lunes, 6 de diciembre de 2010

¡SALGAMOS AL ENCUENTRO DE DIOS!
            Pbro. Angel Yván Rodríguez Pineda

San Mateo nos presenta, en el Evangelio de este segundo domingo de adviento, una figura clave, Juan el bautista, el Precursor del Mesías. Juan señala la inminencia de la llegada de Cristo. Señala, también el sentido de nuestra preparación. Hay que preparar la venida del Señor. Pero, ¿cómo? Penitencialmente.
 Es decir, cambiando lo interior. Rompiendo con el pasado. Desenredándose de todo aquello que nos paraliza para progresar espiritualmente. Despojándose del hombre viejo. Librándose de tantas ataduras, de tantas cadenas. Es un trabajo de conversión. El primero. Junto a él, una tarea complementaria, imprescindible. Prepararse para esperar y recibir al Señor exige una apertura. Hacia la simpatía, el deseo, la complacencia con el Señor.
            Jesús nos trae la riqueza de su gracia. Jesús nos trae la salvación. La plena y definitiva salvación. Juan predica la necesidad de un cambio interior. Juan pide un gran giro en el enfoque de nuestra vida. Debemos centrar nuestra mirada en Cristo. Nos señala las posturas y actitudes que el  mismo Señor rechazará.
            El quedarse sólo en las formas, no es válido. El conformarse sólo con lo externo, no es suficiente. El contentarse con “decir” y no “hacer” es señal de inautenticidad. Esa era la actitud de los fariseos y los saduceos. Todo es condenado como inútil. Es condenado con palabras duras. “Raza de víboras….”, “el hacha esta puesta a la raíz….”.
            La conversión tiene que ser interior y exterior. Tiene que ser de fondo y de forma. La condena de Juan, como más tarde la de Cristo, no es producto de la animadversión o la venganza, es consecuencia del gran amor y deseo de salvar.
            Que en este Adviento seamos capaces de hacer un gran silencio interior, alejados de las discusiones y los gritos, de las malas acciones y la superficialidad material, para que profundizando en nuestra vida encontremos las razones evangélicas de la penitencia personal. Que en este nuevo Adviento, que Dios no regala, sin cansancio o desalientos busquemos a Dios. El se nos ofrece, se nos da, se nos entrega, pero quiere que lo busquemos, que salgamos a su encuentro, que estemos atentos en la espera.
            Quiera Dios, que durante este Adviento, seamos, no sólo capaces de hacer silencio y de mirar la realidad, sino también  capaces de tomar una decisión. ¿ Cuál?. Trabajar seria, intensa y profundamente para que nuestra vida cristiana sea más auténtica, más comprometida, más audaz. El tiempo del Adviento nos llama a esa conversión. La Eucaristía nos invita y nos impulsa, de una manera especial, con su gracia y dinamismo a una continua conversión.
            La garantía del cumplimiento del anuncio y la promesa está en Dios. En Dios está también nuestra seguridad, Él,  la cumplirá con firmeza. El Señor viene, y viene para salvar. Que en éste peregrina, en un nuevo adviento hacia el encuentro con el Señor, nuestro corazón, mente y ánimo estén dispuestos a un dejarse invadir por la luz y firmeza del Mesías que desea tener un encuentro personal con cada uno de sus hijos.

            

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