lunes, 25 de marzo de 2013




MARIA, JUNTO A LA CRUZ DE JESÚS.

UN MODELO INSIGNE DE FE ANTE EL DOLOR DEL CRUCIFICADO

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
 
 
 
 

 

            Por dos veces durante el año litúrgico, la Iglesia conmemora los dolores de la Santísima Virgen María el cual lo ubicamos durante la semana de Pasión y el 15 de septiembre bajo la advocación de Nuestra Señora de los Dolores. La profecía de Simeón: “ Y a ti una espada te atravesará el alma” (Lc. 15,35), se actualiza en el recuerdo y la contemplación de la Virgen a los pies del crucificado. Esta imagen de la Virgen a los pies de Cristo crucificado, y la expresión de su firmeza ante tan inmenso dolor, atrajeron poderosamente durante la edad media la piedad del pueblo cristiano; lo cual tiene hoy también un contenido reflexivo en la piedad de hombre actual. María padeció con Jesucristo. Esta su “compasión” toca de cerca al misterio del redentor.

            En los comienzos del misterio profético hizo Jesús su primer signo en Caná de Galilea(Jn.2,1-11). María estaba allí. Su intervención fue decisiva para el milagro. Más la respuesta del Hijo tenía un alcance misterioso: “Mujer, ¿qué tengo yo contigo” Aún no ha llegado mi hora.

            María debió meditar en su corazón esta palabra. Y supo obrar en consecuencia. Desde su discreto ocultamiento durante toda la vida pública de Jesús siguió al Maestro en actitud de humilde discípula, siempre en espera de la nueva llamada del Señor. Y, definitivamente, llegada la hora de Jesús, ella fiel a la cita, otra vez estaba allí. “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre….” De nuevo ahora, como en las bodas de Caná, se oyó llamar: “Mujer”. La palabra mujer, guardada con especial fidelidad por el discípulo amado de Jesús, nos facilita el acceso al misterio de la colaboración de María a la obra de Jesucristo en el horizonte del plan divino de la salvación.

            La Virgen María se consagró totalmente a si misma, como la esclava del DSeñor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención bajo Él y con Él por la gracia del Dios onmipotente. No se mantuvo en  actitud pasiva, no; cooperó activamente a la salvación de los hombres “por la libre fe y por su obediencia” (LG.56). Para esa cooperación, fue educada por Dios al ritmo de los acontecimientos, que ella vivió con plena actitud de Fe y entrega de corazón. Ya desde los primeros pasos de su Hijo – la huida a Egipto, la presentación en el templo, la perdida de Jesús a los doce años, la crucifixión de Jesús- , María se iniciaba en el doloroso aprendizaje. La observación del evangelista San Lucas es luminosa y nos hacen contemplar el temple de María como un modelo de Fe ante el dolor humano: “María por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. (Lc. 2,19).

            María mujer de Fe, en íntima unión con el “único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús” (1Tim.2,5), María ha sido constituida por Dios mediadora de salvación. En tal oficio, su quehacer está subordinado siempre al único Salvador, nuestro Señor Jesucristo (LG. 62).

            Al contemplar el momento de la crucifixión, nos relatan los evangelios: “Y uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza”…En este costado abierto vio San Agustín “la puerta de la vida de donde manaron los sacramentos de la Iglesia”. La Iglesia ha brotado del costado de Cristo. María ideal de la Iglesia, también siendo ella la Madre del Redentor, se nos presenta como modelo de fe en las distintas circunstancias de nuestras vidas.

            Del ccostado de Adán dormido formó Dios a Eva, “madre de todos los vivientes”. María salió también del costado del nuevo Adán, que dormía el sueño de la muerte. Para ser madre de todos los hijos de Dios que viven en Cristo Jesús. Hay en todo esto una maravilla de gracia y de belleza: Sí Jesús es “el fruto bendito de tu vientre”, María es fruto perfecto de la obra redentora de Jesús. Redimida por Jesucristo, es su colaboradora en la obra de la redención.

 

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