sábado, 12 de marzo de 2011



LA TENTACIÓN, UN OBSTÁCULO A VENCER

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda



            La catequesis del Evangelio nos narra las tentaciones del demonio a la persona de Cristo. Al Adán desobediente, el evangelista, contrapone el Nuevo Adán. Siervo obediente, que ha derrotado al pecado venciendo “las tentaciones mesiánicas”. El Siervo que ha revivido personalmente las tentaciones (Dt 8,2) del pueblo judío en el desierto. Son también las tentaciones típicas de los creyentes y de la misma Iglesia. Las tentaciones que se convierten en pecado si no se superan. La penitencia y conversión a la que nos llama el tiempo cuaresmal se viven en el contexto del vencimiento de las tentaciones.

            Tentación de los alimentos. “Haz que estas piedras se conviertan en panes”. Cristo Hijo de Dios, podía hacerlo. ¿Por qué no hacer uso de sus poderes para satisfacer sus necesidades físicas más urgentes? Cristo le dio a Satanás la razón. La dio para que la oyéramos nosotros. “No solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Cristo tenía poder. No cayó en la trampa. “Mientras el hombre amplía extraordinariamente su poder, no siempre consigue someterlo a su servicio” (GS 4). El hombre de hoy, y el creyente de hoy, padece de la misma tentación. El poder del dinero, de la ciencia y de la técnica nos habla de convertir las piedras en vida. Ahí está la tentación. Para vencerla es necesaria la actitud de Cristo. “No sólo de pan vive el hombre”. Es necesario aceptar la condición humana. Ser hombre es considerarse creatura que conoce su dependencia del Creador. No caer en esta tentación es dejar de darle al Reino de Dios un sentido inmediato y utilitario. Es percibir y adorar la presencia de Dios en el dolor, en la pobreza, en el fracaso, en la cruz.

            Tentación de los signos. “Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo…” Otra vez pidiendo el milagro, la señal. En la exhibición se fundamenta la credibilidad. La fe se apoya en milagrismos. Se pretende dar sentido al Evangelio racionalizado para que se acomode a los gustos del mundo. Y no es así. No puede ser así. “Los judíos piden milagros y los griegos sabiduría, nosotros, empero, predicamos a Jesucristo Crucificado”. Es necesario pasar por el dolor y la humillación, sin forzar la intervención divina. Es una tentación de nuestro mundo creerse conductor absoluto de su propia historia. No ha podido salir del error y de las paradojas. Solo al final “veréis al Hijo del hombre venir sobre las nubes”.

            Tentación del poder.  “Te daré todo esto si postrándote me adoras”. Están comprando al hombre. Cuántas veces hemos escuchado que el hombre tiene su precio. Es, la última prueba. La del éxito visible que da el poder del dinero y de la fama. Ningún reino de este mundo está libre de la mentira y la falacia. Es aquí abajo donde se dan toda serie de idolatrías. Es en el corazón del hombre donde se da la autosuficiencia. Corazones que no oran. Que marginan a Dios. Corazones desacralizados que desacralizan el mundo. Corazones que con dureza y actitud critican a la Iglesia de tradicional y a la vez lanzan al vuelo la auto-propaganda de los métodos propios como soluciones revolucionarias y salvadoras. Está presente el tentador, el diablo, para envolvernos en las sutiles redes del orgullo, la ambición, el egoísmo. Si la riqueza y el orgullo no son el camino, lo encontramos en la pobreza y en la mortificación, en la humildad y la obediencia, en la fe y la esperanza. “La figura de este mundo pasa”. Solo podemos asegurar nuestra constancia en los momentos difíciles, si tomamos “el partido de los pobres”, porque Cristo siendo rico se hizo pobre.



            Estamos en el desierto de la vida y las tentaciones. Nuestro alimento debe ser el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía. Es el Pan de Vida bajado del cielo. “Procuraos no el alimento que pasa, sino el que dura para la vida eterna, el que os da el Hijo del Hombre, a quien Dios Padre acreditó con su sello” (Jn. 6,27) En cada misa encontramos el aliciente infalible para construir la comunidad de vida, de esperanza y amor, capaz de engendrar un hálito de esperanza hasta en los hombres más abandonados. Así comenzaremos aquí a construir el Reino de Dios”


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