martes, 24 de mayo de 2011

LA FUERZA POR EL ESPÍRITU



LA FUERZA POR EL ESPÍRITU


Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda



            Jesús se despide de los suyos. Es la hora de las promesas. Promete un Consolador. Un Defensor. Es el Espíritu de la Verdad. El Espíritu Santo. El Paráclito. El Abogado. Nos lo enviará para que esté siempre con nosotros. Para que viva con nosotros. El Espíritu es el regalo del Resucitado. En Pentecostés se cumplirá la promesa. Desde entonces la pequeña comunidad, el pequeño rebaño, se desarrollará bajo el impulso del Espíritu Santo. La Iglesia experimentará constantemente la presencia del Espíritu de Dios. Pero,¿ para qué el Espíritu santo en nosotros? Para santificarnos y dirigirnos y dirigirnos por los sacramentos y los ministerios. Para enriquecernos con las virtudes. Para repartir entre los fieles todo género de gracias. Para nuestra renovación. Para la edificación de la Iglesia. El Espíritu está presente en la Iglesia y ésta tiene conciencia de ello. El Espíritu no debe ser para nosotros “el gran desconocido”. El mismo Jesús nos dice: “Lo conocéis porque vive con vosotros”.
            Jesús se va pero no nos dejará desamparada a su Iglesia. No se olvidará de los suyos. Su ausencia no será larga. “Volveré”. No sólo ha prometido la presencia del Espíritu Santo. Ha prometido también la suya. Esta no será ya sensible como hasta entonces. La presencia de Jesús será espiritual y mística. Más rica que la primera. “No os dejaré huérfanos, volveré”. Jesús vive. Nos lo enseña él. Jesús vive glorificado. Pero vive también en nosotros, sobre todo, por la Eucaristía. Ese círculo de amor, de gozo y de vida nunca se interrumpirá: “Yo en el Padre- Vosotros en mi- Yo en vosotros”. Una vida de comunión y de amor. Una vida de presencia viva y operante. Una vida en la que está descartada para siempre la orfandad y el desampara. Lo contrario iría contra la naturaleza misma de Dios que es Amor.
            El gozo y el temple son frutos de la acción del Espíritu Santo. El mismo pone en la boca de cada uno la palabra precisa y necesaria para dar razón de la fe y la esperanza. Razón también del valor y la alegría en esos momentos difíciles. Ningún tribunal podrá quebrantar la resistencia de los que están llenos del Espíritu de Dios.  Él es quien nos comunica la serenidad en medio de las luchas. Nos da la fortaleza para vencer. Es su don, es su gracia. No hay pues, razones para el miedo. Sí, para la esperanza y la victoria.
            El Espíritu Santo, se encarga de transformar el corazón para que nuestro trato sea dulce, amable respetuoso, incluso  con los que nos odian y persiguen. El Espíritu Santo nos da la fortaleza en la ocasión que más la necesitemos.

miércoles, 18 de mayo de 2011

PROCLAMEMOS LAS HAZAÑAS DEL SEÑOR




PROCLAMEMOS LAS HAZAÑAS DEL SEÑOR

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda




  
            EL CAMINO.  Jesús se despide de los suyos. Ellos son los que creen en Él. La fe es el lazo principal de relación. La fe y el amor. En la despedida les pide nuevamente fe. “Creed en mí”. Lo esencial es la fe en Jesús-Mesías Hijo de Dios. La despedida de Jesús reviste características esenciales. Les dice a los suyos que su separación no será larga, no será definitiva. Él se va, pero se queda. El marcha pero estará siempre presente entre los suyos. Él se adelante para que nosotros vayamos pos de él. El se adelanta para enseñar el camino. Más aun, él es el Camino. Él es el que marca el Camino. Él va delante. Él es el primero de la fila y señala la ruta. “Señor muéstranos el camino y nos basta”. La pregunta y la búsqueda de Felipe. El no conocía el camino. Nosotros sí. Nosotros sabemos que el Camino es Cristo. Debemos mirar adelante y arriba. Debemos mirar a Cristo. Fuera de Él sólo puede rodarse hacia el abismo. Cristo es el Camino que nos señala el acceso a Dios. Cristo es el camino porque es el único Mediador ante el Padre.
            LA VERDAD. En el discurso de despedida, Cristo habla de la Verdad. No está hablando de una doctrina. No está realizando una intelectualización. Está afirmando que Él es la Verdad. Él es la Verdad para atraer a muchos. Cristo es la Verdad que Dios quiere realizar en última instancia entre los hombres. La Eucaristía es la expresión acabada del culto en la misma fe. Fe en Cristo Jesús-Verdad. Creemos en la presencia real de Cristo. Descubrimos la presencia de Cristo-Verdad. Y en ese descubrir su presencia, descubrimos también la amistad con Cristo-Verdad y el poder extraordinario de su atractivo. Cristo es verdad porque es la revelación exacta del Padre. La revelación completa. Cristo es la Verdad porque es la Palabra.
            LA VIDA. La Vida y Jesús son la misma cosa. La Vida se identifica con Jesús. Sólo por Jesús podemos alcanzar la vida. El mismo ha venido para que tengamos vida. El nos entrega su Vida no sólo para rescatarnos del pecado y la muerte, sino para permanecer en nosotros. San Pablo lo expresó con perfección. “No soy yo quien vivo. Es Cristo quien vive en mí”. Y en otra oportunidad decía: “ Mi vivir es Cristo”¿ Pero en qué consiste esa vida? La vida única de Dios consiste en conocerse y amarse a sí mismo y, por lo tanto, en gozar de sí mismo. Esa es la vida que Dios comunica por Jesús. Salvarse es llegar a conocer y amar a Dios sobrenaturalmente. Para ello Dios nos da la fe, la esperanza y la caridad. Virtudes teologales que debemos pedir y cultivar a diario. Cristo es Vida porque, a partir de él, puede el hombre participar de la comunión con Dios vivo. Eso es también la Eucaristía.

            El reconocer a Cristo como Camino, Verdad, y Vida, persigue un objetivo en el crecimiento de nuestra vida espiritual y compromiso apostólico: “Que proclamemos las enseñanzas del Señor”. El ha hecho maravillas en nosotros y debemos testimoniarlo en nuestra adhesión y fidelidad, con nuestro reconocimiento y gratitud. El ha sido y es generoso con nosotros, no corresponde hoy expresar la bondad que nos brinda el Señor. Nuestra vida debe ser  una permanente acción de gracias al Señor. Hay que proclamar las hazañas de Cristo ofreciéndose como hostias espirituales, hostias santas a gloria del Padre. Así nos lo recuerda el Concilio: “Todas las obras ( del bautizado), preces, proyectos de apostolado, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, si se realiza en el Espíritu, y más aún las penas de la vida pacientemente soportadas, se convierten en hostias espirituales, gratas a Dios por Jesucristo que en la Celebración de la Eucaristía, con la oblación del Cuerpo del Señor, se ofrecen al Padre” (LG 34). Por eso debemos ofrecer a Dios nuestras obras y nuestras penas; nuestras persona y proyectos, nuestras esperanzas y esfuerzos.