lunes, 18 de marzo de 2024

 

SAN  JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA


 

No hay momento más importante en toda la historia que el de la Encarnación. En Él, encontramos a Cristo como centro, como unión de Dios con todos los hombres. Encontramos también a María como templo purísimo, como Virgen y Madre. Después de ellos, encontramos a san José como depositario de las promesas hechas a los padres del Antiguo Testamento y como protector de los mayores tesoros: Jesús y María. De esta cercanía con el misterio más grande vivido en el tiempo, deriva la importancia del que hizo las veces de padre de Jesús y su proclamación como patrono de la Iglesia universal el 8 de diciembre de 1870.

 Celebramos hoy la Fiesta de San José, esposo de la Virgen María. Y nos acercamos a su persona con veneración, con respeto, casi sin ruido, dispuestos a escuchar el callado rumor de un alma sencilla y que seduce. No es la suya una vida clamorosa. Si nos limitásemos a ver al Santo Patriarca únicamente tras los tenues acontecimientos de la historia, no sabríamos comprender el significado de su paso por la tierra; alguien que no pinta nada en la vida real de su pueblo y su familia. Hay vidas que aturden por el estruendo de sus hechos de un día. Son simple anécdota, emoción fugitiva. Otras en cambio parecen decir muy poco; pero si ahondamos, nos quedamos absortos ante el descubrimiento. Tal es la vida del humilde artesano de Nazaret. En ella, el hervor resuena dentro.

San José es un abismo de interioridad. Su vida respira cielo; vive en la cumbre de todas las elevaciones. No en vano tuvo a Jesús en sus brazos, lo meció cuando pequeño, se oyó llamar padre por la Sabiduría. Fu el hombre elegido, digno de absoluta confianza, en cuyas manos puso Dios su tesoro más preciado: la vida de su Hijo Jesucristo y la integridad de María, la Virgen. Es verdad que cuando se leen los Evangelios, José no aparece nunca en primer plano, pero su presencia silenciosa y eficaz llena la existencia de la Sagrada Familia. Por algo bebió durante una treintena de años en los ojos y en la sonrisa de su Hijo adoptivo el agua transparente que salta hasta la vida eterna.

Hoy, la Liturgia nos presenta a S. José para que nos fijemos en la obra que Dios hizo en Él y en su respuesta. De su figura, me gustaría subrayar tres cosas:

 

La responsabilidad:

 S. José es el hombre fuerte de la responsabilidad. ¿Qué puede requerir mayor respuesta que recibir el encargo de cuidar de Jesús y de María? ¿Y cómo se sentiría él pequeño ante la dimensión extraordinaria del resto de miembros de la Sagrada Familia? Pero el peso de la tarea no lo paralizó; al contrario, él supo ocupar su lugar de cabeza de familia: Organizó el viaje a Belén para empadronarse, puso el nombre a Jesús, huyó a Egipto y volvió de allí. Para Dios, el más importante no es el que manda, sino el que realiza bien su labor dentro de su plan de salvación. A S. José le tocó liderar a la Sagrada Familia, y lo hizo bien, con sencillez, eficacia, valentía y sin buscarse egoístamente. Los que son padres hoy tienen la gran responsabilidad de ser cabeza de familia en un ambiente adverso. Pidamos a san José, para que los padres  actúen con responsabilidad no buscando su  propio beneficio inmediato, sino lo que Dios quiere para vuestra familia, que es siempre lo mejor.

La fe:

 ¿Y dónde se sustentaba esa responsabilidad? En la fe. San José es el que recoge la promesa hecha a los patriarcas del Antiguo Testamento de que su descendencia reinaría para siempre. Cuando descubre la voluntad de Dios, se fía de Él y la pone por obra inmediatamente, sin titubear. Y eso que su tarea no fue nada fácil: piensa en las dificultades que se le presentaron. En todo momento, su mirada estaba puesta en lo alto, atento a lo que Dios quería. ¿Te imaginas cómo miraría san José a Jesús, con qué ternura, con qué amor, con qué complicidad, con qué agradecimiento? ¿Y cómo miraría Jesús a José? Intentemos imitar también esa mirada.

El día a día:

 De san José no conocemos milagros, ni grandes escritos, ni palabra alguna. Su santidad se fraguó en el silencio, en la sombra, en el día a día. Ese día a día del que nosotros a veces queremos huir, pensando: “Ojalá llegue el fin de semana”. Y como no nos llena, pensamos: “Ojalá lleguen las vacaciones”. Y luego: “Ojalá llegue la jubilación”… Y así nos podemos pasar la vida esperando algo que nunca llega. En cada uno de los días de tu vida, tienes a tu lado a Jesús y a María, igual que S. José. Búscalos, que el que los busca, los encuentra.

Santa Teresa fue la moldeadora del prodigio. Ella tomó a San José como abogado, cantó sus excelencias, comenzó bajo su protección sus FUNDACIONES y puso al cobijo de su nombre los primeros conventos.

Aún podemos agregar el ejemplo del Fundador de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, D. Manuel Domingo y Sol, colocando los Seminarios a la sombra de San José y la aparición de la revista de Estudios Josefinos.

Pidamos, finalmente, a S. José por nosotros, por nuestras familias, por los padres. Pidamos también por toda la Iglesia, que necesita mucho de nuestra oración: que san José la proteja del mal, y que todos sus miembros nos dejemos iluminar por Dios y cumplamos siempre su voluntad.


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