miércoles, 14 de julio de 2010

Al final de la vida humana



FINAL DE LA VIDA HUMANA


INTRODUCCIÓN

La vida comienza con la fecundación y acaba con la muerte. Entre ambos polos se despliega la existencia terrena de todo hombre.
Según el Organismo Internacional de la Salud, el hombre tiene una vida genéticamente limitada. La expectativa media aproximada se estima en los 80 años para la mujer y en 76 para los hombres. La máxima duración de la vida no ha aumentado, si bien al contrario son más las personas que alcanzan las edades referidas. Es obvio que con la edad se envejece, es decir, se produce un declive en las capacidades intelectuales y físicas. Por otro lado, existen enfermedades como el Parkinson y el Alzheimer, por ejemplo, incuestionablemente ligadas a la edad. Según algunos estudios especializados, se ha llegado a confirmar que si las personas alcanzan los 110 años de vida, todas tendrían la enfermedad de Parkinson o la de Alzheimer. Además, el vivir supone un gran riesgo: el hombre está expuesto a enfermedades y accidentes que pueden ocasionar grandes limitaciones y por supuesto la muerte a cualquier edad.
La muerte como suceso biológico, es común al hombre y al animal. Pero en el hombre tiene un aspecto biográfico, es decir una perspectiva específicamente humana y espiritual. A diferencia del animal, el hombre sabe que va a morir y, en consecuencia, tiene que adoptar una actitud y desarrollar una conducta ante su propia muerte. El animal, por el contrario, no puede reflexionar sobre su muerte, si presiente la muerte no es un hecho individual, sino un acto instintivo de la especie. Se es más humano, cuando más consciente se está que la vida tiene una cita final.
Como sucede con las grandes cuestiones, siempre resulta definir la muerte. Por tanto, resulta mejor comenzar por describirla. La muerte “sobreviene cuando el principio espiritual que preside la unidad de la persona no puede ejercitar más sus funciones sobre el organismo, se disocia. Ciertamente, esta destrucción no golpea el ser humano entero. La fe cristiana afirma la persistencia, más allá de la muerte, del principio espiritual del hombre. La fe alimenta en el cristiano la esperanza de reencontrar su integridad personal transfigurada y definitivamente poseída por Cristo” (Cfr. 1Cor 15, 22; Carta a los agentes de la Salud, 128).

En otros tiempos, la ciencia y técnica de la medicina indicaban como momento de la muerte la detención de la respiración y el latido cardiaco; la teología y la acción pastoral de la Iglesia católica condicionaban, por ejemplo, la administración de los sacramentos a estas condiciones indicadas por parte de la medicina. Más tarde, debido al desarrollo progresivo de los medios técnicos de la medicina, el diagnóstico de la muerte se ubicó al momento de la muerte cerebral del enfermo. El criterio totalizante para declararla es la pérdida total e irreversible de todas las funciones encefálicas.
Teniendo en cuenta la determinación científica de la muerte y el sentido espiritual de la misma, hoy por hoy se hace necesario evangelizar el sentido de la muerte, es decir, anunciar el evangelio al moribundo. Es un deber pastoral de todo cristiano y de la comunidad eclesial, según la responsabilidad que a cada quien le corresponda, dar un genuino sentido a la etapa terminal del enfermo, así como el consuelo esperanzador a los familiares del moribundo.

1. CRITERIOS MÉDICOS PARA LA VERIFICACIÓN DE LA MUERTE

La muerte posee dos características definitorias: la irreversibilidad, lo cual quiere decir que no es posible volver de la muerte a la vida; y la descomposición del cuerpo humano, que se inicia una vez que la persona ha fallecido, en algunos tejidos a los pocos minutos, y que progresa hasta llegar a la total desintegración en unos meses, permaneciendo únicamente restos óseos. Para la verificación de la muerte pueden darse dos supuestos:

1.1. Parada cardiorrespiratoria:

Una parada cardiorrespiratoria por más de 10 minutos de duración en el adulto es más que suficiente para ocasionar la pérdida irreversible de todas las funciones encefálicas, y por tanto, en ocasiones ordinarias. La comprobación de que ha ocurrido esa parada lleva a determinar que la persona ha fallecido. Sin embargo, con maniobras de reanimación se puede, en algunos casos, revertir la situación (en general, paradas detectadas en el instante que se producen, como es el caso de los enfermos terminales monitoreados o asfixias neonatales, entre las más frecuentes).
La reanimación o resucitación cardiopulmonar es el conjunto de maniobras encaminadas a restablecer la respiración y/o la circulación cuando éstas han cesado por causa potencialmente reversible. Entre los casos más frecuentes de la parada cardíaca en los adultos es la fibrilación ventricular (un tipo de arritmia) en el contexto de una cardiopatía isquémica (angina de pecho).
El objetivo de la reanimación es sustituir primero y restablecer a continuación una circulación espontánea, para proporcionar un flujo sanguíneo adecuado al corazón y al cerebro. Para ello se utilizan un conjunto de maniobras y técnicas diversas (apertura de la boca, ventilación artificial, masaje cardíaco, administración de fármacos vasoactivos y anti arrítmicos) que pretenden evitar el daño cerebral que se produce con la ausencia de un adecuado flujo de la sangre oxigenada.
En circunstancias ordinarias, cuando es conocido que el paciente ha sido desahuciado, pues se sabe que padece una enfermedad avanzada en fase necesariamente mortal y tiene lugar el fallo cardiorrespiratorio, no tiene objeto pretender una reanimación cardíaca. Muchas veces, aunque se pretendiera y se dispusiera de todos los medios técnicos, no se lograría que el corazón volviese a latir de un modo autónomo y en otras, aunque se consiguiese y se conectase al paciente a un respirador, habría tenido ya lugar la parada circulatoria cerebral y el cese completo de las funciones encefálicas, con lo cual sólo se estaría conectando un respirador a un cadáver. Para evitar estos últimos supuestos que atentan contra la dignidad de la persona, es práctica habitual en muchos centros de asistencia médica dejar indicada la advertencia médica de que si una persona, ya desahuciada, fallece no se realicen este tipo de maniobras.

1.2. Criterios neurológicos de la muerte

El corazón tiene la capacidad de latir de un modo autónomo, aún desconectado por completo del resto del organismo. Esta capacidad permite que, en ausencia completa de funcionamiento encefálico, pueda el paciente conectarse a un respirador y mantener la circulación del resto de órganos de ese individuo. Se pueden conservar así los órganos en buen estado y proceder a su extracción para trasplantes. En este supuesto, el individuo está muerto, aunque su corazón sigue latiendo.
La verificación de que han cesado las funciones encefálicas de modo irreversible tiene que realizarse de ordinario en las unidades de cuidados intensivos, en algún caso excepcional en un quirófano, porque ya se habrá dado una de condiciones de la muerte: la parada respiratoria irreversible y la persona estará, por tanto, conectada a un respirador. Para comprobar si la persona cumple criterios neurológicos de muerte, se retiran todas las medicaciones que pueden tener un efecto depresor sobre el sistema nervioso. En caso de la intoxicación hay que esperar el tiempo necesario para que la sustancia tóxica haya sido eliminada. En primer lugar se comprueba la ausencia de funciones corticales (perceptividad), y subcorticales (reactividad inespecífica y al dolor). Se procede a ventilar a la persona con oxígeno en una proporción del cien por ciento durante veinte minutos; pasado ese tiempo se desconecta el respirador y si es necesario se dará oxigenación endotraqueal. Hecha esta comprobación, se vuelve a conectar al respirador.
A continuación se exploran otros reflejos de integración en tronco cerebral, comprobándose su ausencia: las pupilas no responden a la luz ni a maniobras que provocan dolor, tampoco hay cambios en las frecuencia cardiaca con la provocación del dolor, no se obtienen movimientos oculares en la irrigación de agua helada en los oídos, no hay reflejo tusígeno a la introducción de una sonda en tráquea, no se modifica la frecuencia cardíaca tras haber aplicado la inyección de atropina, se comprueba también la hipotermia.

2. ASPECTOS ANTROPOLÓGICOS DE LA MUERTE

Las interpretaciones que se dan a la muerte están en función de la interpretación sobre qué es el hombre. Simplificando, podríamos decir que hay dos posturas antagónicas:
Las que afirman que el ser es fundamentalmente materia, de modo que lo que llamamos espíritu queda reducido a un fenómeno de la actividad material (materialismo, naturalismo). Para el materialismo la muerte no es un problema; es un simple hecho del orden natural, ya que todos los seres nacen, crecen, se reproducen y mueren.
La otra postura es el realismo antropológico, que parte de la concepción del hombre como un ser personal, dotado de valor en sí mismo, no como mero individuo que se desenvuelve en la especie o en el devenir del mundo, y de esa manera se abre la perspectiva religiosa (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1006-1013). Esta antropología afirma que el hombre trasciende lo material, lo cual obliga a analizar las relaciones entre lo material y lo espiritual en el hombre. Hay dos posiciones para explicar esas relaciones, que repercutirán en la explicación de la muerte:
Los que definen al hombre como pensamiento, que lo identifican con el alma; ésta es concebida como sustancia completa, autónoma, cuya relación con el cuerpo es accidental. Para ellos, la muerte es separación de dos sustancias distintas, el cuerpo al morir no pierde nada ni experimenta ruptura, sino más bien, recupera su ser puro. Es la visión del platonismo, con repercusión en el pensamiento occidental (cartesianismo, idealismo), para el que el cuerpo es la cárcel del alma.
Los otros son los que definen al hombre como un ser compuesto de cuerpo y alma en unidad sustancial. Es la visión de Aristóteles que hacen suyas los pensadores cristianos. Santo Tomás de Aquino integra esta visión de la filosofía aristotélica en la teología cristiana. Esta visión parte de la consideración del hombre como persona (que trasciende las coordenadas de espacio y tiempo) y mantiene la unidad del compuesto humano, dando así cuenta de las diversas propiedades fundamentales del hombre, como son interacción, sociabilidad, historicidad, sociabilidad.

3. SIGNIFICACIÓN DE LA MUERTE EN LA HISTORIA

A la pregunta por la significación de la muerte, se hallan a lo largo de la historia diversas respuestas:
3.1 Aniquilación
Con la muerte el hombre se reduce a la nada, deja de ser. Epicúreo afirmaba: “Cuando yo existo, no existe la muerte, cuando existe la muerte, no existo yo”. Es pues, una postura materialista radical, la cual es reafirmada en la posteridad por los existencialistas como Feuerbach, Kierkegaard y otros. Esta postura o visión ante la muerte introdujo el culto a los muertos desde los inicios de la humanidad y el ansia universal de inmortalidad del género humano.

3.2 Reencarnación
Es la milenaria idea oriental según la cual el alma va animando cuerpos animales y/o humanos diferentes, en camino a un venturoso final (nirvana). Las encuestas sobre las opiniones y creencias vigentes hoy sobre nuestra sociedad occidental están sumamente aferradas en señalar la idea de la reencarnación, aun entre nuestros cristianos católicos actuales. La idea de la reencarnación se presenta como una oferta alternativa a la fe cristiana de la resurrección, envuelta en una antiquísima idea sobre la vida y el destino del hombre al momento de la muerte.
La marcada vigencia de una visión rencarnacionista en nuestra sociedad denuncia los siguientes aspectos:
- Que el hombre sigue necesitado de respuesta a su pregunta por la brevedad de la vida.
- Clarificación sobre la idea de purificación, es decir, claridad sobre la doctrina católica del Purgatorio.
De igual modo entre algunos errores que se contienen en las doctrinas reencarnacionistas podemos decir:
- No dejan lugar para la Gracia de Dios, la única capaz de redimir al pecador y de purificar al justo.
- Limitan la plenitud humana sólo al alma, no al cuerpo, ya que conciben al ser humano como un alma migratoria que peregrina de cuerpo, llamada ella sola a la plenitud
- Ignoran la resurrección de la carne, en la que se expresa en su plenitud la esperanza cristiana.
El Catecismo de la Iglesia Católica resume magistralmente la doctrina católica de la muerte en las siguientes palabras: “La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre del tiempo de gracia y misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin el único curso de nuestra vida terrena, ya no volveremos a otras vidas terrenas. Esta establecido que los hombres mueran una sola vez (Hb 9,27). No hay reencarnación después de la muerte” (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1013).



3.3 Significación Cristiana de la muerte

Este sentido lo expresa el Credo cristiano que termina con la proclamación de la vida eterna: “Creemos firmemente, y así lo expresamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día” (Cfr. Jn 6,39-40)
Es así que el sentido cristiano de la muerte se puede expresar de la siguiente manera:
- La muerte es el final de la vida terrena. La muerte se presenta como un hecho natural del que ninguno se libra.
- La muerte fue transformada por Cristo, que la convirtió de maldición en bendición. Es cierto que morir es una pérdida humana pero, a la vez ganancia, ya que permite abrazarse a Cristo, no olvidemos que después de la muerte, nos recibe el Amor.
- Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado.

3.4 Los novísimos o escatología

La visión cristiana de la muerte lleva, pues, a la consideración del sentido trascendente de la vida y postula lo que tradicionalmente en la doctrina de la Iglesia se ha denominado como novísimos o realidades escatológicas o últimas. A la pregunta: ¿Qué sucede después de la muerte?, la fe cristiana responde que existe un juicio divino y una posterior retribución que se concreta entres posibilidades: Cielo, Purgatorio o Infierno. Así lo señala el Catecismo de la Iglesia Católica: “Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre” ( Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1022).
Por eso, ante la pregunta “¿qué actitud tomar ante la muerte?”, la respuesta es: El creyente sabe que su vida está en las manos de Dios. El hombre, que no es dueño de la vida, tampoco lo es de la muerte; en su vida como en su muerte, se debe confiar totalmente del Amor de Dios.


4. LA VERDAD ANTE EL ENFERMO

Estadísticamente son pocas las personas que tienen la oportunidad de morir plenamente conscientes. Muchas son sorprendidas por alguna situación de riesgo vital inmediato sin tiempo de darse cuenta, como puede ser el caso de un infarto instantáneo al miocardio, un accidente mortal, donde sólo queda un minuto para decir “me muero”. La mayoría de las personas mueren con las facultades disminuidas, al menos días antes de fallecer, por la enfermedad grave que padece o por los años, circunstancias que hará mucho más llevadero el sufrimiento físico o moral del moribundo. La posibilidad de morir plenamente consciente realmente es algo reservado a unos pocos, se puede considerar un privilegio, si no fuera porque las muertes por causas naturales en estas circunstancias se unen a muertes violentas, asesinatos, suicidios y eutanasia.
A la hora de hablar con el enfermo y confrontarle la verdad de su enfermedad, esta experiencia resulta siempre difícil. Bien sabemos que hoy nadie niega el derecho del enfermo a conocer la verdad de la enfermedad que padece. Pero se piensa que muchas veces no está preparado para recibir la mala noticia, que podría serle contraproducente y, en consecuencia, se le oculta la realidad de la enfermedad. Se acepta en principio que todo enfermo tiene derecho a estar informado de su dolencia, pero en la práctica, como se supone que la desnuda y cruda verdad resulta perjudicial, se opta por no dar información.
No se puede establecer una tajante alternativa entre hablar o callar, ya que existen otras muchas cuestiones que se pueden plantear: ¿Debemos animar a un paciente enfermo, o al contrario, debemos disuadirlo, cuando comience a hablarnos de temas que han de desembocar en el tema de muerte? ¿Hemos de mentirle si sospechamos que solamente espera que se le diga que todo irá bien? Si desea saber sinceramente si su enfermedad habrá de llevarle a la muerte, ¿hemos de confirmar sus sospechas? En caso que nunca lo pregunte directamente, ¿tenemos el deber de decírselo? ¿Es correcto privar del conocimiento de la muerte a quienes no preguntan, o es incorrecto revelarlo a quienes no muestran ningún deseo de saber acerca de ella? La experiencia nos enseña que en este asunto no se pueden dar reglas fijas a modo casuístico puesto que la reacción frente al hecho de la enfermedad y de su acontecimiento es diferente en cada enfermo y existen todas las actitudes posibles e impensables, desde la del que exige conocer en cada momento toda la verdad, hasta la de quien jamás hace preguntas porque prefiere no enterarse.
Conscientes de la dificultad del caso en cuestión, apuntamos algunas líneas prácticas teniendo en cuenta las diversas condiciones de enfermos:

4.1 Enfermos que conocen su fase terminal

Son personas que, por su situación de malestar general, la terapia que reciben, sospechan con suficiente claridad la gravedad de su situación y que están llegando al final de la vida. En estos casos bastará simplemente ir confirmando progresiva y gradualmente sus impresiones; aún así, convendrá mantener alguna expectativa de esperanza. Hay que pensar que para un enfermo terminal quizás resulte oportuno saber que va a morir, lo cual puede ser al mismo tiempo una preciosa oportunidad para reconciliarse con él, con los demás y esencialmente con Dios.
Generalmente, el enfermo se da cuenta y no le preocupa su situación sino la de su familia. Recordemos una pequeña historia de un enfermo que se sentía morir y todos eludían responsabilidades, un buen día el enfermo quiso hablar a solas con el sacerdote y le dijo: “Padre, quiero que me dé la Santa Unción pero sin que mi familia se entere, para que no se asusten. Después uno de la familia le pidió al sacerdote: Hemos pensado que sería oportuno que usted prepare bien a mi padre para morir y le diera la Unción, pero sin que se entere porque se va asustar”. La cuestión es quien es el que se asusta. Pienso que los profesionales de la salud, los agentes de pastoral de la salud, familiares y todos en general tendríamos que perder el miedo de hablar de estos temas y más aún entre nosotros los cristianos.
No se piense, sin embargo, que conocer la situación terminal de un enfermo supone perder toda esperanza. La esperanza se pierde si se ha dicho toda la verdad de un modo despótico y se deja al enfermo abandonado. Es conveniente en todo caso mantener en el enfermo la convicción y la realidad de que nunca se le dejará de cuidar, procurando, por ejemplo, eliminar la fiebre, estimulándole el apetito, evitar el dolor, ponerle en condiciones de recibir a la familia.



4.2 Los que desconocen su situación

Existen enfermos que ignoran (o fingen ignorar) su situación real y corren el riesgo de llegar al final sin haber advertido su gravedad.
En estos casos, la necesidad de hacerles conocer su situación toma carácter de urgencia y existe una grave obligación de informarles adecuadamente su estado de salud. Esta tarea de anunciar la muerte es una de las cuestiones más difíciles de lograr, tanto para el enfermo, como para el familiar o quien cuida de su estado crítico, sin embargo, existe un consenso en los médicos sobre la conveniencia de dar la información al paciente, evitando así confusión de su estado y futuro inevitable. Nunca podemos eludir la responsabilidad, puesto que la persona enferma tiene el derecho a estar informada sobre su propio estado de vida. Es cierto que la proximidad de la muerte hace difícil y dramática la notificación, pero eso no exime de la veracidad. “La comunicación entre el que está muriendo y sus asistentes no puede establecerse sobre el fingimiento. Este jamás constituye una posibilidad humana para quien se halla al final de su vida y no contribuye a la humanización cristiana del morir” (Cfr. Carta a los Agentes de la Salud, 125).

5. LA ATENCIÓN ESPIRITUAL DE LOS ENFERMOS TERMINALES

El enfermo terminal sigue siendo persona humana, necesitada de una adecuada atención en todos los niveles (médico, psicológico, social), y sobre todo, en el aspecto espiritual. Esta atención es una necesidad y un derecho de todo enfermo, y un deber de los que lo atienden, especialmente de los voluntariados, de los agentes de la pastoral de la salud, de la pastoral dedicada a los enfermos, de los párrocos de las comunidades. Cuando hago mención a la obligación de los agentes de la pastoral, con ello no quiero decir que sustituyan, la dimensión ministerial que le corresponde al capellán o párroco de la comunidad, sino que sean ellos quienes faciliten la tarea en cuanto a preparación y disposición del enfermo y de sus familiares, para que así, el sacerdote capellán, pueda asistirles ministerialmente con los sacramentos y auxilios divinos que le consuelan el alma y le ofrecen un alivio psicológico como espiritual, en su situación existencial ante la muerte.
Entre las cosas que deben tener en cuenta los agentes de la pastoral de la salud en cuanto a la preparación remota o inmediata de la muerte de los pacientes en estado terminal podemos citar las siguientes:
• Preparar al enfermo y a sus familiares en la capacidad de aceptación de la etapa del paciente.
• Disponerle a que valore la necesidad de una preparación adecuada de la etapa final de la vida.
• Ofrecerle la asistencia espiritual como una posibilidad que le facilitará el alivio psicológico y a su vez el consuelo espiritual en su padecimiento.
• Invitarle de un modo respetuoso en su etapa a los estados de oración y encuentro con el Señor y la presencia de la Virgen, en los momentos de silencio y reposo de su enfermedad.
• Demostrar con el trato esmerado y ofrecido la encarnación de la virtud de la caridad y el servicio.
• Ofrecer a la familia una adecuada catequesis sobre la muerte, el dolor, el sufrimiento.

El rechazo de todo lo que supone el sufrimiento y lo absurdo que le resulta al hombre la idea de la desaparición física afecta de un modo muy similar a la estructura psicológica de la persona, ocasionándole una gran angustia. Sin embargo, no hay que olvidar que los recursos individuales pueden variar de acuerdo a cada persona en particular, en cuanto al modo antropológico como el hombre entienda la muerte y el basamento espiritual y de creencia espiritual que posea.
La persona que ha vivido coherentemente su fe, sin embargo, también puede tambalearse al momento de confrontarse con la muerte. No olvidemos que muchos de los Santos reconocidos por la Iglesia, al momento de su muerte han sido tentados por la fuerza del maligno.
Llega un momento en la vida de las personas en el que el pensamiento de morir o enfermar les lleva, no a desear que las maten en cuanto que el sufrimiento sea importante, como es el caso de los partidarios de la eutanasia, sino querer pasar ese trance de un modo digno, mereciendo por sí mismos o por otros, unidos a la Cruz de Cristo, como han visto hacerlo a alguno de sus familiares o amigos. La oportunidad de ver morir a personas conscientes, aceptando que ha llegado su hora, preocupadas hasta el último momento de cómo están los que le cuidan, y hasta pendiente del necesitado que ayer pidió a la puerta, y que quizás sus hijas, agobiadas al ver al moribundo, no le dieron nada, supone un impacto muy positivo y favorece la capacidad de comunicación y consuelo de los cuidadores hacia los pacientes terminales.
Entre algunas razones por las que los enfermos prefieren morir en su casa podemos mencionar:
• Lo natural es que el enfermo en fase terminal quiera dejar el hospital y estar en medio de la familia y sus seres queridos y espacios de toda su vida.
• En el caso de los enfermos terminales, puede decirse que casi nunca van a necesitar de la infraestructura del hospital, lo cual la mayoría de las veces les va a ocasionar más inconvenientes que ventajas. Para la familia es de menor costo económico la residencia que una terapia intensiva.
• A nivel del seno familiar el trato es más cálido, cercano y afectivo.
• El paciente terminal en medio de su seno familiar, psicológicamente, aunque no lo exprese, se siente útil y siente que su presencia se necesita.
• Disminuye el riesgo de duelo patológico en los familiares. El pensamiento de que se ha conseguido que muera en casa, como siempre quiso, es de gran importancia para ayudar a superar correctamente la fase del duelo.
• Los familiares no tienen que desplazarse constantemente de la casa al hospital.
• Una persona próxima a morir puede enseñar a los familiares cómo morir. Cierta familiaridad con la muerte nos hace amar más la vida y, sobre todo, nos enseña a relativizar las cosas y reorganizar nuestra escala de valores.
• En medio de la familia es más fácil reconocer la dignidad del enfermo y su calidad de vida, más que en la sala fría de una terapia.
• En casa existe más tiempo e intimidad para compartir con el enfermo.
• El enfermo terminal en casa, disfruta de sus últimos días con sus seres queridos.
• Ofrece la posibilidad a los familiares de experimentar el servicio al prójimo y ofrecer sus desvelos por la salud espiritual del enfermo y del padecimiento de la humanidad.
• El entorno familiar ofrece al enfermo terminal la capacidad de síntesis y recuento de su historia vivida. El lugar y las personas le son familiares, lo cual ofrece un alivio psicológico más que la soledad de una sala de terapia.

6. ATENCIÓN A LOS FAMILIARES DE LOS ENFERMOS TERMINALES

La enfermedad no sólo afecta al sujeto que la padece, sino que golpea a toda su familia que, por un lado, sufre las consecuencias de la enfermedad y, por otro, constituye el principal soporte del enfermo. Por eso la atención a los familiares es de gran importancia. Es necesario tener en cuenta una serie de aspectos ante el hecho del enfermo terminal.
La influencia de la enfermedad en el seno de la familia: La enfermedad, sobre todo si es prolongada, provoca diversos trastornos que pueden desorganizar la vida ordinaria, ya que conlleva la ansiedad, preocupación, cambios en el espacio y el tiempo de los familiares.
Es necesario facilitar una buena relación paciente-familia: La comunicación del diagnóstico hecha de modo adecuado al enfermo y a los familiares, disminuye la incertidumbre y la ansiedad, que constituyen algunas de las mayores fuentes de estrés. Aunque el destinatario primero de la información es el propio paciente, será preciso ir dando explicación a los familiares del curso ordinario que seguirá la enfermedad y las pautas del tratamiento conforme a la evolución del enfermo.
Es necesario propiciar una comunicación fluida y cordial, lo cual ayudará a estar muy atentos para evitar malos entendidos, desacuerdos, trastornos emocionales.
Se necesita ayudar en las fases de adaptación de la enfermedad a los familiares, ya que ellos atraviesan, al igual que los enfermos, las diversas etapas de negación, de cólera.
Es oportuno que cada miembro de la familia muestre una verdadera preocupación por los problemas que viven junto al enfermo. El familiar que está al pie de la cama del enfermo sabe distinguir entre los ofrecimientos de ayuda rutinarios y aquellos otros hechos con generosidad y entrega incondicional.
Es necesario que se esté atento a la sensibilidad para descubrir las necesidades del que cuida al enfermo, en cuanto a sus necesidades, su posible cansancio, agotamiento físico o psíquico.
El diálogo intrafamiliar es esencialmente necesario, pues con él se aclaran las dudas y los posibles conflictos que ocasionan la dedicación al cuido del enfermo.
Se necesita, igualmente, ofrecer un apoyo moral y social, que puede ser más necesario a la familia que al propio enfermo en estado terminal.
En todo lo posible, ayudar a la familia en el trance de la muerte del enfermo. Es necesario mucho tacto para saber estar presente en esos momentos tan delicados; si se ha estado muchas veces en la habitación del enfermo, compartiendo ratos de conversación o de silencio, la tarea resulta difícil.
Después del fallecimiento, procurar acompañar a la familia. Nada resulta tan gratificante como sentirse acompañado en el momento del duelo.

7. LA DIGNIDAD DEL CADAVER DESPUÉS DE LA MUERTE

Una vez ocurrida la muerte, no todo se termina. Vienen después el duelo y las exequias, y la eventual utilización del cadáver para usos terapéuticos. En estos casos se plantea cuál es la naturaleza jurídica del cadáver, cuestión ésta de gran importancia de cara a su posterior servicio, sobre todo para trasplantes, y también para otros usos: autopsias con fines científicos, prácticas de estudiantes de medicina, etc.

7.1 Respeto al cadáver

Ciertamente, el cadáver ya no es, en el sentido propio de la palabra, sujeto propio de sus derechos, pero eso no significa que no se den en relación a él determinadas obligaciones morales. Efectivamente el cadáver constituye un resto de la persona. La persona ha dejado de vivir, pero permanecen temporalmente sus restos mortales, los cuales merecen respeto y consideración. La doctrina cristiana enseña que el cadáver no es una simple “cosa” ni puede ser tratado en el mismo plano que el cadáver de un animal, que puede ser utilizado a capricho. Al respecto Pio XII nos recuerda: “El cuerpo humano era la morada humana, con quien compartía su dignidad; y algo de tal dignidad queda todavía en él”. Esta es la razón del respeto que merece el cadáver, lo cual no es obstáculo para que se pueda proceder a la autopsia, a una extracción de órganos para trasplantes o diversos estudios anatomopatológicos. En tal sentido, esos usos se consideran modos de servir después de la muerte, lo cual puede entenderse como una clara manifestación de solidaridad.
Actualmente se acepta comúnmente que la ciencia médica necesita del cadáver tanto para la investigación como para la terapia. El progreso científico de nuestra época ha hecho posible que las partes sanas de un cadáver, desde la córnea hasta el corazón, puedan ayudar a mejorar la salud de los vivos, y en ese sentido, todo lo que se haga para fomentar la donación de órganos es lícito. Pero hay que dejar clara la libertad del donante y, si no es posible, la de sus familiares.

7.1 Solidaridad entre vivos y muertos

En cualquier caso, hay que tomar conciencia de la gran oportunidad de vivir la solidaridad con los demás que se presenta al poder ofrecer la donación de órganos del propio cuerpo, los cuales, después de la muerte, pueden salvar o mejorar notablemente la vida de otros seres humanos. Para un cristiano, la palabra pronunciada por su Santidad Juan Pablo II a la Asociación Italiana de Donantes de Sangre y de órganos, ofrece mucha luz al respecto: “Este gesto es tan laudable por el hecho de que no os mueve, al realizarlo, el deseo de intereses o miras terrenas, sino un impulso generoso del corazón, la solidaridad humana y cristiana; el amor al prójimo que constituye el motivo inspirador del mensaje evangélico, y que ha sido definido, con toda razón, el mandamiento nuevo. Al donar la sangre o un órgano de vuestro cuerpo, tened siempre presente esta perspectiva humana y religiosa: Que nuestro gesto hacia los hermanos sea realizado como un ofrecimiento al Señor, el cual se ha identificado con todos los que sufren a causa de la enfermedad” (Cfr. Juan Pablo II: “Discurso a la Asociación Italiana de Donantes de Sangre y de Órganos, 2 de Julio de 1984).


7.3 Cremación

En lo que se refiere al enterramiento del cadáver existen diversos usos culturales. En el mundo occidental ha sido la práctica habitual la costumbre de sepultar bajo la tierra (inhumación), tal vez como un eco de la narración bíblica sobre el origen del hombre (“Yahvé conformó al hombre del polvo de la tierra…” Gn 2,7). Los cristianos siempre han procurado enterrar los cuerpos de sus hermanos difuntos, siguiendo así la tradición judaica y, sobre todo, buscando la imitación de la sepultura del Señor Jesucristo, testimoniada por los cuatro Evangelios. Recordemos, además, uno de los textos litúrgicos del Miércoles de Ceniza dice: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”.
En los países de tradición cristiana, la práctica de la inhumación se ha mantenido sin contestación alguna, hasta los últimos decenios del siglo XIX. Fue entonces cuando algunos comenzaron a disponer que, después de su muerte, se procediera a la incineración del cadáver. Con esta medida, querían expresar su negación de la fe en la resurrección de la carne. Esta intención testimonial provocó el firme rechazo de la Iglesia ante la práctica de la cremación, que tuvo su prohibición expresa en los decretos del Santo Oficio, uno en el año de 1886 y otro en 1892, lo cual quedó plasmado en el Código de Derecho Canónico de 1917, en el Canon 1023.
Sin embargo, no era el hecho mismo de la destrucción por fuego del cuerpo muerto, sino la mencionada intención anticristiana lo que había determinado la tajante prohibición eclesiástica de la cremación de cadáveres.
Hoy en nuestro siglo, la cremación ha tomado una delantera ante la inhumación, lo cual nos hace reflexionar sobre la conciencia acerca de la doctrina actual de la Iglesia en cuanto a la cremación que pueda tener la gente que la pide o los familiares que la sugieren al momento de la muerte de uno de sus familiares.
El Código de Derecho Canónico actual, nos dice lo siguiente: “Se aconseja vivamente que se conserve vivamente la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos; sin embargo, no se prohíbe la cremación, a no ser que se elija por razones contrarias a la doctrina cristiana” (Canon 1176 #3). Por otro lado, el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda “que la Iglesia Católica la permite siempre y cuando no se cuestione la fe en la resurrección de los muertos”. (Catecismo de la Iglesia Católica, numeral 2301). La Iglesia contempla el valor de los restos mortales cuando se encomienda el cuerpo a la tierra, o en la cremación, donde los restos mortales se reducen a cenizas antes de se trasladados al columbario. Por tanto, aun cuando de un modo consciente de la verdad de la resurrección, se pida la cremación del cuerpo de un difunto, sus restos cremados deben ser tratados con el mismo respeto que se da al cuerpo. Los restos cremados deberían ser colocados en una sepultura, mausoleo o columbario, pues la práctica de esparcir las cenizas en el mar o en el aire libre no es acorde con las normas eclesiásticas sobre una disposición adecuada de los restos del difunto. De igual modo sería interesante pastoralmente, analizar el uso y hasta quizás el abuso de la practica de la cremación sin tener en cuenta el criterio claro de la Doctrina de la Iglesia Católica.


8. LA EUTANASIA: UN CRIMEN ABOMINABLE

Son muchas, ciertamente, las preguntas que se plantea el ser humano ante la muerte, y los, a menudo, difíciles momentos que la preceden. ¿Desean los pacientes, incluso los sometidos a grandes dolores o largas agonías, realmente, que su muerte sea adelantada? ¿Es lícito ceder a las súplicas de un paciente atormentado que pide la eutanasia? ¿Es lícito ceder a las súplicas de una familia abrumada por el dolor y la impotencia de un ser querido? ¿Es lícito obviar la vida por piedad ante el sufrimiento?
El sentido etimológico del término eutanasia (buena muerte, muerte dulce), en el lenguaje corriente se ha transformado en “supresión” de la vida de un enfermo incurable a petición del mismo enfermo, de los familiares, de los profesionales de la medicina. La Real Academia de la Lengua Española define la palabra eutanasia como “muerte sin sufrimiento físico, y en sentido estricto, la que así se provoca voluntariamente” (Cfr. Diccionario de la Lengua Española. Ed. 1984).
“Por eutanasia se entiende una acción o una omisión que, por su naturaleza o en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar el dolor. La eutanasia se sitúa, pues, a nivel de las intenciones y de los métodos usados” (Cfr. D. TETTAMANZI, Eutanasia, la ilusión de la buena muerte, Edit. Casale Monteferrato, 1985).
La mentalidad secularizada de nuestra época es incapaz de dar un significado a la muerte. La muerte sólo tiene sentido cuando es vista como tránsito a una nueva vida, plena y eterna. Con esta esperanza se puede afrontar en paz la muerte. Sin esta garantía de vida eterna, el hombre actual reacciona ante la muerte con dos actitudes opuestas y, al mismo tiempo, unidas entre sí: por una parte se la ignora, tratando de borrarla de la conciencia, de la cultura y de la vida; y, por otro lado, se la anticipa para no afrontarse conscientemente con ella.
Nuestra cultura, con reclamo de libertad y autonomía frente a Dios mismo, con valores supremos del hombre, llega a querer ejercitar esta libertad hasta la elección de la muerte. Si no hemos podido elegir nuestro nacimiento, ¿no podemos al menos elegir nuestra muerte? Muchos, en nuestra época, se hacen individual y asociadamente sostenedores y promotores enardecidos de tal elección. En una cultura de tipo liberal-radical, que toma como punto supremo y último de referencia la libertad, se termina por destruir la vida y, con ella, la libertad. Según este modelo de sociedad es lícito todo lo que es libremente querido o aceptado. Bajo esta mentalidad se han propuesto la liberación y despenalización del aborto, la elección del sexo del niño que ha de nacer, o, en el adulto, el cambio de sexo, la fecundación extracorpórea de la mujer, la libertad de la experimentación, la uniones del mismo sexo, la libertad de decidir al momento de la muerte, y el suicidio como signo y expresión máxima de libertad.
La muerte es el último acto de la vida del hombre. El concepto de eutanasia depende de la idea que se tenga sobre la vida y sobre el hombre. Una mentalidad eugenésica, como la racista o la nazi, reclamará siempre la eutanasia “para los parásitos de la sociedad, para los enfermos que ni siquiera conviene que vivan más tiempo, pues vegetan indignamente, sin noción del porvenir”. Los niños subnormales, los enfermos mentales, los incurables deben ser eliminados mediante la “muerte de gracia”.
Pero quien considere la vida humana como vida personal, don de Dios, descubrirá que la vida tiene valor por sí misma, posee una inviolabilidad incuestionable, y no adquiere ni pierde su valor por situarse en condiciones de aparente descrédito por motivos de vejez, inutilidad productiva o social. Es su inviolabilidad, nunca puede ser instrumentalizada para ningún fin distinto de ella. De aquí, la condena de toda acción que tienda a abreviar directamente la vida del moribundo.
La eutanasia activa equivale a la muerte provocada a petición del interesado o de los familiares. El nombre “eutanasia activa” define las intervenciones encaminadas a precipitar la muerte, y se distingue de la abstención de ciertas curas que dejan llegar la muerte sin acelerarla intencionalmente, a lo que se da el calificativo de “eutanasia pasiva”.
Junto a la eutanasia, y en contraste ilógico, se da también hoy la distanasia o el encarnizamiento terapéutico. La distanasia es la práctica médica que, mediante la técnica de reanimación, tiene por objetivo alejar lo más posible la muerte utilizando medios extraordinarios y costosos en sí mismos o en relación con el enfermo y su familia.
El rechazo a la muerte ha llevado a las prácticas de ensañamiento terapéutico mediante el uso de medios extraordinarios con la finalidad de lograr prolongar la vida, al menos vegetativamente, cuando ya se han apagado irremediablemente las funciones cerebrales. Dicho procedimiento es ilícito e inadmisible en nuestros principios cristianos. El derecho a una muerte digna no significa derecho de elegir la propia muerte, sino aceptar la propia muerte. La muerte que nos llega, aunque sea a pesar nuestro, no nos priva de nuestra dignidad. La dignidad del hombre no se reduce al apego a la vida. Se expresa más profundamente en la posibilidad a asumir nuestra existencia de persona humana con todo lo esto significa.

9. EVANGELIZAR NUESTRA CONCEPCIÓN DE LA MUERTE

Los cristianos vemos la muerte como un “morir en el Señor”. Dios es el Dios de la vida y de la muerte. Incorporados a la vida por el bautismo, el cristiano en su agonía y muerte se siente unido a la muerte de Cristo para participar de su victoria sobre la muerte en el gozo de la resurrección. El bien morir es la entrega, en aceptación y ofrenda a Dios, del don de la vida, recibido de Él. Como Cristo, sus discípulos ponen su vida en las manos de Dios, en un acto de aceptación de su voluntad.
El derecho del hombre a bien morir supone exigencias para los demás: la atención al enfermo con todos los medios que posee actualmente la ciencia médica para aliviar el dolor y prolongar su vida humana razonablemente; no privar al moribundo del morir humano, engañándole o sumiéndole en la inconsciencia; liberar la muerte del ocultamiento a que está sometida en la cultura actual, que la ha encerrado en la clandestinidad de los repartos terminales de los hospitales y de los camuflamientos de los jardines de cementerios; el acompañamiento afectivo del moribundo en sus últimos momentos de la vida; la participación con él en la vivencia del misterio religioso de la muerte como tránsito de este mundo al Padre.
No se puede privar al moribundo de la posibilidad de asumir su propia muerte, de hacerse la pregunta radical de su existencia, de vivir, aun con los dolores, su muerte. El acompañamiento del enfermo en esta etapa de su vida es importantísimo. Nunca olvidemos: “Que en la vida y en la muerte somos del Señor” (Cfr. Rm 14,8).

Pbro. Ángel Yvan Rodríguez Pineda





En defensa de la vida humana




EN DEFENSA DE LA VIDA HUMANA


1. Introducción general

Si nos damos un paseo rápido por cada uno de los contextos ambientales de nuestra sociedad, podemos afirmar que lo que parece un río de sangre atraviesa gran parte de la humanidad. En todos los ambientes culturales actuales el asesinato es considerado un delito, sin embargo, éste hoy se comete de un modo expreso o en ocasiones camuflado con una rebuscada justificación. Atentar contra la vida logra cada día un avance histórico mayor y que al parecer se hace indetenible, aupado por la vorágine de técnicas, por la existencia de grupos adversos al valor de la vida, por una clara tendencia al relativismo moral y por el desarrollo de una mentalidad selectiva, entre otras causas.

Ante esta avanzada de la cultura de la muerte frente al valor de la vida, podemos afirmar que el problema no radica en la falta de prescripciones morales y legales que defiendan el valor de la vida, sino en la asunción plena en la conciencia por parte de cada individuo al momento de entender, vivir y demostrar que la vida humana en cuanto tal es un valor absoluto inviolable. Por tanto no vale tanto decir que estamos a favor de la defensa de la vida, sino que cada día se nos exige más dar muestras reales de que defendemos a ultranza la vida desde la concepción hasta el último acto plenamente humano, el cual es la muerte digna.

En nuestro siglo debe recobrar valor la persona humana en cuanto a su dignidad y desarrollo integral. La defensa de la persona humana no debería estar mediatizada por ideologías egoístas o tendencias particulares, justificaciones médicas o cualquier otra medianía que coloque el derecho fundamental de la vida en un segundo plano. Existen sectores sociales, parlamentos políticos en plenos, ideologías y tendencias sociales que al parecer no saben, o mejor dicho no quieren saber, qué es lo que constituye a la persona humana, su dignidad y el valor de la vida.

Sin querer ser negativo sino real ante el planteamiento de la defensa de la vida, constatamos que en nuestro tiempo, en el desarrollo de nuestra cultura, en nuestro ambiente local, la conciencia individual y social sigue considerando la vida humana como un valor sagrado; sin embargo, ésta sufre una especie de “eclipse”. De este modo, se puede constatar una doble vivencia del criterio moral, en cuanto al conocimiento del precepto no matarás y la praxis adversa y relativista de justificar una actuación contraria a la vida como es el caso del aborto, la experimentación con embriones, la eutanasia, la clonación y muchas otras evidencias más que con ligereza de criterios están, impuestas en las mentes y criterios de vida de la sociedad actual.

El eclipse del valor de la vida nos ha conducido a la presencia de la “cultura de la muerte”, hasta se ha llegado hablar en la actualidad de una especie de “conjura contra la vida”, lo cual no significa sólo el desprecio a la vida humana, sino también aceptación de prácticas que con el pretexto del progreso científico o médico, reducen en realidad la vida humana a simple material biológico, como es el caso de los embriones congelados para la experimentación, la utilización de las células madres, la clonación y un sin fin de prácticas de experimentación que han reducido el valor de la vida humana al mínimo de un “ratón de laboratorio”, sólo útil para la experimentación.

Por otra parte, ante el valor de la vida se ha ido difundiendo una mentalidad “eugenésica”, la cual conduce a acoger la vida humana sólo en determinadas condiciones y rechazar la limitación, la malformación congénita, la minusvalidez; o bien se llega a negar los cuidados más elementales a los niños nacidos con deficiencias, a legitimar el aborto y el infanticidio o bien una actitud “eutanásica” ante los enfermos incurables y moribundos, cuyo sufrimiento se ha convertido en el mal por excelencia que hay que eliminar a toda costa.

Entre las causas de esta crisis cultural del valor de la vida, podemos mencionar las siguientes:
 Un enfoque positivista de la vida humana.
 El hedonismo egoísta y utilitarista de la sociedad actual.
 La mala comprensión de la sociedad actual desde la clave de una subjetividad expresa.
 Un cierto prometeísmo en el hombre actual que juega con Dios.
 La justificación de una ciencia sin conciencia del valor absoluto y respeto de la vida humana.
 La existencia de un ateísmo práctico, que aun sabiendo que Dios existe se vive la vida como si no existiera.
 Pérdida del sentido de lo que es el hombre en su dignidad integral.
 El secularismo imperante en nuestros sistemas de gobiernos.
 Supuesta responsabilidad de la religión de la culpa del ancestral desprecio a la vida.

Ante este preámbulo introductorio del tema de la defensa de la vida, es necesario que hagamos un breve recorrido por las Sagradas Escrituras y el Magisterio, focalizando algunas conceptualizaciones que nos aclaren más en cuanto al tema en estudio.


2. La defensa de la vida en la Sagrada Escritura

a) “El precepto no matarás”

Las páginas de la Escritura destacan la preocupación de defender la vida humana siempre amenazada. En toda legislatura sagrada del Antiguo Testamento, posiblemente en épocas muy primitivas, se prohibía matar al “otro”, porque en realidad no era tan “otro” como parecía: se trataba de defender la propia sangre y el propio clan. Sólo lentamente se irá descubriendo que cualquier “otro” por muy lejano que fuera, era en realidad un hermano.

En este punto están plenamente de acuerdo el judaísmo y el cristianismo: “El ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,26), como fruto de la atención minuciosa, deliberada y complaciente de Dios (Gn 2,7 ).

La vida humana brota del soplo divino: del mismo “Espíritu” de Dios. Su aliento mantiene el aliento humano.

En la Sagrada Escritura queda claro el rechazo al fratricidio (Gn 4,8; Jn 3,12). La Biblia recuerda oportunamente que el mismo Dios, que no aprueba el asesinato de Abel, pone al mismo tiempo una señal sobre Caín para defender su vida de las posibles venganzas tribales (Gn 4,15). Este pasaje demuestra el gesto continuo de la Sagrada Escritura a la orientación hacia la condena de la venganza de sangre.

b) “Libra a los que son llevados a la muerte”

En los libros proféticos la intensidad en la defensa de la vida humana llega a su máximo esplendor.

Ya el profeta Amós llamaba la atención a las tribus amonitas por el crimen de “haber reventado a las mujeres encintas de Galaad, con el fin de ensanchar su propio territorio (Am 1,13).

Los profetas subrayan la continuidad de la protección de Dios a la vida. Aludiendo a la temprana vocación de los llamados, parecen afirmar la dignidad humana desde el momento de la concepción: “Yavé desde el seno materno me llamó, desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre”, dice el profeta Isaías (Is 49.1). Idéntica profecía la formula Jeremías en el capítulo uno, verso cinco: “Antes de haberme formado en el seno materno, te conocía, y antes que tú nacieses te había consagrado”.

La misma convicción de que la vida humana ha sido plasmada por las manos de Dios ya en el seno materno le sirve a Job para pleitear con Dios que parece abandonarlo cuando sus amigos le acusan de pecado: “Tus manos me formaron, me plasmaron, ¡y luego, en arrebato me quieres destruir! Recuerda que me hiciste como se amasa el barro, y que al polvo has de devolverme. Luego con la vida me agraciaste y tu solicitud cuidó mi aliento” (Job 10, 10-12; Cf. Sal 22, 10-11).

Desde estas referencias vemos cómo el pueblo estaba de sobra convencido del valor de la vida en cuanto a su procedencia y último fin. Con el profetismo sólo se pretende hacer del valor de la vida algo más digno y más amable.

La sabiduría del antiguo Israel produce un efecto en la mentalidad del pueblo: el fomento de una actitud compasiva hacia el condenado injustamente, o bien una postura no violenta aun a la vista de los malhechores que pagan en justicia sus crímenes. Una cosa clara nos deja el profetismo a favor de la vida: Que ella proviene de Dios, y sólo Dios pueda darla o quitarla.

c) “Ve a reconciliarte con tu hermano”

Como en otros tantos pasajes del Nuevo Testamento, Jesús de Nazareth no se limita a repetir los mandamientos o preceptos de la ley de Moisés, sino que los lleva a su plenitud, devolviéndoles su sentido último. En la praxis de Jesús vemos como no sólo basta saberse el precepto “No matarás”, sino que lo remite a superar la cólera contra los hermanos. No basta tampoco con evitar el rencor contra el hermano, había que preguntarse si el hermano podía tener algún motivo para conservar el rencor (Cf Mt 5, 23-24). La fuerza liberadora del Reino ha de originar un cambio de actitudes ante la violencia y la contraviolencia en todas las relaciones humanas.

La coherencia de Jesús en la práctica evangelizadora a favor de la vida, se puede resumir en cuanto él habla del valor y la defensa de la vida en su sentido integral y, a su vez, da ejemplo de amor a la vida. Dedicaba atención a los enfermos. Sus acciones eran el anuncio del reino mesiánico. El pecado y la muerte empezaban a ser vencidos por la reconciliación y la vida. Una vida que siempre trasciende los cálculos, las intenciones y los poderes de los hombres.

Sólo el que va y se reconcilia con su hermano cumple con el mandato de Jesús y su conducta es cristiana. Si no, no.

3. La reflexión Eclesial sobre la vida

Es evidente que el Magisterio de la Iglesia ha estado siempre resguardando el respeto a la dignidad de la vida humana en su sentido integral. De igual modo, el Magisterio ha afirmado que el respeto y la defensa de la vida no se reducen única y simplemente al rechazo al homicidio sino que es preciso evitar todo lo que pueda dañar la calidad de vida y aun la fama de los demás. El precepto bíblico no matarás, es extensible también al bienestar humano en sus derechos fundamentales y a la ayuda necesaria para el desarrollo integral y digno de la vida humana.

a) Concilio Vaticano II:

Los documentos del Concilio Vaticano II se refieren en múltiples ocasiones a la vida humana, entendiendo que cuando lo hacen no se limitan a la pura dimensión físico–corporal sino que su planteamiento va en la unidad psicosomática, con lo cual afirma que la vida humana está llamada a realizarse en el encuentro interpersonal y en la consecución de su fin sobrenatural en Dios.

Si nos detenemos en la Constitución Dogmática Gaudium et Spes, vemos como hay textos iluminadores a favor de la defensa de la vida. Citemos a continuación algunos, entre los muchos existentes:

GS 51: “Tengamos entendido que la vida de los hombres y la misión de trasmitirla no se limita a este mundo, ni puede ser conmensurada y entendida sólo a este nivel, sino que siempre mira al destino eterno de los hombres”.

Los textos conciliares reafirman el deseo de superar cualquier tentación dualista que pueda limitar el valor de la vida sólo a lo temporal; la Iglesia, como Madre y Maestra, reafirma que la defensa de la vida está unida con la vocación celestial, que es la eternidad de la cual proviene la vida.

GS 26. Reafirma el respeto a la vida en su sentido integral. La vida humana merece toda la dedicación de los individuos y de la sociedad en su cuidado, sostenimiento y defensa hasta la muerte, el texto lo expresa con las siguientes palabras: “Es necesario que se facilite al hombre todo lo que éste necesita para vivir una vida verdaderamente humana” (GS 26b).

GS 70. Haciendo referencia a la dimensión política social en cuanto a la defensa de la vida nos expone: “Los responsables de las inversiones, de las organizaciones sociales y políticas, tienen la obligación de vigilar con políticas de recta educación y orientación, los medios que provean lo necesario para una vida decente, tanto a los individuos como a las comunidades”.

GS 27. Se constata, de acuerdo con la tradición de la Iglesia, que la vida del hombre se reconoce a sí mismo en los demás con independencia de las exclusiones adjetivales, determinadas por la raza o el sexo, profesión u origen cultural, afiliación política o confesión religiosa. El Concilio inculca el respeto al hombre, de forma que todos sin excepción deban considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar su vida y los medios necesarios para vivirla dignamente.

Teniendo los textos anteriores como referencia constatamos cómo el Concilio excluye todo lo que atenta contra la vida: homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado y camuflado de la experimentación humana.

El Concilio deja claro que todo aquello que violente la integridad de la vida humana, degrada a la civilización humana.

Por otra parte, la doctrina del Concilio no se limita a condenar los atentados contra la vida. En varias y repetidas ocasiones y con talante positivo aplaude la mentalidad y los medios que hacen posible la defensa de la vida humana digna: “Los cristianos junto con todos los que tienen en gran estima a esta comunidad (familiar), se alegran sinceramente de los varios medios que permiten hoy a los hombres avanzar en el fomento de esta comunidad de amor y respeto a la vida (GS 47).

El Concilio reafirma que Dios es el Dios de la vida, la cual debe ser salvaguardada con el máximo cuidado. El aborto y el infanticidio, por lo tanto, son “crímenes abominables”.

La doctrina del Concilio Vaticano II resume su tendencia a favor de la vida en una confesión de fe en que la vida proviene de Dios y sólo a Él le corresponde disponer de ella.

b) El Magisterio posterior al Concilio Vaticano II.

El Catecismo de la Iglesia Católica: fundamenta la dignidad de la persona humana y de su vida en la imagen que es el hombre del Dios creador. El Catecismo reafirma la doctrina del Concilio en cuanto a la verdad del hombre y su dignidad de ser creado por Dios.

En el numeral 356, el Catecismo expresa la razón fundamental de la dignidad humana, diciendo que la dignidad no es sólo de algo, sino de alguien.

A partir del numeral 2258, el Catecismo nos ofrece una explicación del quinto mandamiento del Decálogo con una afirmación del valor y sacralidad de la vida humana.

“La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es el Señor de la vida desde su comienzo hasta su término, nadie en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente” ( 2258).

Como podemos observar en el texto citado, la obligación moral del respeto a la vida humana se remite a su principio, pero también a su fin. No se fundamenta sólo en el acto creador de Dios, sino también en la especial relación que media entre el Creador y la criatura. De igual modo el texto afirma la formulación tradicional de oposición a cualquier medio de occisión directa o indirecta al ser humano. Una buena explicación de esta relación entre Dios y el hombre la encontramos en el libro del Eclesiástico (Sir 17, 1-13).

En la visión integral del Catecismo de la Iglesia en cuanto al tema de la defensa de la vida, claramente se exponen temas concretos como:

 La legítima defensa.
 El homicidio voluntario.
 El aborto.
 La eutanasia.
 El suicidio.

En las encíclicas de Juan Pablo II, el tema de la defensa de la vida ocupa un puesto realmente llamativo. El Sumo Pontífice denuncia con voz profética y clara los fenómenos que atentan contra la vida, como son el subdesarrollo, el terrorismo, la carrera armamentista.

La carta Encíclica Evangelium vitae, publicada el 25/03/1995, está dedicada a exponer el valor y el carácter inviolable de la vida. La carta está estructurada en cuatro partes, siendo sus contenidos los siguientes aspectos:

Primera parte: Evocación de las actuales amenazas a la vida humana.

Segunda parte: Exposición del mensaje cristiano sobre la vida humana, en cuanto creada por Dios, redimida por el Hijo, ungida por el don del Espíritu Santo y confiada a la responsabilidad humana.

Tercera parte: Se expone el contenido de la ley de Dios, resumida en el precepto “no matarás”, con especial referencia a los modernos atentados del aborto y la eutanasia y con una consideración sobre la actitud de la conciencia ante las leyes civiles que promueven la cultura de la muerte.

Cuarta parte: Es la parte más pastoral, y trata de propugnar la cultura de la vida humana, en la que sea posible anunciar, celebrar y servir al evangelio de la vida.

Lo más llamativo de la Encíclica es que no se limita sólo a propugnar la dignidad de la vida biológico-orgánica del cuerpo humano (n. 47), sino que se refiere sobre todo a la vida de la persona humana (nn. 3 y 60).

Otro dato interesante de la Encíclica es que no se limita sólo al planteamiento de la vida personal “natural”, sino que recuerda la vocación a la plenitud de la vida (n. 37), puesto que el hombre está llamado a una plenitud que va más allá de las dimensiones temporales.

Resumiendo las ideas fundamentales de la encíclica las podemos agrupar de la siguiente manera:

 La dignidad humana de la persona y su vida.
 La consideración de la vida humana como abierta al encuentro con Dios.
 La especial solemnidad de la defensa de la vida y la condena contra los atentados modernos que la amenazan ( n. 57).

En su sentido profético la Carta exhorta a formar a las nuevas generaciones en el valor de la vida de modo que sepan y puedan ofrecer un testimonio coherente en medio de una cultura de la muerte.

De igual modo, la Encíclica nos invita a no conformarnos con sólo los pronunciamientos a favor de la vida humana, sino a comprometernos a promover la defensa de la vida en los acontecimientos diarios e individuales, en el esfuerzo por las reformas de las estructuras sociales, económicas, políticas e informativas, con la finalidad de hacer pública la defensa de la vida y la promoción integral del desarrollo humano.


4. La defensa de la vida ante la amenaza de la cultura de la muerte

El tema de la defensa de la vida humana es tan amplio, que es necesario resumir su presentación y abordar unas inquietudes iluminadoras que nos pueden suscitar la clarificación del tema de la defensa de la vida.

a) El principio absoluto de la santidad de toda vida

En primer lugar hay que sostener que el fundamento ineludible de nuestra labor a favor de la vida y de la familia es el principio al cual no podemos renunciar si queremos salvar nuestra cultura de la destrucción total, si queremos salvar la santidad de toda vida humana.

En los cristianos comprometidos el principio de la sacralidad de la vida es evidente, comprensible y defendible. Pero la verdad vivida en nuestro contexto social y político nos confirma que dicho principio no es tan evidente desde la moral vivida.

Nos vemos en la necesidad de confirmar que el principio sagrado de la vida humana es un principio aplicable a todos los seres humanos. Es un principio absoluto. En otras palabras debe ser aplicado a la vida humana en todo tiempo, lugar y circunstancia.

Decir “ser humano” es decir “ser sagrado”. Poseer la vida significa poseer un valioso don, un don inviolable que debe ser defendido sin admitir términos medios. O toda vida humana es sagrada o ninguna lo es. Si no reconocemos que este principio es absoluto, entonces corremos el grave peligro de legalizar o institucionalizar la discriminación de algunos seres humanos, usualmente aquellos que no se pueden defender a sí mismos de alguna agresión. Si no defendemos a toda la vida humana inocente como sagrada en sí misma y con una actitud que no admite componendas, entonces no seremos capaces de defender a nadie. Simplemente aceptaremos una “ética” de la supervivencia del más fuerte y nos acomodaremos a ella.

b) La utilización de armas de destrucción masiva contra el valor de familia y la sociedad

Un segundo tema que conviene abordar es cómo privar a los enemigos de la humanidad de las armas que utilizan para matar niños y destruir el seno de nuestras familias. Frecuentemente en nuestro contexto cultural nos vemos atacados por quienes quieren sembrar antivalores que justifican una sociedad más materialista, hedonista y con signos claro de la muerte. Hoy se constata cómo organismos internacionales dan apoyo económico para promover una cultura de la muerte que fomenta el genocidio y justifica la eutanasia y el aborto, que promueve programas alienadores de una cultura anticoncepcionista. Se aplica una lógica perversa que fomenta un tipo de sociedad antivida y antifamilia.

c) Los instrumentos de alineación de conciencia ante el valor de la vida.
Los programas anticoncepcionistas

El peor efecto de la anticoncepción es el egoísmo que fomenta en la mente y el corazón de la gente. El uso de los anticonceptivos conlleva muchos mensajes que se implantan en los ámbitos más íntimos de la vida de la familia. Los matrimonios comienzan a considerar a los hijos como cargas, eligen estilos de vida que excluyen o minimizan a los hijos. Por otro lado, se estigmatiza y hasta se denigra de las familias numerosas. El divorcio se convierte en algo habitual y se justifica sobre la base de la autorrealización de los padres, sin pensar en el efecto que éste tiene sobre los hijos.

Es imperativo que nos demos cuenta de la conexión entre la anticoncepción y el aborto si es que queremos preservar de la destrucción a nuestros hijos, a nuestras familias y, en última instancia, a nuestras sociedades.

Es urgente que luchemos contra todo tipo de anticoncepción y programa anticonceptivo, dándonos cuenta que son instrumentos de la cultura de la muerte. La anticoncepción y los programas que la promueven no conducen a menos abortos en un país o estado, como falsamente dicen los que promueven la cultura de la muerte, sino al contrario, fomentan más el aborto y la maternidad prematura.

d) Los programas de educación inmoral en nuestras escuelas

Evidentemente el factor educación es un punto certero para formar o deformar las conciencias de nuestras futuras generaciones. La deformación de la conciencia en cuanto al valor objetivo de la sexualidad, de los principios del pudor y la decencia, debe ser combatida para la recuperación de dichos valores.

Lamentablemente, se tiende más a informar que a formar a las futuras generaciones, y dicha información va sembrando la licitud de una vida sexual permisiva y relativista. Se pretende justificar la perversidad del relativismo sexual, acuñando la expresión “derecho a un sexo seguro”. A nuestros jóvenes se le está haciendo un lavado cerebral con una educación sexual inmoral.

Todos los programas de educación sexual actual se fundamentan en una mentalidad antivida y hedonista.

Los cristianos debemos enfrentar la mentalidad anticoncepcionista y la educación sexual inmoral y relativista.

Es necesario que nos involucremos en proyectos de envergadura social, para defender a los miembros más inocentes de nuestra sociedad, como son los niños, y fomentemos una cultura de la vida a través de nuestras familias.

Redescubramos nuestra ética familiar sobre el fundamento del respeto absoluto de toda vida humana y seamos valientes al enfrentar a los enemigos de la vida y la familia, privándoles de la habilidad para hacernos la guerra por medio de la anticoncepción y la educación inmoral en nuestras escuelas oficiales.

e) La experimentación desviada con seres humanos

Fundamentados en el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia, reafirmamos que la persona humana posee un dinamismo interior que la impulsa a rechazar el ser tratada como un objeto, como un mero medio y no como un fin.

Es por ello que debemos reaccionar ante cualquier tipo de explotación, manipulación médica directa o indirecta de cualquier ser humano. Toda persona humana debe ser defendida a ultranza de cualquier medio de manipulación y destrucción integral de su dignidad. Perder el sentido original del desarrollo integral de la dignidad de la persona humana conduce a la baja autoestima y a la autodegradación. Por otro lado, tratar a la persona humana como mero medio, sea ya por placer, beneficio de ganancia económica o por cualquier otro motivo, nos degrada como personas y atenta contra nuestra dignidad.

Desde el principio absoluto de la dignidad de la persona humana, debemos reafirmar con toda claridad que la moral, que es la vida en el amor, se fundamenta necesariamente en la dignidad o valor de la persona humana. La dignidad humana es objetiva (existe realmente), de lo cual se colige la necesidad de la defensa de la vida, pues la normativa moral es también objetiva, no relativa. La persona humana en cuanto tal no es autónoma en sus determinaciones morales, sino que ejerce en su comportamiento una autoderminación teónoma, es decir, iluminada siempre en su acción humana por el poder creador de Dios.

Una moral relativista es una contradicción en términos y una incoherencia en el comportamiento humano de la persona. Un tipo de moral relativista, de ausencia de normas y principios, conduce fácilmente a una moral utilitarista, lo cual es una aberración ética, donde se oprime a los indefensos, se excluye a los marginados, los ancianos, los enfermos, los niños no nacidos.

Actualmente se financian investigaciones con células madres de embriones humanos para la cura de enfermedades como parálisis, Alzheimer, cáncer y otras, lo cual evidencia el camino tentador de la ciencia en la utilización del patrimonio biológico de la persona humana en una injustificable ayuda y asistencia médica.

Lamentablemente se ha caído en el error de obtener las células madres mediante el procedimiento de la fecundación in vitro y de embriones congelados. La mayoría muere en este proceso, o el embrión es desechado una vez extraídas las células truncales. Otros factores que agravan la inmoralidad del proceso son la técnica de la masturbación como método de la obtención del semen, la desvinculación de la paternidad, el abandono total del nuevo ser como mercancía del poderío humano y científico y la fría muerte del ser humano a quien se le niega el derecho a vivir.

No debemos descartar que en el ámbito científico se comprueba que las células madres pueden ser obtenidas con éxito a partir de las células nuevas del cordón umbilical y la placenta y de células madres de los adultos. Este proceder no atenta contra la vida de nadie y así la ciencia está al mejor servicio de la humanidad y la persona en su derecho inviolable de la vida. Si esto es una verdad científica, ¿por qué aplicar una ciencia sin conciencia que conduce a la ruina de la persona y la humanidad? Bien sabe la ciencia que la técnica médica no debe sacrificar a nadie.

La inteligencia del ser humano debe siempre confiar en las promesas del Creador al entregarle la creación.


5. Qué es la “cultura de la muerte”

El Papa Juan Pablo II en su Carta Encíclica Evangelium Vitae, nos alerta sobre lo que él llama “la libertad perversa del poder humano”, la cual define como aquel tipo de libertad que nos confiere “poder absoluto sobre los demás y en contra de los demás” y de la cual resulta una “cultura de la muerte”.

La preocupación del Santo Padre es que grandes sectores de la opinión pública justifican ciertos crímenes contra la vida en nombre de la libertad. El origen de esta “libertad perversa”, se encuentra en una concepción de la libertad que “exalta” el individualismo aislado de forma absoluta y no da cabida a la solidaridad ni a la apertura y el servicio hacia los demás. En resumen, el Santo Padre está diciendo que cuando un individualismo extremista se interpreta como libertad, el resultado es la cultura de la muerte.

El término de la cultura de la muerte se refiere a una mentalidad, a una manera de ver al ser humano y al mundo, que fomenta la destrucción de la vida humana más débil e inocente por parte de los más fuertes y poderosos.

Nos podemos preguntar ¿qué es lo que promulga la cultura de la muerte? A lo cual podemos responder que con las nuevas perspectivas abiertas al progreso científico y tecnológico surgen nuevas formas de agresión contra la dignidad del ser humano, a la vez que se va delineando y consolidando una nueva situación cultural, que confiere a los atentados contra la vida un aspecto inédito, aún más inicuo ocasionando ulteriores y graves preocupaciones, como es la consolidación de sectores sociales que justifican algunos atentados contra la vida.
Un rostro encarnado de la cultura de la muerte es la eugenesia, la cual es la reproducción planificada y sistemática de los seres humanos de forma tal que se reproduzcan los que son “superiores” y que no se reproduzcan o que se eliminen los “inferiores”.

La cultura de la muerte se ha valido de una serie de términos que han camuflado la conciencia y el proceder de lo humano en sociedad actual. Con gran fluidez y aceptación hoy se manejan los siguientes términos que amparan una cultura de la muerte. Veamos algunos entre otros existentes:


 Salud reproductiva: La cual aboga por el reproducirse lo menos posible. Tal concientización se realiza mediante programas médicos vigentes en nuestras clínicas y hospitales. Se habla con aceptación de la utilidad favorable de los métodos abortivos. El término “reproducción” es algo aplicable a los animales y no a lo humano. El ser humano no se reproduce, sino que procrea.
 Programas sociales que pretenden bajar el índice de mortalidad: Se pretende utilizar el control de la natalidad mediante la educación sexual inmoral, la contracepción y la esterilización. Posteriormente será el aborto quirúrgico y químico valiéndose de múltiples resortes de orden público y apoyo económico.
 Planificación familiar: Comienza con una mentalización, primeramente de los profesionales de la medicina, y luego una difusión a través de conferencias, centros de enseñanzas y talleres. Se avala el uso de los anticonceptivos y el preservativo, haciendo ver los supuestos beneficios personales y comunitarios.
 Efecto antinidatorio: Es un término inventado para no decir matanza de seres humanos en estado embrionario. Es un término que se inventó para explicar el mecanismo de acción del DIU, la píldora y el Norplant, entre otros.
 Anticoncepción post-coito: Es el término que avala la famosa píldora del día después, la cual con altas dosis de estrógenos producen contracciones uterinas provocando el aborto.
 Interrupción de la gestación: Es la llamada también “terminación de la gestación”, los cuales son términos introducidos en el vocabulario y en la práctica médica para camuflar la verdadera realidad que es un aborto provocado quirúrgicamente por razones eugenésicas y falsamente terapéuticas.
 Aborto inducido: Es el aborto provocado quirúrgicamente, aplicado generalmente para niños minusválidos con enfermedades incompatibles con la vida después del nacimiento.
 Ligadura: Esterilización femenina por varios métodos, con laparoscopia y con métodos radicales en el ámbito quirúrgico.
 Usuarias: Es el nombre que se le da a la mujer que alquila su vientre para la maternidad.
 Limpieza uterina: Invento de médicos obstetras negociantes que ocultan el aborto provocado por ellos.



6. Algunas líneas de acción pastoral a favor de la vida

Defender la vida es una auténtica acción social cristiana. Nuestra misión en la vida es ser cristianos buenos y activos, que transformen sus vidas de oración en vidas de oración y acción, teniendo en cuenta las mismísimas palabras de Jesús que dice que aquello que se haga por un hermano se hace por Él.

Tener una postura coherente a favor de la vida no es para nosotros una opción a escoger en medio del mundo actual, sino un imperativo apremiante ante el avance de la cultura de la muerte. Ayudar al indefenso no es sólo un deber cívico o moral: es un deber religioso.

A modo de acción, se debe promover a nivel diocesano, parroquial y grupal los siguientes frentes de acción pastoral:

 Crear servicios pastorales en el ámbito formativo que defiendan la Vida desde su inicio hasta su término natural.
 Promover la vida en su desarrollo, apoyados en programas que ayuden a la infancia a alcanzar su desarrollo físico, psíquico, intelectual y moral.
 Propiciar en nuestras escuelas la formación humano-cristiana en la sexualidad y la familia.
 Auspiciar la formación del valor integral de la persona humana a través de talleres, encuentros e intercambios a escala parroquial.
 Promover la vida digna en los enfermos, ancianos y minusválidos.
 Denunciar toda falta contra los derechos humanos.
 Crear en el ámbito diocesano y parroquial comités pro defensa de la vida en los cuales se ore, se defienda y se actúe socialmente a favor de la vida.
 Colaborar con todos los programas sociales que promuevan la alimentación, la salud y la educación.
 Orientar a las nuevas parejas en el valor de la concepción y su vocación de padres.
 Organizar en el ámbito parroquial y comunitario los grupos de agentes pastorales que interrelacionen con los órganos gubernamentales y no gubernamentales a favor de la vida.
 Ofrecer atención pastoral de formación cristiana a los grupos médicos existentes en nuestras comunidades.





Pbro. Ángel Yvan Rodríguez Pineda

El tiempo de la Iglesia es el tiempo del Espíritu Santo



EL TIEMPO DE LA IGLESIA ES EL TIEMPO DE ESPIRITU SANTO


La Iglesia es querida por Jesús, fundada por él. La Iglesia es amada por Jesús. Y la ama tanto que dio y da su vida por ella. Le dio su vida en sacrificio cruento y reparador. Le da su vida en sacrificio místico, eucarístico. Jesús ama a su Iglesia hasta el extremo. Por amor a la Iglesia Jesús le promete, y le da el Espíritu Santo. Promesa cumplida en Pentecostés de una manera plena y definitiva. Desde entonces la Iglesia ha experimentado la presencia del Espíritu de Dios en los momentos ordinarios, y también en los tiempos difíciles de su existencia en la humanidad. De forma viva y contundente podemos afirmar que todo lo Santo que la Iglesia ha realizado a lo largo de toda la historia es obra del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo dio fuerza a los apóstoles para que comenzaran, sin desmayo, la predicación del Evangelio de Jesús. El Espíritu Santo dio valor a los mártires para que entregaran su vida en testimonio del amor a Jesús. El Espíritu Santo iluminó a los padres de la Iglesia para que expusieran con claridad, exactitud, la doctrina de la Iglesia.

No todos los peligros que debe vencer la Iglesia le vienen de fuera. Los peores, se originan dentro. Los herejes, un día, estuvieron en comunión plena con la comunidad. Se oscureció su mente, se secó su corazón, comenzaron a alejarse de la Iglesia. No pensaban como ella. No predicaban lo que ella predicaba. Atentaron contra la unidad. Se separaron. La Iglesia con dolor los vio marchar, alejarse. Pero hubo, frente a ellos, hombres que con su ciencia y santidad defendieron la sana doctrina. Son los doctores de la Iglesia. Llenos de Dios nos dieron la garantía de la verdad. Como luces brillantes se levantaron para combatir la oscuridad del error. Su palabra fue magisterio sagrado. No en vano se dejaron guiar por el Espíritu Santo. La fuerza doctrinal es el fruto del Espíritu Santo.

La Iglesia que peregrina ya veintiún siglos, es también un fruto del Espíritu Santo. Todo en ella es obra del Espíritu de Dios. Ella es Pueblo de Dios… Pueblo Santo, Pueblo sacerdotal, consagrado. Ella actúa empujada por el Espíritu Santo. Toda su acción pastoral la realiza en la atmosfera, en el clima del Espíritu Santo. El Tiempo de la Iglesia es el tiempo del Espíritu Santo. Su fuerza, su dinamismo, su poder, le viene del Espíritu Santo. Y de él le viene a ella la plenitud de la verdad.

Cuando enseña, cuando gobierna y cuando santifica, lo hace todo bajo la guía, la dirección y el impulso del Espíritu Santo. Si la Iglesia es fiel, obediente lo es por el Espíritu Santo. Si la Iglesia en su acción misionera, habla con el lenguaje de la verdad, es por la intervención del Espíritu Santo. Si la Iglesia, en su acción apostólica, usa el lenguaje del amor, es porque el Espíritu Santo la asiste siempre. Si la Iglesia le da al hombre al hombre un mensaje válido de esperanza es porque el Espíritu Santo la acompaña.

Hoy, ante las dificultades y los ataques que está viviendo la Iglesia, que están viviendo incluso de su propio seno, ante los antitestimonios de sus miembros y el dolor de las víctimas, el Espíritu de Dios sigue ejerciendo su tarea. Sigue siendo fortaleza para los fieles, cuestionamiento para los infieles, sobriedad para los arrepentidos y consuelo para los sufridos. Sigue siendo amor, el Dios del Amor. El Espíritu Santo no nos abandona.


Pbro. Ángel Yvan Rodríguez Pineda

Manipulación de embriones humanos


MANIPULACIÓN DE EMBRIONES HUMANOS



Con frecuencia demostramos nuestro asombro al escuchar o leer, a través de los medios de comunicación social, la condena a muerte de un ser humano. Nos impresiona saber que una persona, aunque haya sido el peor de los criminales, va a ser ejecutado. Sin embargo, a mucha gente le parece “normal” que en algunos países de la llamada Unión Europea y en otras partes del mundo, se haya determinado abiertamente que los embriones humanos congelados sean condenados a muerte. Ya diversos laboratorios, de reconocida marca comercial a nivel mundial, gozan del llamado permiso “legal” para desarrollar, según el uso que se les quiera dar, el cultivo de embriones por un tiempo determinado en una probeta. Cuando tengan el tamaño que permita utilizar con provecho sus células estaminales, serán condenados, ejecutados y comercializados, conviertiendolos en “embriones de desecho”.


La medicina y la ciencia, en su concepto, avanzan vertiginosamente en la actualidad gracias a estos experimentos. Hasta se llega a la afirmación severa de que en pocos años, con estos avances, podrán ser curadas graves enfermedades degenerativas. Otros, por su parte, han dado públicamente gracias a los padres “donadores” de embriones por su acción generosa, por contribuir al bien de la humanidad y al progreso científico técnico de la ingeniería genética.
Ante este panorama, es necesario confirmar una verdad contundente: “El que guarda silencio y no puede defenderse, el más inocente en toda esta historia, muere”. Cada uno de los embriones que será utilizado por laboratorios de alto nivel, dejará de existir, terminará su vida, porque así otros lo han decidido. Toda su existencia se ha circunscrito a un entorno de injusticias. Primero, por haber sido concebido en un ambiente antinatural, fuera del seno materno. Segundo, por haber sido concebido siempre como “sobrante”, como alguien que valía “por si acaso” como material de emergencia. Tercero, porque fue congelado a unas temperaturas sumamente bajas y perjudiciales para su supervivencia, dejando al criterio de lo que otros (papás, científicos, laboratorios o empresas comercializadoras) decidiesen sobre su nefasto futuro.


Nunca faltarán voces que sacarán partido de estos momentos trágicos, para acentuar su crítica destructiva a los defensores de la vida humana y al respeto inalienable de todo ser humano en cada una de las etapas de su desarrollo. Siempre nos acusarán de ser enemigos de la ciencia y la experimentación. Nos declararán como aquellos que hemos impedido que miles y millones de enfermos alcancen su sanación. Más aún, nos despreciarán como Iglesia, simplemente por afirmar que todo embrión humano amerita respeto simplemente por ser lo que es: un ser humano. Es más, algunos de los que abiertamente promueven el relativismo moral y la indolencia ante el valor de la vida, nos estrujarán su opinión lasciva, diciendo que para qué tanto escándalo por la defensa de los embriones congelados, si ya el aborto provocado en algunos países es una realidad aceptada por muchos y amparada por entes gubernamentales. Ciertamente hemos llegado muy lejos, a un exacerbado desprecio del valor de la vida humana y la admisión de un avance de una ciencia sin conciencia, que fácilmente conduce a una derogación del valor inalienable de la dignidad de la persona desde su concepción hasta su último acto humano, que es la muerte.


En lo que se refiere a los miles de embriones congelados actualmente, lo indicado es la prohibición explícita del uso de cualquier técnica de reproducción artificial extracorpórea orientada al “cultivo” –o producción industrializada- en función de su futura manipulación comercial para generar “productos” medicinales y/o cosméticos para la demanda consumista del mercado.


La declaración actual de la condena a muerte de los embriones congelados, es un momento triste para la humanidad, en su marcha hacia la cultura de la muerte, hacia el desprecio de la vida de unos para favorecer la vida de otros privilegiados. Ciertamente es una coyuntura triste para la humanidad tal panorama. Pero, sin embargo, es un “Kairós”, en el que no bastan las lágrimas y los lamentos. Ha llegado la hora en la que, como creyentes en el Dios de la Vida, tengamos gestos heroicos, voluntades firmes, para hacer algo por defender las vidas inocentes, para salvar a la ciencia con una dosis de ética, con una dosis de amor, que es el origen de la vida.


Pbro . Yván Rodríguez Pineda