LA PASCUA:
PRUEBA CONCLUYENTE DE AMOR A CRISTO
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
La fiesta cumbre del Año Litúrgico la estamos celebrando ahora. Toda la dinámica espiritual de estas fiestas apunta hacia la Pascua y en ella tiene su más sólido desarrollo. Al igual que la fe. La pascua es su núcleo central. La Pascua es la prueba concluyente de Amor a Cristo. Por la Pascua, Cristo nos urge a vivir sin condiciones la reciprocidad de ese amor. Las lecturas de la Vigilia Pascual, de la Noche Santa, nos invitan a reflexionar y vivir el Misterio de Salvación. Las siete primeras lecturas, Antiguo Testamento, nos van recordando cada uno de los pasos más importantes de la historia de la salvación. Es una extraordinaria síntesis de la misericordia de Dios hasta la llegada del Señor. San Pablo nos enseña cómo celebramos el Misterio Pascual. Lo hacemos en el bautismo porque pasamos de la muerte a la vida en Cristo.
La Resurrección del Señor es un suceso que le afecta no solamente a Él, nos afecta a todos. Su triunfo sobre la muerte es también el nuestro. Por la Resurrección de Jesús, los hombres que participan de ella, serán transformados. Y esa transformación se orienta a la salvación del mismo hombre. Morir con Cristo es resucitar con él. Esa unión, en la muerte y en la vida, se da en el bautismo y en la fe. Ahí se establece una solidaridad con el Señor resucitado de la manera como él se ha hecho solidario con nuestra condición humana. Por la muerte y la resurrección del y con él somos como arrastrados al destierro glorioso.
El sí de Dios, fue la respuesta de Dios a los hombres que afirmaban no al acontecimiento glorioso de la Resurrección. Todo había cambiado en la Noche Santa. Lo imposible, la tiniebla, el fracaso, el pecado, se hace evidencia, luz y gloria. Para el temor de la mujeres que se dirigían al sepulcro, la voz del ángel: vosotras no temáis”. Para aquellas que iban en busca del cuerpo de Jesús, la gran noticia: “no está aquí: HA RESUCITADO”. El vive y vosotras, testigos de su resurrección tenéis ahora una misión: anunciar esta Buena Noticia a los hombres. Que se olviden del sepulcro, y de Jesús muerto, y de los guardias, y de las autoridades, y de los enemigos: todo eso ya no va a ninguna parte. No merece la pena molestarse por eso. Jesús está vivo. Dios ha dicho sí. Y se cumple con todo su plan.
Hay que dejar Jerusalén. Allí está la ley, los fariseos, los letrados, el Templo, el legalismo… la muerte. Allí no es posible la vida. No le verán en Jerusalén. Es a ciudad del crimen. La que mata a los profetas. Se encontraran con la Vida, el Resucitado, en Galilea. Ahí encontrarán a Jesús vivo. El Señor ha Resucitado.
La Resurrección de Cristo es para todos una llamada apremiante a la fe, a la conversión, al amor. Celebrar la Pascua supone una ruptura con el pecado y las estructuras que engendran la muerte; deshacerse, desentenderse, liberarse. Celebrar la Pascua supone pasar por la muerte y adquirir un estilo de vida nuevo que nos haga romper esquemas viejos, superar ataduras, desentrañar las dudas que nos oprimen. Esta es la tensión a la que nos invita y nos lleva este tiempo de Pascua, a morir, a crecer y a vivir desde la perspectiva de la plena, perfecta renovación en Cristo.
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