IV DE ADVIENTO
ENCUENTROS Y
ALEGRIAS
Si tenemos en cuenta los relatos de los
«orígenes de Jesús», tal como nos los describen Mateo y Lucas, podemos darnos
cuenta de que la Buena Noticia de la Salvación comenzó con una colección de
encuentros.
En primer lugar el Dios Creador se
acerca a una criatura, una mujer, para dialogar con ella, para contar con
ella... y ella le responde con aquella misma Palabra de Dios con la que ´Él
comenzó el mundo: «hágase». Y en su seno
se hizo la vida.
Otro encuentro tuvo como protagonista
al justo José, en este caso por medio de un sueño. Aquí no hubo palabras, pero
sí actitudes y hechos. Ese encuentro lo hizo «padre» de Jesús, esposo de María,
miembro y protector de una Sagrada Familia.
Fue un encuentro gozoso el del Niño
de Belén con aquel grupo de pastores que recibió la alegre noticia: «os ha
nacido un Salvador», precisamente a vosotros, gente de las «periferias» de
Belén. Y ellos se llenaron de alegría y fueron al portal.
Más adelante tendría lugar el
encuentro de aquellos Magos extranjeros llegados de lejos, con intención de
doblar sus rodillas, acoger y adorar al Niño y entregarle sus mejores ofrendas.
Y también el encuentro que hoy nos
ocupa: dos mujeres que se encuentran, por iniciativa de una de ellas. El
Antiguo Testamento (Isabel y Juan), que había estado preparando el camino al
Señor se alegra de la visita de la madre de mi Señor (Nuevo Testamento) y se
«saludan» ellas y las criaturas todavía por nacer. Lo que te ha dicho el Señor,
se cumplirá. Y efectivamente, el Señor está contigo y será para siempre el Dios
con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo.
Lo primero que se le ocurrió a María
después del encuentro con el Ángel del Señor, al recibir la noticia de que su prima Isabel lleva seis
meses de embarazo, fue ir a acompañarla, teniendo en cuenta, además, que ya era
de edad avanzada, y por lo tanto es casi seguro que no pudiera contar con la
asistencia de la «abuela» del bebé que iba a nacer, como solía ocurrir en las
familias de aquel entonces. De esta forma, la que acaba de ser visitada por
Dios y se ha mostrado a sí misma como servidora (sierva) del Señor, pone
inmediatamente en práctica lo que ha dicho, mostrando con su modo de obrar que
servir a Dios es ponerse al servicio del prójimo, especialmente del que pueden
estar más necesitados.
María debió recorrer unos ciento
cincuenta kilómetros desde Nazaret, en Galilea, al norte de Israel, hasta una
pequeña población de Judea llamada Aim-Karem, situada en la montaña, a unos
tres kilómetros de Jerusalén. El recorrido solía durar cuatro o cinco días,
empleando el medio de transporte más común de aquella época entre los pobres,
que era el asno, pues el camello y el caballo eran para los más pudientes. Hay
que tener en cuenta que aquellos caminos eran escarpados y más bien peligrosos,
pues abundaban los ladrones. Y María estaba embarazada nada menos que del Hijo
Dios. Habría sido más que razonable que se quedara recogida en casa, orando, o
haciendo sus tareas de siempre. Pero no. Ella pensó, antes que en sí misma, en
la necesidad de su pariente Isabel. Y allá que fue.
Así pues LA PRIMERA CONSECUENCIA de la encarnación del Hijo de Dios fue UN
ENCUENTRO, una visita, unos abrazos y una alegría profunda. Tener a Dios con
nosotros supone salir de uno mismo hacia las necesidades de los otros.
Y precisamente las cercanas fiestas
de la Natividad las celebramos con múltiples encuentros, aunque no todos sean
con la misma profundidad y trascendencia como los que acabamos de comentar. Y
más en estos momentos que parece que los echamos más de menos y los necesitamos
más que nunca (aunque haya que tener todos los cuidados sanitarios posibles y
recomendados). ¿Cómo podríamos hacer que esos encuentros merecieran más la
pena, y «cambiaran» algo en nosotros?
• Lo
primero antes de cualquier encuentro es ilusionarse, desearlo sinceramente.
Prepararse. Si uno acude a regañadientes, forzado, pensando que no le apetece
nada verse con... no es nada probable que la cosa resulte bien. El encuentro en
sí mismo es UN REGALO. Me encanta la reacción de Isabel ante la visita: ¿Quién
soy yo para que me visite...? Se siente halagada y bendecida por aquella mujer
que le viene en el nombre del Señor. ¿Quién soy yo para que me visita... o para
ir de visita a casa de...? Me duele
pensar que no pocos en estos días no tendrán realmente con quién encontrarse.
Las personas necesitamos encontrarnos con
calma y con gozo. Hay demasiadas prisas que hacen nuestros encuentros
cotidianos mas bien «roces» superficiales. No intercambiamos nada, no dejamos
en el otro nada de nosotros mismos. Más bien «nos cruzamos».
Es estupendo que la llegada del
Mesías propicie e invite a encontrarnos. Dice una de las oraciones litúrgicas:
El mismo Señor que se nos mostrará aquel día lleno de gloria viene ahora a
nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo
recibamos. (Prefacio III Adviento). Recibir, acoger, encontrarse con el otro es
un signo de la fe. María es buen ejemplo.
• Lo segundo sería revisar lo que llevamos
por dentro. Porque eso será lo que transmitamos y contagiemos, incluso
aunque no abriéramos la boca. Podemos transmitir paz, serenidad, interés por
escuchar y comprender, alegría, confianza, sinceridad, perdón... Otras cosas
(¿hace falta enumerarlas?)... pues mejor dejarlas en algún cajón.
María se pone en marcha «portadora»
de buenas noticias. Se siente profundamente gozosa, claro. Sin embargo, no le
sobran inquietudes e incertidumbres. Y precisamente eso es lo que quiere
compartir con su prima. Lo que llevamos dentro, lo que vivimos, lo que
esperamos, lo que soñamos, lo que sufrimos... esos son los mejores temas para
hablar. Lo más nuestro, lo más personal: nuestra vida. Aunque es cierto y
normal que no con todos lo haremos del mismo modo.
• Por
eso - y sería lo tercero- sin acaparar la atención y la conversación. El
narcisismo tan propio de estos tiempos, y tan excesivo, nos hace creernos el
centro del universo y que los demás giran a nuestro alrededor. Es necesario
esforzamos por ponernos en el lugar del otro, «escucharlo» sinceramente. No es
adecuado escuchar preparando mi contestación, o mi consejo o mi reproche... Se
trata más bien de hacerme cargo del punto de vista y la situación personal y
afectiva del otro. Puedo no estar de acuerdo, claro, pero seguramente lo más
adecuado sea reposarlo, pensarlo y buscar mejor ocasión para expresarlo... o
incluso dejarlo estar.
María estaba más pendiente de lo que
pudiera necesitar su prima, que de sí misma. Estupenda actitud para el
encuentro verdadero: el otro es lo más importante. Que se sienta a gusto
conmigo, que le eche una mano si fuera lo posible. Que se sienta acompañado y
comprendido. Tengo que ser portador de alegría, de paz, serenidad, de cercanía,
de amor... Y si no me salen espontáneamente de dentro... puedo pedirlos al
Señor que va conmigo... En todo caso SIEMPRE HAY algo de bondad en mí y cosas
buenas que ofrecer. Esas... son las que tengo que llevar a mano, en el
bolsillo.
Para terminar, recojo unas palabras escritas por el
Papa Francisco:
"El Evangelio nos invita siempre a correr el
riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que
interpela, con su dolor y sus necesidades, con su alegría que contagia en un
constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es
inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de
la reconciliación con los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó
a la revolución de la ternura".
También eso: no
estaría nada mal podernos dar algún abrazo sincero de reconciliación. Así la
Navidad sería más Navidad. Que yo sea el mejor regalo que puedo llevar hasta
los otros. Mi presencia llena del Dios que me habita, me fortalece y me ayuda a
salir de mí mismo y ser «para el otro, para los otros». Como María, la
Visitadora y servidora de aquella otra bendita mujer
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