LA FUERZA POR EL ESPÍRITU
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
Jesús se despide de los suyos. Es la hora de las promesas. Promete un Consolador. Un Defensor. Es el Espíritu de la Verdad. El Espíritu Santo. El Paráclito. El Abogado. Nos lo enviará para que esté siempre con nosotros. Para que viva con nosotros. El Espíritu es el regalo del Resucitado. En Pentecostés se cumplirá la promesa. Desde entonces la pequeña comunidad, el pequeño rebaño, se desarrollará bajo el impulso del Espíritu Santo. La Iglesia experimentará constantemente la presencia del Espíritu de Dios. Pero,¿ para qué el Espíritu santo en nosotros? Para santificarnos y dirigirnos y dirigirnos por los sacramentos y los ministerios. Para enriquecernos con las virtudes. Para repartir entre los fieles todo género de gracias. Para nuestra renovación. Para la edificación de la Iglesia. El Espíritu está presente en la Iglesia y ésta tiene conciencia de ello. El Espíritu no debe ser para nosotros “el gran desconocido”. El mismo Jesús nos dice: “Lo conocéis porque vive con vosotros”.
Jesús se va pero no nos dejará desamparada a su Iglesia. No se olvidará de los suyos. Su ausencia no será larga. “Volveré”. No sólo ha prometido la presencia del Espíritu Santo. Ha prometido también la suya. Esta no será ya sensible como hasta entonces. La presencia de Jesús será espiritual y mística. Más rica que la primera. “No os dejaré huérfanos, volveré”. Jesús vive. Nos lo enseña él. Jesús vive glorificado. Pero vive también en nosotros, sobre todo, por la Eucaristía. Ese círculo de amor, de gozo y de vida nunca se interrumpirá: “Yo en el Padre- Vosotros en mi- Yo en vosotros”. Una vida de comunión y de amor. Una vida de presencia viva y operante. Una vida en la que está descartada para siempre la orfandad y el desampara. Lo contrario iría contra la naturaleza misma de Dios que es Amor.
El gozo y el temple son frutos de la acción del Espíritu Santo. El mismo pone en la boca de cada uno la palabra precisa y necesaria para dar razón de la fe y la esperanza. Razón también del valor y la alegría en esos momentos difíciles. Ningún tribunal podrá quebrantar la resistencia de los que están llenos del Espíritu de Dios. Él es quien nos comunica la serenidad en medio de las luchas. Nos da la fortaleza para vencer. Es su don, es su gracia. No hay pues, razones para el miedo. Sí, para la esperanza y la victoria.
El Espíritu Santo, se encarga de transformar el corazón para que nuestro trato sea dulce, amable respetuoso, incluso con los que nos odian y persiguen. El Espíritu Santo nos da la fortaleza en la ocasión que más la necesitemos.
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