COMTEMPLAR CON FE AL CRISTO
CRUCIFICADO
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
Ante
un Mesías destinado al fracaso y a la muerte, se escandalizaron los oyentes de
Jesús. Cristo Crucificado siempre será “escándalo y locura”. A los mismos
discípulos resultaba inaceptable este nefasto destino de su Maestro. (Mt. 9,32;
Mt.16,22; Lc-9,45). Pero precisamente este Cristo es “fuerza y sabiduría de
Dios” (1Cor. 1,23-24).
Para la razón humana, la paradoja es
indescifrable: El Siervo de Dios ha de alcanzar su victoria por caminos de
silencio, expiación y dolor (Is.53).
Para los hombres el tiempo es don de Dios. Don que hemos de emplear en
su servicio, realizando al mundo nuestra propia salvación de acuerdo a la
voluntad del Creador. (Ecl. 13; Col. 4,5). Lo fue también para Jesucristo,
hombre nacido de la Virgen.. Él es el Hijo (Mt.11,27; Jn. 1,18) eternamente
abierto a la voluntad del Padre, se hizo hombre para salvar a los hombres,
conforme al plan y designios de Dios. Metido en el tiempo para “ser probado en
todo igual que nosotros, excepto en el pecado”(Heb. 4,15) no tiene otro
alimento que hacer la voluntad del que lo ha enviado y llevar a acabo su obra.
(Jn.4,34)
Jesús,
en el diálogo constante con su Padre, jamás perdió de vista su misión al
encontrarse a diario con los hombres. Las reiteradas alusiones a su hora lo ponen de manifiesto (Jn.2,24;
4,23;7,2-9).
Jesús,
cuando se despedía de los suyos para ir a la muerte, Jesús sintetiza toda su
carrera en esta forma: “Salí del Padre y he venido al mundo, ahora dejo el mundo
y voy al Padre” Jn.16,28). Esta salida (Lc.9,31) este pasar de este mundo al
Padre es la acción de total entrega de Cristo en la misión redentora a favor de
los hombres; (Jn.13,1). Este momento sublime de su entrega absoluta incluye su
pasión y muerte junto con su resurrección y ascensión al cielo. Es el misterio
pascual por el que Jesucristo “realizó la obra de la redención humana y la
perfecta glorificación de Dios” (SC. 5).
La
hora de Jesús es la de su entrega al sacrificio para la redención de todos (Mt,20,28;
Jn.7,30). Es la hora de la glorificación de Dios. Jesús lo sabía. Por eso, al
entregarse, oró de esta manera: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo
para que tu Hijo te glorifique a ti”…(Jn. 17,1-5). Jesús nació para morir, esta
afirmación tiene en su caso un sentido especial y único. En relación con “su
hora”, podemos afirmar que todos los momentos de su vida en el mundo estuvieron
marcados con el signo de la muerte. Esta viva conciencia de su destino imprimió
a su existencia temporal un marcado acento de dolor. En verdad Jesús fue el
primero en “llevar la cruz de cada día”(Lc.9,23). Ello explica al mismo tiempo,
la admirable unidad que resplandece en su vida. Jesús vivió su vida en
plenitud. Sus días fueron plenos. Discurrían bajo la mirada del Padre, de
manera profundamente humana (lc.2,52; Jn. 5,19-20).
Contemplar
con fe al crucificado nos exige renovar nuestra fe, actualizar nuestra gracia y
reactivar el compromiso apostólico de morir cada día a nosotros mismos. El
sufrimiento educa al hombre. En la angustia el creyente recuerda a Dios y
solicita su asistencia (Jue. 3,7-11; 6,1-10). Es también el dolor signo de
predilección. Amigos e instrumentos de Dios acrisolados por el sufrimiento, a
imagen del varón de dolores encarnados en Cristo crucificado.
Jesucristo,
murió una sola vez para llevarnos a Dios, el justo por los injustos (1Pe 3,18).
Como mediador entre Dios y los hombres, llevó a cabo su obra y la perfeccionó
por medio del sufrimiento (Heb. 5,8-9). En lugar del gozo que se le proponía,
soportó la cruz, sin miedo a la ignominia. Así, abrazado con el dolor, con su
amor lo trasformó, convirtiéndose para
nosotros en precio de redención y gloria.
La
vida cristiana es comunidad de vida con Jesucristo y participación en sus
sufrimientos. “Vivir en Cristo” significa padecer con Cristo para ser con Él
glorificado (Rm.8,16-17). Para el discípulo, cuya suerte no puede ser mejor que
la de su Maestro (Mt.10,24-25; Jn.15,20), el dolor sigue siendo instrumento de
purificación y de expiación por los pecados, llamada constante a la fidelidad.
Más por su incorporación al cuerpo de Cristo, sus sufrimientos alcanzan valor
de redención. (Col.1,24). De esta manera, lo que fue signo de ira y exigencia
de justicia, por obra de Jesucristo se ha convertido para el hombre en motivo
de consuelo y bienaventuranza evangélica. En medio de las tristezas del mundo
presente, el dolor cristiano es signo de amor y esperanza. (Mt,5,1-12).
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