TESTIGOS DEL RESUCITADO Y
CONSTRUCTORES DEL REINO
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
San Lucas nos ha dejado dos narraciones de la Ascensión del Señor a los Cielos. Una en su Evangelio. Otra, en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Con la Ascensión termina la carrera del Mesías-Salvador. Su obra la continuará la Iglesia. Son muy importantes para la vida apostólica, esos cuarenta días que van desde la resurrección a la Ascensión. No es un tiempo de ocio o de espera. No es un tiempo de vacío. Al contrario, lleno de enseñanzas y experiencias. Es un tiempo de mucho provecho para la Iglesia. Jesús se aparece a sus discípulos en diversas ocasiones. Quiere que se convenzan de que él ha resucitado. Que no lo tomen como un fantasma. No es una aparición vaga, vaporosa. Es él mismo, su carne, sus huesos, Es él, Cristo, resucitado, el vencedor de la muerte. Que lo observen que lo toquen, que se cercioren que es él. Allí están sus llagas, en sus manos y en sus pies. Allí está la herida grande de su costado. Es el mismo Jesús que ha sido clavado en la Cruz el que está con ellos.
El Crucificado y Muerto es el resucitado. Es necesario que los apóstoles lleguen al convencimiento que Jesús a resucitado. Que se convenzan que él ha vencido para siempre la muerte. Desde entonces la fe se apoyará en esta certeza. Por eso Jesús, “les dio pruebas de su resurrección”.
Con la Ascensión de Jesús y con la venida de Espíritu Santo se instaurará el nuevo tiempo. El tiempo del Espíritu. Los apóstoles y toda la Iglesia serán testigos de su presencia hasta los “confines de la tierra”. Testigos del resucitado no sólo en Palestina. Hasta los confines del orbe. Les enviará el Espíritu para que sean testigos. Por eso deben estar poseídos por el Espíritu santificador, para que con una fe viva iluminen al mundo. Deben dejarse llevar por el Espíritu para confesar la verdad. Sin componendas ni halagos. Para confesar la verdad sin deformarla ni ocultarla.
Manifestación del testimonio es la alegría. “Se volvieron a Jerusalén con gran alegría”. A Jesús lo había tapado la “Nube”. En adelante el Señor se presentará velado. Lo veremos solo con la fe y en los signos sacramentales. Pero aparecerá entre nosotros. Con una presencia invisible, sí. Pero íntima, personal y espiritual. Hasta que él vuelva, hasta que él descienda a resucitar a los muertos, a arrebatarnos hacia las nubes para encontrarnos y estar siempre con él, nos toca ser testigos del Resucitado y constructores de su “Reino”.
Ante la tarea de evangelización que la Iglesia debe llevar a cabo, no existen razones para temer. No hay razones para dudar. La Iglesia no está sola. Cuenta con la Presencia viva de Jesús, con la asistencia de su Espíritu. La Iglesia quiere continuar, bajo la presencia del Espíritu Santo, la obra misma de Cristo. Quiere dar testimonio de la verdad. La fuerza de ese testimonio sólo le vendrá de lo alto. Cristo le asegura a su Iglesia su presencia. Cristo está presente personalmente en la Iglesia. También su presencia es personal en cada cristiano. Es verdad que es una presencia mística y oculta. Pero también es verdad que su presencia es real, gozosa y dinámica. Cristo continúa siendo Emmanuel. Continua siendo “Dios con nosotros”. El ha adquirido ese poder de quedase con nosotros para siempre. “Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo”. En la Palabra de Jesús está nuestra seguridad
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