MARIA, JUNTO A LA CRUZ DE JESÚS.
UN MODELO INSIGNE DE FE ANTE EL
DOLOR DEL CRUCIFICADO
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
Por dos veces durante el año
litúrgico, la Iglesia conmemora los dolores de la Santísima Virgen María el
cual lo ubicamos durante la semana de Pasión y el 15 de septiembre bajo la
advocación de Nuestra Señora de los Dolores. La profecía de Simeón: “ Y a ti una espada te atravesará el alma” (Lc.
15,35), se actualiza en el recuerdo y la contemplación de la Virgen a los pies
del crucificado. Esta imagen de la Virgen a los pies de Cristo crucificado, y
la expresión de su firmeza ante tan inmenso dolor, atrajeron poderosamente
durante la edad media la piedad del pueblo cristiano; lo cual tiene hoy también
un contenido reflexivo en la piedad de hombre actual. María padeció con
Jesucristo. Esta su “compasión” toca de cerca al misterio del redentor.
En los comienzos del misterio
profético hizo Jesús su primer signo en Caná de Galilea(Jn.2,1-11). María
estaba allí. Su intervención fue decisiva para el milagro. Más la respuesta del
Hijo tenía un alcance misterioso: “Mujer, ¿qué tengo yo contigo” Aún no ha
llegado mi hora.
María debió meditar en su corazón
esta palabra. Y supo obrar en consecuencia. Desde su discreto ocultamiento
durante toda la vida pública de Jesús siguió al Maestro en actitud de humilde
discípula, siempre en espera de la nueva llamada del Señor. Y, definitivamente,
llegada la hora de Jesús, ella fiel a la cita, otra vez estaba allí. “Junto a
la cruz de Jesús estaban su madre….” De nuevo ahora, como en las bodas de Caná,
se oyó llamar: “Mujer”. La palabra mujer, guardada con especial fidelidad por
el discípulo amado de Jesús, nos facilita el acceso al misterio de la
colaboración de María a la obra de Jesucristo en el horizonte del plan divino
de la salvación.
La Virgen María se consagró
totalmente a si misma, como la esclava del DSeñor, a la persona y a la obra de
su Hijo, sirviendo al misterio de la redención bajo Él y con Él por la gracia
del Dios onmipotente. No se mantuvo en actitud
pasiva, no; cooperó activamente a la salvación de los hombres “por la libre fe
y por su obediencia” (LG.56). Para esa cooperación, fue educada por Dios al
ritmo de los acontecimientos, que ella vivió con plena actitud de Fe y entrega
de corazón. Ya desde los primeros pasos de su Hijo – la huida a Egipto, la
presentación en el templo, la perdida de Jesús a los doce años, la crucifixión
de Jesús- , María se iniciaba en el doloroso aprendizaje. La observación del
evangelista San Lucas es luminosa y nos hacen contemplar el temple de María
como un modelo de Fe ante el dolor humano: “María por su parte, guardaba todas
estas cosas y las meditaba en su corazón”. (Lc. 2,19).
María mujer de Fe, en íntima unión
con el “único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús” (1Tim.2,5),
María ha sido constituida por Dios mediadora de salvación. En tal oficio, su
quehacer está subordinado siempre al único Salvador, nuestro Señor Jesucristo
(LG. 62).
Al contemplar el momento de la crucifixión,
nos relatan los evangelios: “Y uno de los soldados le atravesó el costado con
una lanza”…En este costado abierto vio San Agustín “la puerta de la vida de
donde manaron los sacramentos de la Iglesia”. La Iglesia ha brotado del costado
de Cristo. María ideal de la Iglesia, también siendo ella la Madre del
Redentor, se nos presenta como modelo de fe en las distintas circunstancias de
nuestras vidas.
Del ccostado de Adán dormido formó
Dios a Eva, “madre de todos los vivientes”. María salió también del costado del
nuevo Adán, que dormía el sueño de la muerte. Para ser madre de todos los hijos
de Dios que viven en Cristo Jesús. Hay en todo esto una maravilla de gracia y
de belleza: Sí Jesús es “el fruto bendito de tu vientre”, María es fruto
perfecto de la obra redentora de Jesús. Redimida por Jesucristo, es su
colaboradora en la obra de la redención.
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