lunes, 17 de enero de 2011

La educación

LA EDUCACIÓN:
FACTOR PROMOTOR DE LA DIGNIDAD HUMANA

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda


            El término “educación” procede de la palabra latina educare; compuesta por “e” y  “educere”, que significa “sacar de”, extraer.  Indica este sentido el carácter de cultivo del hombre.
            La educación es la primera forma de cultura como actividad y se caracteriza por tener como único punto de referencia al hombre en su dignidad integral. El Papa Juan Pablo II en un discurso ofrecido a la Unesco, en la ciudad de París en el año de 1.998, afirmó que “la labor primera y esencial de todo proceso educativo es la promoción de la cultura en general y consolidación de la capacidad humana y espiritual del hombre”.
            Entender a la educación en su estricto sentido, como un proceso integral de la persona humana mediante el propio sujeto humano o a través de otros agentes sociales, es entender la capacidad que posee todo ser humano de adquirir una cultura propiciadora de los valores que lo consolidan en su personalidad. Es así como la educación se convertirá en una actuación consciente del hombre y en un factor de promoción humana.


            La personalidad humana no es sólo el resultado de la adquisición de la cultura y del factor socializante de lo humano; si no que la persona humana trasciende, por el espíritu que posee, a la cultura y a la sociedad. Es por esto que decimos, que el hombre posee individualmente una personalidad; respecto a la cual la educación tiene como objeto su pleno desarrollo y expansión.
            Según el Papa Pío XII, en su Discurso al Congreso Internacional de Psicología Aplicada en abril de 1.958, nos recordaba que: “la personalidad puede definirse como el hombre completo individualmente, es decir, la unidad y la totalidad de todos los caracteres y cualidades, las cuales en último término, son determinadas y gobernadas por el alma”. Es por tanto, que podemos afirmar que la personalidad no es ajena a la educación, ésta tiene por último objeto que el hombre sea persona, mediante el pleno desarrollo de su personalidad.
            Juan Pablo II, destaca al factor educativo como la capacidad inalienable, que posee toda sociedad para lograr que el hombre pueda ser más, y no solamente para que pueda tener más. La educación debe hacer entender al hombre, que a través  de todo lo que tiene, de todo lo que posee, sea él, cada vez más consciente de ser cada día mejor hombre, más persona, más agente de promoción humana, y menos obstáculo de degradación humana y social.

            La educación como factor de promoción de la sociedad y de la persona, pone en interrelación los polos individuales y colectivos del “ser” y del “que hacer” humano. Entre ambos polos se da una mutua reciprocidad, porque los dos están influyendo en su respectivo desarrollo, ya que en la medida que el hombre reafirma su ser, su que hacer, será cada vez más humano y digno de sí mismo.
            Hoy, el proceso educativo debe promover, desde sus fundamentos, el reencuentro con todos los valores que entran en juego en la interacción social y su desarrollo. De forma que en la práctica ordinaria de lo cotidiano, el hombre se perciba como un ser más humano, con mayor capacidad y susceptibilidad ante lo social y más unitario y depositario del fundamento de su dignidad, en cuanto que se conciba, viva y se realice como auténtico hijo de Dios.
            Educar en valores, entraña necesariamente, educar en la dignidad humana.  La dignidad humana es el valor fundamental del resto de los valores, sobre ella se fundamenta cualquier tipo de derecho y dignidad posterior. Si el hombre en si mismo no fuera digno, ¿qué razón tendría llamar valiosas a sus acciones y proyectos? El ser humano goza de una dignidad irrenunciable.
            En todo proceso educativo, debería incorporar con decisión irrenunciable el reconocimiento de que en Dios, se encuentra la fuente de la dignidad humana. Esta verdad fundamental genera un estilo propio de educar, animado por el espíritu evangélico de  la libertad y el amor.
            Desde el más exquisito respeto a la libertad de las personas, las escuelas y universidades católicas siempre han pretendido servir a la configuración, en cada alumno o estudiante, del hombre nuevo que surge de Jesucristo, con la imitación de sus obras. La educación católica entiende que la calidad de la enseñanza está vinculada a la visión cristiana del hombre y del mundo, que aporta la fe. No se reduce ni a un tiempo, ni a una actividad especializada, está presente y a favor  de todo el que hacer educativo del hombre y su dignidad. Evidentemente, la fe suministra un aliento de alma para reconocer mejor el valor de lo humano. La esperanza cristiana plantea que todo proyecto humano camine hacia su plenitud, la cual se basa en Cristo, Camino, Verdad y Vida. Cristo asume lo mejor del deseo humano, en cuanto al  progreso social, y lo purifica de la malicia y de la tentación de conseguirlo por medio de la explotación de la dignidad de los débiles o por medio de la violencia y de la confrontación social.



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