domingo, 24 de abril de 2011



LA PASCUA:

PRUEBA CONCLUYENTE DE AMOR A CRISTO

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda




            La fiesta cumbre del Año Litúrgico la estamos celebrando ahora. Toda la dinámica espiritual de estas fiestas apunta hacia la Pascua y en ella tiene su más sólido desarrollo. Al igual que la fe. La pascua es su núcleo central. La Pascua es la prueba concluyente de Amor a Cristo. Por la Pascua, Cristo nos urge a vivir sin condiciones la reciprocidad de ese amor. Las lecturas de la Vigilia Pascual, de la Noche Santa, nos invitan a reflexionar y vivir el Misterio de Salvación. Las siete primeras lecturas, Antiguo Testamento, nos van recordando cada uno de los pasos más importantes de la historia de la salvación. Es una extraordinaria síntesis de la misericordia de Dios hasta la llegada del Señor. San Pablo nos enseña cómo celebramos el Misterio Pascual. Lo hacemos en el bautismo porque pasamos de la muerte a la vida en Cristo.
            La Resurrección del Señor es un suceso que le afecta no solamente a Él, nos afecta a todos. Su triunfo sobre la muerte es también el nuestro. Por la Resurrección de Jesús, los hombres  que participan de ella, serán transformados. Y esa transformación se orienta a la salvación del mismo hombre. Morir con Cristo es resucitar con él. Esa unión, en la muerte y en la vida, se da en el bautismo y en la fe. Ahí se establece una solidaridad con el Señor resucitado de la manera como él se ha hecho solidario con nuestra condición humana. Por la muerte y la resurrección del y con él somos como arrastrados al destierro glorioso.
            El sí de Dios, fue la respuesta de Dios a los hombres que afirmaban no al acontecimiento glorioso de la Resurrección. Todo había cambiado en la Noche Santa. Lo imposible, la tiniebla, el fracaso, el pecado, se hace evidencia, luz y gloria. Para el temor de la mujeres que se dirigían al sepulcro, la voz del ángel: vosotras no temáis”. Para aquellas que iban  en busca del cuerpo de Jesús, la gran noticia: “no está aquí: HA RESUCITADO”. El vive y vosotras, testigos de su resurrección tenéis ahora una misión: anunciar esta Buena Noticia a los hombres. Que se olviden del sepulcro, y de Jesús muerto, y de los guardias, y de las autoridades, y de los enemigos: todo eso ya no va a ninguna parte. No merece la pena molestarse por eso. Jesús está vivo. Dios ha dicho sí. Y se cumple con todo su plan.
            Hay que dejar Jerusalén. Allí está la ley, los fariseos, los letrados, el Templo, el legalismo… la muerte. Allí no es posible la vida. No le verán en Jerusalén. Es a ciudad del crimen. La que mata a los profetas. Se encontraran con la Vida, el Resucitado, en Galilea. Ahí encontrarán a Jesús vivo. El Señor ha Resucitado.
            La Resurrección de Cristo es para todos una llamada apremiante a la fe, a la conversión, al amor. Celebrar la Pascua supone una ruptura con el pecado y las estructuras que engendran la muerte; deshacerse, desentenderse, liberarse. Celebrar la Pascua supone pasar por la muerte y adquirir un estilo de vida nuevo que nos haga romper esquemas viejos, superar  ataduras, desentrañar las dudas que nos oprimen. Esta es la tensión a la que nos invita y nos lleva este tiempo de Pascua, a morir, a crecer y a vivir desde la perspectiva de la plena, perfecta renovación en Cristo.

LA FE PASCUAL: TESTIMONIO DE LA RESURRECCIÓN




LA FE PASCUAL:

TESTIMONIO DE LA RESURRECCIÓN

            Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda







La Resurrección de Cristo es fundamento y punto de partida de nuestra fe. El día de la Pascua es el día nuevo que hizo el Señor. Este el día en que Dios nos abre las puertas de la vida por medio de su Hijo, vencedor de la muerte.

 Es necesaria nuestra conversión verdadera y definitiva, porque el justo de Dios, Jesús, está vivo para siempre. Así nos lo plantea la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. Jesús vive. Su vida está oculta en nosotros  y actúa en el mundo como levadura nueva. La vida del cristiano es Cristo. El momento de la vinculación con É: el bautismo. En el Evangelio se nos deja ver que, a los que creemos, nos es dado descubrir la manifestación del Señor que se supera todas las limitaciones humanas. Estamos invitados a descubrir y vivir nuestro “destino pascual”, sin temores ni cansancios.

Cristo resucitado pertenece ya a un mundo transformado. Aquel que quiera ver a Jesús necesita transformarse. El Resucitado es más que el Jesús de Nazaret. Es el Cristo Glorioso que abarca el universo. Y su presencia es nueva. Cristo vive. Esto constituye la fuente de nuestra fe. La fe no consiste en sentir, ver y buscar a Jesús tal como vivió en la tierra. La fe consiste en saberlo encontrar en sus manifestaciones invisibles pero tremendamente vivas en nuestras vidas y en las realidades, positivas o desconcertantes, que nos rodean.

 Vivir la Resurrección es vivir esta fe. Cristo está en los signos que son manifestación de su presencia. La fe pascual nos lleva a encontrar a Cristo en la Iglesia, que prolonga su enseñanza y comunica al mundo la vida de la resurrección. La fe pascual nos lleva a encontrar a Cristo en la Eucaristía, que es el alimento permanente de nuestras actitudes testimoniales cristianas, y que nos congrega para emularnos mutuamente en la caridad y en las buenas obras.

 Eucaristía que es anuncio permanente de la Muerte y Resurrección del Señor. Fe Pascual que nos hace encontrar a Jesús en los Evangelios y en los hermanos, y en el pobre y en todo aquel que padece necesidad. Fe pascual que nos nace encontrar a Jesús en los signos de los tiempos. Fe pascual que nos compromete en la tarea evangelizadora de nuestro continente y el mundo. Fe pascual que nos quiere transformar en testigos de Cristo Resucitado ante nuestros hermanos. Fe pascual que nos empuja a vivir como hombres nuevos.

viernes, 15 de abril de 2011

EL SENTIDO QUE JESÚS DIO A SU PASIÓN Y SU MUERTE


EL SENTIDO QUE JESÚS DIO A SU PASIÓN Y SU MUERTE

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda




Cristo se despojó de su rango”: Este fragmento de la carta a los Filipenses es el “Himno de la redención por Cristo”. (Flp 2,6-11). Himno de humillación y de exaltación. Doctrina para también tenerla en cuenta a la hora de reproducir en nuestra vida personal los rasgos de Cristo. Si, según San Pablo, debemos tener los mismos sentimientos de Jesús, debemos igualmente abrazar una vida humilde. “Jesús se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte”. Se humilló y se hizo como uno de nosotros; nos dio su enseñanza de caridad. Se hizo hombre para buscar al hombre. Se despojó de su rango para salvarlo. Esa es la clave de su renuncia. Lo debe ser también la nuestra. Cristo nos exige que renunciemos a nosotros mismos. Debemos hacerlo con sus mismos sentimientos. Si Él se humilla y se despoja por nosotros, nuestro camino debe ser el mismo que el suyo. También a nosotros nos toca dar la vida por los demás. En la humildad y en la obediencia encontraremos el camino de la transformación y glorificación.

“Dios lo levantó sobre todo”: La obediencia llevó a Jesús a la muerte. Lo llevó también a ser exaltado. Su nombre estará sobre todo nombre. Toda la creación le adorará. Su señorío será universal; pleno y sobre todo lo que existe. Para Él, el título de Señor; es un título divino. Toda la creación –cielo, tierra y abismo- se lo reconocerá. Con ese título, Jesús es exaltado. Ante Él, se doblará toda rodilla. De la más temible humillación será “elevado sobre todo”. Se da la paradoja suprema de todo el Misterio de Cristo: Dios se hace hombre y muere, para que el hombre viva; Dios convirtió la humillación de la Cruz en la mayor de las victorias: Cristo Jesús, Señor del Reino, toma posesión del Reino después de su glorificación.

“¡Jesucristo es Señor!”: Así lo proclama toda lengua. Es la confesión de la victoria de Cristo. Es la confesión cristiana: “Jesús es Señor”. Su trono está en el cielo; Señor y soberano universal. Su título de Señor es el mismo de Dios. El es “Señor de todos”. Como Yavé. El es el Rey de reyes y Señor de los señores. Él es el Señor absoluto. Él es, Señor de la Iglesia. Él es Dios. “¡Mi Señor y mi Dios!”. Eso es Jesucristo. “¡Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre!”

“La Pasión del Siervo”: Anunciada proféticamente la pasión del Mesías, la fue viviendo Cristo Jesús paso a paso. Los evangelistas, sin querer hacer una historia completa y exacta de estos hechos, se mantienen, en la redacción, fieles a las tradiciones originales. Quieren manifestarnos que en Jesús se cumplían las Escrituras. “El Hijo del Hombre tenía que padecer”. Por eso no presentan a un Mesías triunfador; al contrario, nos muestran a Jesús como Siervo Doliente. El siervo cargado de dolores. Allí está, en la narración de la escena, Cristo instituyendo la Eucaristía: un momento  antes anuncia la traición y señala al traidor. Fue el inicio del dolor. ¡Entregado por uno de los suyos! ¡Rechazado cuando quiso salvarle! Jesús no cosechó del corazón de aquel hombre el amor que había sembrado en él. No logró llevarlo por el camino del arrepentimiento a la salvación. La Pasión comenzaba con una traición. La Pasión comenzaba con la pérdida de una oveja. El Buen pastor no pudo cargarla en sus hombros.

“Jesús es condenado”: Getsemaní, la tristeza, la angustia, la oración, los discípulos perdidos, el beso del traidor y el prendimiento. ¡Qué herido dejaron  el corazón del Señor! “En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron”. Comenzaba el juicio más inicuo de la historia: Anás y Caifás, Herodes y Pilato, la representación más abyecta de la justicia humana. Todos los crímenes de todos los jueces de todas las épocas tuvieron allí su representación. El justo es condenado. Se pide la muerte para el Siervo de Dios. Subirá a la Cruz. Es el grito del pueblo: “Que lo crucifiquen”. Los jueces encontraron una comparsa dócil. Lo llevarán “como cordero al matadero”. “Sin defensa. Sin justicia, se lo llevaron”.

“La muerte del Siervo”: No hubo justicia. No hubo piedad. Sobre el madero de la Cruz fue clavado el cuerpo santo del Señor. Con la muerte de Cristo se alumbrará una nueva humanidad. Su sangre era el precio del rescate. Su muerte, garantía de nuestra vida eterna. Donde hubo esclavitud, Él puso libertad. Cambió el odio por amor. La venganza, en perdón. La muerte, en la vida. Nos hizo hijos de Dios. Cargó con nuestros pecados sobre sus hombros para que nos pudiéramos presentar limpios ante el padre de los cielos. Su muerte fue el acto con él que culminaba la reconciliación. Su sacrificio constituyó la gran purificación de la humanidad. El grano de trigo había caído en la tierra y comenzaba a germinar. A partir de entonces el sufrimiento y la muerte tendrían otro sentido nuevo para los seguidores de Jesús. El sentido que le dio Jesús a su Pasión y a su Muerte.

jueves, 7 de abril de 2011

DIOS DA VIDA A LOS MUERTOS





DIOS  DA VIDA A LOS MUERTOS

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda





           La Resurrección de Cristo garantía de la nuestra. San Pablo destaca, con frecuencia, la relación estrecha entre la Resurrección de Cristo y la nuestra. Nosotros resucitaremos porque Cristo ha resucitado. Nuestra resurrección tiene origen en la Resurrección de Jesús. La Resurrección de Cristo implica también la nuestra. La Redención se contemplará cuando la humanidad salvada por el Señor, reciba de su Espíritu la acción vivificante que alcance los mismos cuerpos de los redimidos. “Vivificará también nuestros cuerpos mortales”. Es, la Resurrección y la Gloria, la herencia que recibimos de Cristo. Esa es la Vida Eterna. Don escatológico de Dios. Todavía no lo hemos alcanzado por nuestra condición peregrinante. Sin embargo, en la Eucaristía pregustamos ese don. En el sacramento de la Vida se nos da la promesa y la garantía de ese premio final y eterno.
            Morir para vivir. Cristo se había encaminado a Jerusalén. Era su último viaje. Caminaba hacia la Pasión. Se iba a abrazar con la muerte. Iba a dar su vida. Ofrenda, oblación, sacrificio. “Conviene que uno muera por todos”. La vida de Jesús era el precio de la vida de los hombres. Cristo pagó el rescate. Su muerte nos traerá la vida al mundo. El reino del pecado era desorden, corrupción y muerte. Cristo instaura el Reino de Gracia. En Él no hay ni corrupción ni muerte. Hay gloria. La gloria de Cristo resplandecerá, por encima de todo, en la Pasión. Allí, Cristo, se revelará como Señor de la muerte y Señor de la vida. La gloria de Jesús debe manifestarse en la Iglesia. El Señor lo dice la víspera de su Pasión: “ Yo he sido glorificado en ellos” Cuando los cristianos celebramos la muerte de Jesús, cantan su propia resurrección. Prenda de ella es la Eucaristía.
            Dios da la vida a los muertos. La vida viene de Dios. Nadie puede darla sin en el concurso de Dios. Cristo da la vida a los muertos. “ El que cree en Mí, aunque haya muerto vivirá”. El que cree en Cristo, tiene la Vida. Tiene la vida que vence a la muerte. Es necesaria, pues, para la Vida, la fe. Y la fe viene igualmente de Dios. “Todo el que viva y crea en Mí, no morirá para siempre. El milagro de la resurrección de Lázaro apunta a una vida que no perece. Porque Lázaro revivido volverá a morir. Cristo muestra, resucitándolo, su poder sobre la muerte. Esa resurrección temporal es sólo “signo” de la victoria definitiva. Victoria que consistirá en la Resurrección para la eternidad.


            La vida para siempre. Esa es la vida que nos trae Jesús. Esa es la vida nueva. Cristo siembra con su vida la semilla de eternidad. En Cristo estará el poder de Dios creador del hombre. Cristo, en el nombre del Padre realiza el último milagro antes de la Pasión para poner en jaque definitivamente a los que no creen en Él. Cristo gobierna la vida de los hombres. Tiene poder sobre los muertos. Al imperio de su voz, los muertos resucitan. Es la señal de su poder, de su imperio. Es el Señor de vivos y muertos.
            Dios nos ha creado por Amor. Nos ha salvado por Amor. También, por Amor, nos promete la Gloria que es Vida Eterna en nosotros. Dios es, un Dios de Vida. Él quiere que nosotros los cristianos seamos mensajeros de esperanza y testigos de su Resurrección. Quiere que vayamos creando comunidades de vida, engendradas por la fe, valientes y decididas aunque el resultado humano pueda parecer escaso. Hoy a Eucaristía, nos llama a adherirnos a “ Cristo con la total plenitud de nuestro ser, en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina” (GS 18).