sábado, 18 de diciembre de 2021

 

IV DE ADVIENTO

ENCUENTROS Y ALEGRIAS

 

 


      Si tenemos en cuenta los relatos de los «orígenes de Jesús», tal como nos los describen Mateo y Lucas, podemos darnos cuenta de que la Buena Noticia de la Salvación comenzó con una colección de encuentros.

          En primer lugar el Dios Creador se acerca a una criatura, una mujer, para dialogar con ella, para contar con ella... y ella le responde con aquella misma Palabra de Dios con la que ´Él comenzó el mundo: «hágase».  Y en su seno se hizo la vida.

         Otro encuentro tuvo como protagonista al justo José, en este caso por medio de un sueño. Aquí no hubo palabras, pero sí actitudes y hechos. Ese encuentro lo hizo «padre» de Jesús, esposo de María, miembro y protector de una Sagrada Familia.

           Fue un encuentro gozoso el del Niño de Belén con aquel grupo de pastores que recibió la alegre noticia: «os ha nacido un Salvador», precisamente a vosotros, gente de las «periferias» de Belén. Y ellos se llenaron de alegría y fueron al portal.

          Más adelante tendría lugar el encuentro de aquellos Magos extranjeros llegados de lejos, con intención de doblar sus rodillas, acoger y adorar al Niño y entregarle sus mejores ofrendas.

           Y también el encuentro que hoy nos ocupa: dos mujeres que se encuentran, por iniciativa de una de ellas. El Antiguo Testamento (Isabel y Juan), que había estado preparando el camino al Señor se alegra de la visita de la madre de mi Señor (Nuevo Testamento) y se «saludan» ellas y las criaturas todavía por nacer. Lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá. Y efectivamente, el Señor está contigo y será para siempre el Dios con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo.

           Lo primero que se le ocurrió a María después del encuentro con el Ángel del Señor, al recibir la  noticia de que su prima Isabel lleva seis meses de embarazo, fue ir a acompañarla, teniendo en cuenta, además, que ya era de edad avanzada, y por lo tanto es casi seguro que no pudiera contar con la asistencia de la «abuela» del bebé que iba a nacer, como solía ocurrir en las familias de aquel entonces. De esta forma, la que acaba de ser visitada por Dios y se ha mostrado a sí misma como servidora (sierva) del Señor, pone inmediatamente en práctica lo que ha dicho, mostrando con su modo de obrar que servir a Dios es ponerse al servicio del prójimo, especialmente del que pueden estar más necesitados.

          María debió recorrer unos ciento cincuenta kilómetros desde Nazaret, en Galilea, al norte de Israel, hasta una pequeña población de Judea llamada Aim-Karem, situada en la montaña, a unos tres kilómetros de Jerusalén. El recorrido solía durar cuatro o cinco días, empleando el medio de transporte más común de aquella época entre los pobres, que era el asno, pues el camello y el caballo eran para los más pudientes. Hay que tener en cuenta que aquellos caminos eran escarpados y más bien peligrosos, pues abundaban los ladrones. Y María estaba embarazada nada menos que del Hijo Dios. Habría sido más que razonable que se quedara recogida en casa, orando, o haciendo sus tareas de siempre. Pero no. Ella pensó, antes que en sí misma, en la necesidad de su pariente Isabel. Y allá que fue.

         Así pues LA PRIMERA CONSECUENCIA de la encarnación del Hijo de Dios fue UN ENCUENTRO, una visita, unos abrazos y una alegría profunda. Tener a Dios con nosotros supone salir de uno mismo hacia las necesidades de los otros.

          Y precisamente las cercanas fiestas de la Natividad las celebramos con múltiples encuentros, aunque no todos sean con la misma profundidad y trascendencia como los que acabamos de comentar. Y más en estos momentos que parece que los echamos más de menos y los necesitamos más que nunca (aunque haya que tener todos los cuidados sanitarios posibles y recomendados). ¿Cómo podríamos hacer que esos encuentros merecieran más la pena, y «cambiaran» algo en nosotros?

         Lo primero antes de cualquier encuentro es ilusionarse, desearlo sinceramente. Prepararse. Si uno acude a regañadientes, forzado, pensando que no le apetece nada verse con... no es nada probable que la cosa resulte bien. El encuentro en sí mismo es UN REGALO. Me encanta la reacción de Isabel ante la visita: ¿Quién soy yo para que me visite...? Se siente halagada y bendecida por aquella mujer que le viene en el nombre del Señor. ¿Quién soy yo para que me visita... o para ir de visita a casa de...?  Me duele pensar que no pocos en estos días no tendrán realmente con quién encontrarse.

     Las personas necesitamos encontrarnos con calma y con gozo. Hay demasiadas prisas que hacen nuestros encuentros cotidianos mas bien «roces» superficiales. No intercambiamos nada, no dejamos en el otro nada de nosotros mismos. Más bien «nos cruzamos».

          Es estupendo que la llegada del Mesías propicie e invite a encontrarnos. Dice una de las oraciones litúrgicas: El mismo Señor que se nos mostrará aquel día lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos. (Prefacio III Adviento). Recibir, acoger, encontrarse con el otro es un signo de la fe. María es buen ejemplo.

     Lo segundo sería revisar lo que llevamos por dentro. Porque eso será lo que transmitamos y contagiemos, incluso aunque no abriéramos la boca. Podemos transmitir paz, serenidad, interés por escuchar y comprender, alegría, confianza, sinceridad, perdón... Otras cosas (¿hace falta enumerarlas?)... pues mejor dejarlas en algún cajón.

           María se pone en marcha «portadora» de buenas noticias. Se siente profundamente gozosa, claro. Sin embargo, no le sobran inquietudes e incertidumbres. Y precisamente eso es lo que quiere compartir con su prima. Lo que llevamos dentro, lo que vivimos, lo que esperamos, lo que soñamos, lo que sufrimos... esos son los mejores temas para hablar. Lo más nuestro, lo más personal: nuestra vida. Aunque es cierto y normal que no con todos lo haremos del mismo modo.

   Por eso - y sería lo tercero- sin acaparar la atención y la conversación. El narcisismo tan propio de estos tiempos, y tan excesivo, nos hace creernos el centro del universo y que los demás giran a nuestro alrededor. Es necesario esforzamos por ponernos en el lugar del otro, «escucharlo» sinceramente. No es adecuado escuchar preparando mi contestación, o mi consejo o mi reproche... Se trata más bien de hacerme cargo del punto de vista y la situación personal y afectiva del otro. Puedo no estar de acuerdo, claro, pero seguramente lo más adecuado sea reposarlo, pensarlo y buscar mejor ocasión para expresarlo... o incluso dejarlo estar.

           María estaba más pendiente de lo que pudiera necesitar su prima, que de sí misma. Estupenda actitud para el encuentro verdadero: el otro es lo más importante. Que se sienta a gusto conmigo, que le eche una mano si fuera lo posible. Que se sienta acompañado y comprendido. Tengo que ser portador de alegría, de paz, serenidad, de cercanía, de amor... Y si no me salen espontáneamente de dentro... puedo pedirlos al Señor que va conmigo... En todo caso SIEMPRE HAY algo de bondad en mí y cosas buenas que ofrecer. Esas... son las que tengo que llevar a mano, en el bolsillo.

Para terminar, recojo unas palabras escritas por el Papa Francisco:

"El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus necesidades, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura".

También eso: no estaría nada mal podernos dar algún abrazo sincero de reconciliación. Así la Navidad sería más Navidad. Que yo sea el mejor regalo que puedo llevar hasta los otros. Mi presencia llena del Dios que me habita, me fortalece y me ayuda a salir de mí mismo y ser «para el otro, para los otros». Como María, la Visitadora y servidora de aquella otra bendita mujer

sábado, 11 de diciembre de 2021

 





 III  DE ADVIENTO

RECUPERAR LA AUTENTICA ALEGRÍA

 

 La Iglesia, especialmente en este tercer domingo de Adviento, nos hace una invitación a la alegría. Pero se trata de una alegría distinta, profunda, que puede ser incluso silenciosa. De sobra sabemos que por mucha comida y mucho champán que tomemos, no conseguimos la auténtica alegría. Por muchos regalos que nos hagamos, por mucho papel de colores, muchos belenes y árboles iluminados que pongamos por todas partes... hay que reconocer que a menudo nos está faltando la ALEGRÍA con mayúsculas.

El poco conocido profeta de la primera lectura, de extraño nombre, (Sofonías = «Dios protege») nos ha invitado a la alegría, dándonos varias razones. A saber:

                §  Lo primero es que EL SEÑOR HA CANCELADO TU CONDENA, Dios te ha perdonado definitivamente tus culpas y penas. Porque sí. Desde la raíz.

De sobra sabemos que, aunque no somos mala gente, estamos bastante lejos de vivir como auténticos discípulos de Jesús; estamos lejos de que otros hombres puedan leer el Evangelio en nuestras vidas. De sobra sabemos que nos falta complicarnos mucho más la vida en los asuntos del amor y la justicia, y el cuidado de la creación. En esto nunca hacemos bastante, siempre podemos más y mejor.

Dios nos está colmando continuamente de regalos, de oportunidades, de capacidades... Y más de una ni siquiera la hemos desempaquetado. En la lista de «deudas» con Dios siempre andamos en números rojos. La cercanía de Dios conlleva el ofrecimiento de una paz profunda y a nuestro alcance: nos permite sentirnos profundamente reconciliados, con una nueva oportunidad de ser mejores y vivir más desde Dios y para los otros. Los ángeles de Nochebuena nos anuncian la Paz a los hombres que ama el Señor. Y el Niño será llamado «Príncipe de la Paz». El Adviento es una ocasión estupenda para que saborees esas palabras del profeta, dirigidas expresamente para ti ¡EL SEÑOR HA CANCELADO TU CONDENA!, que por el ministerio de la Iglesia te conceda el perdón y la paz

              §  En segundo lugar: EL SEÑOR HA EXPULSADO A TUS ENEMIGOS.

Tantas veces te han disparado directo al corazón y han hecho diana, y te has sentido sangrar. Te han hecho «nada»... Tantas veces has tenido que agachar la cabeza ante otros más fuertes que te imponían sus ideas, sus criterios, sus costumbres, sus soluciones. ¡Tantas veces te has tenido que refugiar en «el bosque» para ponerte a resguardo! Enemigos de fuera... ¡pero también de dentro!, que son incluso peores, porque es bien difícil huir de ellos, y a menudo te sorprenden con la guardia baja. Esas seducciones, vicios, apegos, complejos, manías y miedos, tentaciones... Pues el Señor los vence, los «expulsa» de ti, los aleja... aunque a ti te toca poner de tu parte, claro. Es la alegría de verse liberado.

              §  En tercer lugar. EL SEÑOR SERÁ REY EN MEDIO DE TI.

 Él puede tomar posesión de ti. No hay ninguna zona oscura de tu vida, de tu corazón, de tu historia, a donde no pueda llegar Él para salvarte. Allí entra él con toda tu fuerza. Es cuestión de hacer silencio, quitar candados y pestillos, y dejarle que vaya pasando en tu oración, en tu Eucaristía... hasta el centro de tu Castillo Interior, a cada rincón, y acomodándolo todo a su gusto. La alegría de tener siempre contigo al Rey Huésped.

              §  Y tal vez la más sorprendente: EL SE GOZA Y SE COMPLACE EN TI, TE AMA Y SE ALEGRA CON JÚBILO.

 Esta es la razón principal de la alegría y de la fiesta. Dios está enamorado apasionadamente de ti. Se ha fijado concretamente en ti para ofrecerte todo su cariño. Te lleva observando desde siempre, hagas lo que hagas, con un cariño impresionante. Te pondrás mil máscaras, te esconderás detrás del activismo y tus ocupaciones y superficialidades, te salpicarás de barro. ¡Es igual, no le importa! Te olvidarás de Él, pero como buen enamorado, Él seguirá buscándote y esperándote. Nos cuesta creerlo, siempre nos vemos poco dignos de que entre en nuestra casa. Pero realmente le importamos, tanto que es capaz de vencer a la mismísima muerte, para poder estar siempre con nosotros. Y cuando uno sabe que alguien le ama de esa manera... se llena de sorpresa y de alegría...

                §  En resumen: EL SEÑOR ESTÁ CERCA.

 Está cerca en Navidad y en cada Eucaristía, hablándote y poniendo en común contigo todo lo que es y puede y le dejes. Está cerca en el hermano y en la comunidad cristiana. Está cerca: en el pobre y en el que sufre. Está tan cerca de ti como tu propio corazón: precisamente ahí. Y entonces se esfuman los temores: su victoria ante cualquier tropiezo, fracaso, dificultad ¡es la nuestra! Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Nada ni nadie os preocupe; sino que, en toda ocasión, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Tendremos problemas, es obvio, pero los enfrentaremos de otra manera: con esperanza, con serenidad, con equilibrio, con fortaleza. «Y la Paz protegerá y cuidará de nuestros pensamientos y corazones en Cristo Jesús».

Necesitamos esta alegría: es más sencilla, dura más, no cuesta dinero y merece la pena. Cuando esta alegría nos envuelve, podemos planteamos vivir una Navidad de otra manera. Y entonces, ¿Qué hacemos?, podríamos preguntarle al Bautista, o al Evangelio. ¿Cómo vivir una Navidad alegre, distinta?

martes, 7 de diciembre de 2021

 

INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

 




La Virgen María, la Madre de Dios, nuestra Madre, es otra de las protagonistas del Adviento, como no podía ser menos. Nos volveremos a encontrar con ella el próximo día 12 de este mes, bajo la advocación de Ntra. Sra. de Guadalupe, muy venerada en el continente americano. Hoy la contemplamos bajo el misterio de su Inmaculada Concepción, recordando su disponibilidad a Dios, su sí a Él, y la puerta que esta aceptación y entrega supuso y supone para todos los creyentes: nada más y nada menos que el nacimiento de nuestro Salvador, que dentro de poco celebraremos.

Dos ideas por si te ayudan a vivir esta jornada de la mano de María.

Si el cristianismo fuera una ideología, una ideología no necesita de una madre. Pero como el cristianismo es fundamentalmente el encuentro con la persona de Jesucristo, para dicho encuentro sí necesitamos de la Madre de “ese” con quien nos queremos encontrar, porque ella nos lleva a su encuentro. Por eso, cada vez que oramos a Dios con María, le estamos diciendo: “María, muéstranos a tu Hijo”. Pídeselo hoy. Pídele a nuestra Madre que te ayude a conocer más a Jesús, para amarlo más y seguirle mejor.

. De las lecturas de hoy, me quedo con el imperativo que el Arcángel le dice a María de parte de Dios: ¡alégrate! Es la primera palabra, es el saludo, es el resumen de todo su mensaje. Alégrate porque eres llena de Gracia, porque el Señor está contigo. El pueblo cristiano tiene la bonita costumbre, que mucha gente mantiene, de rezar el Ángelus a las doce del mediodía, en silencio, interiormente, en medio del trabajo. Y esta bella oración recoge esta secuencia de la Anunciación que hoy meditamos de la mano del evangelista San Lucas.

Deberíamos recordar más a menudo, cuando rezáramos el Ángelus y oráramos con María lo que el Arcángel le mandó: ¡alégrate!; y lo que ella supo vivir incluso en medio de la oscuridad de la incomprensión en el momento más duro de su vida al pié de la cruz. Una alegría interna que la ayudó a esperar y no desesperar, a mantenerse en pié.

Celebrar a María es recordarnos que tenemos una Madre en el camino del seguimiento de Jesús, que no estamos solos. Es recordarnos que la fe es un camino de alegría, porque el Señor está con nosotros. Y cuando lo olvidemos, basta con mirar a la Madre, cómo ella lo vivió; su sí fue plenificado, su confianza no quedó defraudada. Ella nos recuerda que este camino, que esta apuesta es, incluso cuando todo parece perdido en medio de la noche, de ganadores.

¡Inmaculado Corazón de María, ruega por nosotros!

sábado, 4 de diciembre de 2021

 

 


II DE ADVIENTO

QUITAR TODO OBSTÁCULO QUE IMPIDA LA SANTIDAD

 


El eco de la predicación del Bautista llega hasta nosotros en este segundo Domingo de Adviento.  El Precursor, que recibió de Dios la misión de preparar al pueblo elegido para la venida del Salvador prometido, nos renueva también hoy el llamado a la conversión, a disponer los corazones para salir al encuentro del Señor que viene.

Para acoger al Señor es necesario enderezar las sendas torcidas y allanar los caminos.  La buena obra de nuestra reconciliación, iniciada por Dios en cada uno de nosotros, no debe detenerse ni descuidarse ningún día.  Debe avanzar y progresar hasta que alcancemos la plena madurez de Cristo, de tal modo que cada cual pueda repetir con el Apóstol: «vivo yo, más no yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).

La necesaria preparación consiste en “abajar los montes y colinas”, es decir, quitar todo obstáculo del camino que conduce a la santidad, despojarnos de todo lo que retarda o impide la llegada del Señor a nuestros corazones.  Por otro lado, consiste asimismo en “rellenar los valles y abismos”, es decir, en revestirnos de las virtudes que apresuran la llegada del Señor a nuestra casa.

¿De qué debemos despojarnos y de qué debemos revestirnos?  Debo despojarme de la impaciencia con que suelo tratar a algunas personas y revestirme de paciencia y de un trato más afable; debo despojarme del egoísmo y apego a los bienes materiales para revestirme de actitudes de generosidad y desprendimiento; debo despojarme de la búsqueda desordenada de mi propia satisfacción sensual para revestirme de actitudes que custodien la pureza y castidad; debo despojarme de la insensibilidad frente a las necesidades del prójimo y revestirme de la solidaridad concreta; debo despojarme de los chismes, de la difamación, de palabras desedificantes o groseras para revestirme de un silencio reverente y de palabras que busquen siempre la edificación del prójimo; debo despojarme de resentimientos y rencores para revestirme de sentimientos de perdón y misericordia con quien me ha ofendido.

Si de verdad quieres que el Señor venga a ti y permanezca en tu casa, limpia tu corazón de todo aquello que es obstáculo para que Él venga y permanezca en ti, revístete de Cristo mismo cada día, de su justicia, de su caridad, de su paciencia, de todas las virtudes que ves brillar en Él.