jueves, 10 de marzo de 2011

LA CUARESMA: UNA OCASIÓN PARA EL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda





            Amar es también perdonar: Quien dice que Ama a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso; eso nos lo recuerda el Apóstol San Juan en las páginas  del Evangelio. Sencillamente podemos decir que quien es capaz de Amar es  capaz también de perdonar.
            San Juan nos define a Dios como Amor y por tanto toda acción de Dios se traduce en Amor y perdón.
            Si nos remitimos a las páginas del Génesis constatamos que el hombre ha sido creado desde el Amor de Dios y para reflejar ese Amor. El gesto más claro del Amor de Dios al hombre está en la complacencia que el  mismo  Dios expresa al crear al hombre. Es más, el Dios bueno de Amor piensa en el desarrollo integral, social del hombre y comenta al verle creado: “No es bueno que el hombre esté solo…” ( Ge. 2,18). Desde el principio vemos que el hombre está creado por Dios para la convivencia y el compartir, es decir, para la comunión de bienes y talentos. Dios destierra desde el acto creador la soledad y el encierro del hombre en sí mismo.
            Lamentablemente si pasamos una mirada en nuestra condición de hombres, podemos decir que existen algunas actitudes que parecen afirmar que el hombre creado desde el Amor de Dios, como que no es capaz de Amar  por la incidencia que el pecado deja en la vivencia de la fraternidad.

El perdón una acción real de Cristo y un imperativo en la vida del cristiano:
            Si fijamos nuestra mente y meditamos los distintos pasajes de la sagrada escritura, específicamente los del Nuevo Testamento en los cuales Cristo expresa el perdón a los pecadores, no nos queda otra cosa que reafirmar que el perdón en la acción evangelizadora de Cristo es una realidad vivida en la práctica  y expresada desde el Amor del Padre. En todos los  pasajes del Evangelio,  comprobamos que él no se desentiende del que pide el perdón, sino que se implica y aplica la misericordia del Padre. No he venido a salvar al justo, sino al pecador para que se arrepienta y  viva.
            El perdón como realidad de la acción de Cristo, se desprende de  la acción misericordiosa del Padre. La acción de Cristo encarna y refleja esa expresión que se pronuncia en la oración del Padrenuestro: Perdónanos nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
            El mérito de nuestro perdón a los hermanos no es sólo un alivio psicológico ante el conflicto humano, sino que cada vez que practicamos el perdón sumamos a nuestra santificación personal. Bien lo ha dicho el Señor: Porque si somos capaces de perdonar a los demás sus culpas, también nuestro Padre del cielo nos perdonará. Por tanto el hombre es objeto y sujeto del Amor y el Perdón de Dios. De una forma consciente e inteligente, así nos lo recuerda el Concilio Vaticano II : “El hombre es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma; es más, el hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí misma y a los demás”. (G.S. 24).   Esta afirmación del Concilio V. II nos reafirma que el cristianismo tiene su fundamentación en el Amor a Dios y al prójimo.
            La verdad más profunda de nuestra condición de cristianos la podemos sintetizar en que lleguemos por Amor a Dios; con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón, con todo nuestro ser, con toda nuestra vida…. Y al prójimo como a nosotros mismos. El Amor que profesamos a Dios es un Amor compartido y colectivo. No un amor exclusivo y excluyente.



            Experimentar el Amor-perdón de Dios es un  Amor verdadero,  el cual nos hace más humanos, más sensibles a la necesidad y a la miseria humana. El reflejo del Amor de Dios es el que nos identifica como cristiano y nos eleva a la dignidad de hijos de Dios. Amar como Dios nos Ama, no es para nosotros una alternativa en nuestra vivencia cristiana, sino un imperativo de lo constituyente de nuestra realidad como cristiano. No Amo por que simplemente quiero, sino que Amo porque Dios nos ha amado primero.   Y llegar amar hasta los que me hacen el mal.
            En la vivencia de la sociedad y el mundo actual, nos  demuestra una realidad: La sociedad y el mundo se hace cada vez más un espacio donde escasea el Amor y la posibilidad del perdón a los hermanos.  El hombre actual, el posmoderno como nosotros sólo quiere un amor de conveniencia y complacencia, al igual que un perdón psicológico y de trueque ante el que le pueda convenir. Mientras el hombre no cambie su modo de amar por auténtico Amor y Perdón del Dios Misericordioso, seguirá en el engaño, la frustración y la ambigüedad  conductual que le conduce al vacío  existencial, la frustración personal y comunitaria  así como a la mera búsqueda de sí mismo y lejanía del Dios único y verdadero. Sin declararnos existencialistas y ateos, los hombres de hoy con nuestras actitudes ante los demás como que reafirmamos que el Amor ha muerto, le hacemos publicidad a Federico Nietzsche; es más, en nuestros ambientes encarnamos, declaramos que el Amor ha muerto. Dando una mirada rápida a la vida de la sociedad, somos indolentes ante la miseria humana, en la familias el no perdonarse, los errores humanos han causado la división eterna de familias enteras, el odio entre los hermanos ha conducido a un sin fin de huérfanos ambulantes en nuestras calles; en fin, debemos volver a las fuentes del Amor del padre para cumplir con el mandamiento de la recreación de nuestra sociedad.
            Al estar ausente el Amor, lo que abunda es la violencia, la ira y el odio desenfrenado en todas las formas de expresión. Es más, me atrevo a decir que nos hemos disfrazado de corderos con pieles de lobo, en algunas oportunidades simulamos de un modo perfecto nuestra intención desviada y destructora. Y mientras persistan estás actitudes entre nosotros los cristianos, cómo nos van a creer acerca del Amor de Dios, sino sólo  somos una caricatura de su amor.



            Cuando nos introducimos en la terapia cristiana del Amor, existe una condición esencial en su proceso: Olvidar la ofensa , la injuria, la violencia… Es más llegar a la propiciación kenótica ( de abajamiento) de nuestros temperamentos y falsas excusas a la luz de la Pasión de Cristo, como norte orientador del Amor pleno.
            El perdón máxima expresión del Amor:
            Ante el predominio humano del odio y la venganza, el don o regalo del perdón necesariamente hay que suplicarlo a Dios, no vale decir que hemos disculpado al hermano, si aún en nuestro corazón quedan los resquemores humanos de la ofensa. Bien claro nos lo recuerda el Señor: “Si al presentar tu ofrenda ves que estas peleado con tu hermano, deja allí tu ofrenda y ve a reconciliarte primero con él, no sea que te entregue al alguacil y el alguacil al juez y te vez en problemas”.. Dios no quiere un culto vacío, lejano a la incidencia plena de lo humano. Dios quiere que le amemos en espíritu y verdad.
            Es por tanto que el perdón posibilita nuestras vidas, más aún, contiene una fuerza generadora y creadora; cada vez que perdono experimento el perdón mismo de Dios. El perdón me da vida y posibilita la paz. En todo lo largo de nuestra vida deberíamos tener como jaculatoria existencial: “Señor, hazme capaz de perdonar, y devuélveme tu alegría y la paz”.
            
El perdón es una fuerza creadora y generosa:
            En la práctica del perdón y la reconciliación nuestra naturaleza humana se ve recreada, al perdonar y reconciliarnos se nos devuelve la vida y la paz.  El ser criaturas nuevas es revestirnos de la nueva condición de hijos de Dios, con la dignidad de hijos auténticos reconocidos ante el Padre.
            El perdonarnos unos a otros debería ser el ideal de la existencia humana. O sea,  lo peculiar del cristiano auténtico debería moverse por el trinomio fundamental de Amor- Perdón- Reconciliación.
            Teniendo a Cristo como expresión del perdón humano y divino, vemos en Él encarnado el Perdón más grande ante el mayor mal existente. ¿Será que no somos capaces de perdonar porque hemos  perdido el norte  orientador de Cristo como fuente del perdón y la reconciliación? Además, me atrevo a decir que si no somos capaces de dar una vuelta completa a nuestra vida al ser de Cristo nunca vamos a experimentar el auténtico sabor humano y espiritual del perdón y la reconciliación… ¿ Será más grande el dolor que nos causa la ofuscación con el hermano, que el Amor y el perdón de Dios? No nos queda otra cosa que decir que perdono porque simplemente soy cristiano. Y llamarse cristiano es ser otro Cristo, nos dice Tertuliano.
            Siendo estrictos en el cumplimiento del evangelio, el perdón y la reconciliación son para siempre en la vida del cristiano:  ¿Señor cuántas veces tengo que perdonar?: setenta veces siete, es decir, para siempre y punto. ( Mt.18,21-22). La respuesta del Señor no es ambigua, opcional o electiva, es radical…  para siempre.  Su respuesta es una invitación a dejar siempre la puerta abierta para los demás: la puerta del perdón en nuestro corazón a la miseria humana y confusión de los demás.

El perdón y la reconciliación: Acción viva y expresa en la Iglesia y la vida sacramental:
            La eucaristía es una catequesis práctica de la acción vivida desde el perdón. Traigamos a la memoria aquella cena del Amor, en la que el Señor pese a su dolor, y hasta confusión de lo humano, coloca por encima el don del perdón; instituye el sacramento del Amor y la Eucaristía como prenda perpetua del Amor. Quien ante la angustia de la afronta humana, es capaz de regalar…. Sólo Cristo. Y la Eucaristía fue eso un regalo de Amor y de perdón ante la injuria, la soledad y el olvido de lo humano.
            En dos palabras podemos decir que la Eucaristía es Dios con los hombres y los hombres con Dios.
            En la acción de la Iglesia, así como lo ha definido el Concilio Vaticano II, la Iglesia  como sacramento de salvación, y en ella la celebración de la Eucaristía no es una comida de puros, sino de los necesitados de purificación.  En la participación de cada Eucaristía experimentamos la necesidad de Dios, porque  sólo Él puede purificarnos. Sencillamente necesitamos el perdón y la reconciliación que dimanan de la Eucaristía para crecer en Santidad.
            La súplica del perdón en la Eucaristía:
            En el ordinario de la Misa existen distintas fórmulas de saludo del sacerdote al pueblo al iniciar la Eucaristía, entre ellos existe uno que reza así: “La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor esté con todos ustedes”.  Este saludo expresa la paz y la gracia, como expresión del perdón y la reconciliación, que en acto seguido se nos dará rito penitencial.
            De igual modo en el acto penitencial, invocamos el perdón divino reconociendo nuestros pecados…vemos como el banquete Eucarístico no es un banquete de puros… sino de necesitados de purificación. Ese acto de reconciliación es un acto de reflexión interior, que nos lanza a rehacernos desde el Amor de Dios.
            En medio de la celebración eucarística, ya casi antes de acercarnos a la comunión sacramental, tenemos un acto de humildad y penitencia: “ Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Es el último gesto de reconciliación y necesidad de Dios que hacemos antes de acercarnos. Es más aún, el sacerdote celebrante después de la aclamación del Cordero de Dios y antes de la elevación y presentación del pan consagrado al pueblo, tiene una oración secreta que expresa el gesto humilde y necesitado de la asistencia de Dios, dicha oración reza así: “Señor Jesucristo, la comunión de tu cuerpo y de tu sangre no sea para mí motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para la defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable”. Son palabras que expresan su necesidad de Dios, y humildad ante la fuente de la reconciliación y perdón perfecto.

            La Eucaristía aparece como  una catequesis continua sobre el perdón y al mismo tiempo una invitación a entrar en el misterio del Amor y Perdón en la vida diaria. El reto de crecimiento espiritual y expresión humana del perdón y la reconciliación lo tenemos en la expresión final de la Misa, podemos ir en paz, lo cual quiere decir: seamos portadores del Amor que en la Eucaristía Sacramental hemos vivido.



No hay comentarios:

Publicar un comentario