Pbro. Ángel Yvan Rodríguez Pineda
MANIPULACIÓN DE EMBRIONES HUMANOS
Con
frecuencia demostramos nuestro asombro al
escuchar o leer, a través de los medios de comunicación social, la condena a muerte de un ser humano. Nos
impresiona saber que una persona, aunque haya sido el peor de los criminales,
va a ser ejecutado. Sin embargo, a mucha gente le parece “normal” que en algunos países de la
llamada Unión Europea y en otras partes del mundo, se haya determinado abiertamente que los embriones humanos congelados
sean condenados a muerte. Ya diversos
laboratorios, de reconocida marca comercial a nivel mundial, gozan del llamado
permiso “legal” para desarrollar, según el uso que se les quiera dar, el
cultivo de embriones por un tiempo determinado en una probeta. Cuando tengan el
tamaño que permita utilizar con provecho sus células estaminales, serán
condenados, ejecutados y comercializados,
conviertiendolos en “embriones de desecho”.
La medicina y la ciencia, en su
concepto, avanzan vertiginosamente en la
actualidad gracias a estos experimentos. Hasta se llega a la afirmación severa
de que en pocos años, con estos avances, podrán ser curadas graves enfermedades
degenerativas. Otros, por su parte, han dado públicamente gracias a los padres
“donadores” de embriones por su acción generosa, por contribuir al bien de la
humanidad y al progreso científico
técnico de la ingeniería genética.
Ante este panorama, es necesario
confirmar una verdad contundente: “El
que guarda silencio y no puede defenderse, el más inocente en toda esta
historia, muere”. Cada uno de los embriones que será utilizado por
laboratorios de alto nivel, dejará de existir, terminará su vida, porque así
otros lo han decidido. Toda su existencia se ha circunscrito a un entorno de
injusticias. Primero, por haber sido concebido en un ambiente antinatural,
fuera del seno materno. Segundo, por haber sido concebido siempre como
“sobrante”, como alguien que valía “por si acaso” como material de emergencia.
Tercero, porque fue congelado a unas temperaturas sumamente bajas y
perjudiciales para su supervivencia, dejando al criterio de lo que otros (papás,
científicos, laboratorios o empresas comercializadoras) decidiesen sobre su
nefasto futuro.
Nunca faltarán voces que sacarán partido de estos momentos
trágicos, para acentuar su crítica destructiva a los defensores de la vida
humana y al respeto inalienable de todo
ser humano en cada una de las etapas
de su desarrollo. Siempre nos acusarán de ser enemigos de la ciencia y la
experimentación. Nos declararán como aquellos que hemos impedido que miles y
millones de enfermos alcancen su sanación. Más aún, nos despreciarán como
Iglesia, simplemente por afirmar que
todo embrión humano amerita respeto simplemente por ser lo que es: un ser humano. Es más, algunos de los que abiertamente promueven el
relativismo moral y la indolencia ante el valor de la vida, nos estrujarán su
opinión lasciva, diciendo que para qué tanto escándalo por la defensa de los
embriones congelados, si ya el aborto provocado en algunos países es una
realidad aceptada por muchos y amparada por entes gubernamentales. Ciertamente
hemos llegado muy lejos, a un exacerbado desprecio del valor de la vida humana y
la admisión de un avance de una ciencia sin conciencia, que fácilmente conduce
a una derogación del valor inalienable de la dignidad de la persona desde su
concepción hasta su último acto humano, que es la muerte.
En lo
que se refiere a los miles de embriones
congelados actualmente, lo indicado es la prohibición explícita del uso de
cualquier técnica de reproducción artificial extracorpórea orientada al
“cultivo” –o producción industrializada- en función de su futura manipulación
comercial para generar “productos” medicinales y/o cosméticos para la demanda
consumista del mercado.
La declaración actual de la condena
a muerte de los embriones congelados, es un momento triste para la humanidad,
en su marcha hacia la cultura de la muerte, hacia el desprecio de la vida de
unos para favorecer la vida de otros privilegiados. Ciertamente es una
coyuntura triste para la humanidad tal panorama. Pero, sin embargo, es un “Kairós”,
en el que no bastan las lágrimas y los
lamentos. Ha llegado la hora en la que,
como creyentes en el Dios de la Vida ,
tengamos gestos heroicos, voluntades firmes, para hacer algo por defender las
vidas inocentes, para salvar a la ciencia con una dosis de ética, con una dosis
de amor, que es el origen de la vida.
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