miércoles, 18 de enero de 2012

LA VIGENCIA Y EFICACIA DE LA PALABRA DE DIOS



LA  VIGENCIA Y EFICACIA DE LA PALABRA DE DIOS

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda




            No resultaría fuera de lugar preguntarnos hoy por la vigencia y eficacia de la Palabra de Dios. ¡No habrá perdido su vigor germinal? ¿Recorrerá con frescura y lozanía ese pequeño pero difícil tramo que va del oído al cerebro? La Palabra de Dios, ¿sólo oída, o también escuchada? La Palabra de Dios, tan mecánicamente proclamada por muchos evangelizadores, ¿no corre el peligro de fosilizarse? Algunos han pensado que sí. Que la Palabra de Dios encerrada en los evangelios y en la predicación se ha fosilizado y ya no tiene el valor suficiente para brotar y fortalecer en este terreno las nuevas formas y estructuras de la posmodernidad actual.
            Y siguen diciendo que la solución está en buscar otros caminos. Manejar otra teoría. Otras fórmulas más en consonancia con los nuevos rumbos sociales, científicos, económicos, morales y religiosos en la humanidad actual. Esporas y granos de trigo han conservado por milenios su vitalidad. Y volvieron a germinar al ponerse en contacto con tierras de pan para germinar. El hermetismo de los hipogeos de las pirámides de Egipto no les causo la muerte. Esa otra semilla de la Palabra de Dios, ¡tendrá menos vitalidad? En verdad, el problema no está en la Palabra, sino en la tierra en que ella viene a caer.   Lo dijo Jesús: “Mis palabras no pasarán”. Esto se cumplió, se cumple y se cumplirá. La historia nos lo presenta con diafanidad. Y sí echamos una mirada atrás, a nuestra vida, nos damos cuenta que lo hemos experimentado en más de una ocasión.
            ¡Cuántos corazones son como los hipogeos¡ Almas momificadas. Asfixiadas por los negocios y los placeres. Alucinadas por el reclamo de la técnica, del progreso, de las frívolas propagandas, de exhibiciones pasajeras y banales…. Camino trillado y abierto a todos los vientos, que imposibilitan la sólida fertilidad.
            Ante este panorama, ¿cuál es la actitud del cristiano? Buscando la simplicidad podríamos distinguir tres clases o categorías de católicos. Los primeros –la gran masa- no les gusta leer ni escuchar la Palabra evangélica o, más bien, son indiferentes. Por lo general, un hogar sin Sagrada Escritura es un corazón sin Palabra de Dios. Prefieren, si van a la la misa dominical que la homilía sea breve y sin resonancias en sus vidas. Una segunda clase, ya más reducida, busca leer y escuchar el Evangelio. Pero no pasan de la corteza. No penetran en su hondura divina. Les basta una somera ojeada para creerse autorizados a hacer una exégesis y lanzar sus interpretaciones con aire magisterial. Y ¿cómo no? hasta discernir,  a veces, en sus juicios y criterios, de la doctrina tradicional, autorizada o jerarquica. Ni cultura, ni educación religiosa. Unos cursos de enseñanza elemental no constituyen una preparación suficiente para abordarlos con tanta ligereza. El tercer grupo, una selecta minoría. Llegan con estremecido respeto hasta la médula, hasta el jugo y sustancia de esta divina Palabra. Son los que experimentan en sí mismos la realidad inefable de esta afirmación de Jesús: “Mis palabras son espíritu y vida”
            La Palabra de Dios, es viva y eficaz. Su vitalidad perdura en el tiempo y la eternidad. Su vigor se mantiene bajo la promesa de lo eterno. Ni ideología o cambio social, podrán transformar la Palabra de Dios, sino al contrario será la Palabra la que ofrezca los cambios a las estructuras sociales y al pensamiento errado del hombre de hoy.            Será siempre un desafío para el católico, acercarse con mayor amor a la Palabra, a vivirla en su compromiso radical, a testificarla con su vida y sus acciones.
            

No hay comentarios:

Publicar un comentario