sábado, 4 de diciembre de 2021

 

 


II DE ADVIENTO

QUITAR TODO OBSTÁCULO QUE IMPIDA LA SANTIDAD

 


El eco de la predicación del Bautista llega hasta nosotros en este segundo Domingo de Adviento.  El Precursor, que recibió de Dios la misión de preparar al pueblo elegido para la venida del Salvador prometido, nos renueva también hoy el llamado a la conversión, a disponer los corazones para salir al encuentro del Señor que viene.

Para acoger al Señor es necesario enderezar las sendas torcidas y allanar los caminos.  La buena obra de nuestra reconciliación, iniciada por Dios en cada uno de nosotros, no debe detenerse ni descuidarse ningún día.  Debe avanzar y progresar hasta que alcancemos la plena madurez de Cristo, de tal modo que cada cual pueda repetir con el Apóstol: «vivo yo, más no yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).

La necesaria preparación consiste en “abajar los montes y colinas”, es decir, quitar todo obstáculo del camino que conduce a la santidad, despojarnos de todo lo que retarda o impide la llegada del Señor a nuestros corazones.  Por otro lado, consiste asimismo en “rellenar los valles y abismos”, es decir, en revestirnos de las virtudes que apresuran la llegada del Señor a nuestra casa.

¿De qué debemos despojarnos y de qué debemos revestirnos?  Debo despojarme de la impaciencia con que suelo tratar a algunas personas y revestirme de paciencia y de un trato más afable; debo despojarme del egoísmo y apego a los bienes materiales para revestirme de actitudes de generosidad y desprendimiento; debo despojarme de la búsqueda desordenada de mi propia satisfacción sensual para revestirme de actitudes que custodien la pureza y castidad; debo despojarme de la insensibilidad frente a las necesidades del prójimo y revestirme de la solidaridad concreta; debo despojarme de los chismes, de la difamación, de palabras desedificantes o groseras para revestirme de un silencio reverente y de palabras que busquen siempre la edificación del prójimo; debo despojarme de resentimientos y rencores para revestirme de sentimientos de perdón y misericordia con quien me ha ofendido.

Si de verdad quieres que el Señor venga a ti y permanezca en tu casa, limpia tu corazón de todo aquello que es obstáculo para que Él venga y permanezca en ti, revístete de Cristo mismo cada día, de su justicia, de su caridad, de su paciencia, de todas las virtudes que ves brillar en Él.

 


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