LA PALABRA DE DIOS: UN MEDIO EFICAZ
PARA
DISCERNIR SU VOLUNTAD
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
En
todas las cosas, el Señor Jesús es nuestro perfecto modelo. Si deseamos conocer
la voluntad de Dios, basta con considerarle a él para aprender las mejores
lecciones. Verdaderamente Él pudo decir: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha
agradado”; “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Sal. 40:8; Hb.
10;9).
¿Es
posible hacer la voluntad de Dios en la tierra, allí donde la voluntad del
hombre se opone con orgullo a la de Dios, donde la rebelión, la confusión y la
corrupción progresan por todas partes? La única respuesta positiva está en
Aquel que fue aquí el humilde varón de dolores. Fue fiel, obediente y
consagrado a la voluntad de Dios en cada detalle de su vida de fe. El punto
culminante de esta obediencia fue la cruz: allí él mismo se ofreció en
sacrificio para que Dios sea glorificado en la salvación de innumerables
pecadores.
La voluntad de Dios en sus
designios:
¿Podemos
conocer la voluntad de Dios? En muchas cosas, ¡sin duda que sí! Pero no podemos
conocerla de forma absoluta, salvo cuando se halla revelada en las Escrituras.
Así, “según el puro afecto de su voluntad” hemos sido predestinados a esta
inmensa bendición de ser adoptados por Dios mismo como sus hijos (Ef. 1,5). Del
mismo modo, en lo que respecta a la Iglesia, “Dios ha colocado los miembros
cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso” (1Cor. 12,18). La
Palabra de Dios nos revela muchas otras grandes bendiciones divinas que han
sido dadas a los creyentes, y Dios nos dice que su voluntad las decretó para
nosotros. Tenemos buenos motivos para regocijarnos en las riquezas de su gloria
y de su gracia, y en la inefable hermosura de la voluntad de un Dios salvador.
Su voluntad con respecto a los
principios de nuestra conducta:
En
su Palabra, Dios también nos hace conocer su voluntad acerca de muchos asuntos
relativos a nuestra vida diaria. Sobre este asunto, nos da una seguridad
absoluta. La pregunta es: ¿Encontramos nuestro gozo en esta voluntad de Dios
para dirigir nuestra conducta? Por ejemplo, está escrito: “La voluntad de Dios es vuestra
santificación; que os apartéis de fornicación” (1Ts. 4,3). Numerosos
otros pasajes nos enseñan claramente qué clase de conducta es justa y conveniente.
Leámoslos a menudo, y meditémoslos, de manera que nos resulten familiares.
Sobre todos estos asuntos podemos conocer cuál es la voluntad de Dios, puesto
que Él la declara expresamente. Pero eso no lo es todo.
El
Señor Jesús conocía la voluntad de Dios, y mucho más que esto, la cumplía.
Tengamos cuidado con esta palabra salida de sus labios: “El que quiera hacer la voluntad
de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” (Jn. 7,17). Si deseamos
conocer la voluntad de Dios, preguntémonos en primer lugar con seriedad: ¿por
qué razón queremos conocerla? ¿Es para saber si nos conviene, si satisface
nuestros deseos? ¿O es porque realmente deseamos hacerla, cueste lo que cueste?
Dios conoce profundamente nuestros motivos. Cuando los rescatados de Israel,
justamente después de la deportación a Babilonia, se acercaron a Jeremías para
pedirle que se informara de la voluntad de Dios, podían decir atrevidamente que
escucharían la Palabra de Dios (Jr. 42:5,6). Pero hicieron errar sus propias
almas, estando dispuestos a obedecer sólo si la voluntad de Dios correspondía a
su propio pensamiento (v. 20-21). Si no tenemos la honesta intención, el deseo
real, de cumplir la voluntad de Dios, nunca conseguiremos una firme convicción
en cuanto a la enseñanza de la Palabra de Dios. Por el contrario, si queremos
hacer su voluntad —como dice el Señor— tendremos claridad en cuanto a la
doctrina, es decir la enseñanza de la Palabra, la cual tomará toda su fuerza
para conducirnos.
Su voluntad con respecto a nuestra
vida personal:
No
obstante, nuestras vidas experimentan numerosas circunstancias para las cuales
Dios no ha declarado explícitamente su voluntad en las Escrituras y que, sin
embargo, son motivos de preocupación para nosotros. Pensamos en las
circunstancias de la vida diaria, que no se expresan en términos de bien y de
mal, sino que implican decisiones de nuestra parte: ¿Es necesario comprar o
alquilar una casa? ¿Es necesario mudarse, y adónde? ¿Qué automóvil comprar? ¿Es
preciso hacer tal visita, ayudar a tal persona? etc. Algunos creyentes se
muestran muy seguros en tales casos, y afirman sin vacilación que están
convencidos de que la voluntad de Dios es que hagan esto o aquello. Pero, ¿no
es presunción afirmarlo? ¡Es poner una gran confianza en sus propias
capacidades de discernimiento!
He
aquí un versículo muy útil para que aprendamos a tener una adecuada percepción
de la voluntad de Dios: “No os conforméis a este siglo, sino
transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que
comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rm.12,2).
Lo importante no es solamente conocer la voluntad de Dios, sino discernir el
valor práctico. ¿Cómo es posible? Del lado negativo: no conformándonos a este
mundo. Y del lado positivo: siendo transformados por la renovación de nuestro
entendimiento. Los principios del mundo, para una sabia decisión, son la
conveniencia, el beneficio, el bienestar, etc. La vivencia que la voluntad de
Dios ofrece es buena, agradable y perfecta.
Cuanto
más familiar nos sea la Palabra de Dios, tanto más ella nos ayudará en las
decisiones que hemos de tomar. Aprendiendo a conocer la voluntad de Dios en las
grandes cosas, adquiriremos el discernimiento para las pequeñas. Y a menudo,
mientras leemos las Sagradas Escrituras,
Dios nos hace descubrir enseñanzas que se aplican exactamente a las
circunstancias por las cuales nuestros corazones han sido puestos a prueba
delante de Él.
Cuando
se nos presenta un problema que requiere una pronta respuesta por sí o por no,
dejemos a la luz divina sondear profundamente nuestros corazones para saber si
verdaderamente estamos dispuestos a aceptar lo que el Señor nos mostrará, sea
sí o sea no. Entonces podemos presentarlo delante de Él con la seguridad de que
guardará nuestro corazón en paz a propósito de la decisión a tomar. También
puede permitir que no experimentemos ninguna paz con respecto al camino que no
es según su voluntad. Aun entonces, no afirmaremos que conocemos su voluntad en
cuanto a ese asunto, sino confiaremos en que Él ve que verdaderamente deseamos
hacer su voluntad.
Si
nuestra incertidumbre perdura por algún tiempo, más bien pensemos que el Señor
lo permite para producir en nosotros una más real dependencia de él. Esto nos
lleva a orar de manera más apremiante y a leer más su Palabra para encontrar en
ella Su pensamiento. En la mayoría de los casos, se servirá de ella para
mostrarnos el camino: ella se impondrá a nuestros corazones y nos dará el
conocimiento de su voluntad. Permanezcamos pues tranquilos en la apacible
confianza de que el Señor nos guiará. Lo que conviene al creyente, es una fe de
niño.
Estemos
seguros de que podemos contar plenamente con el Señor para ser guiados en el
buen camino. Esto está muy lejos de la confianza en sí mismo, y muy lejos
también de la impaciencia que actúa en un momento de pánico. En la ejecución de
sus planes, Dios obra todas las cosas con determinación y también con calma. La
confianza en él nos dará también sosiego y tranquilidad.
Deseemos
conocer la voluntad de Dios. Más aún, ¡deseemos hacerla! Experimentaremos que
es buena, agradable y perfecta
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