sábado, 26 de octubre de 2024

 

"El Beato José Gregorio esperanza de Dios, para nuestro pueblo"

 




Hoy a los 160 años del natalicio de nuestro Beato José Gregorio Hernández, les invito a que fijemos nuestra reflexión en algunos detalles significativos de su vida como ejemplo de entrega y servicio a Cristo en el hermano necesitado.

 

Científico y creyente

“Científico, se hizo franciscano; médico, se hizo misionero; rico en talento, quiso ser hermano de los pobres; culto, dio testimonio de Jesús no sólo con palabras, sino con su vida. Nuestro Beato, que acogió al Señor con todo su ser, nos ayuda a entrar en el espíritu del Adviento: nos recuerda que a Jesús hay que buscarlo con la vida y en medio de la historia, de manera concreta, sin abstracciones”

 

Dios nos salva asumiendo nuestra humanidad

 

El Señor Jesús cada día de la historia, en la vida cotidiana, se manifiesta: "porque Dios no ha querido salvarnos manteniéndose a distancia, sino asumiendo nuestra humanidad", haciéndose uno de nosotros, haciéndose carne:

 

“Y así como el Beato José Gregorio aprendió a amar a Cristo en la carne herida de los enfermos y de los pobres, también nosotros estamos llamados a buscarlo y amarlo en los demás, especialmente en los más necesitados, en los que no tienen nada que darnos. El Señor nos pide que nos comprometamos de manera concreta, entrando en el latido de la vida cotidiana, para impregnarla y transformarla con la gracia que Él nos da”

Esperanza ante la adversidad

“Nuestro Beato pasó por varias adversidades, pero nunca se rindió. Frente a diversos problemas de salud y otras numerosas dificultades, no se rindió: lo afrontó todo con un espíritu proactivo. Su confianza no estaba en sí mismo y en las circunstancias de la vida, sino en Dios, que nunca abandona, que cumple sus promesas, que no defrauda las expectativas”

 

 

El Beato José Gregorio nos enseña a "no encerrarnos en nosotros mismos"

 

 El Beato José Gregorio nos enseña a no encerrarnos en nosotros mismos, sino a abrirnos a la esperanza de Dios y a los demás,

 

"porque la caridad es la medicina del alma".

"Siguiendo su ejemplo, aprendamos que un pobre, un vecino que sufre, una persona solitaria que quiere un poco de compañía, alguien molesto a quien aguantar, puede ser el camino para salir de nosotros mismos, para liberarnos de nuestras caras largas y de mirar al suelo, para levantar la cabeza y emprender el camino del amor, que es el camino del Cielo.

 

 

 

Oh, José Gregorio Hernández, médico de los pobres y santo intercesor, hoy acudimos a ti con fe y esperanza para pedir tu ayuda y protección. Tú que conoces nuestras necesidades, escucha nuestras peticiones y ruega por nosotros ante Dios. Te pedimos que nos concedas la salud, el trabajo, la paz y la felicidad que tanto anhelamos.

 

 


martes, 6 de agosto de 2024

 






La esperanza que no defrauda

La esperanza cristiana según San Pablo

 

Hay que distinguir entre esperanzas, en plural, y esperanza, en singular. Las esperanzas son circunstanciales y expresan la tendencia humana a conseguir una situación deseada, pero que podrían no realizarse y transformarse en desilusión. Estas esperanzas, aun cuando se realizasen, no colmarían totalmente los anhelos del hombre, que volvería a programar nuevos proyectos y a aspirar nuevas cosas. En cambio, la esperanza absoluta indica la tendencia a conseguir no esto o lo otro, sino el bien total, la plena realización del propio ser. A esta esperanza se refiere San Pablo cuando escribe: “la esperanza no defrauda, porque al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Romanos 5,5).

 

Esta esperanza no defrauda porque no se basa en la debilidad humana ni en la incertidumbre de los acontecimientos, sino que está garantizada por la acción de Dios. Por eso no puede fallar. Colma plenamente los anhelos del corazón humano y es tan segura como Dios mismo.

 

Abraham, modelo de esperanza. El modelo de la esperanza es Abraham, que “creyó, esperando contra toda esperanza” (Romanos 4,18). La expresión “esperar contra toda esperanza” es contradictoria, pues no se puede esperar en modo sensato cuando no hay razones suficientes para hacerlo. Abraham logra esperar porque cree. La relación entre creer y esperar es muy estrecha. No se trata de dos actitudes separadas, sino de una sola, de una fe que espera y de una esperanza que cree. La fe se vive como esperanza, la esperanza es confianza ilimitada.

 

San Pablo describe la fe de Abraham con estas palabras: “No vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor (nenekroménon) —tenía unos cien años— y el seno de Sara estéril (nekrósis). Por el contrario, ante la promesa divina, no cedió a la duda con incredulidad; más bien, fortalecido en su fe, dio gloria a Dios, con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo prometido” (Romanos 4,19-21). Para describir el cuerpo del anciano patriarca, Pablo utiliza la forma verbal griega nenekroménon, que indica la descomposición de un cuerpo humano sin vida; para indicar el vientre estéril de Sara, usa el sustantivo nekrósis, que es la degeneración de un tejido por la muerte de sus células. En ambos casos se quiere poner de manifiesto el límite que impone la muerte a la existencia humana.

 

La fe de Abraham ha sido más fuerte que la muerte, pues creyó en Dios, como aquel “que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean” (Romanos 4,17). Abraham supera el horizonte de las esperanzas que se basan en las fuerzas humanas, a las cuales la muerte impone inexorablemente un límite insuperable. Creyó y esperó en Dios y en sus promesas: “Dio gloria a Dios” (Romanos 4,20).

 

La fe y la esperanza de los cristianos es como la de Abraham, pues ponemos nuestra fe y nuestra esperanza en la fidelidad y el poder vivificante de Dios. Abraham creyó en el Dios “que da vida a los muertos” (Romanos 4,17); los cristianos “creemos en Aquel que resucitó de los muertos a Jesús, Señor nuestro” (Romanos 4,24). El Dios que cumplió sus promesas a Abraham, es el Dios que ha resucitado a Jesús de la muerte. Abraham esperó una tierra y una descendencia, los que creemos en Cristo esperamos ser transformados a imagen del Señor Resucitado, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.

 

El dinamismo de la esperanza. Quienes creen en Cristo viven “en paz con Dios” y han recibido la gracia de la salvación (Romanos 5,1-2). Sin embargo siempre pueden ser víctimas del mal y del dolor y verse envueltos en la negatividad y las contradicciones de la historia humana. La gracia que los creyentes han recibido a través de la muerte y la resurrección de Cristo no anula su condición histórica, ni los arranca de la dura realidad de la vida en donde las fuerzas del mal los amenazan peligrosamente también a ellos. Lo extraordinario es que, aun en medio de las situaciones más difíciles y oscuras, los cristianos permanecen firmes, ya que ponen toda su confianza en Dios, sabiendo que el mal y lo negativo no tienen nunca la última palabra. Ponen toda su seguridad y su confianza en Dios. Es lo que quiere decir San Pablo cuando afirma que los cristianos “se sienten orgullosos, esperando participar de la gloria de Dios” (Romanos 5,2).

 

El cristiano se siente orgulloso de la esperanza que brota de su fe en Cristo y vive la experiencia del mal no como obstáculo fatal que lo destruye y lo hace infeliz, sino como ocasión para vivir más intensamente el amor y la fuerza de Dios en Cristo. Lo que podría ser fuente de fracaso y de muerte, se vive como ocasión de crecimiento humano y de fe: “Hasta de los sufrimientos nos sentimos orgullosos, sabiendo que los sufrimientos producen paciencia; la paciencia produce virtud sólida, y la virtud sólida, esperanza” (Romanos 5,3-4). Las dificultades de la vida hacen madurar al creyente, no lo derrumban, le dan la oportunidad de perseverar con fidelidad. El fruto de la esperanza no se recoge cuando el aprieto ya ha sido superado, sino cuando logramos descubrir a Dios allí donde todo parece negar su presencia.

 

La esperanza cristiana no es espera pasiva del futuro, ni resignación conformista, ni tampoco se reduce a un ingenuo optimismo. Nuestra esperanza brota de la confianza que ponemos en Dios que nos ha amado en Cristo, con la cual afrontamos la realidad serenamente, sin dejar que el peso de las dificultades nos aplaste e intentando cambiar lo que se puede cambiar. Nuestra esperanza se sostiene con la certeza que “si Dios está por nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros?” (Romanos 8,31) y de que “ni lo presente, ni lo futuro… ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 8,39).

 

El fundamento de la esperanza. La esperanza cristiana no se basa en las propias capacidades o en la fuerza de voluntad, ni tampoco depende de una decisión humana. Su fundamento es la experiencia del amor de Dios, comunicado personal e interiormente al creyente. Quien se descubre cada día amado por Dios, está preparado para esperar en Él. El amor de Dios es como un principio interior que dinamiza toda la existencia. Es algo real, que se hace presente en la intimidad del creyente por medio del don del Espíritu Santo. Esta es la razón por la cual la esperanza cristiana no es una ilusión, ni se identifica con el fácil optimismo.

 

La esperanza cristiana es una “esperanza que no defrauda, porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Romanos 5,5). No defrauda porque, aunque se vive con tensión hacia un futuro que está todavía por llegar, nos hace vivir anticipadamente la plenitud gracias al don del Espíritu Santo que hemos recibido. En los momentos más duros de la vida podemos vivir como hijos de Dios, conducidos por el Espíritu (Romanos 5,14). Pero sobre todo podemos orar, que es una forma excepcional de practicar la esperanza, permitiendo que el Espíritu ore en nosotros y por nosotros al Padre como Jesús lo hacía (Romanos 8,15).

 

Para San Pablo la raíz de la esperanza es siempre la iniciativa de la acción amorosa de Dios. Por eso llega a decir de sí mismo: “Por la gracia de Dios, soy lo que soy” (1 Corintios 15,10). Por eso enseña que es Dios quien hace nacer en nosotros la esperanza de llegar a reproducir un día la imagen de su Hijo (Romanos 8,29). Y esta “buena obra” —como Pablo la llama— es también Dios mismo quien la llevará a término (Filipenses 1,6), pues “todo proviene de Dios que nos reconcilió consigo por Cristo” (2 Corintios 5,18). Nuestra esperanza nace y vive como don de Cristo y comunión con Él, “quien fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación” (Romanos 4,25).

 

La realización de la esperanza. El mundo, tal como existe en el presente, no responde al proyecto de Dios. El mundo nuevo que se ha iniciado con la resurrección de Cristo, un mundo nuevo, liberado y glorioso, está todavía por llegar en plenitud. San Pablo describe la creación entera viviendo en la esperanza de ser liberada de la corrupción, “gimiendo, con dolores de parto” (Romanos 8,22). Los sufrimientos del mundo presente son como los gemidos que ya preanuncian el nacimiento de ese mundo totalmente libre y renovado. A los gemidos de la creación se unen nuestros propios gemidos anhelantes de liberación: “También nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior suspirando para que Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo” (Romanos 8,23-24).

 

Los creyentes, que hemos recibido el Espíritu Santo, hemos recibido las primicias, poseemos ya la anticipación y la garantía de la plena realización de la salvación. Esperamos la transformación gloriosa del mundo y de nuestra existencia, pero desde ahora participamos ya de esa condición de liberación final: “Ya estamos salvados, aunque sólo en esperanza; y es claro que la esperanza que se ve, no es propiamente esperanza, pues ¿quién espera lo que tiene ante los ojos?” (Romanos 8,24-25). La salvación cristiana no se identifica totalmente con lo que ahora podemos ver, sino con lo que, aun creyendo, no vemos todavía. La esperanza cristiana se contrapone tanto a una vaga expectativa, vacía de contenido, como a la posesión visible y completa del don de Dios.

 

Vivir con esperanza es tener confianza en Dios y perseverar con fidelidad en la fe. Esperar es tener capacidad para ver, aun cuando nuestros ojos no vean. Es recuperar nuestra capacidad de soñar un mundo mejor para todos, es cuestionar las estructuras y las ideologías inhumanas que hacen infelices a las personas y colaborar activamente para que nazca un mundo nuevo y liberado. Esperar es descubrir y acoger cada día la fuerza de vida de Cristo Resucitado, que hace nuevo este mundo con la fuerza de su Espíritu Santo.


lunes, 22 de julio de 2024

 





HOMILIA DE LA VIRGEN DEL CARMEN

1. La fiesta de Nuestra Señora del Monte Carmelo es una de las celebraciones marianas más populares y más queridas en el pueblo de Dios. Casi espontáneamente nos traslada a la tierra de la Biblia, donde en el siglo XII un grupo de ermitaños comenzó a venerar a la Virgen en las laderas de la cordillera del Carmelo.      Con la alegría que nos da siempre celebrar una fiesta en honor de la Virgen María, la honramos pues hoy con el título del Carmen, que cada mes de Julio viene a ocupar un lugar especial en cada corazón, en cada familia, como faro potente de nuestras buenas obras.

 

2. Un año más nos reunimos en este lugar sagrado, casa de Dios y lugar donde escuchamos su palabra y hacemos en consecuencia con ello nuestros buenos propósitos para disfrutar de este día dedicado a la Virgen del Carmen, que como es Madre y protectora de todos, lo es también amparo y guía de los navegantes. Y nos inspiramos para celebrar bien esta fiesta en las palabras que hemos escuchado en el Evangelio cuando  Jesús, desde la cruz, dirige a su madre María y a Juan: «Ahí tienes a tu hijo… Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa» (Jn 19,26-27).

La festividad de la Virgen del Carmen nos invita a mirar a la Estrella de los Mares para buscar en ella orientación, consuelo y sentido cristiano en nuestra vida. María, Madre solícita, atenta siempre a las necesidades de sus hijos, nos llama a acoger la palabra salvadora de su Hijo.

La Virgen del Carmen es invocada como “Puerta del cielo, y también como “Estrella del Mar”, que orienta y socorre en todas aquellas situaciones de ir por el mar. Santo Tomás de Aquino decía: “A María Santísima se le llama Estrella del Mar, porque de la misma manera que por la estrella se dirigen los navegantes al puerto, así por ese medio de María se dirigen los cristianos a la gloria”, Y San Bernardo, verdadero enamorado del amor maternal de la Virgen, exhortaba diciendo:”Mira a la Estrella. Invoca a María” recordándonos con esas palabras que María es siempre la imagen de la misericordia que nos viene de Dios.

3.   En el evangelio (Jn 19,25-27), junto a la cruz de Jesús aparece congregada simbólicamente la Iglesia, representada por “su Madre” y por “el discípulo a quien amaba” (19,25-27).

Al pie de la cruz, en lugar de Jerusalén, aparece ahora María, madre de los hijos de Dios dispersos, reunidos ahora por Jesús (Jn 11,52), verdadero “templo” de la nueva alianza (Jn 2,21). María es la nueva Jerusalén—madre, la Hija de Sión a la que el profeta decía: “Levanta la vista y mira a tu alrededor, todos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos” (Is 60,4). Ahora es Jesús, quien dirigiéndose a su madre, le dice: “He allí a tu hijo”. A imagen de Jerusalén—madre, María es la madre universal de los hijos de Dios, congregados en Cristo, principio de la nueva humanidad.

 

Jesús luego se dirige al discípulo y le dice: “He allí a tu madre”. El discípulo “a quien Jesús tanto amaba” (Jn 19,26) es imagen del creyente de todos los tiempos. Por eso las palabras de Jesús hacen que la maternidad de María alcance una dimensión eclesial que se extiende a todos aquellos que siguen con fidelidad hasta la cruz. El discípulo acoge a la Madre de Jesús como algo suyo. “Desde aquella hora, el discípulo la acogió entre sus cosas propias”. Se trata de las cosas propias de alguien, de personas o cosas de inmenso valor para él (cf. Jn 8,44; 10,4; 16,32; etc.). Las “cosas propias” del discípulo son sus bienes espirituales, sus valores más profundos en la fe, entre los cuales hay que incluir la palabra de Jesús (Jn 17,8), la paz que el mundo no puede dar (Jn 14,27), el don del Espíritu (Jn 20,22); etc. Entre esos bienes propios del discípulo ahora aparece también María. La Madre del Señor pasa a ser parte del tesoro más preciado del discípulo creyente. Cuando ha llegado la Hora, al pie de la cruz nace la nueva familia de Jesús, símbolo de la iglesia de todos los tiempos: “su Madre y sus hermanos”, (cf. Mc 3,31-35).

4.     Que esta celebración de la Virgen, como las que tenemos casi todos los años, aumente nuestra devoción y nuestro deseo por vivir santamente, correctamente, haciendo bien las cosas buenas que nos corresponde hacer. Dejémonos seducir por el ejemplo de la Virgen Santísima, que siempre llevó a Jesús en su corazón.

Que la Virgen del Carmen proteja a nuestro pueblo, y que la devoción hacia ella sea para nosotros una potente luz que nos ilumine, de manera que, como Jesús, pasemos por este mundo “haciendo el bien”. Y el bien más concreto que podemos realizar es convertirnos en transmisores de esta misma devoción a nuestros hijos, como nosotros la recibimos de nuestros padres. Enseñémosles, como recordaba San Bernardo, qué significa eso de “Mira la Estrella, invoca a María” para que puedan ir por la vida – sobre todo los adolescentes y jóvenes, sabiendo que la misma edad los lleva a veces por caminos a veces arriesgados- con la seguridad de que, en manos de la Virgen, estamos siempre cerca de Jesús y no hay más alegría y seguridad que sentirnos parte de esta Familia en la que el Señor se nos ha hecho presente.

Ella, que pidió a Dios por nosotros, que por sus ruegos Dios derrame su bendición sobre todos nosotros.


jueves, 30 de mayo de 2024

 


VISITACION  DE LA VIRGEN




Tu casa es tu espacio vital, el lugar donde estás a gusto y en paz, a donde te apetece llegar después de una jornada ajetreada, tu lugar de descanso, donde nadie te molesta. Tu casa es como un templo, un lugar tranquilo, tuyo, íntimo. Pues bien, a tu casa, a ti, llega hoy la Madre De Dios, María. Celebramos la fiesta de la Visitación a su prima Isabel. Celebramos que María quiere entrar en nuestra casa para traernos la Buena Noticia de su Hijo.

Al igual que Isabel, también nosotros podemos quedarnos sorprendidos: “¿quién soy yo para que me viste la Madre de mi Señor?” Pero seríamos, a su vez, muy ingratos si no fuéramos capaces de recibirla en nuestra casa, en nuestra intimidad.

En esta fiesta de la Visitación, recordamos que tenemos una Madre en la fe que nos ayuda a encontrar a Jesús, pues donde está la Madre, ahí está su Hijo. Por ello nos acogemos siempre a su intercesión, siendo nuestro modelo de fe: “haced lo que Él os diga” nos dirá en las bodas de Caná.

Si el cristianismo fuese una ideología, una ideología no necesita a una madre, pero como el cristianismo es el encuentro con la persona de Jesucristo, los cristianos necesitamos a la Madre para encontrarnos con el Hijo.

Ven María a mi casa, visítame con tu amor de madre, ayúdame a seguir a tu hijo para que mi alma también proclame “su grandeza”, en la bella oración del Magníficat que hoy recordamos y “se alegre mi espíritu en Dios mi salvador”.

La coronación de la Virgen es para todos, una oportunidad de renovación de nuestra vida cristiana y un nuevo aliento en esta siempre necesaria y actual aventura de la evangelización. La figura de María es un icono precioso que hace referencia a Cristo. La veneración de la santísima Virgen es un camino seguro que nos lleva a Jesús. Ella, con su ternura de madre nos muestra cual es el centro y el fundamento de nuestra fe, Cristo el Señor. Por eso, quedarse en María es no haber entendido su misión.

  Cristo es el centro de la fe cristiana. El Hijo de Dios hecho hombre en el seno virginal de una mujer nazarena que nos revela el verdadero rostro de Dios y su amor por el hombre. Cristo revela el misterio del hombre al propio hombre, como nos enseña el concilio Vaticano II. El es el hombre nuevo y el modelo de la nueva humanidad.

Esta coronación no tiene otro objetivo que honrar a María y en ella al mismo Cristo. Y no conozco otra forma más hermosa de honrar a la Madre que anunciando al Hijo. Este acontecimiento es y quiere ser un momento evangelizador. Que todos los que lo vean o sepan de él descubran o redescubran que Jesús es el Señor. Es una invitación a amarlo y a seguirlo. También la corona quiere ser un signo que anuncie por la belleza de su hechura y el amor de la que es expresión, la necesidad de una renovada evangelización.

Bajo tu protección nos acogemos,

santa Madre de Dios;   no desoigas las súplicas

que te dirigimos en nuestras necesidades;

ante bien, líbranos de todo peligro,

oh Virgen gloriosa y bendita”.


jueves, 16 de mayo de 2024

 



LLENÁTE DEL ESPÍRITU SANTO

 

 

ORACIÓN INICIAL

Ven, Espíritu Creador, visita las almas de tus fíeles y llena de la divina gracia los corazones, que Tú mismo creaste. Tú eres nuestro Consolador, don de Dios Altísimo, fuente viva, fuego, caridad y espiritual unción. Tú derramas sobre nosotros los siete dones; Tú, el dedo de la mano de Dios; Tú, el prometido del Padre; Tú, que pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra. Enciende con tu luz nuestros sentidos; infunde tu amor en nuestros corazones; y, con tu perpetuo auxilio, fortalece nuestra débil carne, aleja de nosotros al enemigo, danos pronto la paz, sé Tú mismo nuestro guía, y puestos bajo tu dirección, evitaremos todo lo nocivo. Por Ti conozcamos al Padre, y también al Hijo; y que en Ti, Espíritu de entrambos, creamos en todo tiempo., Gloria a Dios Padre, y al Hijo que resucitó, y al Espíritu Consolador, por los siglos infinitos.

Amén.

Padrenuestro que estás en el cielo…

ORACIÓN INICIAL

Ven, Espíritu Santo,

Llena los corazones de tus fieles

y enciende en ellos

el fuego de tu amor.

Envía, Señor, tu Espíritu.

Que renueve la faz de la Tierra.

Oración:

Señor danos la gracia de abrir nuestros corazones a tu Santo Espíritu Santo y a su obrar en nuestras vidas. Purifica nuestras mentes y nuestros corazones, perdona nuestras faltas y ayúdanos a procurar siempre el bien, y dar amor y perdón a todos los que nos rodean.

Amén.

 

 

LECTURA BÍBLICA – JUAN 14, 15-21

Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre con ustedes, el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes lo conocen, porque está con ustedes y permanecerá en ustedes. No los dejaré huérfanos, sino que volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes me verán, porque yo vivo y ustedes también vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre y ustedes están en mí y yo en ustedes. El que guarda mis mandamientos después de recibirlos, ése es el que me ama. El que me ama a mí será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.»

Palabra del Señor…..

Reflexión:

Ustedes conocerán al Espíritu Santo porque está con ustedes y permanecerá en ustedes.

El Espíritu Santo lo reciben los que lo esperan con oración y con ánimo dispuesto y en silencio. El Divino Espíritu nunca tumba las puertas del corazón de nadie. O se le abre espontáneamente o se queda fuera. Espera hasta que lo recibamos con cariño filial. Hay que obrar como lo hicieron los primeros discípulos y como lo hacen tantos cristianos fervorosos en la actualidad: preocuparse por darle una calurosa bienvenida en el alma al Santo Paráclito. Y esto es lo que no hace el mundo, el cual se siente demasiado ocupado en las cosas materiales de esta tierra para dedicarle un breve rato a los mensajes celestiales y eternos. Que no tengamos que repetir nosotros los versos inmortales de Lope de Vega:

Cuántas veces mi ángel me decía: “Alma, asómate ahora a la ventana, Verás con cuánto amor llamar porfía”. Y cuántas, hermosura soberana, “Mañana le abriremos”, respondía. Para lo mismo responder mañana.

Cuando deseemos que se cumpla en nosotros la bella frase de Jesús: “Vosotros conoceréis al Espíritu Santo, porque está con vosotros”. Dediquemos una parte de nuestro ruidoso y apresurado tiempo para esperar su llegada a nuestra alma: empleemos este tiempo en la oración, en el silencio y en la lectura de las Sagradas Escrituras y de un momento a otro oiremos los pasos del Espíritu que llega, o simplemente haremos el descubrimiento que hizo el poeta cuando exclamó:

“¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras, Qué interés se te sigue, Dueño mío, Que a mi puerta, cubierto de rocío, Pasa las noches del invierno oscuras? “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo (Apocalipsis 3,20)

 

 

Reflexiona …

¿Inicias tu día orando a Dios? Si tu respuesta es SÍ, continua haciendo oración con perseverancia. Si tu respuestas es NO, dedica al menos 5 minutos para pedirle a Dios que su Santo Espíritu te guíe y acompañe. Pide lo mismo para tu familia y seres queridos.

¿Procuras dedicar unos minutos de tu día para leer las escrituras y meditar en ellas en silencio? Si tu respuesta es sí, ¿Cuál ha sido tu experiencia al llenarte de la palabra de Dios? , si tu respuesta es no ¿Qué momento del día podrías dedicar para este encuentro con el Señor? ¿En la mañana… antes de dormir?

 

TENDRÉ CADA DÍA algunos momentos de silencio para que el Divino Espíritu pueda hablar a mi alma.

ORAR E INVOCAR: Recuerda hacer oración e invocar al espíritu Santo antes de hacer una lectura de la Biblia y meditación.

ORACIÓN FINAL

¡Oh, Espíritu Santo!, llena de nuevo mi alma con la abundancia de tus dones y frutos. Haz que yo sepa, con el don de Sabiduría, tener este gusto por las cosas de Dios que me haga apartar de las terrenas. Que sepa, con el don del Entendimiento, ver con fe viva la importancia y la belleza de la verdad cristiana. Que, con el don del Consejo, ponga los medios más conducentes para santificarme, perseverar y salvarme. Que el don de Fortaleza me haga vencer todos los obstáculos en la confesión de la fe y en el camino de la salvación. Que sepa con el don de Ciencia, discernir claramente entre el bien y el mal, lo falso de lo verdadero, descubriendo los engaños del demonio, del mundo y del pecado. Que, con el don de Piedad, ame a Dios como Padre, le sirva con fervorosa devoción y sea misericordioso con el prójimo. Finalmente, que, con el don de Temor de Dios, tenga el mayor respeto y veneración por los mandamientos de Dios, cuidando de no ofenderle jamás con el pecado. Lléname, sobre todo, de tu amor divino; que sea el móvil de toda mi vida espiritual; que, lleno de unción, sepa enseñar y hacer entender, al menos con mi ejemplo, la belleza de tu doctrina, la bondad de tus preceptos y la dulzura de tu amor. Por Jesucristo Nuestro Señor.

 

Amén.



sábado, 30 de marzo de 2024






VIGILIA PASCUAL 2024

Felices Pascuas a todos

¡Feliz Pascua de Resurrección! Celebramos la obra suprema del amor de Dios Padre hacia su Hijo Jesús, muerto y resucitado. Las mujeres que estuvieron junto a la cruz, encuentran al día siguiente el sepulcro vacío. “Quieren despedir al muerto y encuentran a Cristo Vivo”. En este día miramos serenamente el rostro del Resucitado. En él “lucharon vida y muerte en singular batalla y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta”. Este misterio y este mensaje son la credencial del discípulo de Cristo en su peregrinar cristiano.

La Resurrección es la respuesta del Padre a la obediencia del Hijo. “A este Jesús Dios lo resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos. Con toda seguridad conozca toda la casa de Israel que al mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías” (Hech 2,32.36). Dios Padre confirmó con la resurrección la vida y la obra de su enviado Jesucristo que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él” (Hech 10,38). Su Espíritu penetra lo oculto de la historia como la levadura en la masa, como la sal en la comida, como la luz en la oscuridad, y nos llama a aspirar a los bienes de arriba, y a dejar la corrupción y mentira para actuar con sinceridad y verdad.

Cristo, “constituido Señor por la resurrección, obra ya por virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, purificando y robusteciendo también aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin”[1]. Su  resurrección revela que podemos amar más allá de la muerte y vivir haciendo el bien. Así lo están haciendo tantos cristianos martirizados. La resurrección es un mensaje de esperanza en una sociedad que busca pretextos para la violencia que siempre degrada la dignidad de la persona y pone al descubierto nuestra fragilidad y la dificultad de construir la paz.

Al Resucitado lo encontramos en la lucha diaria en favor de la vida, en el compromiso con los pobres y en el afecto con quienes comparten generosamente lo que tienen. Él nos precede en las personas ignoradas de nuestros  tiempos porque no son rentables para determinados intereses ideológicos y económicos. El Señor nos envía para ofrecer la alegría pascual del amor fraterno. ¡Manifestemos la nueva vida en nuestros  pensamientos limpios, en nuestras palabras llenas de verdad, en nuestras decisiones honestas! El hombre que ha perdido la esperanza, encuentra en el Señor Resucitado la luz y el vigor para reavivarla, sabiendo que una realidad mejor es posible, fundamentada en al amor a Dios y al prójimo, venciendo la pasividad, la indiferencia y el egoísmo.

¡El sepulcro estaba vacío! Ahora nuestra misión es creer y anunciar el evangelio de la alegría. La contemplación de Cristo resucitado nos ayuda a dar sentido a la vida y a la muerte, y a ver con mirada de fe los acontecimientos. ¡”Que todo el mundo experimente y vea como lo abatido se levanta, lo viejo se renueva y todo vuelve a su dignidad  original por Cristo de quien todo procede”! De esto son testigos muchas personas que cuidan a los más desfavorecidos, curan a los enfermos, se hacen presentes en el mundo del sufrimiento y de la marginación, trabajan por la justicia y anuncian la salvación de Dios. Jesús Resucitado es la piedra angular del nuevo edificio que acoge a una sociedad justa y fraterna. Con su resurrección nos ha revestido del hombre nuevo.

Desde nuestra comunidad parroquial, hago llegar con nuestra oración la felicitación pascual a todas las familias, en especial ancianos e impedidos. También con la alegría que nos da Cristo resucitado, saludo con afecto pastoral  a los jóvenes, especial lo que han asistido a la semana juvenil, a todos los grupos de apostolado, gracias por su apoyo incondicional, y a todos los que en su silencio nOs dieron su ayuda material. ¡Feliz  Pascua de Resurrección del Señor!

 

[1] Gaudium et spes, 35.

 


martes, 26 de marzo de 2024

 



Martes Santo: La traición…..

En este Martes Santo, el evangelio nos ayuda a profundizar en el polo del resentimiento, que ayer apareció insinuado. Este polo está representado por dos personajes conocidos: Judas (Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado) y, en un grado diferente, Simón Pedro (¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces).

Lo que más me impresiona del relato es comprobar que la traición se fragua en el círculo de los íntimos, de aquellos que han tenido acceso al corazón del Maestro. Me he detenido en estas palabras: Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.

Es muy probable que los que os asomáis diariamente o de vez en cuando a esta sección os consideréis seguidores de Jesús. Yo mismo me incluyo en esta categoría, sin saber a ciencia cierta lo que quiero decir cuando afirmo ser uno de los suyos. La Palabra nos va ofreciendo cada día muchas pequeñas luces para ir descubriendo diversos aspectos del seguimiento. Hoy nos confronta con nuestras traiciones.

La palabra “traición” es muy dura. Apenas la usamos en nuestro vocabulario. Hemos buscado eufemismos como debilidad, error, distancia, etc. Pero ninguna de estas palabras tiene la fuerza del término original. Hablar de traición supone hacer referencia a una relación de amor y fidelidad frustrada. Sólo se traiciona lo que se ama. ¿Estaremos nosotros traicionando a Jesús a quien queremos amar?

Lo traicionamos cuando abusamos de promesas que no vienen refrendadas por nuestra vida.

Lo traicionamos cuando, en medio de nuestros intereses, no tenemos tiempo para “perderlo” gratuitamente con él.

Lo traicionamos cuando le hacemos decir cosas que son sólo proyección de nuestros deseos o mezquindades.

Lo traicionamos cuando volvemos la espalda a los “rostros difíciles” en los que él se nos manifiesta.

Lo traicionamos cuando lo convertimos en un objeto más al alcance de nuestros caprichos.

Lo traicionamos cuando damos por supuesta su amistad y no lo buscamos cada día.

Lo traicionamos cuando repetimos mucho su nombre pero no estamos dispuestos a dejarnos transformar por él.

Dejemos que este Martes Santo su mirada nos ayude a descubrir nuestras sombras.


lunes, 18 de marzo de 2024

 

SAN  JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA


 

No hay momento más importante en toda la historia que el de la Encarnación. En Él, encontramos a Cristo como centro, como unión de Dios con todos los hombres. Encontramos también a María como templo purísimo, como Virgen y Madre. Después de ellos, encontramos a san José como depositario de las promesas hechas a los padres del Antiguo Testamento y como protector de los mayores tesoros: Jesús y María. De esta cercanía con el misterio más grande vivido en el tiempo, deriva la importancia del que hizo las veces de padre de Jesús y su proclamación como patrono de la Iglesia universal el 8 de diciembre de 1870.

 Celebramos hoy la Fiesta de San José, esposo de la Virgen María. Y nos acercamos a su persona con veneración, con respeto, casi sin ruido, dispuestos a escuchar el callado rumor de un alma sencilla y que seduce. No es la suya una vida clamorosa. Si nos limitásemos a ver al Santo Patriarca únicamente tras los tenues acontecimientos de la historia, no sabríamos comprender el significado de su paso por la tierra; alguien que no pinta nada en la vida real de su pueblo y su familia. Hay vidas que aturden por el estruendo de sus hechos de un día. Son simple anécdota, emoción fugitiva. Otras en cambio parecen decir muy poco; pero si ahondamos, nos quedamos absortos ante el descubrimiento. Tal es la vida del humilde artesano de Nazaret. En ella, el hervor resuena dentro.

San José es un abismo de interioridad. Su vida respira cielo; vive en la cumbre de todas las elevaciones. No en vano tuvo a Jesús en sus brazos, lo meció cuando pequeño, se oyó llamar padre por la Sabiduría. Fu el hombre elegido, digno de absoluta confianza, en cuyas manos puso Dios su tesoro más preciado: la vida de su Hijo Jesucristo y la integridad de María, la Virgen. Es verdad que cuando se leen los Evangelios, José no aparece nunca en primer plano, pero su presencia silenciosa y eficaz llena la existencia de la Sagrada Familia. Por algo bebió durante una treintena de años en los ojos y en la sonrisa de su Hijo adoptivo el agua transparente que salta hasta la vida eterna.

Hoy, la Liturgia nos presenta a S. José para que nos fijemos en la obra que Dios hizo en Él y en su respuesta. De su figura, me gustaría subrayar tres cosas:

 

La responsabilidad:

 S. José es el hombre fuerte de la responsabilidad. ¿Qué puede requerir mayor respuesta que recibir el encargo de cuidar de Jesús y de María? ¿Y cómo se sentiría él pequeño ante la dimensión extraordinaria del resto de miembros de la Sagrada Familia? Pero el peso de la tarea no lo paralizó; al contrario, él supo ocupar su lugar de cabeza de familia: Organizó el viaje a Belén para empadronarse, puso el nombre a Jesús, huyó a Egipto y volvió de allí. Para Dios, el más importante no es el que manda, sino el que realiza bien su labor dentro de su plan de salvación. A S. José le tocó liderar a la Sagrada Familia, y lo hizo bien, con sencillez, eficacia, valentía y sin buscarse egoístamente. Los que son padres hoy tienen la gran responsabilidad de ser cabeza de familia en un ambiente adverso. Pidamos a san José, para que los padres  actúen con responsabilidad no buscando su  propio beneficio inmediato, sino lo que Dios quiere para vuestra familia, que es siempre lo mejor.

La fe:

 ¿Y dónde se sustentaba esa responsabilidad? En la fe. San José es el que recoge la promesa hecha a los patriarcas del Antiguo Testamento de que su descendencia reinaría para siempre. Cuando descubre la voluntad de Dios, se fía de Él y la pone por obra inmediatamente, sin titubear. Y eso que su tarea no fue nada fácil: piensa en las dificultades que se le presentaron. En todo momento, su mirada estaba puesta en lo alto, atento a lo que Dios quería. ¿Te imaginas cómo miraría san José a Jesús, con qué ternura, con qué amor, con qué complicidad, con qué agradecimiento? ¿Y cómo miraría Jesús a José? Intentemos imitar también esa mirada.

El día a día:

 De san José no conocemos milagros, ni grandes escritos, ni palabra alguna. Su santidad se fraguó en el silencio, en la sombra, en el día a día. Ese día a día del que nosotros a veces queremos huir, pensando: “Ojalá llegue el fin de semana”. Y como no nos llena, pensamos: “Ojalá lleguen las vacaciones”. Y luego: “Ojalá llegue la jubilación”… Y así nos podemos pasar la vida esperando algo que nunca llega. En cada uno de los días de tu vida, tienes a tu lado a Jesús y a María, igual que S. José. Búscalos, que el que los busca, los encuentra.

Santa Teresa fue la moldeadora del prodigio. Ella tomó a San José como abogado, cantó sus excelencias, comenzó bajo su protección sus FUNDACIONES y puso al cobijo de su nombre los primeros conventos.

Aún podemos agregar el ejemplo del Fundador de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, D. Manuel Domingo y Sol, colocando los Seminarios a la sombra de San José y la aparición de la revista de Estudios Josefinos.

Pidamos, finalmente, a S. José por nosotros, por nuestras familias, por los padres. Pidamos también por toda la Iglesia, que necesita mucho de nuestra oración: que san José la proteja del mal, y que todos sus miembros nos dejemos iluminar por Dios y cumplamos siempre su voluntad.


martes, 12 de marzo de 2024

 


¿Cómo vivir la Semana Santa?





Semana Santa es el momento litúrgico más importante del año. Revivimos los momentos decisivos de nuestra redención. La Iglesia nos guía desde el Domingo de Ramos a la Cruz y a la Resurrección sobre cómo vivir la Semana Santa.

Una vez finalizada la Cuaresma, en la Semana Santa conmemoramos la crucifixión, muerte y resurrección del Señor. Toda la historia de la salvación gira en torno a estos días santos. Son días para acompañar a Jesús con oración y penitencia. Todo encaminado a la Pascua donde Cristo con su resurrección nos confirma que ha vencido a la muerte y que su corazón anhela gozar del hombre por toda la eternidad. Repasamos en este artículo cómo vivir la Semana Santa.

Para vivir bien la Semana Santa tenemos que poner a Dios en el centro de nuestra vida, acompañándole en cada una de las celebraciones propias de este tiempo litúrgico que comienza con el Domingo de Ramos y termina con el Domingo de Pascua.

El Domingo de Ramos

Este umbral de la Semana Santa, tan próximo ya el momento en el que se consumó sobre el Calvario la Redención de la humanidad entera, me parece un tiempo particularmente apropiado para que tú y yo consideremos por qué caminos nos ha salvado Jesús Señor Nuestro; para que contemplemos ese amor suyo.

El Domingo de Ramos recordamos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén en la que todo el pueblo lo alaba como rey con cantos y palmas. Los ramos nos hacen recordar la alianza entre Dios y su pueblo, confirmada en Cristo.

En la liturgia de este día leemos estas palabras de profunda alegría: "los hijos de los hebreos, llevando ramos de olivo salieron al encuentro del Señor, clamando y diciendo: Gloria en las alturas".

 

TRIDUO PASCUAL

El jueves Santo

Nuestro Señor Jesucristo, como si aún no fueran suficientes todas las otras pruebas de su misericordia, instituye la Eucaristía para que podamos tenerle siempre cerca.

El Triduo Pascual comienza con la Santa Misa de la Cena del Señor. El hilo conductor de toda la celebración es el Misterio pascual de Cristo. La cena en la que Jesús, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el testamento de su amor e instituyó la Eucaristía y el sacerdocio. Al terminar, Jesús se fue a orar al Huerto de los Olivos donde después fue prendido.

Por la mañana, los obispos se reúnen con los sacerdotes de sus diócesis y bendicen los santos óleos. El clero hace la renovación de sus promesas sacerdotales.El lavatorio de los pies tiene lugar durante la Misa de Cena del Señor.

El viernes Santo

Al admirar y al amar de veras la Humanidad Santísima de Jesús, descubriremos una a una sus llagas. Necesitaremos meternos dentro de cada una de aquellas santísimas heridas: para purificarnos, para gozarnos con esa sangre redentora, para fortalecernos.

El viernes Santo llegamos al momento culminante del Amor, un Amor que quiere abrazar a todos, sin excluir a nadie, con una entrega absoluta. Ese día acompañamos a Cristo recordando la Pasión: desde la agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos hasta la flagelación, la coronación de espinas y la muerte en la Cruz. Lo conmemoramos con un Vía Crucis solemne y con la ceremonia de la Adoración de la Cruz.

La liturgia nos enseña cómo vivir la Semana Santa el Viernes Santo. Comienza con la postración de los sacerdotes, en lugar del acostumbrado beso inicial. Es un gesto de especial veneración al altar, que se halla desnudo, exento de todo, evocando al Crucificado en la hora de la Pasión. Rompe el silencio una tierna oración en la que el sacerdote apela a la misericordia de Dios.

El Sábado Santo y la Vigilia Pascual

Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha rescatado.

¿Cómo vivir la Semana Santa el Sábado Santo? Es un día de silencio en la Iglesia: Cristo yace en el sepulcro y la Iglesia medita, admirada, lo que ha hecho por nosotros el Señor. Sin embargo, no es una jornada triste. El Señor ha vencido al demonio y al pecado, y dentro de pocas horas vencerá también a la muerte con su gloriosa Resurrección. “Dentro de un poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver” Jn 16, 16. Así decía el Señor a los Apóstoles en la víspera de su Pasión. Este día, el amor no duda, como María, guarda silencio y espera. El amor espera confiado en la palabra del Señor hasta que Cristo resucite resplandeciente el día de Pascua.

La celebración de la Vigilia Pascual en la noche del Sábado Santo es la más importante de todas las celebraciones de la Semana Santa, porque conmemora la Resurrección de Jesucristo. El paso de las tinieblas a la luz se expresa con diferentes elementos: el fuego, el cirio, el agua, el incienso, la música y las campanas.

La luz del cirio es signo de Cristo, luz del mundo, que irradia y lo inunda todo. El fuego es el Espíritu Santo, encendido por Cristo en los corazones de los fieles. El agua significa el paso hacia la vida nueva en Cristo, fuente de vida. El aleluya pascual es el himno de la peregrinación hacia la Jerusalén del cielo. El pan y del vino de la Eucaristía son prenda del banquete celestial.

Mientras participamos en la Vigilia pascual reconocemos que el tiempo es un tiempo nuevo, abierto al hoy definitivo de Cristo glorioso. Este es el día nuevo que ha inaugurado el Señor, el día “que no conoce ocaso” (Misal Romano, Vigilia Pascual, Pregón Pascual).

Domingo de Resurrección

El tiempo pascual es tiempo de alegría, de una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se asienta en todo momento en el corazón del cristiano. Porque Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos.

Este es el día más importante y más alegre para los católicos, Jesús ha vencido a la muerte y nos ha dado la Vida. Cristo nos da la oportunidad de salvarnos, de entrar al Cielo y vivir en compañía de Dios.

¿Cómo vivir la Semana Santa?

Pidamos a Dios que esta semana que está a punto de comenzar nos llene de esperanzas renovadas y fe inquebrantable. Que nos transforme en mensajeros de Dios para proclamar un año más que Cristo, el Divino Redentor, se entrega por su pueblo en una cruz por amor.

 

Cómo vivir la Semana Santa según el papa Francisco

«Vivir la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de la Cruz, que no es en primer lugar la del dolor y la muerte, sino la del amor y la de la entrega de sí mismo que da vida. Es entrar en la lógica del Evangelio».

 

Papa Francisco, 27 de marzo de 2013.