martes, 31 de mayo de 2022

 


PENTECOSTÉS, UN ECO DEL ANUNCIO DEL SEÑOR EN EL CENÁCULO:

“LOS APOSTOLES: RECOGIDOS EN ORACIÓN CON MARÍA, LA MADRE DE JESÚS, BAJO EL ESPÍRITU SANTO PROMETIDO” (Hch.2,4)

 

En Pentecostés el Espíritu Santo se manifiesta a los apóstoles. Es el Espíritu que Jesús había prometido que enviaría del seno del Padre: “Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14,16). La promesa de Jesús “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20) se cumple en su Espíritu. El Espíritu que se manifiesta en Pentecostés con dones extraordinarios es el mismo Espíritu que se ha revelado en toda la historia de la salvación: desde la creación hasta nuestros días. El Espíritu se manifiesta en el Antiguo Testamento, pero es en Cristo cuando él se muestra en plenitud.

El libro de los Hechos de los Apóstoles manifiesta el asombro de los que presenciaron el acontecimiento de Pentecostés: “La gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados”. De esta forma, el Espíritu se manifiesta como el cumplimiento de la profecía: “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu” (Jl 3,1-5). Desde sus inicios, la Iglesia contempla en ella el cumplimiento de esta promesa.

El Espíritu Santo es el don de Dios para la Iglesia (Hch 2,38). Así, el Espíritu está al servicio de la institución surgida de Cristo, es Él quien la anima, de la misma manera que el alma anima el cuerpo o el agua al manantial (Y. Congar). El don del Espíritu es la entrega amorosa del Padre y del Hijo. Es hablar de la gracia, el amor, la comunión, donación y entrega que Pablo desea para a los Corintios (2 Co 13, 13) y que Dios entrega como don gratuito para nuestra salvación. El don del Espíritu Santo tiene, como todo regalo, a alguien que dona y un destinatario de esta donación. El primero es la Trinidad, el segundo, es todo hombre. ¿Y qué es lo que se dona? La gracia, que es la presencia personal de la tercera persona de la Trinidad, que es el mismo Espíritu del Padre y del Hijo, es decir, el Espíritu Santo.

Desde los comienzos de la vida de la Iglesia, junto con el don, aparecen los dones y los carismas. Los dones son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo (CEC 1830). Carisma, según la RAE, significa en sí un “don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad”. Mientras que el don es una ayuda para la santificación personal, los carismas son gracias que uno recibe con vistas a la edificación de la Iglesia, para el bien de la comunidad y la construcción del Cuerpo Místico. No están ligados al mérito personal: el Espíritu Santo los distribuye a quien quiere (1 Co 12, 11), para el provecho de la comunidad y no dependen necesariamente de las cualidades del sujeto. En algunos casos suelen ser pasajeros, pero algunos constituyen una cualidad más o menos estable del sujeto (apóstol, profeta, doctor, evangelista, exhortador, palabra de sabiduría, palabra de ciencia, discernimiento de espíritus, sanación, milagros, lenguas).

Muchos hombres los consideran como cosas extraordinarias. Incluso en los últimos siglos la infinidad de estructuras en la Iglesia impedían que se manifestaran en todo su esplendor.

Al convocar el Concilio Vaticano II, Juan XXIII pedía oraciones para lo que él llamó “un nuevo Pentecostés” en la Iglesia. Ha sido Vaticano II, el que abrió ese espacio para que se manifestara con fuerza el Espíritu a través de sus carismas. Los documentos del Concilio hablan de “los carismas” los cuales pertenecen a la naturaleza de la vida ordinaria de la Iglesia, no son cosas extraordinarias, ellos nunca han estado ausentes desde el día de Pentecostés en la Iglesia, ellos pertenecen a la Iglesia. Los carismas de la vida religiosa, de la Hospitalidad, los relacionados al gobierno de la comunidad, para evangelizar, para anunciar la buena nueva de Jesús muerto y Resucitado, etc. Desde esta perspectiva, Pablo VI habla de “un perenne Pentecostés”, es decir, de todos los días. En la eclesiología católica, tenemos una visión de Pentecostés que puede y sucede cada día. La proximidad de la fiesta Pentecostés es el contexto ideal para recordar y repetir constantemente que Pentecostés no es una gracia reservada a algunos, sino que ella es para toda la Iglesia.


lunes, 2 de mayo de 2022

 





Características de la Verdadera devoción a la Virgen María:

 A continuación te presento las cinco características de la verdadera devoción a la Virgen María, el texto  lo hemos extraído del Tratado de la Verdadera Devoción a la Virgen María, atendamos a las palabras de San Luis María Grignon de Montfort y profundicemos de esta forma en el verdadero amor a María.

1 La verdadera devoción a la Virgen María es interior:

Es decir, procede del espíritu y del corazón, de la estima que tienes de Ella, de la alta idea que te has formado de sus grandezas y del amor que le tienes.

2. La verdadera devoción a la Virgen María es tierna:

Segundo, ella es tierna, vale decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la confianza del niño en su querida madre. Esta devoción hace que recurras a la Santísima Virgen en todas tus necesidades materiales y espirituales con gran sencillez, confianza y ternura, e implores la ayuda de tu bondadosa Madre en todo tiempo, lugar y circunstancia: en las dudas, para que te esclarezca; en los extravíos, para que te convierta al buen camino; en las tentaciones, para que te sostenga; en las debilidades, para que te fortalezca; en las caídas, para que te levante; en los desalientos, para que te reanime; en los escrúpulos, para que te libre de ellos; en las cruces, afanes y contratiempos de la vida, para que te consuele. Finalmente, en todas las dificultades materiales y espirituales, María es tu recurso ordinario, sin temor de importunar a tu bondadosa Madre ni desagradar a Jesucristo.

3. La verdadera devoción a la Virgen María es santa:

Tercero, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa. Es decir, te lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima Virgen, y en particular su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega , su oración continua, su mortificación universal, su pureza divina, su caridad ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina. Estas son las diez principales virtudes de la santísima Virgen.

4 La verdadera devoción a la Virgen María es constante:

Cuarto, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante. Te consolida en el bien y hace que no abandones fácilmente las prácticas de devoción. Te anima para que puedas oponerte a lo mundano y sus costumbres y máximas; a lo carnal y sus molestias y pasiones; al diablo y sus tentaciones. De suerte que, si eres verdaderamente devoto de la Santísima Virgen, huirán de ti la veleidad, la melancolía, los escrúpulos y la cobardía. Lo que no quiere decir que no caigas algunas veces ni experimentes cambios en tu devoción sensible. Pero, si caes, te levantarás tendiendo la mano a tu bondadosa Madre; si pierdes el gusto y la devoción sensibles, no te acongojarás por ello. Porque el justo y fiel devoto de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos corporales (ver Heb 10,34).

5 La verdadera devoción a la Virgen María es desinteresada:

Quinto, por último, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es desinteresada. Es decir, te inspirará no buscarte a ti mismo, sino sólo a Dios en su santísima Madre. El verdadero devoto de María no sirve a esta augusta Reina por espíritu de lucro o interés ni por su propio bien temporal o eterno, corporal o espiritual, sino únicamente porque Ella merece ser servida y sólo Dios en Ella. Ama a María, pero no precisamente por los favores que recibe o espera recibir de Ella, sino porque Ella es amable. Por eso la ama con la misma fidelidad en los sinsabores y sequedades que en las dulzuras y fervores sensibles. La ama lo mismo en el Calvario que en las bodas de Caná.