viernes, 18 de mayo de 2012



LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda





            Los que miraban al cielo eran un grupo de excepción. Habían sido espectadores de primera fila del misterio central de la historia de la salvación. Habían asistido y participado en los momentos más importantes de la historia. Sus ojos habían contemplado el rostro dulce y bondadoso de Cristo predicando, sanando, sus ojos miraron, llenos de asombro, de dolor, a Cristo pendiente en la Cruz a las afueras de Jerusalén, también sus ojos, abiertos  desmesuradamente por la emoción, la alegría se habían cruzado con la mirada de Cristo resucitado. Fue un vivir la Pascua de Jesús con la mirada y también con el corazón. El corazón de ellos había latido al unísono, aunque a distancia, con el corazón pascual de Jesús. Un corazón que se entrega en el primer jueves eucarístico, un corazón que se ofrece como testimonio al discípulo incrédulo.
            Sí, habían vivido todos estos momentos, todos esos acontecimientos, con profundidad, con tensión, con oscuridad, con certeza. Ahora están allí, mirando al cielo, a la nube, que les había quitado la vista del Señor. Estaban mirando al cielo, esperando… Pero no eran horas de espera. Ya no verían más al Señor tal como le habían visto hasta entonces. El Señor se iba y volvería con una presencia diferente. Presencia real, en verdad, presencia viva, presencia cálida, presencia eficaz, presencia afectiva, pero no una presencia experimentable con los sentidos.
            No existen ojos que le vean, como los ojos apostólicos. No habrían manos que le toquen como las de Tomás el incrédulo. Ni el oído humano escuchará ya la voz cálida del Maestro como la escuchó María junto a la puerta del sepulcro la mañana de la resurrección. El Señor estará presente. Su presencia nos exigirá la fe. Presente para los que tienen fe.
            La fe no mira hacia arriba esperando ver aparecerse al Señor. La fe cree que está presente, vivo, real y verdadero en medio de nosotros. A Cristo hay que mirarlo dentro, al lado. En comunión personal y en comunión comunitaria. Quedarse mirando al cielo, de brazos cruzados, esperando a ver qué pasa, quedarse en una actitud de inercia, es olvidar el papel que como discípulos nos toca desempeñar en la extensión del Reino.
            Con la Ascensión del Señor la historia no ha terminado. Se cierra, sí, un capítulo y al mismo tiempo se abre una nueva época. El Señor ya no estará como antes. Estará de otra manera. No esperemos pues, lo que no tiene que pasar. No nos quedemos mirando al cielo.
            Nos quedamos mirando al cielo si somos superficiales, si no ahondamos en el misterio de Amor que se celebra en cada Eucaristía. Allí está Él, el Señor, para compartirse y repartirse. Hemos puesto muchas veces un marcado énfasis en la parte social, el ornato, la parte  exterior de la celebración eucarística, sin muchas veces saborear el misterio de comunión y participación que desborda cada celebración eucarística.
            Nos quedamos mirando al cielo si en nuestro corazón hay tanta vanidad que aspira al oropel y a los honores, a la alabanza y a los títulos, al dinero, al poder. Hay que mirar a la tierra para ver lo transitorio y vano de todo eso y cómo debemos aspirar a los valores más altos y absolutos.
            Nos quedamos mirando al cielo, porque en nuestros periódicos venezolanos leemos, cada vez con mayor frecuencia, que existe en nuestra tierra el predominio de la violencia y la impunidad. Porque falta la justicia y la paz que tanto anhelamos. Nos toca trabajar a todos por el establecimiento de los valores del reino.
            Nos quedamos mirando al cielo, que en la tierra hay muchos problemas graves sin solución que demanda nuestro compromiso, nuestra entrega. La carestía de la vida que hace más difícil la vida a las clases más marginales, el desempleo, corrupción, los secuestros, el narcotráfico, la violencia y muchos más…
            Cuando nos empeñamos en trabajar para hacer un mundo un poco mejor, Dios nos asiste y capacita para se factores de cambios, para realizar obras de bien. Es comprometidos y trabajando como lograremos el cambio, no nos quedemos mirando al cielo. Jesús está encarnado en la tierra. Cristo está entre nosotros. Nos necesita aquí. No nos quedemos mirando al cielo.

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