I
DE ADVIENTO: (LC.21,25-28)
SABER
REGAR LA ESPERANZA
Signos
de desesperanzas en el mundo de hoy:
+ Estamos padeciendo una grave pandemia que
no terminamos de controlar, que ha alterado muchas de nuestras costumbres, que
se ha llevado a mucha gente por delante, que ha agrandado la brecha entre ricos
y pobres (en poblaciones y entre países), la escasez de medicamentos, otras
situaciones graves que se han descuidado «a cambio» como el hambre en el mundo
y otras muchas enfermedades...
+
La violencia y injusticia siguen siendo banderas en naciones, pueblo y familias…
+ Y el miedo, la angustia, la
depresión, el estrés, los problemas de salud mental, los radicalismos políticos
y los populismos, las xenofobias, etc están a la orden del día...
No hace falta seguir. Pero así es
como nos encuentra este Adviento, que nos entra de la mano de San Lucas. Y son
importantes y necesarias las palabras de Jesús: «Cuando empiece a suceder esto,
levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación».
Los discípulos de Jesús no somos
catastrofistas. Menos aún «negacionistas» de estas realidades. Ni indiferentes
ni conformistas ante ellas. En este tiempo nuevo de Adviento el Señor Jesús nos
invita a recuperar la esperanza, a desempolvar la esperanza, a ofrecer al mundo
motivos para la esperanza, que tiene como punto de partida el ser muy
conscientes de la realidad y estar atentos a ella. Y mirarlo todo con la
confianza y la valentía y la fortaleza que nos vienen de la fe. ¿Cómo?
Aprovecho algunas ideas de James Keller, fundador de los Cristóforos....
§ La esperanza empieza por encontrar el
bien que hay en los demás (tantas personas buenas), en lugar de hurgar y
revolver en lo negativo. Así nos lo indica san Pablo (Rm 8, 28): «Sabemos,
además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman».
§ Como nos dicen los profetas:
«hay brotes» en el viejo tronco. Hay novedades, la vida siempre lucha por salir
adelante. Atentos, pues, a esos brotes en nuestra vida, en nosotros, en la
Iglesia y en nuestro mundo. Es una buena actividad para el Adviento: ir tomando
nota de esos «brotes» y orar con ellos.
§ La esperanza abre puertas allí
donde la desesperación las cierra. Invita a levantar la cabeza y mirar más
arriba, más lejos, más adentro. Y mejor si miramos con otros. La esperanza nos
descubre lo que puede hacerse, porque siempre se puede hacer algo, en lugar de
lamentarse o protestar por lo que no depende de nosotros. Quejarse, buscar
culpables, echar balones fuera, sentirse derrotados... no está en el diccionario
de la esperanza.
§ La esperanza recibe su
potencia de la profunda confianza en el Dios de la Pascua y en la fundamental
bondad humana que Dios sembró en cada uno. La esperanza enciende una vela en la
oscuridad. La Luz de Dios irrumpió en medio de la noche de Navidad, y convirtió
la noche del Viernes Santo en mañana luminosa.
§ La esperanza considera los
grandes y pequeños problemas de la vida como oportunidades, como retos, como
invitaciones al cambio. La esperanza se propone a veces grandes ideales y
metas, pero también pequeños cambios y objetivos. Qué pequeña era la niña
María, qué poca cosa era José. Y qué minúsculo el Niño. Pero lo cambiaron tanto
todo...
§ La esperanza no se rinde por
las repetidas dificultades y derrotas, empuja hacia delante cuando la tentación
sería abandonar y pasar de todo. Y se alegra con las pequeñas victorias,
sabiendo que aún queda camino por delante. La esperanza sabe que a veces toca
perder pero se fundamenta en la certeza divina de la victoria final. Todo está
en las manos de Dios. El mundo, la Iglesia y también yo.
Y como todo está en sus manos, se
trata de renovar, refrescar, buscar, abrazar, poner como centro, como
referencia, como cimiento de nuestra vida al Señor. Porque la esperanza sabe
que, pase lo que pase, el Señor va con nosotros (Emmanuel). No hace que
desaparezcan las dificultades, pero sí que ayuda a que no nos derroten ni
destruyan. Jesús fue capaz de atravesar el camino de la cruz, del fracaso, del
rechazo, de la oscuridad... de la mano de la esperanza. Porque su esperanza se
llamaba «Abba, Padre Dios».
Algunas pistas más concretas:
§ Podemos comenzar por cuidar
nuestra relación personal con Dios. El Adviento es una llamada a tomarnos
en serio, a cuidar, a renovar, a fortalecer nuestra oración personal, porque es
el Señor la fuente de nuestra esperanza. Una oración que nos ayude a
encontrarle ya presente, porque vino y se quedó para siempre, «hasta el fin del
mundo». Guardarnos tiempos para estar con él. Solos, y en comunidad creyente.
Qué acertados los apóstoles que, cuando les faltó el Señor y todo eran miedos y
dudas... permanecieron juntos en oración. La oración y la liturgia bien vividas
nos acercan al otro, nos hacen más hermanos... Nos lo ha recordado San Pablo:
«Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos».
§ Además tengamos en cuenta la advertencia del Evangelio: Tened
cuidado, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y
las inquietudes de la vida. Tened cuidado de todo lo que nos «embote»,
anestesie, distraiga o evada de la realidad cotidiana: pueden ser las compras
sin medida ni discernimiento, pueden ser las nuevas tecnologías, las redes
sociales, pueden ser las evasiones de todo tipo (evadirse significa huir): cada
cual ponga nombre a las suyas. Y por lo tanto, al revés: prestar atención a las
personas. Dice el Papa Francisco: «Demasiadas personas cruzan nuestras
existencias mientras están desesperadas (y enumera unos cuantos grupos de
éstas). Son rostros e historias que nos interpelan: no podemos permanecer
indiferentes, están crucificados y esperan la resurrección. Que la fantasía del
Espíritu nos ayude a no dejar nada por hacer para que sus legítimas esperanzas
se hagan realidad».
§ Y en este tiempo sinodal, la esperanza que está siempre en movimiento,
pasa también por las comunidades cristianas, hijas de la resurrección, que
salen, anuncian, comparten, soportan y luchan por construir el Reino de Dios.
Necesitamos mirar con esperanza a nuestra Iglesia, a nuestras parroquias y
comunidades cristianas: necesitamos una conversión profunda que nos haga más
misioneros, más en comunión, más implicados, más participativos, más valientes,
más corresponsables, más renovadores e innovadores. ¿Qué aporto yo y qué
aportamos como comunidad a la necesaria transformación que nos piden los signos
de los tiempos?
«Discernir» o valorar es palabra importante.
Estar atentos es palabra importante. Buscar la serenidad entre tantas
inquietudes es palabra importante.
Conclusión:
Desempolvar y regar la ESPERANZA. Cuidar,
mejorar, tomarnos más en serio la ORACIÓN personal y comunitaria y las
relaciones personales y eclesiales (AMOR MUTUO). Y TENER CUIDADO con lo que
pueda embotarnos, asustarnos, evadirnos.
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