jueves, 31 de marzo de 2011

Luz y Tinieblas: Humildad y Orgullo




LUZ Y TINIEBLAS: HUMILDAD Y ORGULLO

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda




                
                La curación del ciego nos revela a Cristo: Luz del mundo. Ante Él todos somos ciegos de nacimiento. Solo Él es la luz; sólo Él la da porque es enviado del Padre. Él nos ha dejado el sacramento de la iluminación, el Bautismo. Cuando Cristo le dice al ciego: “Ve, lávate en la piscina de Siloé” le está diciendo: anda al agua y encontrarás la luz. Allí, en la piscina, en el agua del Enviado, se le abrieron al ciego los ojos. El Señor le abrió los ojos y quedó:  lavado, purificado, curado de su ceguera; convertido en otro hombre. Antes, sus ojos eran para la oscuridad; ahora sus ojos son para la luz. Las aguas del Bautismo son como las de la Piscina del Enviado. También ellas lavan y purifican.
            Cristo realizó el milagro. Curó al ciego. Venció la ceguera corporal de un hombre. Ese hombre era sencillo y tenía fe. Al final le contestará a Jesús: “Creo, Señor”. Y se postrará ante Él. La luz de la fe llegó también al alma del que había sido ciego. Hubo una ceguera espiritual que Jesús no pudo curar. La de los fariseos. Los orgullosos quedaron ciegos. Aunque delante de ellos se habían realizado el milagro. La “luz” de los orgullosos eran tinieblas. El ciego, hombre sencillo, estaba en cuenta de su indigencia. Se sentía necesitado y dependiente. Confió en Jesús. No sólo recobró la vista, sino que quedó convertido en un hombre completo y liberado. Ya no necesitaría de lazarillos. Por Jesús, el ciego del Evangelio, se ha convertido en un hombre que puede andar solo.




            Estamos muy acostumbrados a considerar a Dios como el guardián del orden establecido y, en consecuencia, controvertir las leyes es un pecado que merece el juicio-castigo de Dios. Eso nos lleva a sentir miedo de Dios. Tenemos la tendencia a ver a Dios como guardián y como juez. Sin embargo,  Él es Amor y es Padre. Jesús lo presenta así. De una manera distinta. Y en esa nueva relación del hombre con Dios ayuda al hombre a vivir mejor porque  le enseña a ser persona. El sábado y la ley pueden ser muy importantes. El hombre lo es más. Dios se preocupa más por el hombre que la ley. Y aquel ciego, curado por Cristo, amenazado de excomunión y de castigos, señalado como hereje, apóstata y blasfemo, experimenta por la acción de Jesús la presencia del amor de Dios. Es a ese Jesús a quien hay que pedir luz para alejarse de las tinieblas sin hacer caso de los escrúpulos de los fariseos.
            Escuchar y convertirse. Estas son, en definitiva, las condiciones a que conduce la necesidad de Dios en nosotros. Los humildes tienen el privilegio de poder escuchar. Su atención se dirige a Dios. Escuchar a Dios es la condición primera para lograr la conversión. El soberbio, por el contrario, está incapacitado para escuchar y convertirse al deseo de Dios. Ante el llamado de Dios, interpone su sentido de seguridad y sobre todo el orgullo.                 

viernes, 25 de marzo de 2011

EL AGUA VIVA NECESARIA PARA LA CONVERSIÓN





EL AGUA VIVA NECESARIA PARA LA CONVERSIÓN

Pbro. Ángel Yván Rodríguez P



.
                Son muchas las enseñanzas que se pueden sacar del encuentro de Jesús con la samaritana. Una mujer pecadora, una mujer alejada de todos los valores religiosos que encuentra a Dios y se convierte a Él de todo corazón. Junto a esa conversión una densa y profunda enseñanza de Jesús sobre el culto, sobre la Gracia, sobre sí mismo. Del coloquio de Jesús con la samaritana se saca la fundamental verdad: el agua que se promete es para la vida eterna, no brotará más del templo de Jerusalén sino de la persona de Cristo. Sucederá después de la resurrección del Señor. Entonces instaurará un culto en espíritu y verdad. Jesús afirma su condición de Salvador.
            Jesús  se revela a la  samaritana como fuente de Agua Viva. Jesús lleva a la samaritana del deseo del agua natural a la búsqueda del agua sobrenatural, el Agua Viva que es el Espíritu Santo. Este Espíritu se manifestará en la glorificación de Jesús. Este Espíritu se mostrará cuando Jesús edifique el nuevo templo espiritual y envíe a sus apóstoles a su misión evangélica. Jesús será ese Templo único, espiritual y verdadero. Esa es la gran diferencia. Los otros templos, también el de Jerusalén, son materiales, rituales y transitorios.  Jesús es el Templo definitivo. Templo que será destruido y reedificado en tres días.


            Jesús se revela como Mesías. “Soy yo, el que habla contigo”. El Mesías que revelará todo. Es la misión de Jesús. Misión de magisterio. A la samaritana le fue enseñado las cosas de Dios. Ella era un poco el símbolo de toda la humanidad. La samaritana fue la mujer que dejó el cántaro y corrió a la ciudad. Necesitaba echar a los cuatro vientos lo que había aprendido del Señor. Necesitaba trasmitir su fe nueva, regalo de la conversación con Jesús. Se dirigió a sus paisanos con prudencia exquisita. Les dijo simplemente: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho:  ¡será éste el Mesías?”. Admiramos en esa mujer su humildad. Reconoce su pecado. Admiramos su confianza y esperanza. “Señor, dame de esa agua”. Admiramos su talento y su lógica. Su inquietud  religiosa. Sobre todo, admiramos su corazón generoso. Quiere que los demás participen del tesoro que ella ha encontrado. Quiere que participen de su felicidad. Por eso corre a la ciudad y busca a las gentes. El prefacio de la misa la recuerda como una mujer bienaventurada. “Cuando Jesús pide a la samaritana, ya crea en ella el don de la fe; y se digna tener sed de su fe para encender en ella el fuego del amor divino”.
            Jesús les revela a sus apóstoles que Él realizará la “Obra” del Padre que es la Salvación” Esa es su misión. Les revela también que tiene que subir al Padre,  serán  ellos los continuadores de su obra. Eso debe ser motivo de gozo para ellos. Los apóstoles son asociados a la misión de Jesús. Él ha sembrado. Ellos deben cultivar y segar. Allí, en samaria, estaba el campo de cosecha más generosa. Fueron muchos los samaritanos que proclamaron su fe en Jesús. “Creemos que Él es verdaderamente el salvador del mundo”. Con su fe los samaritanos, estaban rezando el  “Credo”. Más adelante Pedro y Juan, en Samaria, cosecharían su más rica siega de almas. “Por la imposición de las manos los samaritanos recibieron el Espíritu Santo” ( Hech 8,14-17)

jueves, 17 de marzo de 2011

LA MIRADA DE DIOS, ESPERANZA DEL HOMBRE




LA MIRADA DE DIOS, ESPERANZA DEL HOMBRE
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda




            La cuaresma, en todo su tiempo, nos invita al examen de nuestras expectativas y las frustraciones que necesariamente conllevan. Expectativas, esperanzas a corto y a largo plazo.
Las expectativas a largo plazo están emparentadas con la esperanza: La que no defrauda ni se ve frustrada; la que se apoya en la fe y cuyo fundamento último es la Promesa de Dios que quiere lo mejor para su Pueblo. El fracaso de nuestras expectativas a corto plazo pone a prueba la Esperanza del cristiano, pero no la destruye, la fortalece. Quiere esto decir que el camino del cristiano en esta vida no es ni más ni menos fácil que el de cualquier hombre sensato; en él se cruzan penas, alegrías, logros, desencanto, Cruz y Gloria.
            Cruz y gloria: optimismo y pesimismo, desaliento y ánimo, en nuestro camino de fe. Somos creyentes que vivimos conscientemente nuestra fe, con normales altibajos. Es la condición humana. Somos creyentes que quizás cumplimos fielmente nuestras obligaciones, pero a los que la fe no enciende el entusiasmo en la vida. Debemos acercarnos a Dios y pedirle que deje sentir su presencia, como a los Apóstoles en el tabor, para que podamos decir como ellos: ¡qué bien se está aquí!
            Acercarnos a Dios: Dejar que Él llegue a nuestra vida. Que se dé esa cita del Cielo con la tierra y podamos experimentarla desde la misma penumbra de la fe. Que su luz nos permita descubrir el enigma que somos para nosotros mismos. Enigma del hombre que, al contemplar su origen, se pierde en la bruma de la inconsciencia. Enigma del hombre que, al cribar el presente, ve que éste no es más que una encrucijada de tendencias dispares, la más de las veces opuestas, contradictorias. Enigma del hombre que, al tratar de descubrir el porvenir, no encuentra seguridad alguna sobre cómo y dónde descansarán sus huesos o reposarán sus inquietudes.
            Hoy nos hace falta interioridad, hondura e intimidad en las cosas de Espíritu. Todo nos llama hacia fuera, a la evasión y la compensación. San Agustín, como maestro del espíritu, nos dice: “No quieres estar fuera, vuélvete a ti mismo, porque en lo interior del hombre vive la verdad; y si encuentras que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo”.   Necesitamos la luz para alumbrar nuestro interior, nuestra más recóndita morada de maravillas insospechadas, más grandiosas que las de la naturaleza. Necesitamos llegar al fondo de nuestra alma. En ese fondo hallaremos la verdad, sobre todo, la primera y esencial verdad: Dios que mora en nosotros como en “un castillo todo de diamante o de muy claro cristal” (Santa Teresa de Ávila). Esta debe ser nuestra lucha.

            La Gracia entronca al hombre con Dios que, con toda la irradiación de su vida trinitaria, le hace oír su voz; le entrega la palabra viva en su Hijo Jesucristo, quien es para nosotros sencillamente la Palabra de Dios.
En este tiempo de cuaresma, la Iglesia nos invita a asumir los sufrimientos, en la oración, en la penitencia y la caridad, para una transformación personal y comunitaria en Cristo, la cual es ya pregustación de la gloria de los hijos de Dios.
            Estamos necesitados de Cristo, dejémonos mirar interiormente por Él. Experimentar su mirada nos ayudará a exigirnos, a nosotros mismos no a los demás, el desarrollo de las cualidades necesarias para ser agradables a los ojos de Dios.
            

sábado, 12 de marzo de 2011



LA TENTACIÓN, UN OBSTÁCULO A VENCER

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda



            La catequesis del Evangelio nos narra las tentaciones del demonio a la persona de Cristo. Al Adán desobediente, el evangelista, contrapone el Nuevo Adán. Siervo obediente, que ha derrotado al pecado venciendo “las tentaciones mesiánicas”. El Siervo que ha revivido personalmente las tentaciones (Dt 8,2) del pueblo judío en el desierto. Son también las tentaciones típicas de los creyentes y de la misma Iglesia. Las tentaciones que se convierten en pecado si no se superan. La penitencia y conversión a la que nos llama el tiempo cuaresmal se viven en el contexto del vencimiento de las tentaciones.

            Tentación de los alimentos. “Haz que estas piedras se conviertan en panes”. Cristo Hijo de Dios, podía hacerlo. ¿Por qué no hacer uso de sus poderes para satisfacer sus necesidades físicas más urgentes? Cristo le dio a Satanás la razón. La dio para que la oyéramos nosotros. “No solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Cristo tenía poder. No cayó en la trampa. “Mientras el hombre amplía extraordinariamente su poder, no siempre consigue someterlo a su servicio” (GS 4). El hombre de hoy, y el creyente de hoy, padece de la misma tentación. El poder del dinero, de la ciencia y de la técnica nos habla de convertir las piedras en vida. Ahí está la tentación. Para vencerla es necesaria la actitud de Cristo. “No sólo de pan vive el hombre”. Es necesario aceptar la condición humana. Ser hombre es considerarse creatura que conoce su dependencia del Creador. No caer en esta tentación es dejar de darle al Reino de Dios un sentido inmediato y utilitario. Es percibir y adorar la presencia de Dios en el dolor, en la pobreza, en el fracaso, en la cruz.

            Tentación de los signos. “Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo…” Otra vez pidiendo el milagro, la señal. En la exhibición se fundamenta la credibilidad. La fe se apoya en milagrismos. Se pretende dar sentido al Evangelio racionalizado para que se acomode a los gustos del mundo. Y no es así. No puede ser así. “Los judíos piden milagros y los griegos sabiduría, nosotros, empero, predicamos a Jesucristo Crucificado”. Es necesario pasar por el dolor y la humillación, sin forzar la intervención divina. Es una tentación de nuestro mundo creerse conductor absoluto de su propia historia. No ha podido salir del error y de las paradojas. Solo al final “veréis al Hijo del hombre venir sobre las nubes”.

            Tentación del poder.  “Te daré todo esto si postrándote me adoras”. Están comprando al hombre. Cuántas veces hemos escuchado que el hombre tiene su precio. Es, la última prueba. La del éxito visible que da el poder del dinero y de la fama. Ningún reino de este mundo está libre de la mentira y la falacia. Es aquí abajo donde se dan toda serie de idolatrías. Es en el corazón del hombre donde se da la autosuficiencia. Corazones que no oran. Que marginan a Dios. Corazones desacralizados que desacralizan el mundo. Corazones que con dureza y actitud critican a la Iglesia de tradicional y a la vez lanzan al vuelo la auto-propaganda de los métodos propios como soluciones revolucionarias y salvadoras. Está presente el tentador, el diablo, para envolvernos en las sutiles redes del orgullo, la ambición, el egoísmo. Si la riqueza y el orgullo no son el camino, lo encontramos en la pobreza y en la mortificación, en la humildad y la obediencia, en la fe y la esperanza. “La figura de este mundo pasa”. Solo podemos asegurar nuestra constancia en los momentos difíciles, si tomamos “el partido de los pobres”, porque Cristo siendo rico se hizo pobre.



            Estamos en el desierto de la vida y las tentaciones. Nuestro alimento debe ser el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía. Es el Pan de Vida bajado del cielo. “Procuraos no el alimento que pasa, sino el que dura para la vida eterna, el que os da el Hijo del Hombre, a quien Dios Padre acreditó con su sello” (Jn. 6,27) En cada misa encontramos el aliciente infalible para construir la comunidad de vida, de esperanza y amor, capaz de engendrar un hálito de esperanza hasta en los hombres más abandonados. Así comenzaremos aquí a construir el Reino de Dios”


jueves, 10 de marzo de 2011

LA CUARESMA: UNA OCASIÓN PARA EL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda





            Amar es también perdonar: Quien dice que Ama a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso; eso nos lo recuerda el Apóstol San Juan en las páginas  del Evangelio. Sencillamente podemos decir que quien es capaz de Amar es  capaz también de perdonar.
            San Juan nos define a Dios como Amor y por tanto toda acción de Dios se traduce en Amor y perdón.
            Si nos remitimos a las páginas del Génesis constatamos que el hombre ha sido creado desde el Amor de Dios y para reflejar ese Amor. El gesto más claro del Amor de Dios al hombre está en la complacencia que el  mismo  Dios expresa al crear al hombre. Es más, el Dios bueno de Amor piensa en el desarrollo integral, social del hombre y comenta al verle creado: “No es bueno que el hombre esté solo…” ( Ge. 2,18). Desde el principio vemos que el hombre está creado por Dios para la convivencia y el compartir, es decir, para la comunión de bienes y talentos. Dios destierra desde el acto creador la soledad y el encierro del hombre en sí mismo.
            Lamentablemente si pasamos una mirada en nuestra condición de hombres, podemos decir que existen algunas actitudes que parecen afirmar que el hombre creado desde el Amor de Dios, como que no es capaz de Amar  por la incidencia que el pecado deja en la vivencia de la fraternidad.

El perdón una acción real de Cristo y un imperativo en la vida del cristiano:
            Si fijamos nuestra mente y meditamos los distintos pasajes de la sagrada escritura, específicamente los del Nuevo Testamento en los cuales Cristo expresa el perdón a los pecadores, no nos queda otra cosa que reafirmar que el perdón en la acción evangelizadora de Cristo es una realidad vivida en la práctica  y expresada desde el Amor del Padre. En todos los  pasajes del Evangelio,  comprobamos que él no se desentiende del que pide el perdón, sino que se implica y aplica la misericordia del Padre. No he venido a salvar al justo, sino al pecador para que se arrepienta y  viva.
            El perdón como realidad de la acción de Cristo, se desprende de  la acción misericordiosa del Padre. La acción de Cristo encarna y refleja esa expresión que se pronuncia en la oración del Padrenuestro: Perdónanos nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
            El mérito de nuestro perdón a los hermanos no es sólo un alivio psicológico ante el conflicto humano, sino que cada vez que practicamos el perdón sumamos a nuestra santificación personal. Bien lo ha dicho el Señor: Porque si somos capaces de perdonar a los demás sus culpas, también nuestro Padre del cielo nos perdonará. Por tanto el hombre es objeto y sujeto del Amor y el Perdón de Dios. De una forma consciente e inteligente, así nos lo recuerda el Concilio Vaticano II : “El hombre es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma; es más, el hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí misma y a los demás”. (G.S. 24).   Esta afirmación del Concilio V. II nos reafirma que el cristianismo tiene su fundamentación en el Amor a Dios y al prójimo.
            La verdad más profunda de nuestra condición de cristianos la podemos sintetizar en que lleguemos por Amor a Dios; con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón, con todo nuestro ser, con toda nuestra vida…. Y al prójimo como a nosotros mismos. El Amor que profesamos a Dios es un Amor compartido y colectivo. No un amor exclusivo y excluyente.



            Experimentar el Amor-perdón de Dios es un  Amor verdadero,  el cual nos hace más humanos, más sensibles a la necesidad y a la miseria humana. El reflejo del Amor de Dios es el que nos identifica como cristiano y nos eleva a la dignidad de hijos de Dios. Amar como Dios nos Ama, no es para nosotros una alternativa en nuestra vivencia cristiana, sino un imperativo de lo constituyente de nuestra realidad como cristiano. No Amo por que simplemente quiero, sino que Amo porque Dios nos ha amado primero.   Y llegar amar hasta los que me hacen el mal.
            En la vivencia de la sociedad y el mundo actual, nos  demuestra una realidad: La sociedad y el mundo se hace cada vez más un espacio donde escasea el Amor y la posibilidad del perdón a los hermanos.  El hombre actual, el posmoderno como nosotros sólo quiere un amor de conveniencia y complacencia, al igual que un perdón psicológico y de trueque ante el que le pueda convenir. Mientras el hombre no cambie su modo de amar por auténtico Amor y Perdón del Dios Misericordioso, seguirá en el engaño, la frustración y la ambigüedad  conductual que le conduce al vacío  existencial, la frustración personal y comunitaria  así como a la mera búsqueda de sí mismo y lejanía del Dios único y verdadero. Sin declararnos existencialistas y ateos, los hombres de hoy con nuestras actitudes ante los demás como que reafirmamos que el Amor ha muerto, le hacemos publicidad a Federico Nietzsche; es más, en nuestros ambientes encarnamos, declaramos que el Amor ha muerto. Dando una mirada rápida a la vida de la sociedad, somos indolentes ante la miseria humana, en la familias el no perdonarse, los errores humanos han causado la división eterna de familias enteras, el odio entre los hermanos ha conducido a un sin fin de huérfanos ambulantes en nuestras calles; en fin, debemos volver a las fuentes del Amor del padre para cumplir con el mandamiento de la recreación de nuestra sociedad.
            Al estar ausente el Amor, lo que abunda es la violencia, la ira y el odio desenfrenado en todas las formas de expresión. Es más, me atrevo a decir que nos hemos disfrazado de corderos con pieles de lobo, en algunas oportunidades simulamos de un modo perfecto nuestra intención desviada y destructora. Y mientras persistan estás actitudes entre nosotros los cristianos, cómo nos van a creer acerca del Amor de Dios, sino sólo  somos una caricatura de su amor.



            Cuando nos introducimos en la terapia cristiana del Amor, existe una condición esencial en su proceso: Olvidar la ofensa , la injuria, la violencia… Es más llegar a la propiciación kenótica ( de abajamiento) de nuestros temperamentos y falsas excusas a la luz de la Pasión de Cristo, como norte orientador del Amor pleno.
            El perdón máxima expresión del Amor:
            Ante el predominio humano del odio y la venganza, el don o regalo del perdón necesariamente hay que suplicarlo a Dios, no vale decir que hemos disculpado al hermano, si aún en nuestro corazón quedan los resquemores humanos de la ofensa. Bien claro nos lo recuerda el Señor: “Si al presentar tu ofrenda ves que estas peleado con tu hermano, deja allí tu ofrenda y ve a reconciliarte primero con él, no sea que te entregue al alguacil y el alguacil al juez y te vez en problemas”.. Dios no quiere un culto vacío, lejano a la incidencia plena de lo humano. Dios quiere que le amemos en espíritu y verdad.
            Es por tanto que el perdón posibilita nuestras vidas, más aún, contiene una fuerza generadora y creadora; cada vez que perdono experimento el perdón mismo de Dios. El perdón me da vida y posibilita la paz. En todo lo largo de nuestra vida deberíamos tener como jaculatoria existencial: “Señor, hazme capaz de perdonar, y devuélveme tu alegría y la paz”.
            
El perdón es una fuerza creadora y generosa:
            En la práctica del perdón y la reconciliación nuestra naturaleza humana se ve recreada, al perdonar y reconciliarnos se nos devuelve la vida y la paz.  El ser criaturas nuevas es revestirnos de la nueva condición de hijos de Dios, con la dignidad de hijos auténticos reconocidos ante el Padre.
            El perdonarnos unos a otros debería ser el ideal de la existencia humana. O sea,  lo peculiar del cristiano auténtico debería moverse por el trinomio fundamental de Amor- Perdón- Reconciliación.
            Teniendo a Cristo como expresión del perdón humano y divino, vemos en Él encarnado el Perdón más grande ante el mayor mal existente. ¿Será que no somos capaces de perdonar porque hemos  perdido el norte  orientador de Cristo como fuente del perdón y la reconciliación? Además, me atrevo a decir que si no somos capaces de dar una vuelta completa a nuestra vida al ser de Cristo nunca vamos a experimentar el auténtico sabor humano y espiritual del perdón y la reconciliación… ¿ Será más grande el dolor que nos causa la ofuscación con el hermano, que el Amor y el perdón de Dios? No nos queda otra cosa que decir que perdono porque simplemente soy cristiano. Y llamarse cristiano es ser otro Cristo, nos dice Tertuliano.
            Siendo estrictos en el cumplimiento del evangelio, el perdón y la reconciliación son para siempre en la vida del cristiano:  ¿Señor cuántas veces tengo que perdonar?: setenta veces siete, es decir, para siempre y punto. ( Mt.18,21-22). La respuesta del Señor no es ambigua, opcional o electiva, es radical…  para siempre.  Su respuesta es una invitación a dejar siempre la puerta abierta para los demás: la puerta del perdón en nuestro corazón a la miseria humana y confusión de los demás.

El perdón y la reconciliación: Acción viva y expresa en la Iglesia y la vida sacramental:
            La eucaristía es una catequesis práctica de la acción vivida desde el perdón. Traigamos a la memoria aquella cena del Amor, en la que el Señor pese a su dolor, y hasta confusión de lo humano, coloca por encima el don del perdón; instituye el sacramento del Amor y la Eucaristía como prenda perpetua del Amor. Quien ante la angustia de la afronta humana, es capaz de regalar…. Sólo Cristo. Y la Eucaristía fue eso un regalo de Amor y de perdón ante la injuria, la soledad y el olvido de lo humano.
            En dos palabras podemos decir que la Eucaristía es Dios con los hombres y los hombres con Dios.
            En la acción de la Iglesia, así como lo ha definido el Concilio Vaticano II, la Iglesia  como sacramento de salvación, y en ella la celebración de la Eucaristía no es una comida de puros, sino de los necesitados de purificación.  En la participación de cada Eucaristía experimentamos la necesidad de Dios, porque  sólo Él puede purificarnos. Sencillamente necesitamos el perdón y la reconciliación que dimanan de la Eucaristía para crecer en Santidad.
            La súplica del perdón en la Eucaristía:
            En el ordinario de la Misa existen distintas fórmulas de saludo del sacerdote al pueblo al iniciar la Eucaristía, entre ellos existe uno que reza así: “La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor esté con todos ustedes”.  Este saludo expresa la paz y la gracia, como expresión del perdón y la reconciliación, que en acto seguido se nos dará rito penitencial.
            De igual modo en el acto penitencial, invocamos el perdón divino reconociendo nuestros pecados…vemos como el banquete Eucarístico no es un banquete de puros… sino de necesitados de purificación. Ese acto de reconciliación es un acto de reflexión interior, que nos lanza a rehacernos desde el Amor de Dios.
            En medio de la celebración eucarística, ya casi antes de acercarnos a la comunión sacramental, tenemos un acto de humildad y penitencia: “ Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Es el último gesto de reconciliación y necesidad de Dios que hacemos antes de acercarnos. Es más aún, el sacerdote celebrante después de la aclamación del Cordero de Dios y antes de la elevación y presentación del pan consagrado al pueblo, tiene una oración secreta que expresa el gesto humilde y necesitado de la asistencia de Dios, dicha oración reza así: “Señor Jesucristo, la comunión de tu cuerpo y de tu sangre no sea para mí motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para la defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable”. Son palabras que expresan su necesidad de Dios, y humildad ante la fuente de la reconciliación y perdón perfecto.

            La Eucaristía aparece como  una catequesis continua sobre el perdón y al mismo tiempo una invitación a entrar en el misterio del Amor y Perdón en la vida diaria. El reto de crecimiento espiritual y expresión humana del perdón y la reconciliación lo tenemos en la expresión final de la Misa, podemos ir en paz, lo cual quiere decir: seamos portadores del Amor que en la Eucaristía Sacramental hemos vivido.