este nuevo adviento, nuestra espera de renacer en Cristo, nos active a ser lo que Cristo el SEÑOR quiere que lleguemos hacer, y por tanto a buscar siempre caminos nuevos de felicidad, venciendo el pesimismo por estar proyectados hacia la esperanza de Dios, que no defrauda….

            Que María, bajo la advocación de nuestra Señora de Coromoto, patrona de nuestra patria, nos acompañe en este tiempo de adviento para que desde su mirada aprendamos a ver el mundo, nuestra  vida y su realidad con ternura y esperanza, que Ella nos enseñe a descubrir, adorar y adherirnos a la persona de Cristo en el rostro del hermano. ¡María Madre de la esperanza, camina en este nuevo adviento con nosotros!