lunes, 25 de marzo de 2013


COMTEMPLAR CON FE AL CRISTO CRUCIFICADO

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
 
 

            Ante un Mesías destinado al fracaso y a la muerte, se escandalizaron los oyentes de Jesús. Cristo Crucificado siempre será “escándalo y locura”. A los mismos discípulos resultaba inaceptable este nefasto destino de su Maestro. (Mt. 9,32; Mt.16,22; Lc-9,45). Pero precisamente este Cristo es “fuerza y sabiduría de Dios” (1Cor. 1,23-24).

            Para la razón humana, la paradoja es indescifrable: El Siervo de Dios ha de alcanzar su victoria por caminos de silencio, expiación y dolor (Is.53).  Para los hombres el tiempo es don de Dios. Don que hemos de emplear en su servicio, realizando al mundo nuestra propia salvación de acuerdo a la voluntad del Creador. (Ecl. 13; Col. 4,5). Lo fue también para Jesucristo, hombre nacido de la Virgen.. Él es el Hijo (Mt.11,27; Jn. 1,18) eternamente abierto a la voluntad del Padre, se hizo hombre para salvar a los hombres, conforme al plan y designios de Dios. Metido en el tiempo para “ser probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado”(Heb. 4,15) no tiene otro alimento que hacer la voluntad del que lo ha enviado y llevar a acabo su obra. (Jn.4,34)

Jesús, en el diálogo constante con su Padre, jamás perdió de vista su misión al encontrarse a diario con los hombres. Las reiteradas alusiones a su hora lo ponen de manifiesto (Jn.2,24; 4,23;7,2-9).

Jesús, cuando se despedía de los suyos para ir a la muerte, Jesús sintetiza toda su carrera en esta forma: “Salí del Padre y he venido al mundo, ahora dejo el mundo y voy al Padre” Jn.16,28). Esta salida (Lc.9,31) este pasar de este mundo al Padre es la acción de total entrega de Cristo en la misión redentora a favor de los hombres; (Jn.13,1). Este momento sublime de su entrega absoluta incluye su pasión y muerte junto con su resurrección y ascensión al cielo. Es el misterio pascual por el que Jesucristo “realizó la obra de la redención humana y la perfecta glorificación de Dios” (SC. 5).

La hora de Jesús es la de su entrega al sacrificio para la redención de todos (Mt,20,28; Jn.7,30). Es la hora de la glorificación de Dios. Jesús lo sabía. Por eso, al entregarse, oró de esta manera: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti”…(Jn. 17,1-5). Jesús nació para morir, esta afirmación tiene en su caso un sentido especial y único. En relación con “su hora”, podemos afirmar que todos los momentos de su vida en el mundo estuvieron marcados con el signo de la muerte. Esta viva conciencia de su destino imprimió a su existencia temporal un marcado acento de dolor. En verdad Jesús fue el primero en “llevar la cruz de cada día”(Lc.9,23). Ello explica al mismo tiempo, la admirable unidad que resplandece en su vida. Jesús vivió su vida en plenitud. Sus días fueron plenos. Discurrían bajo la mirada del Padre, de manera profundamente humana (lc.2,52; Jn. 5,19-20).

Contemplar con fe al crucificado nos exige renovar nuestra fe, actualizar nuestra gracia y reactivar el compromiso apostólico de morir cada día a nosotros mismos. El sufrimiento educa al hombre. En la angustia el creyente recuerda a Dios y solicita su asistencia (Jue. 3,7-11; 6,1-10). Es también el dolor signo de predilección. Amigos e instrumentos de Dios acrisolados por el sufrimiento, a imagen del varón de dolores encarnados en Cristo crucificado.

Jesucristo, murió una sola vez para llevarnos a Dios, el justo por los injustos (1Pe 3,18). Como mediador entre Dios y los hombres, llevó a cabo su obra y la perfeccionó por medio del sufrimiento (Heb. 5,8-9). En lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz, sin miedo a la ignominia. Así, abrazado con el dolor, con su amor  lo trasformó, convirtiéndose para nosotros en precio de redención y gloria.

La vida cristiana es comunidad de vida con Jesucristo y participación en sus sufrimientos. “Vivir en Cristo” significa padecer con Cristo para ser con Él glorificado (Rm.8,16-17). Para el discípulo, cuya suerte no puede ser mejor que la de su Maestro (Mt.10,24-25; Jn.15,20), el dolor sigue siendo instrumento de purificación y de expiación por los pecados, llamada constante a la fidelidad. Más por su incorporación al cuerpo de Cristo, sus sufrimientos alcanzan valor de redención. (Col.1,24). De esta manera, lo que fue signo de ira y exigencia de justicia, por obra de Jesucristo se ha convertido para el hombre en motivo de consuelo y bienaventuranza evangélica. En medio de las tristezas del mundo presente, el dolor cristiano es signo de amor y esperanza. (Mt,5,1-12).

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