lunes, 29 de noviembre de 2010

AMAR: UNA SEÑAL INEQUÍVOCA

Pbro. Angel Yván Rodríguez Pineda


 


Ahí está, con rotunda claridad, el mandamiento de Cristo. Su voluntad, su querer, es que nos amemos unos a otros con amor semejante al amor con que nos ama. La vida para nosotros no puede discurrir por otro cause que no sea el del amor. Nuestro amor no puede ser un amor cualquiera, sino que debe parecerse al amor de Cristo Jesús. Estas son las premisas para comenzar el difícil, pero a la vez posible, camino del auténtico cristianismo. La vida del cristiano debe fundamentarse, construirse, sobre el amor.

¿Cuántas veces hemos oído el “conocerán que sois discípulos míos si os amáis unos a otros? Cuántas veces hemos oído esta exigencia como quien oye llover. Hemos afirmado con la mente que Cristo en lo cierto, tiene razón- Con el corazón nos hemos ido por otros caminos. Nos hemos ido por los nuestros. Nos hemos amado a nosotros, y lo que debía ser generosidad y entrega lo hemos convertido en egoísmo, burguesía, indiferencia. No hemos sabido amar. No hemos querido amar de verdad. No hemos amado, al menos como Cristo quiere y espera. Amamos a nuestro modo, con una dosis grande de cálculo, de interés. Con un amor tan pobre y tan ruin que produce frutos todavía más pobres y estériles de lo que nosotros mismos podemos imaginarnos.

Y sin embargo, el amor, el amor semejante al de Cristo es el que nos hace cristianos, Amantes, seguidores del Señor.

En la historia de la Iglesia, abundan, es verdad, las fallas, las traiciones, las infidelidades, pero también es cierto que existen en ella momentos rebosantes del heroico testimonio en la línea del amor, de la caridad encarnada. Son incontables los mártires, una lista interminable de ayer, de hoy, de aquellos que han sido testigos ante el mundo de la fe y la fidelidad en el Señor. Ellos nos han dicho, con la entrega generosa de su vida, que aquello que creían, lo creían de verdad y lo sostenían hasta la oblación total de su vida. Cristo fue el primer mártir del amor. Después de él, una legión numerosa en todo tiempo y lugar han repetido cada uno de los gestos, palabras de Jesús que se encaminan y se abrazan a la muerte sacrificial. Es la muerte con valor de sacrificio y sentido de amor, la muerte de Cristo, de los mártires. Es esa muerte, la forma más alta, más pura, de amor que es desprendimiento total de sí por razón del otro. Una vida que se entrega para que el otro, el amado, viva.

Si la muerte por otro, es el grado más alto de expresión del amor es en razón de que lo que se ofrece al otro es la mayor riqueza que la persona ofrece, la vida. No hay valor, no hay tesoro mayor que la propia vida. El que da su vida por otro lo da todo, sin quedarse con nada, sin guardarse lo más mínimo para sí. Cristo, los mártires, son los que forman este grupo de perfectos amadores, En el Reino de Dios, en el Reino del Amor, ocupan los primeros puestos.

Cristo, dando su vida, ha dado la vida al mundo. Lo que fue mandamiento, exigencia, es ahora, en Cristo acción, cumplimiento. Los mártires pisando las huellas del Señor, harán el mismo itinerario, mezclaran su sangre derramada con la sangre del cordero degollado. Al final ese es el camino de testimonio, de amor y de gloria de Dios para siempre-

Dar la vida, por amor, es alcanzar la cima del amor. No todos pueden llegar allá, a esa cima. Algunos tendrán que quedarse más debajo de la cumbre. Pero nadie estará excusado de amar. Porque el mandamiento, de la ley de Cristo, su ley de amor es universal. Nadie queda excluido. Por pequeño que sea el corazón debe siempre latir movido por el amor, Un amor concreto. Un amor convertido en obras. Un amor que nos viene de Dios, se derrama en nuestros hermanos.

Para nosotros los cristianos este amor debe traducirse en obras de piedad. La piedad, el amor a Dios, alimentará nuestro espíritu, la piedad buscará la comunión con Dios y nos llevará, si es auténtica, si no es artificial ni egoísta a buscar la comunión con nuestros hermanos. Y en la comunión se da y se vive, el amor. Por amor aprendemos a pedir perdón y a perdonar en medio del mundo violento en el que vivimos.

Sólo por amor nuestras lágrimas encontraran consuelo, la felicidad. Sólo cuando hayamos descubierto con amor el sufrimiento de nuestros hermanos desheredados de los bienes del mundo sentimos el hambre, la sed de justicia que nos llevará por la hartura a la felicidad. Sólo por amor nuestro corazón de piedra podrá transformarse en un corazón misericordioso, ser feliz.. Sólo el amor será capaz de limpiar nuestro corazón y así poder ser felices en la visión de Dios. Sólo por amor podremos trabajar siempre por la paz, ser felices al descubrir nuestra condición de hijos de Dios. Sólo cuando nos anime el amor al ser perseguidos por la justicia nos llenará de gozo, habremos descubierto que el reino de los cielos es nuestra posesión.

Sólo el amor hará que los insultos y persecuciones, por causa de Jesús, se conviertan en causa de alegría, de regocijo. Y es que en definitiva, la felicidad sólo se consigue en un clima de amor, y el amor todo lo trasforma en felicidad.



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