lunes, 31 de diciembre de 2018


HOMILÍA DE Año NUEVO 2019

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

Pbro. Ángel Yvan Rodríguez Pineda




         Comenzamos este primer día del año 2019 celebrando, como si de una promoción comercial se tratase, tres fiestas en una:
         La más popular, el comienzo del Año Nuevo 2019.
         La más litúrgica y antigua, Santa María Madre de Dios.
    Y, una tercera celebración que es la que más compromete nuestra conciencia: la Jornada Mundial de la Paz.
         En el comienzo de este año 2019 todos nos deseamos lo mejor. También los cristianos, en este año que se inicia pedimos la protección de Dios con una antigua fórmula que el Señor, a través de Moisés, confió a los sacerdotes para que la pronunciaran sobre el pueblo y que hemos leído en la Primera Lectura:
"Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz."
         Bellísima oración. Estas palabras no son un simple deseo o una fórmula ritual de saludo. Es Dios mismo quien ha revelado esta bendición, con la cual él mismo se dona a su pueblo. Nosotros hoy, en esta primera misa del año, pedimos "ver el rostro de Dios", queremos estar en su presencia y que Él nos conceda su gracia.
         Hoy, cuando miramos por el retrovisor el año 2018 que dejamos atrás, lo importante no es lo que ha sucedido, sino cómo lo hemos vivido, así al enfrentarnos con el 2019 que se nos echa encima lo importantes es constatar si estamos dispuestos a enfrentarnos con él con sinceridad, con coherencia humana y espiritual, con vitalidad.
         Miremos cada uno nuestras recién estrenadas agendas y miremos cada día con veneración, porque cada día no está marcado por una fecha, por un número, sino por una doble esperanza:
          Dios quiere encontrarnos cada día, nos espera cada día, espera algo de nosotros ese día, cada fecha es la fecha del re-encuentro con el Señor. Pero también los hombres, aquellos en los que resplandece el rostro de Jesús, nos esperan en la encrucijada de cada día; nos esperan y esperan mucho de nosotros, no los decepcionemos.
         Como hombres y como cristianos católicos, estamos llamados a pasar por el calendario haciendo el bien, como pasó haciendo el bien Jesús de Nazaret, pues eso espera Dios de nosotros cada día y en eso confían los hombres que nos necesitan.
         Y, ¿qué mejor comienzo de año que acompañados de María? La única que jamás defraudó ni a Dios ni a los hombres, que pasó por el mundo no sólo haciendo el bien sino comunicando a todos el Bien que lleva en sus brazos. Como niños de andar vacilante empezamos el año cogidos de la mano de María que lleva de la otra mano a Jesús Niño, para que nuestros pasos se acompañen con los pasos aún también vacilantes de Jesús.
         En este día nos dirigimos a María, con el título de Madre de Dios. Al hacerlo, reconocemos dos cosas: En primer lugar, la maternidad de María y, en segundo lugar, la divinidad de Jesús. No endiosamos a María, humanizamos a Dios. Dios se rebaja y se hace hombre, niño, en María. Es esa maternidad, es el ser la Madre de Jesús, la causa y el fundamento del culto y la devoción que los católicos profesamos a María.
         El Concilio de Éfeso, en 431, nos presentó a María como la Madre de Dios. Pues "ella dio a luz al Verbo hecho carne". A lo cual hizo eco el Concilio Vaticano II con estas palabras: "Desde los tiempos más antiguos la bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos los peligros y necesidades".
         Cuando los pastores fueron corriendo hasta el pesebre, como cuenta san Lucas, no encontraron una noble señora que ofrecía, copiados sobre algún pergamino, sus maravillosos privilegios. Hallaron a María velando a un niño dormido en un pesebre y a José. La Virgen mostraba esa doble belleza de una juvenil maternidad. Pero en derredor todo era simple. Sólo arropaba la gruta la calidez de aquel misterio del Dios-con-nosotros. Por ello, "todos se admiraban de lo que decían los pastores" y María, extrañada "conservaba estas cosas, meditándolas en su corazón".
         Así ama y actúa la Madre de Dios: conservando y meditando en su interior. Recordando cuando el hijo aún era niño, pues, por muy mayor sea el hijo, ella siempre lo verá como aquel ser indefenso que en la gozosa hora dio a luz.
         María es también nuestra madre, Madre de la Iglesia, enseñó el concilio Vaticano II. Madre de cada comunidad cristiana, Madre de nuestra familia, Madre de nuestra comunidad parroquial. Conocedora asidua de todo lo nuestro. Confidente discreta. Consejera oportuna. Consoladora, o quizás mejor, paño de lágrimas. Luz y fortaleza.
         Que la presencia de María, ilumine nuestros pasos todos los días del año que hoy felizmente hemos iniciado, para que, como auténticos testigos del amor nacido en Belén, nosotros seamos los portadores y los constructores de la paz que el mundo y la sociedad actual anhela.
Que así sea.
FELIZ Año NUEVO 2019
BENCIONES Y SALUD PARA TODOS
primera lectura: Números 6, 22 - 27
salmo responsorial: Salmo 66
segunda lectura: Carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 4, 4 - 7
evangelio: Lucas 2, 16 - 21

martes, 25 de diciembre de 2018








“No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida”.
( San León Magno)

“Les anuncio una gran alegría, hoy nos ha nacido el Salvador”. Con estas palabras del evangelio según san Lucas (2, 10-11), la solemne liturgia de esta noche quiere que también nosotros seamos partícipes del acontecimiento en el cual el Hijo de Dios, nació del seno de la Virgen María, asumió nuestra débil naturaleza, para instaurar el reino de Dios entre nosotros y poder así, salvarnos de la muerte, del pecado, de las tinieblas, misterio que será consumado con su muerte y resurrección en la pascua gloriosa. “La palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros”. Es el mensaje central, el núcleo y el fundamento de esta celebración navideña. En esto consiste la Navidad, en la vivencia del misterio de aquella noche, que se hace presente en su Palabra y en la Eucaristía, la “carne de Cristo desde donde se engancha nuestra salvación” (cf. Tertuliano, De resurrectione mortuorum, 8, 2).
 Al reunirnos aquí esta noche, cada uno de nosotros hacemos vida las palabras del evangelio, que hemos escuchado, pues contemplamos al recién nacido de la Virgen María, Cristo; quien está presente en el pesebre desde donde su Palabra se proclama y desde donde su Cuerpo se nos da como alimento en cada Eucaristía.
Motivado por este inconmensurable gozo, en esta noche quiero invitarles a tres cosas:
“No tengan miedo”. Es muy curioso que al mismo tiempo que el Ángel, anuncia a los pastores el alegre anuncio de la Navidad, les anima a no tener miedo. ¿Por qué les dice esto? recordemos que la teología del antiguo testamento concebía a un Dios lejano, inaccesible, imposible de ver, al punto que quien lo llegase a ver, moriría. Con la Encarnación del Hijo de Dios, las cosas cambian, Dios se hace un Dios cercano, accesible todos, más aun se hace uno como nosotros.  Por eso el Ángel anuncia: “no teman”, advirtiéndonos que de ahora en adelante ese Dios, es un Dios que podemos ver tocar, experimentar. Aprovechemos esto. Acudamos al pesebre donde Dios se ha querido hacer presente y contemplémosle. Desafortunadamente a veces nos hemos hecho una idea errónea de Dios. Entendiéndole como un Dios que condena, que castiga y que no perdona. Su justica, no es como la justicia de los hombres. Es una justicia rica en misericordia. Que no nos de miedo acercarnos a su persona, a su amor a su misericordia. Dios no es un Dios terrible, castigador, guerrero. Les animo y les invito a que se atrevan a acercarse. Hoy se nos ofrece como un recién nacido, pobre indefenso, pero resplandeciente de luz y de ternura. Si en tu corazón hay una situación que te impide acercarte, es tiempo y momento de dejarla atrás y acercarte. Vayamos a él con confianza, desde aquello en lo que nos sentimos marginados, desde nuestros límites, desde nuestros pecados. De manera muy especial les animo para que se acerquen a la vida sacramental, como es el Sacramento de la Reconciliación  e la Eucaristía. Particularmente invito a los adolescentes y jóvenes. Tengan la confianza que este pequeño niño tiene mucho que enseñarles. Tiene mucho que decirles. No tengan miedo de escuchar el susurro de su aliento que les sugiere opciones audaces; no tengan miedo cuando en lo secreto de su conciencia este  pequeño niño, les pida arriesgar todo para seguirle a él. Dios quiso hacerse hombre para que nosotros alcancemos la divinidad.
Dejen que Jesús Niño sea la razón y el motivo de su alegría”: Dice San León Magno “Alegrémonos. Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.” (Sermón 1 en la Natividad del Señor, 1-3: PI, 54, 190-193). Muchas podrán ser quizá las razones que cada uno tiene  para no estar alegres en este día y vivirlo como un día común y ordinario, sin embargo, la sola razón de saber que Jesús ha nacido para nuestro bien, es suficiente  para vivir alegres. Hagamos un espacio en el corazón para que el ‘Pequeño Emmanuel’, el ‘Dios-con-nosotros’,  ponga su morada entre nosotros. Con la seguridad y la certeza que su presencia no será una presencia invasiva, abrumadora, pesante, sino por el contrario, será una presencia confortante, liberadora, consoladora, esperanzadora. Dejemos que su presencia nos ayude a soportar el peso y el cansancio que la vida misma trae consigo;  dejemos que su presencia nos ayude a sobrellevar la carga de trabajo, la enfermedad, la soledad, las crisis de la edad, la desilusión. Si tenemos a Dios en el corazón, nada ni nadie podrá robarnos la alegría de vivir.
“Hagan oración”. La mejor manera de celebrar Navidad, es sin duda haciendo oración, de tal forma que con esta actitud, podamos realmente darnos cuenta de lo ocurrido aquella noche santísima, y así asumamos el llamado de los humildes pastores a ser partícipes de lo acontecido y podamos adorar al recién nacido. Desafortunadamente, en muchos lugares las luces y los regalos, le restan tiempo y quietud a nuestra vida, llevándonos por otro camino que no es el de Belén. Dejémonos guiar durante estos días por la liturgia y las prácticas de piedad que nos ayudan a adorar al Señor. Hagamos oración de manera personal, en familia, en comunidad. Con el corazón en las manos y arrodillados ante la presencia del Dios niño, hagamos un momento de silencio y en esta noche santa de Navidad digámosle contemplando: “Oh Cristo, Hijo de Dios, nacido a este mundo de una Virgen, que conmocionas los reinos por el terror de tu Natividad y apremias a los reyes a la admiración: Danos tu temor, que es el principio de la sabiduría, para que podamos fructificar en él y presentarte como homenaje un fruto de paz. Tú que, para llamar a las naciones, has llegado con la rapidez de un río, viniendo a nacer en la tierra para la conversión de los pecadores, muéstranos el don de tu gracia, a fin de que, siendo desterrado todo pavor, te sigamos siempre en el casto amor de una íntima caridad. (cf. Breviario Mozárabe). Amén.
Que estas tres actitudes: “No tengan miedo”/ “Dejen que Jesús Niño sea la razón y el motivo de su alegría” / “Hagan oración”, sean para nosotros la ruta que nos permita vivir estos días de Navidad como auténticos cristianos. Tengamos la audacia de hacer frente al secularismo que de manera brutal nos seduce y nos hace perder el sentido auténtico de la Navidad. Dios pide hoy a cada uno de nosotros acoger a su Hijo, como Señor de nuestra vida y de nuestra historia. ¡Feliz Navidad¡
Señor Jesús que te hiciste en el Pesebre nuestro hermano
En la cena santa nuestro Pan:
Revive en esta nueva Navidad:
 la Alegría, la Paz del Corazón, y la solidaridad entre todos nosotros.
AMEN


jueves, 6 de diciembre de 2018



Creatividad solidaria en el Adviento


Pbro. Ángel Yvan Rodríguez P
«Entonces llegaron unos hombres que llevaban en una camilla a un paralítico. Procuraron entrar para ponerlo delante de Jesús, pero no pudieron a causa de la multitud. Así que subieron a la azotea y, separando las tejas, lo bajaron en la camilla hasta ponerlo en medio de la gente, frente a Jesús». Lucas 5.18–19
 La necesidad es la madre de la inventiva, reza el viejo proverbio. Inventiva, por cierto, es lo que sobra en estas tierras de tantas necesidades. Las personas que viven en condiciones de pobreza, inventan mil maneras de sobrevivir con míseros ingresos; las madres, cabeza de familia, idean soluciones extraordinarias para sostener a sus hijos e hijas… y la lista continúa, y es extensa, de originalidades sobrehumanas. En el texto de hoy nos encontramos frente a un grupo de hombres que usó su inventiva para acercar a su amigo paralítico a Jesús, fuente de la vida. Es la creatividad por solidaridad; esa que tanta falta nos hace. La solidaridad no es un patrimonio exclusivo de los ricos (grandes donantes); es un valor humano que nos moviliza a tomar acciones en favor de alguien en particular o grupo de personas necesitadas. Y tanto pueden lograr los ricos (y deben hacerlo) como las demás personas sin importar su condición social o económica. Las grandes trasformaciones humanas que favorecen el desarrollo de los pueblos vienen de la mano de quienes,  con creatividad y decisión, actúan para beneficiar al prójimo, como aquel grupo que sube «a la azotea y, separando las tejas», cambian la historia de su amigo.
Para seguir pensando:
«Vamos a andar, vamos a andar, Hijos con hijos del cielo, ¡busquemos juntos la paz! Las iglesias son sepulcros si no proclaman verdad Si no cierran las heridas y si no enseñan a andar».
Oración:
 Cada año, alrededor de todo el mundo, mueren más de siete millones de niños y niñas menores de cinco años; eso equivale a la muerte de novecientos infantes por hora. Pidamos a Dios que nos dé creatividad para revertir en vida la historia de muerte de los niños y niñas de esa edad que viven en los países más pobres. Oremos para que renazca en todos nosotros la solidaridad.

lunes, 26 de noviembre de 2018


ENTRE LO SENCILLO ANDA DIOS


Pbro. Ángel Yvan Rodríguez P

«A los seis meses, Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, pueblo de Galilea, a visitar a una joven virgen comprometida para casarse con un hombre que se llamaba José, descendiente de David. La virgen se llamaba María». Lucas 1.26–27.

             La escena trascurre entre la mayor sencillez posible; nada extraordinario a la simple y común apariencia humana: un pueblo cualquiera de la vieja Galilea, una mujer joven (una de las tantas que vivían en Nazaret) y un noviazgo entre la joven y uno de los carpinteros del pueblo. Con este telón de fondo ocurre lo extraordinario (lo que está más allá de lo cotidiano): un ángel anuncia el nacimiento del Hijo del Altísimo
            Por cierto, todas las escenas de la Navidad son protagonizadas por gente común; ocurren en lugares periféricos sin destacada resonancia cultural o política. El Hijo del hombre no nace en los palacios del rey, ni en los alrededores del gran templo. El nacimiento de Jesús no se respalda por una sofisticada campaña publicitaria, ni por técnica alguna de esas que abundan hoy en los medios religiosos. Ni vestidos llamativos, ni lugares reconocidos, ni gente famosa. Así decidió Dios hacerse un ser humano y así desarrolló su plan de redención. Dios anda entre lo sencillo y a la gente sencilla la convierte en instrumentos de su Reino. Lección para tener en cuenta en medio de nuestros afanes de mercadeo eclesiástico y festividades adelantadas.
            Para seguir pensando:
«El niño de Belén, el joven desconocido de Nazaret, el predicador rechazado, el hombre desnudo en la cruz, él pide mi atención completa. La tarea de nuestra salvación se lleva a cabo en medio de un mundo que continúa gritando y abrumándonos con sus demandas y promesas. Pero la promesa se esconde en la rama que saldrá del tronco, una rama a la que nadie le presta atención».
Henry Nouwen
Oración:
Para que el Espíritu nos haga personas agradecidas que podamos descubrir las señales de la gracia de Dios en los sucesos más cotidianos y sencillos de esta vida.

lunes, 1 de octubre de 2018





“Sin la fe es imposible agradarle” (Heb 11,6).






            La Iglesia enseña que la fe es la virtud (teologal), “dada por Dios”, que nos lleva a creer en Dios y en todo lo que nos dijo y reveló, y que la Santa Iglesia nos propone para creer. Por la fe, “el hombre libremente se entrega todo a Dios”. El cristiano busca conocer y hacer la voluntad de Dios, ya que “el justo vivirá por la fe” (Rm 1, 17) y “sin la fe es imposible agradarle” (Heb 11,6). La fe en Dios nos lleva a volvernos a Él como nuestro origen y nuestro fin, y no preferir ni sustituirlo a Él por nada.
            La fe es como una llama que necesita de combustible para mantenerse encendida. Es como una planta que necesita de agua todo el día, sol y adobo, para crecer cada día.
            Para que la fe viva y crezca es necesario una vida de oración diaria, de intimidad con Dios, de amistad con el “divino Amigo”, compartiendo con Él todos los sufrimientos y alegrías”.
            La fe se vuelve fuerte cuando meditamos sus Palabras y obedecemos lo que Él ordena, sin miedo y sin disimulo. “Depongamos, pues, toda carga inútil, y en especial las amarras del pecado, para correr hasta el final la prueba que nos espera, fijos los ojos en Jesús, que organiza esta carrera de la fe y la premia al final (Heb 12, 1-2).
            Nuestra fe se fortalece cuando lo recibimos en la Eucaristía donde Él se da en el Pan para ser “alimento y remedio” para nuestra vida. Él dijo que quien come de su Carne y bebe de su Sangre “permanece en Él”, “vivirá por Él” y será resucitado en el último día.
            La fe crece y se fortalece cuando se ama a Dios y al prójimo, pues la fe viva “actúa por la caridad” (GI 5,6). “La fe sin obras está muerta” (Tg 2,26); sin la esperanza y el amor la fe no une plenamente el cristiano a Cristo y no hace de él un miembro vivo de su Cuerpo.
            La fe no es sólo algo individual, sino colectivo, es de la Iglesia. Muchos flaquean en la fe porque viven en “su” fe; pobre y débil. Tenemos que vivir en la fe “de la Iglesia”, todo lo que ella recibió de Cristo y nos enseña. Jesús le dijo a la Iglesia: “El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí” (Lc 10,16). Sólo tiene fe inquebrantable aquel que cree y vive lo que enseña la Santa Iglesia, Esposa del Señor, pues ella es Su “brazo extendido en nuestra historia”. La Iglesia nunca tuvo crisis de fe.
            ¿Qué puede apagar nuestra fe? Nuestros pecados. Entonces, luchar contra los pecados es el mejor medio para mantener encendida la fe. Una vida tibia (relajamiento espiritual), mata la fe. Dar importancia a la confesión, sin demora, siempre que el pecado asalte nuestra alma. Nada de auto piedad y falso orgullo, corramos de prisa al sacerdote de aquel que derramó su Sangre para perdonarnos en cualquier momento. No permitamos que la hierba dañina del pecado mate la planta de la fe en el jardín del alma.
            Para mantener encendida la fe es necesario renovar cada día nuestra confianza en Dios, abandonar la vida en sus manos como el niño que se abandona en los brazos de la madre y no se preocupa. Vivir en la fe significa conocer la grandeza y la majestad de Dios, y entonces, vivir en acción de gracias por todo lo que somos y que recibimos de Él.
            ¿Y qué tienes que no hayas recibido? (1Cor 4,7). “¿Cómo retribuiré al Señor todo el bien que me ha hecho?” (SI 116, 12).
            Vivir en la fe significa confiar en Dios en cualquier circunstancia, incluso en la adversidad. Como decía Santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta. ¡Sólo Dios basta!”. “Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Rom 8,28).
            La fe exige también dar testimonio de Cristo. “Al que se ponga de mi parte ante los hombres, yo me pondré de su parte ante mi Padre de los Cielos. Y al que me niegue ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los Cielos”. (Mt 10, 32-33).
            Cuanto más se ejercita la fe, más crece en nosotros y se fortalece; cuanto menos la ejercitemos, más se volverá raquítica.

miércoles, 5 de septiembre de 2018



NOS URGE SEMBRAR Y VIVIR
 LA ESPERANZA CRISTIANA

Pbro. Ángel Yvan Rodríguez Pineda



            Profetas de la esperanza, del sentido. Esto significa transparentar, proyectar y reflejar una actitud positiva ante el mundo y ante las personas, lo que no debe confundirse con un optimismo trivial.
            La esperanza se refiere a lo que no hemos podido ni podremos conseguir por nosotros mismos, pero que se nos perfila e insinúa en nuestros esfuerzos cotidianos por cambiar el mundo, y que conocemos también por revelación.
            Cimentados en Cristo, no hay ninguna razón para ser desesperanzados. Podemos ser pesimistas en relación con los resultados que obtendremos de nuestros esfuerzos, o a la calidad de nuestro accionar, pero no podemos dudar de la acción de Dios en el mundo a través nuestro esfuerzo diario.
            Se trata de una actitud cristiana básica: creer en la multiplicación de los panes, en la pesca milagrosa, en la curación del paralítico. Así, se puede vivir la vida como pescadores, como niños o como paralíticos, sin desesperar, sino más bien perseverando, aportando lo propio con constancia y gratuidad, ofreciéndolo para ser multiplicado y diseminado.
            La esperanza nos mueve a la acción. No es la acción en sí misma la que amamos, sino la acción transformada por Dios. Así, nos sorprendemos de lo que pescamos o de lo que somos capaces de distribuir, y nos dan más deseos de tirar las redes cada día.
            Ante los graves problemas que nos toca presenciar o vivir, respondemos con esperanza activa. Nos preguntamos cómo podemos ayudar, y aun ante situaciones extremas, no dudamos que en algo podemos ayudar y que algo quiere Dios que hagamos nosotros para permitir que El se manifieste.
            Esta esperanza activa es, a mi juicio, una de los frentes más importantes de nuestras energías apostólicas. Pero, de nuevo, la esperanza brota de la contemplación y de la unión con Cristo. Si flaquea nuestra esperanza flaquea nuestra acción, y generalmente es porque hemos perdido el sentido, porque nos hemos alejado de los caminos de Galilea, de la calzada de Emaus, del pesebre de Belén, de las peregrinaciones a Jerusalén y de las sinagogas villas y castillos que frecuentaba Nuestro Señor.

martes, 7 de agosto de 2018



CUIDADO CON CHARLIE,
 ES UN JUEGO PELIGROSO……

Pbro. Ángel Yvan Rodríguez Pineda



            SE HA VUELTO VIRAL

            Internet está  creando un nuevo lenguaje y le está dando otro sentido a nuestras viejas palabras; un ejemplo es el término  “viral “, que se refiere a una idea que se difunde ampliamente en los medios de comunicación, principalmente en las redes: Algo así como un virus que se propaga en una epidemia incontrolable.
            Uno de los fenómenos virales de este momento es un juego escolar llamado “Charlie, Charlie”. Se juega principalmente en los recreos, cuando los niños se reúnen para descansar y reponer sus fuerzas.
            Sobre una hoja en blanco dividida en cuatro, escriben en casa esquina, alternando las palabras “sí” y “no”, luego ponen sobre ella dos lápices en forma de cruz. El lápiz colocado encima queda en equilibrio sin que ninguno de sus extremos toque la hoja. En seguida, los participantes “invocan la presencia de “Charlie”, supuestamente un niño muerto trágicamente, al que le preguntan: “Charlie, Charlie”, ¿estás aquí?. Entonces, según los niños, el lápiz superior se mueve sin que nadie lo toque, y señala el sí o el no. Si señaló el sí, se abre  la puerta a una serie de preguntas que los niños esperan que le conteste con un sí o no indicados por el movimiento del lápiz. Al terminar el juego deberán despedirse de “Charlie” y agradecerse su participación, porque si no lo hacen, el fantasma de “Charlie” no los deja en paz.

            NADA NUEVO BAJO EL SOL

            Estos niños, quizá sin saberlo, no hacen más que repetir un juego muy viejo que ya jugaban sus papas en la escuela, solo que en sus entonces se invocaba a una niña llamada “Cleo’  y se usaban unas tijeras y un listón. Sus abuelos jugaban con una medalla colgando de un hilo o de una cadenita a la que hacían oscilar sobre dos contestaciones clásicas y, desde el siglo XIX en que se puso de moda el espiritismo, se usa ese “juguete” llamado la cuija que hoy se puede adquirir en cualquier establecimiento comercial.
            Todos estos juegos son simplemente la misma manifestación del hombre hambriento por conocer el futuro y por conocer los secretos de esta vida y de la otra.

            FUNCIONA EL JUEGO

            ¡NO! Los supuestos movimientos provocados por los espíritus son ocasionados por la ley de la gravedad o por algo que se llama efecto ideomotor, es decir, que la persona que maneja el artefacto, consciente o inconscientemente, provoca físicamente el movimiento atribuido a los espíritus.
            Pero el problema no es si el método empleado para invocar al más allá es efectivo o no; el problema es que lo invoquemos. Invocar a los muertos se llama nigromancia, e invocar al demonio es satanismo. El primer mandamiento nos prohíbe esa invocación.

            APROVECHAR LA OPORTUNIDAD

            Sin exageraciones y sin perder de vista que para los niños no es más que un juego, es la oportunidad para explicarles, por una parte, que esas cosas son supersticiones, que tienen una explicación científica y lógica y que no se deben dejar engañar, y por otra parte hablarles de que Dios, es dueño del pasado, del futuro y del presente, que es un Padre amoroso, que tiene para nosotros el mejor de los futuros si sabemos actuar de acuerdo con su amor, y querer invocar a los espíritus o saber el futuro es algo contrario a la voluntad de Dios, somos nosotros, de manos de Dios lo únicos  dueños y protagonistas de nuestra historia y que no necesitamos adivinar qué es lo que nos espera.

            DOCTRINA DE LA IGLESIA CATOLICA

            El Catecismo de la Iglesia Católica  (2116) nos dice: “Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir (Cfr. Dt 18,10; Jr 29,8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso de “médiums” encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, del Amor generoso, que debemos solamente a Dios.    

              

lunes, 16 de julio de 2018





NO OLVIDEMOS A LOS ENFERMOS….

                                                                      Pbro.Angel Yvan Rodriguez P.




            El hermano enfermo no sólo tiene el derecho del cuidado físico en su enfermedad, además tiene el derecho del cuidado y atención espiritual.
            En efecto, un gran gesto de amor, una actitud de caridad, algo importante que podemos hacer por un ser querido, o un hermano enfermo, es ayudarle con nuestras oraciones y cuidados espirituales.
            Así es, como los cristianos enfermos deben procurar en primer lugar cuidar su salud, nosotros somos creación del Señor, por tanto su patrimonio de Dios, por tanto tenemos el deber de cuidarnos la salud física y la del alma, y aprovechar la oportunidad de ofrecer los sufrimiento a Cristo.
            El cuidado de la salud de los hombres requiere la ayuda de sus hermanos, de sus familiares, de sus amigos, como también del resto de la sociedad en la cual viven, a fin de lograr las condiciones de calidad de vida que permiten crecer, estudiar, formar familia, formarse espiritualmente, como alimentarse, vestirse, tener vivienda, trabajo y jubilarse o  pensionarse.
 San Josemaría Escrivá, decía algo que interpreto así: “Si las cosas salen bien, alegrémonos y demos gracias a Dios, y si salen mal, alegrémonos por esta oportunidad de ofrecer al Señor la dulce carga de la Cruz de Jesús”.
            Debemos si tener cuidado de tener una actitud por un excesivo cuidado por conservar la salud, cuando esta se interpreta como una señal de egoísmo y falta de confianza en Dios.
            Mi padre me enseñó hace muchos años atrás, la necesidad de cuidar el cuerpo de manera razonablemente, porque no debemos olvidar que es templo del Espíritu Santo.
            Es así, como la vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios, razón importante para cuidar a los enfermos, teniendo en cuenta sus necesidades y la de los demás y el bien común. También es bueno recordar, que el hermoso don de la vida está en manos de Dios.
En efecto, el hombre no es dueño de su vida ni de su salud y perjudicarlas por desidia, falta de cuidado o negligencia es una ofensa a Dios, es así entonces que no debemos ser indisciplinados con los buenos consejos médicos, no tomar los medicamentos recomendados o hacernos el desentendido con ciertos síntomas que nos advierten de algún peligro de enfermedad.
            También me parece, que no debemos engañar a un hermano enfermo si está cerca de la muerte, no estaría bien decirle que todo anda bien y que no hay que preocuparse.
            Seamos misericordiosos con esto, ya que se trata de un tiempo que el enfermo debe aprovechar para que prepare al encuentro con el Señor, los últimos días de vida pueden ser decisivos para su vida eterna, es cuando el hermano enfermo debe recibir los Sacramentos de Penitencia y Reconciliación, esto es, la Confesión y la Comunión. Por otra parte no dejemos de lado, la Unción de los Enfermos, esta se debe recibir tan pronto se sepa que hay enfermedad, especialmente si es grave, en todo caso se debe explicar que este sacramento no es para pacientes desahuciados, es para entregarnos en las manos de Dios y decir que estamos abiertos a la curación, y dedicar este sufrimiento para llevar la cruz de la enfermedad con gracia y para nuestro bien.   
            Oremos entonces con y por los hermanos enfermos, lo podemos hacer con el rosario y otras oraciones, meditemos los pasajes del Señor, en los Evangelios.
            Recordemos que estamos con Nuestro Señor, con su Hijo Jesucristo, con nuestra Madre la Santísima Virgen. Ellos están siempre con el hermano enfermo.
Ayudar también al hermano enfermo a estar en gracia de Dios.
ORACIÓN DEL ENFERMO
¡Oh Dios!, de mi debilidad y mi fortaleza,
de mi tristeza y de mi alegría,
de mi soledad y compañía,
de mi incertidumbre y esperanza.
En la noche de mi enfermedad
me pongo en tus manos de Padre:
Alumbra esta oscuridad con un rayo de tu Luz,
abre una rendija a mi esperanza,
llena con tu Presencia mi soledad.
Señor, que el sufrimiento no me aplaste,
para que también ahora
sienta el alivio de tu Amor
                                               y sea agradecido a la generosidad                                             
de cuantos sufren conmigo.

jueves, 21 de junio de 2018



MIRAR A LOS POBRES CON LA MIRADA DE DIOS

Pbro. Ángel Yvan Rodríguez Pineda





            Los cristianos consecuentes, debemos abrazar con mucho amor a todos aquellos que viven afligidos por la falta de de recursos económicos. Si somos indiferentes con los pobres, especialmente con lo que han nacido en condiciones humildes, tal como nació Jesús, no podemos decir que sentimos o conocemos que es la palabra caridad.
            En efecto, la honestidad pura en expresar el amor a Dios por sobre toda las cosas y el amor al prójimo, no es tal si despreciamos a los pobres. La desidia frente a la pobreza, es irreverencia a Dios.
            No existe mayor infidelidad a los Evangelios, que el no mirar y sentir a la pobreza con amor, respeto, solidaridad y preocupación por ella. Llamamos a Dios como Padre, porque somos hermanos de todos los hombres, nos llamamos cristianos porque somos seguidores de Jesucristo, entonces nos debemos sentir llamados a estar junto a todos los que necesitan, nos sentimos obligados a ayudar a los pobres y en forma permanente, como si fuera parte de nuestra tarea diaria, en otras palabras haciendo de esta ayuda nuestra misión.
            Son variadas las formas de pobreza que existen hoy, son muchos los tipos de desigualdades, como son muchas las formas de ayuda a las cuales podemos recurrir, nuestro punto de partida debe comenzar por el reconocimiento de la realidad actual de la pobreza y de las causas que la originan. Esta condición es necesaria para responder con eficacia al llamado solidario que nos hace Jesús desde el  Evangelio para con nuestros hermanos, el que nos compromete a una sincera voluntad de amar y servir al que sufre.
            La pobreza existe en la misma relación que la falta de solidaridad y la falta de caridad en el corazón de los hombres, y para muchos, preocuparse de la pobreza no deja de ser un discurso que solo busca el beneficio personal. En efecto, hermosas palabras solidarias a los pobres son convincentes para el apoyo político, actitud que avergüenza al hombre como tal. Las crisis y los desequilibrios sociales tienen sus responsables en nuestra sociedad, el desempleo y los ingresos paupérrimos son una clara prueba de ello.
            Basta con conocer la realidad económica de muchos ancianos que reciben pensiones insuficientes, hay que mirarle a los ojos, para darse cuenta como la vida se extingue en tristeza, basta con mirar las viviendas de los marginados para observar como la alegría no es parte de su vida. Así es, como lo único que se necesita, es ver y querer ver, para darse cuenta del aspecto doloroso de pobreza que existe alrededor nuestro y mucho más cercano de lo que podemos imaginar.
            Es tarea de los que estudian las leyes económicas, la creación de bases para terminar o al menos mitigar con el dolor de vivir en la marginalidad y debilidad económica, es tarea de todos aportar ideas para disminuir la pobreza, es compromiso de todo cristiano ser solidario con el hermano necesitado.
            Algo que no podemos negar: la pobreza es una realidad; a los pobres nos los encontramos cada día. Para darse cuenta de esto, solo basta con ampliar la mirada. La gran desigualdad entre las personas, es injusta y perturba la paz.
            El que cree en Dios, el que acepta la Buena Noticia de Jesucristo, no puede cerrar los ojos a esta realidad ni menos darle la espalda y practicar frente a ella la indiferencia. No es digno del hombre vivir una vida de hambre y de falta de oportunidades, Dios no quiere la pobreza, Jesucristo no aprueba que los hombres vivan indignamente, y nos pide que seamos como El, compasivos con los pobres; quien comprende esto, es consecuente con la Buena Noticia, quien es solidario con los pobres, lo es con las enseñanzas de Jesús.
            Jesucristo es la Buena Noticia para los pobres, que duda cabe, Él hizo del amor todas sus enseñanzas, el nos abre el corazón para que seamos solidarios y compartamos lo que tenemos. El se hizo pobre y vivió su pobreza, Él  estuvo disponible para servir a todos los hombres, el llamó bienaventurados a los pobres, y a cuantos quisieran vivir cerca de los pobres y compartir con ellos lo que son y lo que tienen, Él nos enseño a mirar a los pobres con la mirada de Dios, por tanto, si somos sus discípulos, seamos consecuente.
            Entonces no dejemos de lado la misión de justicia y caridad en la tarea de disminuir la pobreza, porque la vida de los hombres será más justa, fraternal y humana, en la medida en que hagamos una realidad nuestro sentido del amor solidario y misericordioso.
            La pobreza, y la marginación que de ella se origina, no es otra cosa, que la falta de amor a los necesitados. La caridad a favor de los más pobres no es algo ajeno a nuestro vivir. Promover acciones para mitigar la pobreza no es cosa de solo algunos o ciertas instituciones. Los cristianos debemos asumir esta responsabilidad, juntos con llevar la Buena Noticia, nos corresponde trabajar para que sea posible que los pobres salgan de su indigna condición humana, y su exclusión de nuestra sociedad.

miércoles, 13 de junio de 2018


EL DESCONTROL HUMANO DE LA IRA

Pbro. Ángel Yvan Rodríguez Pineda




La ira, es el enfado, el enojo, el disgusto, la cólera, todos sentimientos de indignación violentos, es la furia contra algo o alguien, es la peor de las molestias, es el trastorno del enojo.
La ira, no solo produce molestias y heridas a quien la recibe, también mucha pena y es alimento del rencor, por tanto es un estado vergonzoso del hombre, esto es la ira, es una pasión indigna.
¿Es posible no sentir ira?, ¿es posible no enojarse?, tal vez no, ya que esta es una emoción de la naturaleza del hombre, pero no tener control sobre la ira, es algo no solo peligroso, es malo, porque este descontrol da lugar al pecado, a la destrucción de las relaciones entre los hombres, la ira descontrolada da origen a la agresión física y verbal, la ira atenta contra el respeto a nuestro prójimo y contra nosotros mismos.
La ira siempre está acompañada de un lenguaje ofensivo e hiriente, y esta puede producir sentimientos de venganzas, por tanto bajo el estado de cólera puedes ser presa fácil del demonio.
La ira es un sentimiento del hombre, que depende del temperamento de la persona y en muchos caso de los patrones de conducta aprendidos en el seno familiar, está muy influenciado por las experiencias de injusticia, es herencia de asuntos dolorosos nunca resueltos, que llevan implícitas situaciones de pesar y sus consecuencias es la incapacidad de perdonar al prójimo, de perdonarnos a nosotros mismos, es así como produce incapacidad de aceptar la voluntad de Dios.
La falta de tranquilidad en el corazón de los hombres, la impaciencia, el descontrol sobre sí mismo, la negativa a aceptar el punto de vista de los demás, alimenta la ira, por tanto es necesario tener conciencia que cada persona tiene derecho a tener diferentes opiniones, y no dejarse llevar por la ira, especialmente si nuestras opiniones no son consideradas.
La ira atenta contra nuestro prójimo, y si decimos que tenemos que respetar a nuestro prójimo, entonces recordemos que los más cercanos están en nuestra propia familia con quien convivimos y ellos no pueden ser consecuencia de nuestra ira, pero tenemos un prójimo aún mas intimo, y ese habita en nuestro corazón y ese es Jesús, y no podemos descargar nuestra ira sobre nuestro propio cuerpo. Es así como reconozcamos con humildad al Señor que tenemos sentimientos de ira, y solicitemos su ayuda para controlarla, pero no para reprimirla y amargarnos porque no podemos desahogarnos, sino para apartarla o liberarla de forma tal que no les provoquemos daño a otras personas.
No confundamos el control sobre este mal sentimiento con reprimir, porque podríamos acumular resentimientos y esto nos va a impedir que tengamos paz interior, es así como en esta situación, pidamos un buen consejo, acudamos a quien nos pueda ayudar a la paz espiritual, y no dejemos de acudir a nuestro Señor, con humildad y disposición, él  nos comprenderá y nos dará la fuerza que necesitamos para ganarle a esta negativa emoción.
La Ira es uno de los siete pecados capitales. Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser comprendidos en los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a S. Juan Casiano y a S. Gregorio Magno (mor. 31,45). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Entre ellos soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula, pereza. (CC 1866)
De acuerdo a Santo Tomás (II-II:153:4) “un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal”. Entonces, no es la gravedad del vicio en sí mismo que lo torna en capital sino el hecho que da origen a muchos otros pecados. Estos son enumerados por Santo Tomás (I-II:84:4) como vanagloria (orgullo), avaricia, glotonería, lujuria, pereza, envidia, ira. "El necio da rienda suelta a toda su ira, más el sabio al fin la sosiega" (Proverbios 29:11).
Cuando alguien recibe ofensa o insultos muy graves contra la honra o dignidad, se enfrenta a una situación difícil de controlarse. Lo peor es que si no ha dado una respuesta, pierde la tranquilidad hasta el desagravio.
La Ira, provoca una pasión destructora y es la causante de grandes tragedias. En efecto, son irreparables los males que ha provocado un instante de descontrol y cólera.
Son muchas las familias, amigos, vecinos y compañeros de trabajo, que no han sabido controlar la pasión de la ira y hoy se sienten como verdaderos enemigos.
También son mucho los graves errores que se ha cometido en el mundo, motivado por los impulsos de cólera. Muchos llantos y lágrimas han sido provocados por arrebatos incontrolados. Es así, como la ira tiene una gran fuerza destructora.
Nosotros mismo, sabemos en conciencia, como hemos sido arrastrados por el impulso de la cólera, la rabia o la ira. Y luego también hemos sentido en nuestro corazón indignación por no haber sabido dominar esta pasión. Peor no hemos sentido cuando sabiendo lo mala que es, volvemos a ser dominado por ella.
La ira, no solo nos produce enemistarnos con los demás, también nos produce grandes males a nosotros mismo. El pesar de haber experimentado pasiones de ira, no solo nos produce vergüenza, también dolor.
A todos nos sucede, que al observar a dos personas dominada por la pasión de la ira y enceguecida por los arrebatos, nos decimos que incomprensible una obcecación así. Sin embargo, no siempre somos capaces de ayudar a quien la razón no le deja pensar en la torpeza que está cometiendo.