LA ESPERANZA CRISTIANA:
UNA VERDAD
ENCARNADA
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
En Filipenses
3:20 leemos: “Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos
al Salvador, al Señor Jesucristo”. Nuestra actitud, pues, debería ser una
actitud de vigilia y de espera, puesto que el regreso del Señor es tal vez el
acontecimiento más cercano de nosotros.
No cabe duda de
que este momento se está acercando con rapidez. Todo anuncia el fin próximo del
tiempo en que vivimos; no hemos de esperar «señales», estamos esperando “al
Salvador, al Señor Jesucristo”.
Muchos
cristianos no tienen más que una vaga idea de la venida del Señor, a pesar de
que todo el Nuevo Testamento está lleno de este acontecimiento maravilloso. Y
muchos de los que lo conocen lo aceptan como doctrina, sin que tenga influencia
en su vida, mientras que todas nuestras acciones tendrían que ser iluminadas
por la perspectiva del próximo regreso de nuestro Señor y Salvador.
Este versículo
de Filipenses nos traza nuestra línea de conducta. Nuestra ciudadanía —también
podemos traducir: nuestra morada— está en los cielos. Somos extranjeros aquí
abajo, peregrinos en el desierto, no tenemos que buscar morada ahí donde
nuestro Salvador ha estado como extranjero sin albergue; vamos a dejar esta
tierra y no debemos pensar en establecernos en este mundo.
¿Nos damos
verdaderamente cuenta del hecho de que el Señor puede venir de un momento al
otro, y de que seremos transformados para ir al encuentro de nuestro amado
Salvador? ¿Ejerce la certidumbre de verle pronto alguna influencia en nosotros,
durante nuestro peregrinaje? Tenemos que vigilar sobre nuestros corazones,
porque fácilmente son desviados de nuestra esperanza, por todas las cosas de
este mundo.
En la Palabra,
“esperanza” significa: una certidumbre absoluta. En el hablar ordinario, esta
misma palabra contiene un elemento de duda, pero en las Escrituras no hay
ninguna duda en cuanto al cumplimiento de la esperanza. Todas las promesas de
Dios son en Cristo Jesús; “son en él Sí, y en él Amén” (2 Corintios 1:20). En
Hebreos 6:18-19, la esperanza es comparada a un ancla. Un ancla no sirve de
nada si no está segura y firme. El ancla de nuestra esperanza no está fijada
sobre arenas movedizas, sino allí donde se halla nuestro amado Salvador: en el
lugar santísimo.
La esperanza que
está delante de nosotros debería ejercer influencia en nuestras vidas de tal
modo que, al llegar el Señor, nos halle viviendo para Su alabanza y para Su
gloria. Acordémonos de la exhortación que nos dice: “Como aquel que os llamó es
santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro
1:15). Dios es santo, y la santidad corresponde a sus hijos; se debería ver en
toda nuestra manera de vivir, en todas nuestras acciones y durante toda nuestra
vida.
En el Nuevo
Testamento, la esperanza de la venida del Señor reviste cinco aspectos muy
distintos. Nos es presentada como:
1.una esperanza
bienaventurada,
2.una esperanza
alentadora,
3.una esperanza
purificadora,
4.una esperanza
viva,
5.una esperanza
afirmante.
Una esperanza
bienaventurada
Hallamos la esperanza
bienaventurada en Tito 2:11-14: “Aguardando la esperanza bienaventurada y la
manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”. El
versículo 11 nos dice que “la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a
todos los hombres”, y esta gracia nos enseña la manera en que hemos de vivir.
La gracia lleva el alma a Dios, apartando la impiedad; nos hace entrar en la
luz de su presencia y nos hace capaces de vivir de acuerdo con esta luz. Somos
exhortados a vivir “sobria, justa y piadosamente” en el presente siglo, donde
todo nos es contrario y donde todo está bajo el poder del Maligno.
¡Cuán atentos
deberíamos estar para realizar lo que Dios espera que hagamos en nuestra nueva
vida! Los redimidos son un pueblo que le pertenece: “Jesucristo, quien se dio a
sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un
pueblo propio, celoso de buenas obras”. Seamos celosos, no para gozar del favor
de Dios, sino que, habiendo sido introducidos en su favor, para abundar en las
buenas obras que han de seguir. Manifestemos ante él nuestro celo, porque le
pertenecemos y porque somos su especial tesoro. Entonces seremos un pueblo
bendecido, feliz, y podremos hablar de nuestra bienaventurada esperanza.
Una esperanza alentadora
En 1
Tesalonicenses 4:13-18, hallamos la esperanza alentadora. Los creyentes en
Tesalónica sabían que el Señor tenía que volver (1:9-10), y le estaban
esperando. Sin embargo, creían que iba a venir para establecer su reino, y como
algunos de los suyos se habían dormido, se entristecían, pensando que aquellos
no verían las glorias de su reino.
Por tal motivo,
esta maravillosa carta fue escrita para alentarles, explicándoles su esperanza,
y mostrándoles que los que durmieron no estarán frustrados en absoluto. Pablo
dice: “Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús
a los que durmieron en él”. Los que durmieron volverán con el Señor cuando
venga para establecer su reino; sin embargo, ¿de qué manera sucederá esto? El
apóstol revela a los tesalonicenses que “el Señor mismo con voz de mando…
descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego
nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados
juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así
estaremos siempre con el Señor”; y agrega: “Por tanto, alentaos los unos a los
otros con estas palabras”.
De esta manera
el apóstol les demuestra que no hay motivo para entristecerse. El Señor nos
traerá cerca de él a nuestra patria celestial, de donde apareceremos con Él
cuando tome su reino. Ésta es una esperanza muy alentadora para los que están
en duelo: saber que de un momento a otro podremos estar todos reunidos en la
presencia de Aquel que nos amó y que se entregó a sí mismo por nosotros.
Una esperanza purificadora
Hallamos la
esperanza purificadora en 1 Juan 3:1-3. Tenemos que ser puros, así como Él es
puro. ¡Qué medida para nosotros! Teniendo la esperanza de que va a volver ¿cuál
debe ser el resultado? El Señor mismo nos es presentado como ejemplo de pureza,
a causa de nuestra esperanza. “Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se
purifica a sí mismo, así como él es puro”.
Una esperanza viva
Se nos habla de
la esperanza viva en 1 Pedro 1:3-5. Y ¿por qué? porque Aquel sobre quien se
funda toda nuestra esperanza, después de haber estado en la cruz y en la tumba,
es ahora las “primicias de los que durmieron” (1 Corintios 15:20). Está vivo,
en la gloria. Nuestra esperanza, pues, no está muerta, sino viva. Quien está
sentado en el trono del Padre no es un Señor muerto, sino un Señor vivo que
está esperando con paciencia hasta que todos sus redimidos estén alrededor de
él, para su alabanza y para su gloria.
Una esperanza afirmante
Y por fin, en
Santiago 5:8, la esperanza nos es presentada como afirmándonos: “Tened también
vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se
acerca”. No se dice que “se acerca” de la misma manera que se habla de un
acontecimiento que puede tardar, sino que está muy cerca de nosotros. Somos
exhortados a ser pacientes. El Señor está esperando con paciencia a la diestra
del Padre. “Tened también vosotros paciencia”.
Cuanto más
busquemos en las Escrituras lo que toca a la venida del Señor, tanto más
estaremos afirmados, sin vacilar. A veces decimos: «¡Qué gozo! el Señor puede
venir hoy», y al día siguiente, o la semana siguiente, ya no pensamos en su
venida. Nuestros corazones tienen que estar firmes en esta esperanza. “Vengo en
breve”, nos dice el Señor (Apocalipsis 22:20). Vamos a oír su voz, la que nos
llamará para que dejemos la tierra, y le veremos cara a cara en la morada que
ha preparado para nosotros. Que nuestros corazones estén llenos del gozo y de
la plenitud de nuestra esperanza, a fin de que estemos sin cesar esperando ver
su rostro.
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