martes, 27 de diciembre de 2022

 






En el día de los Santos Inocentes el Papa invita a acoger en Jesús el amor de Dios

El tweet del Papa toma inspiración en su Mensaje Navideño 2017, en el que hacía un repaso de cada rincón del mundo donde sufren los niños

 

En el día en que la Iglesia recuerda a los Santos Inocentes, el Papa Francisco lanza una invitación en su cuenta de twitter: «Acojamos en el Niño Jesús el amor de Dios y esforcémonos para hacer que nuestro mundo sea más humano, más digno de los niños de hoy y de mañana».

El tweet del Papa toma inspiración en su Mensaje Navideño 2017, en el cual afirmaba: «mientras el mundo se ve azotado por vientos de guerra y un modelo de desarrollo ya caduco sigue provocando degradación humana, social y ambiental, la Navidad nos invita a recordar la señal del Niño y a que lo reconozcamos en los rostros de los niños, especialmente de aquellos para los que, como Jesús, ‘no hay sitio en la posada’»

Ver a Jesús en los rostros de los niños que sufren

En el Mensaje de 2017, el Romano Pontífice hacía un repaso de cada rincón del mundo donde sufren los niños, visualizando a Jesús en los rostros de los niños en Oriente Medio, en donde «siguen sufriendo por el aumento de las tensiones entre israelíes y palestinos», o los rostros de los niños de Siria, «marcados aún por la guerra que ha ensangrentado ese país en estos años». O los rostros de los niños de Irak, de Yemen, o de África.  Los de todos los niños de las «zonas del mundo donde la paz y la seguridad se ven amenazadas por el peligro de las tensiones y de los nuevos conflictos», o aquellos de los «tantos niños obligados a abandonar sus países, a viajar solos en condiciones inhumanas, siendo fácil presa para los traficantes de personas».

El Evangelio del Día

El Evangelio del día narra: «Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apare­ció en sueños a José y le dijo: ‘Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, por­que Herodes va a buscar al niño para matarlo’. José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: ‘Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto’. Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: ‘Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel, que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven’».

 

Comentario al Evangelio

Jesús, desde su nacimiento, fue como una bandera discutida que provocó la adhesión de unos y el rechazo de otros. Herodes, por una parte, y José y María, por otra, encarnan en este relato las dos posturas contrapuestas. La Virgen de Nazaret, aceptando ser su madre, asumió que desde ese momento que toda su vida era relativa a Cristo. Sabía que, a partir de entonces, su existencia estaba en función de aquel de quien era madre. Probablemente, no intuía que el seguimiento de su hijo iba a empezar tan pronto ni que la iba a conducir a un país extranjero.


sábado, 12 de noviembre de 2022

 






LA FAMILIA CATOLICA ESCUELA DE VALORES HUMANOS Y ESPIRITUALES

 

El Papa Francisco ha dicho que ‘la familia es la primera escuela’. Y es que verdaderamente es en la familia donde comenzamos a aprender, donde empezamos a recibir las más valiosas enseñanzas, las que nos formarán para toda la vida. Consideremos algunas.

 

1. Conocerse a sí mismo, y mejorar

En familia todos conocen bien qué cualidades y qué defectos tiene cada uno.

Puede ser, por ejemplo, que un niño se porte angelicalmente en la escuela o en casa de sus amiguitos, pero en su hogar se muestra tal cual es, lo cual permite a sus familiares estimularlo para desarrollar sus cualidades y ayudarlo a superar o al menos dominar sus defectos.

2. Vivir la fe

En familia se aprende a conocer y amar a Dios y a María; a encomendarse al Ángel de la Guarda y a la intercesión de los santos; a empezar a leer la Biblia; a confiar en el valor de la oración, a poner las necesidades propias y ajenas en las manos del Señor; a ofrecérselo todo, a realizar pequeños sacrificios por amor…

En la escuela tal vez se reza, aunque desgraciadamente cada vez menos, pero suele hacerse una oración general. No hay nada como orar en el hogar, en familia, en confianza. Y como dijo en 1958 el famoso padre irlandés, hoy Siervo de Dios, Patrick Peyton, fundador del ‘Apostolado del Rosario en familia’: ‘la familia que reza unida, permanece unida.’

3. Compartir

En familia se aprende a vencer el egoísmo de quererlo o guardárselo todo para uno; se aprende a compartir lo que se es y lo que se tiene. Primero la atención y cariño de los papás; luego los juguetes, la ropa, las golosinas (¿qué comes?, ¿me das?), el propio espacio vital, los conocimientos, las experiencias, los consejos, las risas, las lágrimas…

4. Convivir

En familia se aprende a aceptar a los otros como son. Si un extraño o incluso un amigo te llega a caer mal, tal vez lo puedes dejar de ver y olvidarte de él; no sucede así con los familiares, porque debes convivir diario con ellos, en la misma casa. No queda otra opción que aprender a tener comprensión, tolerancia, paciencia, valorarlos como son y no como uno quisiera que fueran. Y de igual modo se aprende a ceder, a procurar no molestar, a tratar de hacerle la vida agradable a los demás.

5. Perdonar y pedir perdón

En familia se aprende a perdonar a los demás, porque resulta insoportable mantenerse enojado con quien vive en la misma casa; se descubre que el perdón es la única puerta para la paz. Y también se aprende a reconocer cuando se ha lastimado a alguien, y a pedirle perdón.

6. Apoyar

En familia se aprende a ayudar al otro, a solidarizarse cuando tiene una necesidad. A que cuenten contigo y tú cuentes con los demás. Tal vez los hermanos pelean entre sí, pero si uno de ellos necesita algo, sabe que cuenta con ellos incondicionalmente.

7. Amar

En familia se aprende a amar, con un amor “paciente, servicial, que no tiene envidia, que no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; o se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza co la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites…” (1Cor 13, 4-7).

Decía san Juan de la Cruz que, ‘al final de la vida seremos examinados en el amor’.

Es la familia la primera escuela que nos prepara el corazón para ese examen, la que nos enseña la más valiosa lección.


martes, 31 de mayo de 2022

 


PENTECOSTÉS, UN ECO DEL ANUNCIO DEL SEÑOR EN EL CENÁCULO:

“LOS APOSTOLES: RECOGIDOS EN ORACIÓN CON MARÍA, LA MADRE DE JESÚS, BAJO EL ESPÍRITU SANTO PROMETIDO” (Hch.2,4)

 

En Pentecostés el Espíritu Santo se manifiesta a los apóstoles. Es el Espíritu que Jesús había prometido que enviaría del seno del Padre: “Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14,16). La promesa de Jesús “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20) se cumple en su Espíritu. El Espíritu que se manifiesta en Pentecostés con dones extraordinarios es el mismo Espíritu que se ha revelado en toda la historia de la salvación: desde la creación hasta nuestros días. El Espíritu se manifiesta en el Antiguo Testamento, pero es en Cristo cuando él se muestra en plenitud.

El libro de los Hechos de los Apóstoles manifiesta el asombro de los que presenciaron el acontecimiento de Pentecostés: “La gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados”. De esta forma, el Espíritu se manifiesta como el cumplimiento de la profecía: “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu” (Jl 3,1-5). Desde sus inicios, la Iglesia contempla en ella el cumplimiento de esta promesa.

El Espíritu Santo es el don de Dios para la Iglesia (Hch 2,38). Así, el Espíritu está al servicio de la institución surgida de Cristo, es Él quien la anima, de la misma manera que el alma anima el cuerpo o el agua al manantial (Y. Congar). El don del Espíritu es la entrega amorosa del Padre y del Hijo. Es hablar de la gracia, el amor, la comunión, donación y entrega que Pablo desea para a los Corintios (2 Co 13, 13) y que Dios entrega como don gratuito para nuestra salvación. El don del Espíritu Santo tiene, como todo regalo, a alguien que dona y un destinatario de esta donación. El primero es la Trinidad, el segundo, es todo hombre. ¿Y qué es lo que se dona? La gracia, que es la presencia personal de la tercera persona de la Trinidad, que es el mismo Espíritu del Padre y del Hijo, es decir, el Espíritu Santo.

Desde los comienzos de la vida de la Iglesia, junto con el don, aparecen los dones y los carismas. Los dones son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo (CEC 1830). Carisma, según la RAE, significa en sí un “don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad”. Mientras que el don es una ayuda para la santificación personal, los carismas son gracias que uno recibe con vistas a la edificación de la Iglesia, para el bien de la comunidad y la construcción del Cuerpo Místico. No están ligados al mérito personal: el Espíritu Santo los distribuye a quien quiere (1 Co 12, 11), para el provecho de la comunidad y no dependen necesariamente de las cualidades del sujeto. En algunos casos suelen ser pasajeros, pero algunos constituyen una cualidad más o menos estable del sujeto (apóstol, profeta, doctor, evangelista, exhortador, palabra de sabiduría, palabra de ciencia, discernimiento de espíritus, sanación, milagros, lenguas).

Muchos hombres los consideran como cosas extraordinarias. Incluso en los últimos siglos la infinidad de estructuras en la Iglesia impedían que se manifestaran en todo su esplendor.

Al convocar el Concilio Vaticano II, Juan XXIII pedía oraciones para lo que él llamó “un nuevo Pentecostés” en la Iglesia. Ha sido Vaticano II, el que abrió ese espacio para que se manifestara con fuerza el Espíritu a través de sus carismas. Los documentos del Concilio hablan de “los carismas” los cuales pertenecen a la naturaleza de la vida ordinaria de la Iglesia, no son cosas extraordinarias, ellos nunca han estado ausentes desde el día de Pentecostés en la Iglesia, ellos pertenecen a la Iglesia. Los carismas de la vida religiosa, de la Hospitalidad, los relacionados al gobierno de la comunidad, para evangelizar, para anunciar la buena nueva de Jesús muerto y Resucitado, etc. Desde esta perspectiva, Pablo VI habla de “un perenne Pentecostés”, es decir, de todos los días. En la eclesiología católica, tenemos una visión de Pentecostés que puede y sucede cada día. La proximidad de la fiesta Pentecostés es el contexto ideal para recordar y repetir constantemente que Pentecostés no es una gracia reservada a algunos, sino que ella es para toda la Iglesia.


lunes, 2 de mayo de 2022

 





Características de la Verdadera devoción a la Virgen María:

 A continuación te presento las cinco características de la verdadera devoción a la Virgen María, el texto  lo hemos extraído del Tratado de la Verdadera Devoción a la Virgen María, atendamos a las palabras de San Luis María Grignon de Montfort y profundicemos de esta forma en el verdadero amor a María.

1 La verdadera devoción a la Virgen María es interior:

Es decir, procede del espíritu y del corazón, de la estima que tienes de Ella, de la alta idea que te has formado de sus grandezas y del amor que le tienes.

2. La verdadera devoción a la Virgen María es tierna:

Segundo, ella es tierna, vale decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la confianza del niño en su querida madre. Esta devoción hace que recurras a la Santísima Virgen en todas tus necesidades materiales y espirituales con gran sencillez, confianza y ternura, e implores la ayuda de tu bondadosa Madre en todo tiempo, lugar y circunstancia: en las dudas, para que te esclarezca; en los extravíos, para que te convierta al buen camino; en las tentaciones, para que te sostenga; en las debilidades, para que te fortalezca; en las caídas, para que te levante; en los desalientos, para que te reanime; en los escrúpulos, para que te libre de ellos; en las cruces, afanes y contratiempos de la vida, para que te consuele. Finalmente, en todas las dificultades materiales y espirituales, María es tu recurso ordinario, sin temor de importunar a tu bondadosa Madre ni desagradar a Jesucristo.

3. La verdadera devoción a la Virgen María es santa:

Tercero, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa. Es decir, te lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima Virgen, y en particular su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega , su oración continua, su mortificación universal, su pureza divina, su caridad ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina. Estas son las diez principales virtudes de la santísima Virgen.

4 La verdadera devoción a la Virgen María es constante:

Cuarto, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante. Te consolida en el bien y hace que no abandones fácilmente las prácticas de devoción. Te anima para que puedas oponerte a lo mundano y sus costumbres y máximas; a lo carnal y sus molestias y pasiones; al diablo y sus tentaciones. De suerte que, si eres verdaderamente devoto de la Santísima Virgen, huirán de ti la veleidad, la melancolía, los escrúpulos y la cobardía. Lo que no quiere decir que no caigas algunas veces ni experimentes cambios en tu devoción sensible. Pero, si caes, te levantarás tendiendo la mano a tu bondadosa Madre; si pierdes el gusto y la devoción sensibles, no te acongojarás por ello. Porque el justo y fiel devoto de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos corporales (ver Heb 10,34).

5 La verdadera devoción a la Virgen María es desinteresada:

Quinto, por último, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es desinteresada. Es decir, te inspirará no buscarte a ti mismo, sino sólo a Dios en su santísima Madre. El verdadero devoto de María no sirve a esta augusta Reina por espíritu de lucro o interés ni por su propio bien temporal o eterno, corporal o espiritual, sino únicamente porque Ella merece ser servida y sólo Dios en Ella. Ama a María, pero no precisamente por los favores que recibe o espera recibir de Ella, sino porque Ella es amable. Por eso la ama con la misma fidelidad en los sinsabores y sequedades que en las dulzuras y fervores sensibles. La ama lo mismo en el Calvario que en las bodas de Caná.


domingo, 3 de abril de 2022

 




EL PERDÓN NOS SANA Y RECOSTRUYE

(Evangelio Lc. 8,1-11)

Cuando se pone la ley/norma al lado de un pecado concreto, la sentencia adquiere rigor matemático. Pero las cosas cambian cuando al lado de la ley se coloca a una persona concreta. Esto pocas veces lo hacemos. Algunos prefieren «cargarse» a la persona antes que cuestionar la ley, o plantearse si es justa. Les resulta impensable sospechar que quizá la Ley no haya que aplicarla como ellos la entienden. Están deseando «tirar piedras».

                Esta gente que rodea a Jesús, «armada» con una mujer a la que han «atrapado» pecando, se siente representante de la Institución Judía y del mismo Dios, y pretenden ponerle una trampa: A ver si se atreve a decir algo en contra de «lo que está escrito», de sus sagradas leyes (es decir: de Dios). A ver si así deja de una vez de hablar de «misericordia» y de comprensión en el nombre de Dios. Nada de tener manga ancha con los débiles y pecadores. Hay que cumplir lo que ha mandado Moisés.

   Todo está a punto: el delito evidente, los testigos, las piedras en las manos y la Ley que mandaba matar. Jesús: "¿tú qué dices?".

     Pero Jesús no dice, "hace". Y lo primero que hace es callar, dar tiempo al silencio, esperar. Da una oportunidad a los acusadores a ver si son capaces de mirar la situación de otro modo, con calma, con otros ojos, a ver si alguien tiene algo «nuevo» que aportar. Pero es inútil. Todo está muy claro; están seguros de tener razón. Para ellos no hay otro camino. Son un ejemplo de aquel dicho: "Sabes muy bien dónde mirar: por eso no consigues encontrar a Dios". Porque Dios es imprevisible, original, sorprendente. Si crees que entiendes, es señal de que no entiendes nada. Pero a esta mentalidad educada y dependiente de preceptos, normas, leyes, definiciones, juicios y condenas... le resulta casi imposible dar el salto. No saben nada de Dios. Han hecho a Dios a su imagen. Precisamente aquello que está tan prohibidísimo en el primer mandamiento, el más importante: hacerse imágenes de Dios (Éxodo 20, 2-5).

              El Maestro pide a todos aquellos señores con vocación de jueces que dejen de acusar, que no miren a los demás siempre desde arriba, que se pongan al nivel de todo el mundo, que traten de experimentar de algún modo la debilidad de los demás, y que recuerden sus propias incoherencias y pecados. Él mismo optó entrar en nuestro mundo «bajando», poniéndose a nuestra altura, hasta el punto de rebajarse hasta morir en una cruz. Por eso, tal vez, ante estos señores «tan altos», tan prepotentes, tan intransigentes, tan subidos en su verdad y en su cátedra, él se baja, se echa al suelo, donde está tirada la mujer. Sólo desde donde está ella se puede hacer un juicio justo. ¡Pobre del que no se acuerda de esto: más pronto o más tarde terminará lanzando piedras! El que se olvida de sus propios pecados y de la misericordia que han tenido con él, al final no será capaz de resistir la tentación de apedrear a cualquier pecador que se le ponga por delante.

             El diálogo final entre Jesús y la mujer tiene una ternura especial. Ella necesita, por encima de todo, que la reconstruyan: Está destrozada. No ha abierto la boca. Y esta es la tarea que asume el Señor. Como si recordara esas palabras de Isaías que hoy hemos escuchado: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo». Lo importante no es lo que ha pasado, sino lo que tiene que brotar, lo nuevo. (Is. 43-18-19). Ella necesita un camino en su desierto, un río en su vida seca.

¿Cómo llegó a tan lastimosa situación? ¿Qué pasaría en su vida de pareja para que haya tenido que ir a buscar cariño a otro sitio? ¿Qué ganamos con apedrearla? Lo que debiera importarles e importarnos es que se rehaga, que se encuentre a sí misma, que sea una persona nueva...

               ¿Hemos visto aquí la «penitencia» que Jesús pone ante un pecado evidente? ¿Hemos visto cómo riñe a la mujer? ¿Hemos visto qué condiciones le pone para perdonarla? Si recordáis la parábola del Hijo Pródigo del domingo pasado: ¿Le echo aquel padre algún  “reproche” al hijo derrochador, desobediente y cabeza loca? ¿Recordamos que le dijera: «vas a tener que demostrar que estás arrepentido»? Incluso le defiende ante el juicio objetivo e implacable de su hermano. Su perdón es sin condiciones, un «regalo», que es lo que significa «per-dón», un gran regalo inmerecido.

             Y es que Dios cuando se encuentra con el pecado, sólo le inquieta una cosa: ¿Qué hacemos para vencerlo? ¿Cómo superarlo? No importa lo que ha pasado, lo que hemos hecho: "Yo tampoco te condeno". Él lo que procura es hacer que surja algo nuevo en nosotros. Porque la peor situación es la desesperanza, el sentirse «malo», superado, humillado, vencido. Así no hay progreso espiritual ni revitalización cristiana ni eclesial, ni salvación. Y el hombre/mujer se pierde.

              Necesitamos escuchar la voz que Dios quiere dirigirnos en nuestro pecado y ante el pecado que descubrimos en los otros: Necesitamos sentirnos nuevos, que se nos abran los caminos. Necesitamos escuchar muchas veces de sus labios: «Yo tampoco te condeno, anda y no peques más», y se nos caerán todas las piedras de las manos.

viernes, 18 de marzo de 2022

 




REFLEJOS DE SAN JOSE EN LA ACTUAL SOCIEDAD


Realmente es sorprendente la ausencia de datos en el Nuevo Testamento de personajes tan importantes en la religiosidad cristiana como la Virgen y San José y mucho más en el caso de éste último. Podemos decir que, excepto en las genealogías (Mt 1,16; Lc 3,23) y en las referencias generales “¿No es éste el hijo del carpintero...?” (Mt 13,55), “...el hijo de José? (Lc 4,22; Jn 6,42), sólo en el evangelio de Mateo, escrito para judíos, se habla un poco de él, y sólo al principio, en la narración de la infancia. Es un género literario muy concreto, que podríamos caracterizar como “catequesis simbólico-teológica”. Por lo tanto, entre la devota imaginación sin límites de la piedad popular y el escepticismo estricto del rigorismo historicista, podemos vislumbrar las sugerentes pinceladas que nos inspira la lectura creyente de esos pocos versículos “mateanos”, en los que aparece “actuando” el bueno de José (Mt 1,18-25; 2,13-15.19-23). Por otra parte, están los poquísimos versículos “lucanos” en los que simplemente se le menciona al lado de María (Lc 2,4.16.48).

Creo que en esos pocos datos podemos admirar a un hombre bueno y justo, “un santo de la puerta de al lado”, como dice el Papa en Gaudete et exsultate, con actitudes muy necesarias en el momento actual.

La primera actitud, que nos presenta Mateo, no puede estar más de actualidad como ejemplo a seguir, en esta sociedad actual, en la que a pesar de estar en pleno siglo XXI, inexplicablemente sigue habiendo prejuicios, actitudes y violencias machistas. En un mundo tan machista, como el de la Palestina del s. I, José descubre que, antes de haber convivido juntos, su prometida está embarazada. Podemos imaginar su sorpresa, disgusto, desilusión..., sin embargo, la actitud es de profundo respeto. Piensa alejarse de ella sin juzgarla, ni mucho menos difamarla. El mensaje en sueños que le tranquiliza y le anima a acogerla en su casa, podríamos interpretarlo como un auténtico discernimiento, en el que se puede escuchar la voz de Dios, la voz del amor, en vez de nuestros impulsos primarios, prejuicios e ideologías.

Después viene esa otra experiencia, también tristemente presente en nuestro siglo XXI, la necesidad de salir de la propia tierra para salvar la vida o buscar una vida digna. José, con su mujer y su hijo, tiene que emigrar a Egipto y otra vez son los mensajes en sueños los que le avisan de la necesidad de huir, como también le avisarán de la posibilidad de volver, e incluso de ir a Galilea, como lugar más seguro que Judea. Más allá de estos sobrios y escuetos versículos, podemos adivinar los múltiples sufrimientos, preocupaciones e incertidumbres, que supone una aventura así, como los podemos ver en tantas personas que los están sufriendo hoy. Y también en esta ocasión podemos ver en esos mensajes en sueños, muchos quebraderos de cabezas, noches de insomnio, pensamientos y reflexiones, hasta llegar a la decisión de emigrar y a la decisión de volver.

En los poquísimos versículos lucanos José sólo es mencionado al lado de su esposa, pero de ese modo es testigo vivencial de experiencias profundas con contrastes sorprendentes: el nacimiento en la miseria y marginación de un niño indefenso, que es presentado por los ángeles como un Salvador, Mesías y Señor. Está claro que es muy diferente lo que ven los ojos de José, de lo que dicen los ángeles.

 José le tocó vivir una experiencia única e irrepetible en la historia de la humanidad, llena de la poesía que reflejaron los sueños de los profetas de Israel y las esperanzas vividas siglo tras siglo por el pueblo. Pero José vivió esa espectacular poesía en la vulgar prosa cotidiana de la vida de la gente pobre y sencilla, con sus temores y esperanzas, penas y alegrías, que no llamó la atención de ningún historiador de entonces, como no llamaría la de ningún periodista de ahora.

Podemos imaginar, con toda la fantasía poética y piadosa que queramos, la vida de la “Sagrada Familia” en Nazaret, pero sólo nos podremos acercar a su realidad auténtica con las actitudes “josefinas” que Mateo y Lucas nos sugieren, tan necesarias en nuestro mundo de hoy: aceptar y respetar la realidad del otro; vivir la prosaica, y a veces difícil, realidad cotidiana con la poesía y la esperanza que da ver y vivir con el corazón; confiar en poder escuchar la voz de Dios, que está presente en nosotros y en nuestras vidas, aunque a veces no entendamos por qué pasan las cosas, es decir, vivir la poesía en la prosa.

 

 


martes, 1 de marzo de 2022

 




¿Qué significa "entrar en la Cuaresma"?

La «cruz», por más pesada que sea, no es una desgracia que hay que evitar lo más posible, sino una oportunidad para seguir a Jesús.

Por: SS Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

Este miércoles, con el ayuno y el rito de las cenizas, entramos en la Cuaresma.

Pero, ¿qué significa "entrar en la Cuaresma"?

1. Significa comenzar un tiempo de particular compromiso en el combate espiritual que nos opone al mal presente en el mundo, en cada uno de nosotros y a nuestro alrededor.

2. Quiere decir mirar al mal cara a cara y disponerse a luchar contra sus efectos, sobre todo contra sus causas, hasta la causa última, que es Satanás.

3. Significa no descargar el problema del mal sobre los demás, sobre la sociedad, o sobre Dios, sino que hay que reconocer las propias responsabilidades y asumirlas conscientemente. En este sentido, resuena entre los cristianos con particular urgencia la invitación de Jesús a cargar cada uno con su propia «cruz» y a seguirle con humildad y confianza (Cf. Mateo 16, 24).

La «cruz», por más pesada que sea, no es sinónimo de desventura, de una desgracia que hay que evitar lo más posible, sino una oportunidad para seguir a Jesús y de este modo alcanzar la fuerza en la lucha contra el pecado y el mal.

4. Entrar en la Cuaresma significa, por tanto, renovar la decisión personal y comunitaria de afrontar el mal junto a Cristo. La Cruz es el único camino que lleva a la victoria del amor sobre el odio, de la generosidad sobre el egoísmo, de la paz sobre la violencia.

Desde esta perspectiva, la Cuaresma es verdaderamente una ocasión de intenso compromiso ascético y espiritual fundamentado sobre la gracia de Cristo.

Palabras que pronunció SS Benedicto XVI después de rezar la oración mariana del Ángelus, el domingo, 10 febrero 2008.


lunes, 28 de febrero de 2022

 



SABER LIMPIAR CON EL TESTIMONIO DE PALABRA Y VIDA

Por eso explica Jesús que lo primero que tenemos que reparar y perfeccionar es nuestro modo de mirar y de juzgar. La comparación que usa es bien clara: me tengo que sacar primero la viga de mi ojo antes de pretender sacar la brizna de hierba del ojo de mi hermano. El Papa Francisco insiste a menudo en la sana costumbre de “acusarse uno mismo, en vez de (o antes) de acusar a los demás".

Hay que revisar esa seguridad de que tenemos razón y que todo lo tenemos claro porque nos condicionan muchas voces, que serían como vigas que lo tapan y deforman todo. Por eso, hay que empezar por detectar en mí los afectos, las ideas, los prejuicios, las vendas que pueden cegar o hacer que mi juicio sea equivocado.  No podemos encontrar o discernir el bien y la verdad si, por ejemplo, nos encastillamos en nuestras ideas y posturas previas, en los nuestros, en los que piensan y son como yo (la polarización tan extendida últimamente, la cerrazón, la rigidez). Así no hay discernimiento ni acompañamiento que valga, puesto que somos seres de encuentro, para tener puentes, facilitar diálogos y acuerdos, relativizar posturas cerradas...

Como tampoco podemos buscar  la voluntad de Dios si sólo tenemos en cuenta nuestro bien particular, nuestros gustos y conveniencias, perdiendo de vista o ignorando a los otros, a los que están peor (esos «bienaventurados»...).

Por último, el Maestro presenta el criterio de los frutos. Cada árbol se reconoce por su fruto. No por los bellos ramajes, o por su tamaño, o porque adorna y queda bien. Los higos o los racimos no brotan de cualquier árbol. Si el corazón va sacando el bien, la bondad, el perdón, la solidaridad, la generosidad, la paz, la justicia, la dignidad, el respeto... querrá decir que estamos en el camino correcto. Y se notará hasta en las palabras que salgan de nuestra boca.

Concluyendo:

+ Primero es necesaria la guía y la acción del Espíritu y el empeño de buscar en nuestra vida la voluntad de Dios. En esto no podemos quedarnos atascados: «ya soy bueno», o «no sé qué más debiera hacer».

+ Segundo, son mas necesarios que nunca auténticos maestros de vida que nos ayuden a caminar y a seguir dando fruto incluso en la vejez, estando lozanos y frondosos (así nos ha dicho el Salmo).

+ Tercero: coger la grúa y empezar a quitar tantas vigas de en medio que nos tapan la mirada.

+ Y cuarto: Los frutos. Son lo que vale. No los discursos ni las palabras.

viernes, 4 de febrero de 2022

 



ELEMENTOS  ESPIRITUALES DEL DISCERNIMIENTO

 

 La importancia de la oración.

Discernir es saber distinguir, separar, categorizar, precisar, entre las varias opciones que se nos presentan, lo que más y mejor nos conviene en el aquí y ahora de nuestras existencias. Es un ejercicio que involucra nuestra mente, corazón y voluntad. Dicho ejercicio de discernimiento se llama, además, espiritual precisamente porque se trata de un asunto de gracia, de vida espiritual, es decir, de una relación, de un encuentro profundo con el Espíritu Santo que nos ha sido dado (ver Rom 5,5). El discernimiento cristiano es fruto por tanto de un diálogo abierto y disponible, de una disciplina de oración, de un trato cercano y sincero con la Santísima Trinidad – «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1Sam 3,19-21) .

El Evangelio está lleno de ejemplos de cómo el Señor, en momentos decisivos de su ministerio público acudía a la oración para discernir qué y cuándo obrar. (Así ha elegido a los Doce apóstoles; les ha enseñado el Padre Nuestro; se ha Transfigurado ante ellos; se ha preparado para la Pasión, etc.). En innumerables situaciones Él advertía a sus discípulos «mi alimento es hacer la Voluntad del que me envió [mi Padre] y llevar a cabo su obra» (Jn 4,34). Incluso en los momentos de oscuridad y sufrimiento, cuando el discernimiento se hacía más difícil, el Señor no dejaba la oración: «Oren para que no sucumban a la tentación» (Lc 22,40).

Puede ser que en determinados momentos de nuestra vida, la oración se nos vuelva muy difícil, árida, y que sintamos como si el Señor nos hubiera abandonado. Pero incluso en estas situaciones de prueba, podemos tener la certeza de que el Espíritu Santo aboga por nosotros con gemidos inefables (Rom 8,26) y que para Dios no hay nada imposible (Lc 1,37).

La persistencia en la oración, nuestra generosidad en abrir nuestros corazones a la Santísima Trinidad, produce muchos frutos. Y esa familiaridad con Dios nos permite ir conociendo, poco a poco, al ritmo de la libertad y del amor, su Voluntad para nuestras vidas.

¿Qué medios puedes poner para incrementar tus momentos de oración? Quizás en qué momentos rezarás, cuando planifiques tu día, tu semana…quizá tener una lectura espiritual que te ayude a mejorar tus encuentros con Dios… quizá velar porque tengas momentos de esa buena soledad, en la que puedas entrar en ti mismo (a)?…

 La disponibilidad interior.

 A través de la oración vamos aprendiendo a escuchar al Señor y a descubrir su Plan para nosotros. Pero el momento quizás más importante del discernimiento no sea tanto el escuchar, el conocer lo que el Señor nos pide, sino el aceptarlo de corazón, con plena y libre disponibilidad. El así llamado “joven rico” ha conocido el Plan de Dios para él, pero no lo aceptó (ver Mc 10,21-22). Lo mismo ha sucedido con algunos otros discípulos que se escandalizaron por las palabras “eucarísticas” de Jesús en la Sinagoga de Cafarnaúm (ver Jn 6,61-66).

La disponibilidad de corazón, la docilidad interior, la obediencia, son clave para una relación cada vez más profunda y cercana con el Señor y para permitir que Él, en su Divina Providencia, se sienta en la libertad e incluso en la alegría de revelarnos su Plan. El Señor espera de nosotros una fe madura, responsable; una respuesta sincera como la que hemos podido apreciar en María (ver Lc 1,39) y en José (ver Mt 1,24), por ejemplo.

¿Cómo está tu deseo de hacer la Voluntad de Dios en tu vida? Pídele a Él que te ayude a crecer en este deseo, rezando con fervor el Padre Nuestro.

En ese sentido, la oración del Padre Nuestro se nos presenta como un excelente medio de meditación y disciplina espiritual. No repitamos el “hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo” de manera superficial y aburrida, sino de corazón, con responsabilidad filial.

El Señor no quiere obrar en el mundo sin nuestra libre cooperación.

 Atención a los signos y mediadores

Dios nos habla muchas veces a través de signos. Éstos pueden ser interiores o exteriores.

Normalmente llamamos “signos interiores” a algunas inspiraciones, mociones espirituales que llegan a nuestra conciencia espiritual moviendo nuestro entendimiento, nuestros sentimientos y nuestra voluntad. Son

gracias que el Señor nos concede por medio de la oración o, incluso, a través de nuestra vida ordinaria. Podemos y debemos pedir a Dios en nuestras oraciones que nos mueva el corazón, que nos ilumine la inteligencia, que nos ayude a discernir lo mejor para nosotros en el aquí y ahora de nuestras vidas. ¿Necesitas un empleo? ¿No sabes qué camino tomar? Pídele al Señor que te ilumine. Sé dócil a sus mociones y observa, con fineza interior, los signos interiores que Él, en su generosidad, te pueda estar mandando. ¿Necesitas saber si ésta es la mujer o el hombre de tu vida, si ésta es o no tu vocación? Pídele al Señor. Con confianza. Somos sus hijos.

Además de los signos interiores (que pueden variar de persona a persona, según la gracia que Dios, en su liberalidad, nos concede), existen también los así llamados signos exteriores. Éstos también implican atención

y fineza interior. El Señor nos puede hablar por medio de un paisaje, por objetos muy concretos, por frases oídas en la calle, por encuentros inesperados con personas determinadas, entre otras muchas cosas. Lo más común es que el Señor nos ofrezca algún signo a través de nuestros amigos y familiares más cercanos, a través de personas (mediadores) con más experiencia espiritual que la nuestra, por medio de un Director espiritual, por ejemplo. Para una persona, “despierta” espiritualmente, todo puede ser una ocasión para que Dios se manifieste. Incluso en situaciones inesperadas, como por ejemplo, una horrible pelea en un ataque de ira, de una situación de caída en algún pecado grave, pueden ser ocasión para que el Señor nos enseñe algo que facilite nuestro inmediato discernimiento.

El Señor siempre se quiere comunicar contigo. ¿Estás atento a los signos con los que Él te habla? Detente a pensar unos momentos en tu día y pídele al Señor su luz, para poder ver su acción en tu vida.

martes, 18 de enero de 2022

 




El Discernimiento Espiritual
 

«Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1Sam 3,19-21)

El discernimiento cristiano es fruto de un diálogo abierto y disponible; de una disciplina de oración; de un trato cercano y sincero con la Santísima Trinidad.

Levantándose muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, salió,

y se fue a un lugar solitario, y allí oraba”. (Mc 1,35)

Casi al final del primer capítulo de su Evangelio, San Marcos nos narra una escena bastante inusitada. Pedro, agitado, sale en búsqueda de Jesús para presentarle una urgencia: «todos te están buscando» (Mc 1,37b); detalle: Jesús estaba rezando, tranquilo, en la presencia de su Padre, aprovechando el silencio de las primeras horas del día para recomponer sus fuerzas (Mc 1,35). Es muy evidente el contraste entre los dos personajes en cuestión: por una lado, Pedro, ansioso y preocupado, desconcertado por no saber qué hacer con toda aquella gente aglomerada una vez más en la puerta de su casa; por otro, un Jesús sereno y profundamente recogido, dueño de sí mismo, absorto en la oración. La respuesta que el Señor le da a Pedro es aún más extraña: “Él les dijo: Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido”. (Mc 1,38)

Parafraseando: “Pedro, perdóname, pero no voy a ir a tu casa. Sé que hay mucha gente necesitada buscándome, pero ahora mismo tenemos que salir a los pueblos vecinos para predicarles a ellos también el Evangelio”. Imaginemos la sorpresa de Pedro ante la tajante negativa de Jesús. En efecto, lo “normal”, por decirlo de alguna manera, sería que el Señor se levantase de su oración, siguiera a su discípulo y atendiera a la gente necesitada, como además lo había hecho durante toda la noche pasada (ver Mc 1,32-38). Pero no. Jesús ha tomado la “extraña” decisión de irse de inmediato. Como fundamento de su decisión, le dice Jesús a Pedro: «para eso he salido (venido)» (Mc 1,38)[1].

Nos encontramos, ante una clara manifestación de lo que en la espiritualidad cristiana se suele llamar discernimiento espiritual. Todos nosotros somos llamados a tomar decisiones importantes en nuestras vidas: dónde trabajar, dónde estudiar, a qué me voy a dedicar, cuál es mi vocación personal, con quién voy a casarme, dónde servir mejor al Señor, etc. Y no es fácil saber en el aquí y ahora, sobre todo en medio de las urgencias de la vida, cuál es la específica Voluntad de Dios. Hay mucha “bulla” afuera (y también adentro, en nuestro interior) que nos distrae, haciendo que nuestra capacidad para tomar decisiones, de involucrarnos con Dios y los demás, quede no pocas veces comprometida. La respuesta que Jesús le dio a Pedro en aquella insólita mañana, por más “extraña” y aparentemente “inhumana” que fuera, era el fruto de una profunda oración, un momento de discernimiento espiritual junto al Padre en el Espíritu Santo. Es probable que, si dependiera de la mera voluntad humana de Jesús, Él hubiera vuelto a la casa de Pedro y hubiera atendido su urgente pedido. Pero la Voluntad de su Padre era otra: que Jesús fuera a los pueblos vecinos para anunciarles la Buena Nueva. En efecto, Él no vino para eliminar las enfermedades, los dolores de la gente, sino a librarnos del poder del pecado y sus consecuencias.

No se trata de agotar todo el tema aquí, en estas breves líneas, pero quisiera al menos compartirles, a la luz del Evangelio, algunos presupuestos que considero fundamentales para que podamos escuchar mejor a Dios y realizar su Plan.

¿Qué lecciones podemos sacar para nuestras vidas de dicha dura decisión del Señor? ¿Ves la importancia de aprender el arte del discernimiento espiritual?