“¿QUIÉN ES ÉSTE?”.
Pbro. Ángel Yván
Rodríguez Pineda
1.
“¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Viva el
Altísimo!” Así gritó la multitud enardecida al paso de Jesús montado en el
burrito, rumbo a la ciudad de Jerusalén. Son aclamaciones de júbilo.
"La
multitud extendió sus mantos por el camino”. Otros “cortaban ramas de los
árboles y alfombraban la calzada”. Y la gente que iba delante y detrás de él
gritaba: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Hosanna en las alturas!”
Y
al entrar él en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: “¿Quién es
éste?”. Y la gente que venía con él –dice san Mateo– decía:
–Es
Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”.
Dice
un poeta hablando de las palmeras: “Molinos verdes, molinos vegetales. Rosa de
los vientos de la fama, sus verdes agujas están ahí, desde el principio de los
siglos, sobre los esbeltos troncos cimbreantes, plegándose a todas las
arbitrariedades de la gloria. Por su inviolada gracia separada del suelo, por
su fácil inclinarse reverentemente, por su tendencia sumisa a curvarse en
dosel, el mundo se fijó inmemorialmente en la hoja de la palmera para cargarla
de enfáticas significaciones triunfales. Y por eso ella, insolente y presumida,
consciente de su glorioso simbolismo, se abre, en estrella, sobre su altura
inaccesible, como diciendo irónicamente que la gloria hoy sopla hacia acá y
mañana hacia allá, en arbitraria rueda divergente".
2.
Aquel día de Ramos en Jerusalén, la gloria triunfal sopló hacia Oriente, por
donde Jesús venía en su pollina. Como hacía siglos había soplado hacia Judas
Macabeo, que, victorioso y salpicado de sangre, entró en Jerusalén, “entre
gritos de júbilo y ramos de palma, al son de la citara y de los címbalos”, como
sopló otro día hacia Vespasiano, cuando, entre palmas, según Flavio Josefo,
entró vencedor en Roma; o hacia Tito, cuando entró, pisando palmas, en
Antioquia.
Así,
sin fijeza ni seriedad, cumplía el signo de la fama humana, su destino
incongruente y arbitrario de señalar todos los cuadrantes del viento: hoy, un
tirano, mañana, un general; pasado, un profeta. Historia poco lúcida de las
palmas triunfales de los hombres: un día, adulación al vencedor, otro día,
consolidación del despojo; otro, vanidad de oro mustio bordado en el académico
de uniforme.
Las
palmas reciben también la salpicadura del rojo bautismo e invierten su sentido.
De signos ruidosos de la victoria visible y el triunfo material pasan a ser
signos puros de las victorias internas, calladas y paradójicas, que tienen ante
el mundo cara de derrotas: el martirio y la virginidad.
El
tipo de mártir parece, ante los ojos, el extremo humano opuesto al tipo del
vencedor que agasajaban las antiguas palmas triunfales: El mártir es el
vencido, el escupido, el humillado, el quemado en parrillas. La virgen también
parece, ante los ojos, la inversión de todo ruidoso triunfo vital: La virgen es
la abandonada, la olvidada, la silenciosa, la despreciada de todo un mundo
antiguo lleno de cultos de cosecha y de maternidad. Pero Jesús había venido a
invertir las cosas. Él, muriendo, vence a la muerte; Él reina con cetro de
caña.
3.
Por eso Jesús sobre su pollina, avanzaría, un poco triste, por el camino que
baja del monte de los Olivos, y entró en Jerusalén orlado, aquella tarde, de
palmas en delirio. Porque Él sabía que las palmas del mundo, sobre la copa de
la palmera, son una estrella redonda y divergente, perplejidad vegetal, que
parece interrogar al viento: ¿Por aquí? ¿Por allí? (ya que suelen mecerse como
juguetes del viento). Y Él soñaba con las legiones de sus mártires, de sus
vírgenes, que, naciendo del pie de la Cruz como ríos de abnegación y sacrificio,
habían de cruzar los siglos de la historia con un temblor de palmas en las
manos; pero de palmas altas, erectas, verticales, con una firme y única
dirección hacia el cielo: por aquí, por aquí... La eterna perplejidad de la
palmera ha quedado resuelta y contestada por el testimonio de miles y miles de
vírgenes y por el testimonio de miles y miles de mártires, a través de estos
dos mil años de cristianismo
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