HOMBRES SIN FE
P.Angel Yvan Rodriguez Pineda
¡Qué triste es ver a muchos hombres sin fe que, al no creer
en el amor de Dios, van buscando seguridad en adivinos para que les lean el
futuro o les hagan su carta astral para poder así controlar el futuro y poder
defenderse de las fuerzas del mal! Sin embargo, no creen en el poder de Dios ni
el poder de la oración y sus vidas van cada día más a la deriva, como barcos
sin rumbo en medio de las tormentas y dificultades de la vida.
Es
lamentable ver cómo proliferan en las grandes ciudades modernas, especialmente
del primer mundo, los adivinos, los brujos y toda clase de sectas filosóficas,
orientales o de cualquier otro tipo, que tratan de vender la idea de la felicidad a tantos millones de hombres, que
están vacíos por dentro. Al no tener fe, quizás tienen una vaga idea de Dios,
caminan a oscuras y, cuando tienen problemas, tratan de solucionarlos con
amuletos o leyendo los horóscopos.
Incluso,
cuando tienen enfermedades, van buscando igualmente mediums o curanderos, que
los convencen de sus bondades y, de
esta manera, los convierten en clientes fijos. Pero su corazón, alejado de
Dios, no puede disfrutar de la auténtica felicidad, que sólo Dios puede dar.
Muchos de nuestros contemporáneos ya no creen en milagros ni quieren oír hablar
de la providencia de Dios. Para ellos creer en la providencia sería creer que
Dios, un ser tan importante, se
rebajara para estar pendiente de nuestros pequeños asuntos de cada día, pues
creen que tiene cosas más importantes en qué pensar. Ellos no pueden entender
que un Dios tan omnipotente e infinito pueda tener tiempo para cuidar de los
pajaritos y de las flores del campo. Ellos creen que es suficiente con que este
Dios, tan grande y majestuoso, se preocupe del cuidado de los astros y del ir y
venir de los planetas y de las estrellas.
Para
ellos todo lo que sucede en nuestro mundo se debe a las causas segundas, como
dicen los filósofos, es decir, simplemente, a la relación de causa-efecto de
las fuerzas naturales. No pueden creer que este Dios pueda ser tan humano y
cariñoso como para cuidar de los mínimos detalles de sus hijos. Ellos no pueden
entender ni podrán entender nunca a un Dios humano como Jesús, que amaba a los
niños y curaba a los enfermos. Nunca podrán entender que Dios se rebaje hasta el punto de cuidar nuestra
vida y guiarnos, personalmente, hacia el bien y la felicidad.
Por eso,
nosotros debemos hacer un acto de fe en el amor de Dios y en su providencia.
Dios no sólo cuida de los pajaritos, sino también de los más pequeños de los
seres humanos. Como dice Jesús: Mirad de
no despreciar a ninguno de estos pequeñitos, porque, en verdad, os digo que sus
ángeles ven de continuo en el cielo el rostro de mi Padre celestial... La
voluntad de vuestro Padre, que está en los cielos, es que no se pierda ninguno
de estos pequeñitos (Mt 18, 10-14). No
temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino
(Lc 12,32). Hasta los cabellos de vuestra
cabeza los tiene contados (Lc 12,7). Sí, existe la providencia de Dios,
porque Dios nos ama.
LA PROVIDENCIA DE DIOS
La providencia de Dios es el cuidado y solicitud que Dios
tiene sobre todas sus criaturas, procurándoles todo lo que necesitan. El
Catecismo de la Iglesia Católica dice que la
solicitud de la divina providencia… tiene cuidado de todo, desde las cosas más
pequeñas hasta los más grandes acontecimientos del mundo y de la historia (Cat
303). Pero Dios no da solamente a sus
criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de
ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su
designio. (Cat 306). Los hombres,
cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar
libremente en el plan divino no sólo por sus acciones y oraciones, sino también
por sus sufrimientos. Entonces, llegan a ser plenamente colaboradores de Dios y
de su Reino (Cat 307). Especialmente, la
oración cristiana es cooperación con su providencia y su designio de amor hacia
los hombres (Cat 2738).
La
providencia de Dios es el amor de Dios en acción. Por eso, lo que ocurre en
nuestra vida no es fatalismo determinado por el curso de los astros o de las
estrellas como dice la astrología. La vida del hombre no depende de un destino
ciego o de la casualidad. No estamos abandonados a nuestra suerte por un creador
que se ha olvidado de nosotros; sino todo lo contrario, nos guía con amor en
cada uno de nuestros pasos, como un Padre, que vigila los pasos vacilantes de
su hijo pequeño.
Felizmente para nosotros, el amor y la misericordia de Dios
es más grande que nuestros errores y pecados, y siempre nos da la oportunidad
de rectificar el camino. Pero debemos entender que Dios no es un dictador
despiadado, que nos obliga a seguir su camino a buenas o a malas. Dios quiere
el amor de sus criaturas y el amor sólo es válido, cuando se ama en libertad.
Ciertamente, Dios es omnipotente, pero su omnipotencia no es para destruir y
matar, sino para construir, amar y hacer felices a los hombres. Su omnipotencia
es omnipotencia de amor y sólo puede hacer lo que le inspire su amor hacia los
hombres.
Hablar,
pues, de la providencia de Dios significa hablar del amor de Dios. Creer en su
amor significa creer que tiene el control de todos los detalles que nos suceden
y de todo lo que pasa en el universo entero. Sí, Dios rige los astros del
firmamento, guía el curso de los planetas y controla la rotación de la tierra.
Vela sobre la hormiga que trabaja en su granero, cuida a los insectos que
pululan por el aire y sobre cada gota de agua del océano. Ninguna hoja de árbol
se agita sin su permiso, ni una brizna de hierba muere sin Él saberlo, ni los
granos de arena movidos por el viento. Vela con solicitud sobre las aves y los
lirios del campo. En una palabra, creer en su amor providente significa creer
que Él cuida de los pasos de cada estrella, de cada ser humano, de cada átomo…,
porque su amor omnipotente mueve y da
vida a todo lo que existe.
Por eso mismo, hablar de providencia es hablar de seguridad
y de tranquilidad existencial, sabiendo que alguien todopoderoso vela sobre
nosotros. Y que, por tanto, ningún enemigo, por poderoso que sea, y ninguna
fuerza maligna puede hacernos daño, porque nuestro Padre Dios está siempre
vigilante. Y, si permite que nos sucedan cosas negativas y que nos toque alguna
fuerza del mal, lo hace por nuestro bien.
Santa
Teresita del Niño Jesús habla de la providencia de Dios con relación a las
distintas vocaciones y dice: Durante
mucho tiempo estuve preguntándome a mí misma por qué Dios tenía preferencias,
por qué no todas las almas recibían las gracias con igual medida... Me
preguntaba por qué los pobres salvajes, por ejemplo, morían en gran número sin
haber oído siquiera pronunciar el nombre de Dios... Jesús se dignó instruirme
acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprendí
que todas las flores creadas por él son bellas, que el brillo de la rosa y la
blancura de la azucena no le quitan a la diminuta violeta su aroma ni a la
margarita su encantadora sencillez... Comprendí que, si todas las flores
pequeñas quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su gala primaveral, los
campos ya no estarían esmaltados de florecillas... Lo mismo acontece en el
mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Él ha querido crear santos
grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas; pero ha creado
también otros más pequeños, y éstos han de contentarse con ser margaritas o
violetas, destinadas a recrearle los ojos a Dios, cuando mira al suelo. La
perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que Él quiere que seamos. (1)
La providencia
de Dios se ocupa de cada flor del campo y de cada alma en particular, como si
no hubiera nadie más en el universo. Todo su amor es para cada uno y vela por
cada uno en particular. Podríamos decir que la providencia de Dios dirige a
todos y cada uno hacia el amor. Somos flores de jardín de Dios, luces de su
divino resplandor, hijos de su gran familia, herederos de su reino, y nos ama a
cada uno con todo su infinito amor.
1 Historia de un alma, MA fol 2 y 3.
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