miércoles, 16 de febrero de 2011



¿La abnegación cristiana, para qué?

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda



            Cristo ha venido a establecer un tipo nuevo de relaciones humanas. Quiere llevarlo a cabo renovando al hombre. El Reino de Dios significa todo  eso. Y el Reino de Dios exige un cambio de nuestros esquemas mentales, un cambio de nuestro comportamiento. Para ello se necesitan ganas. Hay que tener coraje, valor, capacidad de riesgo. Hay que saber decidirse. Hay que estar dispuesto a vender la vida. Seguir al Maestro exige todo lo anteriormente expuesto.

Ser discípulo  reclama una radical transformación. Las condiciones son tan fuertes y difíciles que no pueden tomarse a la ligera. Ser discípulo de Jesús es algo muy serio. Lo primordial: despegarse de todo; sí, despegarse de todo. Y él que no pueda hacerlo no puede ser discípulo del Señor. No se puede servir a dos señores; esto hay que subrayarlo. Cristo lo dice en serio: “no se puede servir a dos señores” (Cf Mt 6,24; Lc 16,13).

El despego es necesario para ser incondicional a la llamada de Cristo. Cristo no quiere discípulos a medio tiempo. O se es o no se es. Nada de medias tintas. Nada de componendas. Servir a otros señores es un obstáculo para servir a Cristo. Esta doctrina la exige Jesús con gran dureza  por la importancia capital que tiene.

            Cristo: el amor primero. Cristo emplea el término “odiar”, “posponer”; el primero, no hay que entenderlo en su sentido literal; es más bien un juicio de valor. Cristo no anula el amor fraterno. Lo que sí exige para sí, es un amor absoluto que haga pasar a primer plano todo lo que a Él se refiere, dejando a las demás personas o cosas en un segundo plano. Todo amor terreno queda subordinado al amor a Jesús. Por muy legítimo que sea incluso lo que más se ama, la propia vida, debe pasar a un segundo término: Seguir a Jesús, tomar su cruz. A veces lo hemos tomado como simples adagios que, de tanto repetirse, han perdido fuerza y sentido. Sin embargo, son dos maneras enérgicas de expresar  la misma exigencia del don absoluto de sí, incluido el de la vida.

            Cuidado, no hay que seguir a cualquiera; hay que seguir a Cristo. No se trata de tomar cualquier cruz; se trata de “la cruz de Cristo”. No podemos seguir a Cristo a la ligera. La vida cristiana no es “romántica” ni simple “evasión”. No es una filosofía; es una realidad para vivir; es una actitud de toda la vida. ¡Y exige tomar la cruz del Señor!


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