viernes, 22 de julio de 2011

LA ORACIÓN: EXPERIENCIA DE FE

LA ORACIÓN: EXPERIENCIA DE LA FE
Pbro. Ángel Yván Rodríguez P- 




          Cuando tratamos de argumentar en pro de la oración, solemos concebirla como un ejercicio -todo lo necesario que se quiera-, pero a fin de cuentas un ejercicio más en la vida del creyente. Al plantear así el problema  cometemos un error de base. Este error consiste en plantear el problema de la oración desde el terreno de la religiosidad; es decir como un ejercicio de la piedad personal que busca en Dios solución y respuesta. Ahora bien, lo específicamente cristiano no se basa en la en la religiosidad, sino en la fe.

Hay, por consiguiente, en la oración cristiana una originalidad que la especifica y la distingue radicalmente de cualquier otra experiencia religiosa. Al afirmar esto, no se trata de distinguir un cristianismo sin religión, ni siquiera se pretende decir que en la oración no se dé una expresión de nuestra piedad hacia Dios. Pero, debemos tener siempre presente que en la oración de un cristiano tiene que haber siempre un elemento decisivo que la especifica y la distingue de la oración que pueda hacer cualquier otro hombre religioso; este elemento es la fe. Esta oración, por consiguiente, es oración cristiana en cuanto es expresión de la propia fe del creyente.

Por otra parte, esta conexión entre la fe y la oración es hasta tal punto intensa, que podemos afirmar sin titubeos que hay vida de fe en la medida en que hay vida de oración. Es decir, que la oración es la expresión de la intensidad de la fe en una persona. Oración y fe son dos realidades que se aclaran y expresan mutuamente.

Afirmar que somos libres para orar puede dar la impresión de ser una ironía o una inconsciencia. Extraña libertad, por cierto. Añadida todavía a la fatiga y a la tensión nerviosa de la vida moderna y la falta de tiempo que alegamos continuamente, ¿qué libertad es esa, se preguntarán los que han renunciado a la complejidad y a la aridez de ese esfuerzo interior, cuando la vida moviliza todas nuestras fuerzas y nos invita a existir apasionadamente?

Sin embargo, ¿qué pasaría si fuera verdad que la oración puede ser en nuestras vidas de hombres ese acto eficaz que crea una situación nueva?, y ¿qué ocurriría si fuera un aprendizaje de silencio que nos hiciera entrar igualmente en un mundo nuevo? ¿Y qué tal si más que nunca, en nuestro mundo secularizado, fuéramos capaces de orar, libres y responsables de nuestra oración?

A muchos de nosotros, tanto si nos hemos aventurado a orar, como si no lo hemos hecho, la oración nos parece una experiencia extraña. Tal vez no nos imaginamos que la oración es, al mismo tiempo, simplemente humana y totalmente obra de Dios. Acudimos a la oración como a una actividad a parte y de manera personal. Pero entonces ¿quién es él que ora? No parece que seamos nosotros mismos. Y, como no vamos a orar por necesidad, o por deber, no acabamos nunca de descubrir que es Cristo el que ora en cada uno de nosotros. Para abrir el camino a la oración y encontrar la fuente de agua viva –Cristo-, preguntémonos de nuevo, antes que caigamos en vicios y nos lleguen los prejuicios, si es verdad que es muy posible orar, y por qué es posible.

1.       ¿Cómo orar?

          Ora el hombre; pero con todo el hombre.

          El tener un método de orar puede siempre ayudarnos, pero sólo hasta cierto punto. Ciertamente es importante comprender que nunca hacemos en la oración más de lo que hacemos cada día espontáneamente o con esfuerzo. Traigamos a la mente esas experiencias comunes y cotidianas de nuestra vida.

Cuántas veces, por ejemplo, nos sucede que, después de un trabajo intenso y de un torbellino de actividades, al respirar a fondo y desperezarnos, encontramos así -aun cuando solo sea por un momento-, un poco de distensión y de calma. En ese intervalo breve de descanso, ¿habrá algo más que interrupción de actividad y algo más que un volver la hoja de un deber cumplido? No. En ese sencillo regresar hacia nosotros mismos, podemos percibir un rumor, un fluir tenue de agua que corre, nuestro yo, tan inasible pero percibido como entretejido con los demás o, al contrario, nos encontramos para tomar una resolución sobre una idea nueva o una que teníamos ya. Eso realmente nos moviliza y repercute en nuestro espíritu; evoca otros datos, otras convicciones y los reordena; o rompe y reestructura nuestro modo de tomar la realidad y sugiere comportamientos nuevos.

          A veces lo que hacemos es rumiar una idea acariciada, un tema cien veces desarrollado. ¿Nos aburrirnos al hacerlo? Al revés, eso nos conforta y nos reanima. Otras veces, un simple objeto, un espectáculo, un rostro, una situación, nos aparece como algo significativo de lo real, algo que está más allá y que, sin embargo, es real; existe y nos entrega un sentido de la profundidad que está bajo la superficie. Hay vida, y hay hombre.

Y el hombre que recuerda ¿se dispersa o se concentra? Se distiende y se recoge a la vez al darse cuenta de su continuidad interna y surge, de esa zambullida, más consciente de la existencia de una profundidad que de ordinario no llega a habitar plenamente. Y hay más: por algo que acabamos de ver, de oír, repentinamente no somos más que alegría, indignación, agradecimiento, asombro, simpatía, enorme tristeza; sorprendidos por la vida, por los otros, para no hablar de otros momentos en que esos sentimientos brotan en nosotros sin causa conocida.

También leemos mucho y de prisa, si queremos estar al día. Pero hay lecturas que nos sirven de alimento, porque el hombre en su historia y en su actualidad, en su vida medio alocada con lo que ella vale; con sus promesas no cumplidas, aunque tal vez jamás negadas, está ahí, frente a nosotros; a cada página, nos sale al encuentro, y nos detenemos momentáneamente para gozar de esa presencia reveladora de nosotros mismos, siempre diferentes de lo que creíamos y los otros siempre tan semejantes a nosotros.

También la manera como nos dirigimos a los otros, al decirle “Tú”, en intimidad y respeto, o con angustia, ¿no es a veces como una oración? Entonces, no estamos solos, sino vinculados entre nosotros. (y/o vinculados a Cristo). ¿Que sitio ocupa Él en nuestro corazón? ¿Cómo llegamos a pensar en Él? y ¿cómo podemos continuar pensando en Él?




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