viernes, 10 de junio de 2011

DISCÍPULOS, MOVIDOS POR EL ESPÍRITU SANTO



 Discípulos, movidos por el espíritu santo



Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda

            Allí estaban juntos los discípulos del Señor. Reunidos, al anochecer y con las puertas cerradas. Por temor a los judíos. El lugar y la circunstancia. El tiempo. Los motivos. Todo ello deja entrever el clima de inseguridad y de miedo. Se encuentran desamparados. No han vivido todavía la experiencia de la aparición de Cristo Resucitado. Si han vivido, en profundidad la experiencia del poder del enemigo. Y entró Jesús. Para sacarlos de la opresión y del miedo. Jesús con ellos. En medio de ellos. En sus manos, en su costado, en su cuerpo, las marcas de la Pasión. Manifestación y garantía de su amor y de su triunfo.
 Con Jesús está demás el miedo. La muerte que puede dar el hombre no puede terminar con la vida que Jesús da. Él está ahora en el centro de la comunidad. Está presente en medio de los suyos. Una experiencia definitiva para los discípulos. La noticia de la Resurrección del Señor la habían escuchado. Era un conocimiento de referencia. Ahora experimentan su presencia. El encuentro con Él es directo y personal. Jesús les trae tranquilidad y confianza. Les trae alegría. Jesús le trae paz. “Paz con vosotros”. “Paz” en la Escritura es la síntesis de todos los bienes. Con Jesús la paz se enriquece porque hace referencia al Espíritu Santo. Indica todos los dones, frutos y carismas del Paráclito. Los Apóstoles tendrán en todos los carismas, primacía y plenitud. “Paz a vosotros”.
            Jesús le da la paz a los discípulos y, a la vez, les encomienda una misión, su misma misión: dar testimonio de la verdad. Al igual que él la realizó la deberán realizan ellos. Cuando Jesús les confiere  el Espíritu Santo, les da poder para perdonar los pecados. Un poder que corresponde sólo a Dios. Cristo en su benevolencia, lo entrega a sus Apóstoles para que puedan continuar su obra de salvar, de redimir a los hombres. “A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” Enviados para limpiar y sanar. Enviados para extirpar el pecado de la tierra, del corazón de los hombres. Los discípulos de Jesús tendrán esa misión. Deberán repetir, como Jesús hizo tantas veces, “tus pecados te son perdonados”. Es la fuerza de Dios, la fuerza del amor de Dios la que reconcilia y restaura por intermedio de los discípulos del Señor. Ellos tendrán la misión de arrancar el pecado en todas sus manifestaciones. Movidos por el Espíritu repartirán la vida de Dios. Esos son sus poderes. Se los concedió el Señor.

            Jesús nos ha enseñado las cicatrices de sus llagas. Son señal del dolor, del amor y del triunfo. Con ellas nos ha ganado el Espíritu Santo. Sopló sobre sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. La obra de Cristo ha culminado. Su Espíritu será el alma de la Iglesia. Será su principio vital. Su motor y su plenitud. Lo mismo que toda la obra personal de Cristo es fruto de la Encarnación, así toda la obra de la Iglesia será fruto de Pentecostés. Y es que pentecostés es un ministerio eclesial. Su obra consistirá en santificar indefinidamente a la Iglesia. Para que tengamos al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu. El habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles. Su donación plena comenzó en Pentecostés.

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