miércoles, 31 de agosto de 2011

EL APOSTOLADO DE MARÍA: LA EVANGELIZACIÓN




EL APOSTOLADO DE MARÍA: LA EVANGELIZACIÓN

Pbro. Angel Yván Rodríguez Pineda




            El tercer evangelista nos dice reiteradamente que “María guardaba todas estas palabras meditándolas en su corazón”. Pero esas palabras no las guarda eternamente allí para ella sola. María fue sembradora de la divina palabra. No permaneció callada y silenciosa. Su apostolado consistió también en sembrar la semilla del Evangelio. Hay una página del libro sagrado que se conocen  con el nombre del “Evangelio de la infancia” y que otros dan el nombre de “Evangelio de María”, que antes de ser escritas fue semilla guardada en el limpio granero del corazón de María.
            Fue ella quien sacó esa semilla de su virginal granero para sembrarlo en los apóstoles y en los cristianos de la primitiva comunidad de palestina, almas abundantes regadas por la gracia de Cristo. De los apóstoles y de la comunidad pasó a las páginas de los evangelios. Cada vez que se lee o explica el “Evangelio de la infancia”, María sigue sembrando la semilla evangélica, sigue realizando el apostolado de la palabra.
            Pero la acción apostólica de la Virgen María no puede reducirse sólo al “Evangelio de la infancia” con ser este muy importante. La Virgen María, además del apostolado de la palabra, realiza el apostolado del ejemplo o del testimonio y el apostolado de la oración. La acción apostólica la continúa María siempre que reflexionamos en su vida y seguimos sus ejemplos. Siempre ella ruega por la Iglesia y por sus hijos.
            María, la Madre del Señor, es la discípula perfecta de Jesús y por eso su vida se convierte para nosotros en modelo de vida cristiana. Modelo de fe, porque vivió en la fe y creyó que para Dios nada es imposible. Modelo de amor porque vivió en medio del pueblo y se solidarizó con su dolor. Porque tuvo hambre y sed de justicia. María fue la discípula perfecta de Jesús, porque fue mujer fuerte que conoció en carne propia la pobreza, el sufrimiento, el trabajo, la persecución y el destierro. Porque muchas cosas, como nos pasa a nosotros, no las entendió. Pero las guardó en su corazón y poco a poco en el correr de su vida fue descubriendo lo que Dios quería de ella. Por ser Madre y discípula perfecta de Jesús, es madre nuestra en el orden de la gracia (LG 61); y nuestro modelo en el seguimiento de Jesús.
            María, Madre de Dios ha sido y será la luz de la evangelización de nuestros pueblos: María es, según Evangelii nunciandi (81) “estrella de la evangelización siempre renovada”.
            El documento de Puebla (282) señala con claridad y firmeza, que: “en nuestros pueblos, el Evangelio ha sido anunciado, presentado a la Virgen como su realización más alta. Desde los orígenes en su aparición y advocación de Guadalupe, María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión”. Y en la práctica se confirma su presencia y su acción, tanto, que es maravilloso notar cómo la piedad mariana con frecuencia fue el vínculo de unión entre cristianos que carecían de asistencia cristiana.
            La Virgen María, como modelo en nuestra espiritualidad tiene un carisma propio. Lo cual obedece al lugar único de María en el acontecimiento de Cristo: “Ella es el punto de enlace del cielo con la tierra. Sin María, el evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en un racionalismo espiritualista” (DP 301). Entonces el imperativo evangelizador señala con naturalidad a esta función mariana: “Esa Iglesia, que con nueva lucidez y decisión quiere evangelizar en lo hondo, en la raíz, en la cultura del pueblo, se vuelve a María para que el evangelio se haga más carne, más corazón de América Latina” (DP 303)
           

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