LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
Los
que miraban al cielo eran un grupo de excepción. Habían sido espectadores de
primera fila del misterio central de la historia de la salvación. Habían
asistido y participado en los momentos más importantes de la historia. Sus ojos
habían contemplado el rostro dulce y bondadoso de Cristo predicando, sanando,
sus ojos miraron, llenos de asombro, de dolor, a Cristo pendiente en la Cruz a
las afueras de Jerusalén, también sus ojos, abiertos desmesuradamente por la emoción, la alegría
se habían cruzado con la mirada de Cristo resucitado. Fue un vivir la Pascua de
Jesús con la mirada y también con el corazón. El corazón de ellos había latido
al unísono, aunque a distancia, con el corazón pascual de Jesús. Un corazón que
se entrega en el primer jueves eucarístico, un corazón que se ofrece como
testimonio al discípulo incrédulo.
Sí,
habían vivido todos estos momentos, todos esos acontecimientos, con
profundidad, con tensión, con oscuridad, con certeza. Ahora están allí, mirando
al cielo, a la nube, que les había quitado la vista del Señor. Estaban mirando
al cielo, esperando… Pero no eran horas de espera. Ya no verían más al Señor
tal como le habían visto hasta entonces. El Señor se iba y volvería con una
presencia diferente. Presencia real, en verdad, presencia viva, presencia
cálida, presencia eficaz, presencia afectiva, pero no una presencia
experimentable con los sentidos.
No existen
ojos que le vean, como los ojos apostólicos. No habrían manos que le toquen
como las de Tomás el incrédulo. Ni el oído humano escuchará ya la voz cálida
del Maestro como la escuchó María junto a la puerta del sepulcro la mañana de
la resurrección. El Señor estará presente. Su presencia nos exigirá la fe.
Presente para los que tienen fe.
La fe
no mira hacia arriba esperando ver aparecerse al Señor. La fe cree que está
presente, vivo, real y verdadero en medio de nosotros. A Cristo hay que mirarlo
dentro, al lado. En comunión personal y en comunión comunitaria. Quedarse mirando
al cielo, de brazos cruzados, esperando a ver qué pasa, quedarse en una actitud
de inercia, es olvidar el papel que como discípulos nos toca desempeñar en la
extensión del Reino.
Con
la Ascensión del Señor la historia no ha terminado. Se cierra, sí, un capítulo
y al mismo tiempo se abre una nueva época. El Señor ya no estará como antes.
Estará de otra manera. No esperemos pues, lo que no tiene que pasar. No nos
quedemos mirando al cielo.
Nos
quedamos mirando al cielo si somos superficiales, si no ahondamos en el
misterio de Amor que se celebra en cada Eucaristía. Allí está Él, el Señor,
para compartirse y repartirse. Hemos puesto muchas veces un marcado énfasis en
la parte social, el ornato, la parte exterior de la celebración eucarística, sin
muchas veces saborear el misterio de comunión y participación que desborda cada
celebración eucarística.
Nos
quedamos mirando al cielo si en nuestro corazón hay tanta vanidad que aspira al
oropel y a los honores, a la alabanza y a los títulos, al dinero, al poder. Hay
que mirar a la tierra para ver lo transitorio y vano de todo eso y cómo debemos
aspirar a los valores más altos y absolutos.
Nos
quedamos mirando al cielo, porque en nuestros periódicos venezolanos leemos,
cada vez con mayor frecuencia, que existe en nuestra tierra el predominio de la
violencia y la impunidad. Porque falta la justicia y la paz que tanto
anhelamos. Nos toca trabajar a todos por el establecimiento de los valores del
reino.
Nos
quedamos mirando al cielo, que en la tierra hay muchos problemas graves sin
solución que demanda nuestro compromiso, nuestra entrega. La carestía de la
vida que hace más difícil la vida a las clases más marginales, el desempleo,
corrupción, los secuestros, el narcotráfico, la violencia y muchos más…
Cuando
nos empeñamos en trabajar para hacer un mundo un poco mejor, Dios nos asiste y
capacita para se factores de cambios, para realizar obras de bien. Es
comprometidos y trabajando como lograremos el cambio, no nos quedemos mirando
al cielo. Jesús está encarnado en la tierra. Cristo está entre nosotros. Nos
necesita aquí. No nos quedemos mirando al cielo.
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