El
Discernimiento Espiritual
«Habla, Señor,
que tu siervo escucha» (1Sam 3,19-21)
El
discernimiento cristiano es fruto de un diálogo abierto y disponible; de una
disciplina de oración; de un trato cercano y sincero con la Santísima Trinidad.
“Levantándose
muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, salió,
y se fue a un
lugar solitario, y allí oraba”. (Mc 1,35)
Casi al final
del primer capítulo de su Evangelio, San Marcos nos narra una escena bastante
inusitada. Pedro, agitado, sale en búsqueda de Jesús para presentarle una
urgencia: «todos te están buscando» (Mc 1,37b); detalle: Jesús estaba rezando,
tranquilo, en la presencia de su Padre, aprovechando el silencio de las
primeras horas del día para recomponer sus fuerzas (Mc 1,35). Es muy evidente
el contraste entre los dos personajes en cuestión: por una lado, Pedro, ansioso
y preocupado, desconcertado por no saber qué hacer con toda aquella gente
aglomerada una vez más en la puerta de su casa; por otro, un Jesús sereno y
profundamente recogido, dueño de sí mismo, absorto en la oración. La respuesta
que el Señor le da a Pedro es aún más extraña: “Él les dijo: Vamos a los
lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido”.
(Mc 1,38)
Parafraseando:
“Pedro, perdóname, pero no voy a ir a tu casa. Sé que hay mucha gente
necesitada buscándome, pero ahora mismo tenemos que salir a los pueblos vecinos
para predicarles a ellos también el Evangelio”. Imaginemos la sorpresa de Pedro
ante la tajante negativa de Jesús. En efecto, lo “normal”, por decirlo de
alguna manera, sería que el Señor se levantase de su oración, siguiera a su
discípulo y atendiera a la gente necesitada, como además lo había hecho durante
toda la noche pasada (ver Mc 1,32-38). Pero no. Jesús ha tomado la “extraña”
decisión de irse de inmediato. Como fundamento de su decisión, le dice Jesús a
Pedro: «para eso he salido (venido)» (Mc 1,38)[1].
Nos encontramos,
ante una clara manifestación de lo que en la espiritualidad cristiana se suele
llamar discernimiento espiritual. Todos nosotros somos llamados a tomar
decisiones importantes en nuestras vidas: dónde trabajar, dónde estudiar, a qué
me voy a dedicar, cuál es mi vocación personal, con quién voy a casarme, dónde
servir mejor al Señor, etc. Y no es fácil saber en el aquí y ahora, sobre todo
en medio de las urgencias de la vida, cuál es la específica Voluntad de Dios.
Hay mucha “bulla” afuera (y también adentro, en nuestro interior) que nos
distrae, haciendo que nuestra capacidad para tomar decisiones, de involucrarnos
con Dios y los demás, quede no pocas veces comprometida. La respuesta que Jesús
le dio a Pedro en aquella insólita mañana, por más “extraña” y aparentemente
“inhumana” que fuera, era el fruto de una profunda oración, un momento de
discernimiento espiritual junto al Padre en el Espíritu Santo. Es probable que,
si dependiera de la mera voluntad humana de Jesús, Él hubiera vuelto a la casa
de Pedro y hubiera atendido su urgente pedido. Pero la Voluntad de su Padre era
otra: que Jesús fuera a los pueblos vecinos para anunciarles la Buena Nueva. En
efecto, Él no vino para eliminar las enfermedades, los dolores de la gente,
sino a librarnos del poder del pecado y sus consecuencias.
No se trata de
agotar todo el tema aquí, en estas breves líneas, pero quisiera al menos compartirles,
a la luz del Evangelio, algunos presupuestos que considero fundamentales para
que podamos escuchar mejor a Dios y realizar su Plan.
¿Qué lecciones
podemos sacar para nuestras vidas de dicha dura decisión del Señor? ¿Ves la
importancia de aprender el arte del discernimiento espiritual?
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