jueves, 19 de febrero de 2015

CUARESMA:
 UNA CAMINO DE RENOVACIÓN Y ESPERANZA


Pbro.Ángel Yván Rodriguez Pineda




Ante un mundo que divide y enfrenta a los hombres, un mundo que se está deshumanizando y crea soledad, nos urge abrirnos y convertirnos más a Dios. La cuaresma es tiempo privilegiado para escuchar la Palabra de Dios, no con oídos sordos sino con apertura de corazón que nos lleve a convertirnos mediante el sacramento de la reconciliación, la vida sacramental y la solidaridad con quienes nos rodean.
La cuaresma tiene una meta, un punto de llegada que es la Pascua; no hay cuaresma auténtica sin Pascua; esta cuaresma nos invita a centrar los ojos en Jesucristo y a seguirlo hasta la Pascua, es decir, hasta la entrega de la propia vida; por eso para los católicos la cuaresma es tiempo fuerte de oración, ayuno y limosna; oración, ayuno y limosna son signos que muestran nuestra conversión y seguimiento fiel de Jesucristo.
¿Qué encierra para el católico la oración, el ayuno y la limosna? ¿Qué entiende, enseña y vive la Iglesia desde sus orígenes?
1- Oración cristiana.
Orar es hablar, relacionarse, tratar con Dios al estilo de Cristo; de ahí el nombre de oración cristiana; hoy es palpable, en no pocos, no solo la falta de relación y trato con Dios sino hasta el olvido de Dios. Buscar y hacer la voluntad de Dios constituye el corazón de la oración cristiana; de allí la enseñanza de Cristo “hágase tu voluntad”.
En la oración acudimos a Dios porque lo necesitamos para realizarnos y para vencer el mal solos nunca lo lograremos; el egoísta y orgulloso nunca es feliz, nunca logra su realización, nunca proyecta amor. La oración cristiana sostiene y fecunda las actividades y la misma vida humana.
Es necesario ejercitarnos en la oración personal, familiar y comunitaria; no olvidemos que la auténtica oración cristiana siempre culmina en la oración litúrgica, en la vida sacramental.
2- Ayuno.
El ayuno cristiano está muy lejos del masoquismo y de la protesta; no es difícil hoy constatar “ayunos” como medio de protesta social: huelgas de hambre; también se acude al ayuno para mejorar la salud o estar en forma: dietas médicas, ejercicios físicos, etc.
El ayuno cristiano es mucho más que todo esto y su diferencia es clara; ayunar cristianamente es abstenerse de alimentos, sacrificarse y ejercitar el cuerpo para estar siempre disponible al amor de Dios, para ser más sensible a la vida de amor y de caridad, para abrirse más a Dios y a los demás. El ayuno cristiano siempre está en función de la caridad; si es auténtico, siempre se proyecta en el compartir y en la solidaridad. El ayuno cristiano siempre va unido a la oración; fortalece la oración, dispone el cuerpo al querer de Dios; por esto, en los tiempos fuertes y en situaciones apremiantes, la Iglesia pide unir el ayuno a la oración, por ejemplo, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; de aquí las palabras de Jesucristo: “Esta clase de demonios no puede salir con nada, sino con oración y ayuno” (Mc 9, 29).
Como el atleta que no deja de hacer ejercicio y entrena hasta vencer los obstáculos para lograr las metas propuestas, el creyente no deja de hacer penitencia hasta mantenerse unido a Dios y ser capaz de vencer el mal. El ayuno fortalece el espíritu, eleva a Dios, abre a Dios y a los demás, debilita las fuerzas del mal: egoísmo, sensualidad, inclinaciones al mal, pasiones.
3- Limosna.
La limosna, en la tradición cristiana, es expresión de caridad, de solidaridad, de fraternidad; es un medio que muestra tomar con seriedad el mandamiento del Señor: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12, 31). No hemos de reducir la limosna a dar de lo que sobra sino compartir de aquello que necesitamos, dar-compartir “hasta donde nos duela”. Aquí se inserta el espíritu cristiano del ayuno: dar a los necesitados lo que no comemos o ahorramos; como decía San Agustín: “que nuestros ayunos alimenten a los que no tienen que comer”.
La limosna no se reduce solo a compartir lo material. Es necesario dar limosna también compartiendo nuestro tiempo, nuestras cualidades, capacidades, influencia en bien de los más necesitados; en este sentido urge la limosna de parte de padres de familia, maestros, servidores públicos, sacerdotes, jóvenes, en el campo de la salud y de la justicia.
La Conversión.
La ceniza es un signo penitencial; expresa la disponibilidad del creyente para enderezar la vida según Dios, la decisión de emprender el camino de conversión que pasa por el sacramento de la Reconciliación y la participación activa y consciente de la Eucaristía. La oración, el ayuno y la limosna son medios concretos que mueven y sostienen al creyente a seguir de cerca a Cristo hasta la Pascua, es decir, hasta darse como Él.

En este espíritu exhorto a los sacerdotes, religiosas y fieles laicos a que en todas las comunidades se revisen, purifiquen y fortalezcan las expresiones religiosas para que sean realmente expresión del auténtico sentido de la cuaresma por el cual fueron instituidos.

Pido a mis hermanos sacerdotes dedicar más tiempo al sacramento de la Confesión; además del tiempo fuerte programado en la semana, hacerlo también diario antes y después de la misa en cuanto sea posible; estoy seguro que los fieles lo irán aprovechando cada vez más. Dada la escasez de sacerdotes y las distancias, con el fin de acercar la misericordia y el perdón de Dios a los fieles que, habiendo caído en censuras y penas como la prevista en el canon 1398, solicitan arrepentidos el sacramento de la penitencia, en el espíritu del canon 508 concedo a todos los sacerdotes de la arquidiócesis la facultad para absolver de censuras y penas no declaradas ni reservadas a la Santa Sede, exclusivamente desde el miércoles de ceniza a la Vigilia Pascual. Es importante que los sacerdotes nos preparemos para este ministerio, cuidemos las condiciones para absolver en estos casos y ofrezcamos la orientación y penitencia medicinal adecuada.