lunes, 30 de julio de 2012


             
LA PALABRA DE DIOS: UN MEDIO EFICAZ PARA
DISCERNIR SU VOLUNTAD
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda





En todas las cosas, el Señor Jesús es nuestro perfecto modelo. Si deseamos conocer la voluntad de Dios, basta con considerarle a él para aprender las mejores lecciones. Verdaderamente Él pudo decir: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado”; “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Sal. 40:8; Hb. 10;9).
¿Es posible hacer la voluntad de Dios en la tierra, allí donde la voluntad del hombre se opone con orgullo a la de Dios, donde la rebelión, la confusión y la corrupción progresan por todas partes? La única respuesta positiva está en Aquel que fue aquí el humilde varón de dolores. Fue fiel, obediente y consagrado a la voluntad de Dios en cada detalle de su vida de fe. El punto culminante de esta obediencia fue la cruz: allí él mismo se ofreció en sacrificio para que Dios sea glorificado en la salvación de innumerables pecadores.
La voluntad de Dios en sus designios:
¿Podemos conocer la voluntad de Dios? En muchas cosas, ¡sin duda que sí! Pero no podemos conocerla de forma absoluta, salvo cuando se halla revelada en las Escrituras. Así, “según el puro afecto de su voluntad” hemos sido predestinados a esta inmensa bendición de ser adoptados por Dios mismo como sus hijos (Ef. 1,5). Del mismo modo, en lo que respecta a la Iglesia, “Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso” (1Cor. 12,18). La Palabra de Dios nos revela muchas otras grandes bendiciones divinas que han sido dadas a los creyentes, y Dios nos dice que su voluntad las decretó para nosotros. Tenemos buenos motivos para regocijarnos en las riquezas de su gloria y de su gracia, y en la inefable hermosura de la voluntad de un Dios salvador.

Su voluntad con respecto a los principios de nuestra conducta:
En su Palabra, Dios también nos hace conocer su voluntad acerca de muchos asuntos relativos a nuestra vida diaria. Sobre este asunto, nos da una seguridad absoluta. La pregunta es: ¿Encontramos nuestro gozo en esta voluntad de Dios para dirigir nuestra conducta? Por ejemplo, está escrito: “La voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación” (1Ts. 4,3). Numerosos otros pasajes nos enseñan claramente qué clase de conducta es justa y conveniente. Leámoslos a menudo, y meditémoslos, de manera que nos resulten familiares. Sobre todos estos asuntos podemos conocer cuál es la voluntad de Dios, puesto que Él la declara expresamente. Pero eso no lo es todo.
El Señor Jesús conocía la voluntad de Dios, y mucho más que esto, la cumplía. Tengamos cuidado con esta palabra salida de sus labios: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” (Jn. 7,17). Si deseamos conocer la voluntad de Dios, preguntémonos en primer lugar con seriedad: ¿por qué razón queremos conocerla? ¿Es para saber si nos conviene, si satisface nuestros deseos? ¿O es porque realmente deseamos hacerla, cueste lo que cueste? Dios conoce profundamente nuestros motivos. Cuando los rescatados de Israel, justamente después de la deportación a Babilonia, se acercaron a Jeremías para pedirle que se informara de la voluntad de Dios, podían decir atrevidamente que escucharían la Palabra de Dios (Jr. 42:5,6). Pero hicieron errar sus propias almas, estando dispuestos a obedecer sólo si la voluntad de Dios correspondía a su propio pensamiento (v. 20-21). Si no tenemos la honesta intención, el deseo real, de cumplir la voluntad de Dios, nunca conseguiremos una firme convicción en cuanto a la enseñanza de la Palabra de Dios. Por el contrario, si queremos hacer su voluntad —como dice el Señor— tendremos claridad en cuanto a la doctrina, es decir la enseñanza de la Palabra, la cual tomará toda su fuerza para conducirnos.


Su voluntad con respecto a nuestra vida personal:

No obstante, nuestras vidas experimentan numerosas circunstancias para las cuales Dios no ha declarado explícitamente su voluntad en las Escrituras y que, sin embargo, son motivos de preocupación para nosotros. Pensamos en las circunstancias de la vida diaria, que no se expresan en términos de bien y de mal, sino que implican decisiones de nuestra parte: ¿Es necesario comprar o alquilar una casa? ¿Es necesario mudarse, y adónde? ¿Qué automóvil comprar? ¿Es preciso hacer tal visita, ayudar a tal persona? etc. Algunos creyentes se muestran muy seguros en tales casos, y afirman sin vacilación que están convencidos de que la voluntad de Dios es que hagan esto o aquello. Pero, ¿no es presunción afirmarlo? ¡Es poner una gran confianza en sus propias capacidades de discernimiento!
He aquí un versículo muy útil para que aprendamos a tener una adecuada percepción de la voluntad de Dios: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rm.12,2). Lo importante no es solamente conocer la voluntad de Dios, sino discernir el valor práctico. ¿Cómo es posible? Del lado negativo: no conformándonos a este mundo. Y del lado positivo: siendo transformados por la renovación de nuestro entendimiento. Los principios del mundo, para una sabia decisión, son la conveniencia, el beneficio, el bienestar, etc. La vivencia que la voluntad de Dios ofrece es buena, agradable y perfecta.
Cuanto más familiar nos sea la Palabra de Dios, tanto más ella nos ayudará en las decisiones que hemos de tomar. Aprendiendo a conocer la voluntad de Dios en las grandes cosas, adquiriremos el discernimiento para las pequeñas. Y a menudo, mientras leemos las  Sagradas Escrituras, Dios nos hace descubrir enseñanzas que se aplican exactamente a las circunstancias por las cuales nuestros corazones han sido puestos a prueba delante de Él.
Cuando se nos presenta un problema que requiere una pronta respuesta por sí o por no, dejemos a la luz divina sondear profundamente nuestros corazones para saber si verdaderamente estamos dispuestos a aceptar lo que el Señor nos mostrará, sea sí o sea no. Entonces podemos presentarlo delante de Él con la seguridad de que guardará nuestro corazón en paz a propósito de la decisión a tomar. También puede permitir que no experimentemos ninguna paz con respecto al camino que no es según su voluntad. Aun entonces, no afirmaremos que conocemos su voluntad en cuanto a ese asunto, sino confiaremos en que Él ve que verdaderamente deseamos hacer su voluntad.
Si nuestra incertidumbre perdura por algún tiempo, más bien pensemos que el Señor lo permite para producir en nosotros una más real dependencia de él. Esto nos lleva a orar de manera más apremiante y a leer más su Palabra para encontrar en ella Su pensamiento. En la mayoría de los casos, se servirá de ella para mostrarnos el camino: ella se impondrá a nuestros corazones y nos dará el conocimiento de su voluntad. Permanezcamos pues tranquilos en la apacible confianza de que el Señor nos guiará. Lo que conviene al creyente, es una fe de niño.
Estemos seguros de que podemos contar plenamente con el Señor para ser guiados en el buen camino. Esto está muy lejos de la confianza en sí mismo, y muy lejos también de la impaciencia que actúa en un momento de pánico. En la ejecución de sus planes, Dios obra todas las cosas con determinación y también con calma. La confianza en él nos dará también sosiego y tranquilidad.
Deseemos conocer la voluntad de Dios. Más aún, ¡deseemos hacerla! Experimentaremos que es buena, agradable y perfecta

viernes, 20 de julio de 2012


CONTRA LA PEREZA: DILIGENCIA

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda





 “Vé a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio” (Proverbios 6:6)
¡Nadie admite fácilmente que le falta energía o que es perezoso! Sin embargo, Dios conoce mejor que nosotros mismos nuestras predisposiciones y tendencias. Su Palabra, y especialmente el libro de los Proverbios, contienen varias exhortaciones dirigidas al perezoso. ¡Tal vez suenen con fuerza a algunos de nosotros!
¿No nos sucede que a veces nos dejamos tentar por el abandono? Cierto, la pereza no siempre se manifiesta claramente. Puede llevar varias máscaras; pero la Palabra de Dios las revela.
•          Demora o remisión: Se deja para más tarde las obligaciones sin interés o fastidiosas; pero es simplemente una forma de pereza. Para eso, las buenas excusas no faltan: “El perezoso no ara a causa del invierno” (Proverbios 20:4); prefiere remitir ese trabajo para una estación más apropiada.
•          Excusas: Cuando se trata de deberes difíciles o desagradables, encontramos excusas. “Dice el perezoso: El león está en el camino; el león está en las calles” (Proverbios 26:13).
•          Lista  falsa de prioridades; Primero emprendemos las cosas fáciles y agradables, y luego las más difíciles; como el hombre que sigue a los ociosos en lugar de labrar su tierra (Proverbios 28:19).
•          Falta el tiempo: Nunca tenemos tiempo para lo que no queremos hacer, aunque malgastamos mucho para las cosas inútiles. “También el que es negligente en su trabajo es hermano del hombre disipador” (Proverbios 18:9).
•          Sin don: «¡No puedo cumplir esta tarea, no estoy capacitado para ella!» Presentando esta excusa, muchos se preguntan cuáles son los dones que el Señor les confió, en lugar de hacer simplemente lo que él les pone en el camino.
Recordemos las palabras del apóstol Pedro, al principio de su segunda epístola. Nos instiga a la diligencia en nuestra vida cristiana.
“Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo... Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás” (2 Pedro 1:5-10).
En Lucas 19:12-27, la parábola de las minas muestra que el celo que tenemos por el Señor, y para cumplir las tareas que nos confía, será recompensado en su tiempo. ¿No tenemos todos el deseo de oír que nos diga: “Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades”? Entonces, tomemos a pecho su orden: “Negociad entre tanto que vengo” (v. 17, 13).

sábado, 14 de julio de 2012

Hombres sin fe




HOMBRES SIN FE
P.Angel Yvan Rodriguez Pineda





         ¡Qué triste es ver a muchos hombres sin fe que, al no creer en el amor de Dios, van buscando seguridad en adivinos para que les lean el futuro o les hagan su carta astral para poder así controlar el futuro y poder defenderse de las fuerzas del mal! Sin embargo, no creen en el poder de Dios ni el poder de la oración y sus vidas van cada día más a la deriva, como barcos sin rumbo en medio de las tormentas y dificultades de la vida.

Es lamentable ver cómo proliferan en las grandes ciudades modernas, especialmente del primer mundo, los adivinos, los brujos y toda clase de sectas filosóficas, orientales o de cualquier otro tipo, que tratan de vender la idea de la felicidad a tantos millones de hombres, que están vacíos por dentro. Al no tener fe, quizás tienen una vaga idea de Dios, caminan a oscuras y, cuando tienen problemas, tratan de solucionarlos con amuletos o leyendo los horóscopos.



Incluso, cuando tienen enfermedades, van buscando igualmente mediums o curanderos, que los convencen de sus bondades y, de esta manera, los convierten en clientes fijos. Pero su corazón, alejado de Dios, no puede disfrutar de la auténtica felicidad, que sólo Dios puede dar. Muchos de nuestros contemporáneos ya no creen en milagros ni quieren oír hablar de la providencia de Dios. Para ellos creer en la providencia sería creer que Dios, un ser tan importante, se rebajara para estar pendiente de nuestros pequeños asuntos de cada día, pues creen que tiene cosas más importantes en qué pensar. Ellos no pueden entender que un Dios tan omnipotente e infinito pueda tener tiempo para cuidar de los pajaritos y de las flores del campo. Ellos creen que es suficiente con que este Dios, tan grande y majestuoso, se preocupe del cuidado de los astros y del ir y venir de los planetas y de las estrellas.



Para ellos todo lo que sucede en nuestro mundo se debe a las causas segundas, como dicen los filósofos, es decir, simplemente, a la relación de causa-efecto de las fuerzas naturales. No pueden creer que este Dios pueda ser tan humano y cariñoso como para cuidar de los mínimos detalles de sus hijos. Ellos no pueden entender ni podrán entender nunca a un Dios humano como Jesús, que amaba a los niños y curaba a los enfermos. Nunca podrán entender que Dios se rebaje hasta el punto de cuidar nuestra vida y guiarnos, personalmente, hacia el bien y la felicidad.



Por eso, nosotros debemos hacer un acto de fe en el amor de Dios y en su providencia. Dios no sólo cuida de los pajaritos, sino también de los más pequeños de los seres humanos. Como dice Jesús: Mirad de no despreciar a ninguno de estos pequeñitos, porque, en verdad, os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo el rostro de mi Padre celestial... La voluntad de vuestro Padre, que está en los cielos, es que no se pierda ninguno de estos pequeñitos (Mt 18, 10-14). No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino (Lc 12,32). Hasta los cabellos de vuestra cabeza los tiene contados (Lc 12,7). Sí, existe la providencia de Dios, porque Dios nos ama.





LA PROVIDENCIA DE DIOS



         La providencia de Dios es el cuidado y solicitud que Dios tiene sobre todas sus criaturas, procurándoles todo lo que necesitan. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la solicitud de la divina providencia… tiene cuidado de todo, desde las cosas más pequeñas hasta los más grandes acontecimientos del mundo y de la historia (Cat 303). Pero Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio. (Cat 306). Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por sus acciones y oraciones, sino también por sus sufrimientos. Entonces, llegan a ser plenamente colaboradores de Dios y de su Reino (Cat 307). Especialmente, la oración cristiana es cooperación con su providencia y su designio de amor hacia los hombres (Cat 2738).



La providencia de Dios es el amor de Dios en acción. Por eso, lo que ocurre en nuestra vida no es fatalismo determinado por el curso de los astros o de las estrellas como dice la astrología. La vida del hombre no depende de un destino ciego o de la casualidad. No estamos abandonados a nuestra suerte por un creador que se ha olvidado de nosotros; sino todo lo contrario, nos guía con amor en cada uno de nuestros pasos, como un Padre, que vigila los pasos vacilantes de su hijo pequeño.



         Felizmente para nosotros, el amor y la misericordia de Dios es más grande que nuestros errores y pecados, y siempre nos da la oportunidad de rectificar el camino. Pero debemos entender que Dios no es un dictador despiadado, que nos obliga a seguir su camino a buenas o a malas. Dios quiere el amor de sus criaturas y el amor sólo es válido, cuando se ama en libertad. Ciertamente, Dios es omnipotente, pero su omnipotencia no es para destruir y matar, sino para construir, amar y hacer felices a los hombres. Su omnipotencia es omnipotencia de amor y sólo puede hacer lo que le inspire su amor hacia los hombres.



Hablar, pues, de la providencia de Dios significa hablar del amor de Dios. Creer en su amor significa creer que tiene el control de todos los detalles que nos suceden y de todo lo que pasa en el universo entero. Sí, Dios rige los astros del firmamento, guía el curso de los planetas y controla la rotación de la tierra. Vela sobre la hormiga que trabaja en su granero, cuida a los insectos que pululan por el aire y sobre cada gota de agua del océano. Ninguna hoja de árbol se agita sin su permiso, ni una brizna de hierba muere sin Él saberlo, ni los granos de arena movidos por el viento. Vela con solicitud sobre las aves y los lirios del campo. En una palabra, creer en su amor providente significa creer que Él cuida de los pasos de cada estrella, de cada ser humano, de cada átomo…, porque su amor omnipotente  mueve y da vida a todo lo que existe.



         Por eso mismo, hablar de providencia es hablar de seguridad y de tranquilidad existencial, sabiendo que alguien todopoderoso vela sobre nosotros. Y que, por tanto, ningún enemigo, por poderoso que sea, y ninguna fuerza maligna puede hacernos daño, porque nuestro Padre Dios está siempre vigilante. Y, si permite que nos sucedan cosas negativas y que nos toque alguna fuerza del mal, lo hace por nuestro bien.



Santa Teresita del Niño Jesús habla de la providencia de Dios con relación a las distintas vocaciones y dice: Durante mucho tiempo estuve preguntándome a mí misma por qué Dios tenía preferencias, por qué no todas las almas recibían las gracias con igual medida... Me preguntaba por qué los pobres salvajes, por ejemplo, morían en gran número sin haber oído siquiera pronunciar el nombre de Dios... Jesús se dignó instruirme acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza y comprendí que todas las flores creadas por él son bellas, que el brillo de la rosa y la blancura de la azucena no le quitan a la diminuta violeta su aroma ni a la margarita su encantadora sencillez... Comprendí que, si todas las flores pequeñas quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su gala primaveral, los campos ya no estarían esmaltados de florecillas... Lo mismo acontece en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Él ha querido crear santos grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a recrearle los ojos a Dios, cuando mira al suelo. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que Él quiere que seamos. (1)


La providencia de Dios se ocupa de cada flor del campo y de cada alma en particular, como si no hubiera nadie más en el universo. Todo su amor es para cada uno y vela por cada uno en particular. Podríamos decir que la providencia de Dios dirige a todos y cada uno hacia el amor. Somos flores de jardín de Dios, luces de su divino resplandor, hijos de su gran familia, herederos de su reino, y nos ama a cada uno con todo su infinito amor.



Historia de un alma, MA fol 2 y 3.