jueves, 17 de marzo de 2011

LA MIRADA DE DIOS, ESPERANZA DEL HOMBRE




LA MIRADA DE DIOS, ESPERANZA DEL HOMBRE
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda




            La cuaresma, en todo su tiempo, nos invita al examen de nuestras expectativas y las frustraciones que necesariamente conllevan. Expectativas, esperanzas a corto y a largo plazo.
Las expectativas a largo plazo están emparentadas con la esperanza: La que no defrauda ni se ve frustrada; la que se apoya en la fe y cuyo fundamento último es la Promesa de Dios que quiere lo mejor para su Pueblo. El fracaso de nuestras expectativas a corto plazo pone a prueba la Esperanza del cristiano, pero no la destruye, la fortalece. Quiere esto decir que el camino del cristiano en esta vida no es ni más ni menos fácil que el de cualquier hombre sensato; en él se cruzan penas, alegrías, logros, desencanto, Cruz y Gloria.
            Cruz y gloria: optimismo y pesimismo, desaliento y ánimo, en nuestro camino de fe. Somos creyentes que vivimos conscientemente nuestra fe, con normales altibajos. Es la condición humana. Somos creyentes que quizás cumplimos fielmente nuestras obligaciones, pero a los que la fe no enciende el entusiasmo en la vida. Debemos acercarnos a Dios y pedirle que deje sentir su presencia, como a los Apóstoles en el tabor, para que podamos decir como ellos: ¡qué bien se está aquí!
            Acercarnos a Dios: Dejar que Él llegue a nuestra vida. Que se dé esa cita del Cielo con la tierra y podamos experimentarla desde la misma penumbra de la fe. Que su luz nos permita descubrir el enigma que somos para nosotros mismos. Enigma del hombre que, al contemplar su origen, se pierde en la bruma de la inconsciencia. Enigma del hombre que, al cribar el presente, ve que éste no es más que una encrucijada de tendencias dispares, la más de las veces opuestas, contradictorias. Enigma del hombre que, al tratar de descubrir el porvenir, no encuentra seguridad alguna sobre cómo y dónde descansarán sus huesos o reposarán sus inquietudes.
            Hoy nos hace falta interioridad, hondura e intimidad en las cosas de Espíritu. Todo nos llama hacia fuera, a la evasión y la compensación. San Agustín, como maestro del espíritu, nos dice: “No quieres estar fuera, vuélvete a ti mismo, porque en lo interior del hombre vive la verdad; y si encuentras que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo”.   Necesitamos la luz para alumbrar nuestro interior, nuestra más recóndita morada de maravillas insospechadas, más grandiosas que las de la naturaleza. Necesitamos llegar al fondo de nuestra alma. En ese fondo hallaremos la verdad, sobre todo, la primera y esencial verdad: Dios que mora en nosotros como en “un castillo todo de diamante o de muy claro cristal” (Santa Teresa de Ávila). Esta debe ser nuestra lucha.

            La Gracia entronca al hombre con Dios que, con toda la irradiación de su vida trinitaria, le hace oír su voz; le entrega la palabra viva en su Hijo Jesucristo, quien es para nosotros sencillamente la Palabra de Dios.
En este tiempo de cuaresma, la Iglesia nos invita a asumir los sufrimientos, en la oración, en la penitencia y la caridad, para una transformación personal y comunitaria en Cristo, la cual es ya pregustación de la gloria de los hijos de Dios.
            Estamos necesitados de Cristo, dejémonos mirar interiormente por Él. Experimentar su mirada nos ayudará a exigirnos, a nosotros mismos no a los demás, el desarrollo de las cualidades necesarias para ser agradables a los ojos de Dios.
            

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