jueves, 31 de marzo de 2011

Luz y Tinieblas: Humildad y Orgullo




LUZ Y TINIEBLAS: HUMILDAD Y ORGULLO

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda




                
                La curación del ciego nos revela a Cristo: Luz del mundo. Ante Él todos somos ciegos de nacimiento. Solo Él es la luz; sólo Él la da porque es enviado del Padre. Él nos ha dejado el sacramento de la iluminación, el Bautismo. Cuando Cristo le dice al ciego: “Ve, lávate en la piscina de Siloé” le está diciendo: anda al agua y encontrarás la luz. Allí, en la piscina, en el agua del Enviado, se le abrieron al ciego los ojos. El Señor le abrió los ojos y quedó:  lavado, purificado, curado de su ceguera; convertido en otro hombre. Antes, sus ojos eran para la oscuridad; ahora sus ojos son para la luz. Las aguas del Bautismo son como las de la Piscina del Enviado. También ellas lavan y purifican.
            Cristo realizó el milagro. Curó al ciego. Venció la ceguera corporal de un hombre. Ese hombre era sencillo y tenía fe. Al final le contestará a Jesús: “Creo, Señor”. Y se postrará ante Él. La luz de la fe llegó también al alma del que había sido ciego. Hubo una ceguera espiritual que Jesús no pudo curar. La de los fariseos. Los orgullosos quedaron ciegos. Aunque delante de ellos se habían realizado el milagro. La “luz” de los orgullosos eran tinieblas. El ciego, hombre sencillo, estaba en cuenta de su indigencia. Se sentía necesitado y dependiente. Confió en Jesús. No sólo recobró la vista, sino que quedó convertido en un hombre completo y liberado. Ya no necesitaría de lazarillos. Por Jesús, el ciego del Evangelio, se ha convertido en un hombre que puede andar solo.




            Estamos muy acostumbrados a considerar a Dios como el guardián del orden establecido y, en consecuencia, controvertir las leyes es un pecado que merece el juicio-castigo de Dios. Eso nos lleva a sentir miedo de Dios. Tenemos la tendencia a ver a Dios como guardián y como juez. Sin embargo,  Él es Amor y es Padre. Jesús lo presenta así. De una manera distinta. Y en esa nueva relación del hombre con Dios ayuda al hombre a vivir mejor porque  le enseña a ser persona. El sábado y la ley pueden ser muy importantes. El hombre lo es más. Dios se preocupa más por el hombre que la ley. Y aquel ciego, curado por Cristo, amenazado de excomunión y de castigos, señalado como hereje, apóstata y blasfemo, experimenta por la acción de Jesús la presencia del amor de Dios. Es a ese Jesús a quien hay que pedir luz para alejarse de las tinieblas sin hacer caso de los escrúpulos de los fariseos.
            Escuchar y convertirse. Estas son, en definitiva, las condiciones a que conduce la necesidad de Dios en nosotros. Los humildes tienen el privilegio de poder escuchar. Su atención se dirige a Dios. Escuchar a Dios es la condición primera para lograr la conversión. El soberbio, por el contrario, está incapacitado para escuchar y convertirse al deseo de Dios. Ante el llamado de Dios, interpone su sentido de seguridad y sobre todo el orgullo.                 

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