lunes, 31 de diciembre de 2018


HOMILÍA DE Año NUEVO 2019

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

Pbro. Ángel Yvan Rodríguez Pineda




         Comenzamos este primer día del año 2019 celebrando, como si de una promoción comercial se tratase, tres fiestas en una:
         La más popular, el comienzo del Año Nuevo 2019.
         La más litúrgica y antigua, Santa María Madre de Dios.
    Y, una tercera celebración que es la que más compromete nuestra conciencia: la Jornada Mundial de la Paz.
         En el comienzo de este año 2019 todos nos deseamos lo mejor. También los cristianos, en este año que se inicia pedimos la protección de Dios con una antigua fórmula que el Señor, a través de Moisés, confió a los sacerdotes para que la pronunciaran sobre el pueblo y que hemos leído en la Primera Lectura:
"Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz."
         Bellísima oración. Estas palabras no son un simple deseo o una fórmula ritual de saludo. Es Dios mismo quien ha revelado esta bendición, con la cual él mismo se dona a su pueblo. Nosotros hoy, en esta primera misa del año, pedimos "ver el rostro de Dios", queremos estar en su presencia y que Él nos conceda su gracia.
         Hoy, cuando miramos por el retrovisor el año 2018 que dejamos atrás, lo importante no es lo que ha sucedido, sino cómo lo hemos vivido, así al enfrentarnos con el 2019 que se nos echa encima lo importantes es constatar si estamos dispuestos a enfrentarnos con él con sinceridad, con coherencia humana y espiritual, con vitalidad.
         Miremos cada uno nuestras recién estrenadas agendas y miremos cada día con veneración, porque cada día no está marcado por una fecha, por un número, sino por una doble esperanza:
          Dios quiere encontrarnos cada día, nos espera cada día, espera algo de nosotros ese día, cada fecha es la fecha del re-encuentro con el Señor. Pero también los hombres, aquellos en los que resplandece el rostro de Jesús, nos esperan en la encrucijada de cada día; nos esperan y esperan mucho de nosotros, no los decepcionemos.
         Como hombres y como cristianos católicos, estamos llamados a pasar por el calendario haciendo el bien, como pasó haciendo el bien Jesús de Nazaret, pues eso espera Dios de nosotros cada día y en eso confían los hombres que nos necesitan.
         Y, ¿qué mejor comienzo de año que acompañados de María? La única que jamás defraudó ni a Dios ni a los hombres, que pasó por el mundo no sólo haciendo el bien sino comunicando a todos el Bien que lleva en sus brazos. Como niños de andar vacilante empezamos el año cogidos de la mano de María que lleva de la otra mano a Jesús Niño, para que nuestros pasos se acompañen con los pasos aún también vacilantes de Jesús.
         En este día nos dirigimos a María, con el título de Madre de Dios. Al hacerlo, reconocemos dos cosas: En primer lugar, la maternidad de María y, en segundo lugar, la divinidad de Jesús. No endiosamos a María, humanizamos a Dios. Dios se rebaja y se hace hombre, niño, en María. Es esa maternidad, es el ser la Madre de Jesús, la causa y el fundamento del culto y la devoción que los católicos profesamos a María.
         El Concilio de Éfeso, en 431, nos presentó a María como la Madre de Dios. Pues "ella dio a luz al Verbo hecho carne". A lo cual hizo eco el Concilio Vaticano II con estas palabras: "Desde los tiempos más antiguos la bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos los peligros y necesidades".
         Cuando los pastores fueron corriendo hasta el pesebre, como cuenta san Lucas, no encontraron una noble señora que ofrecía, copiados sobre algún pergamino, sus maravillosos privilegios. Hallaron a María velando a un niño dormido en un pesebre y a José. La Virgen mostraba esa doble belleza de una juvenil maternidad. Pero en derredor todo era simple. Sólo arropaba la gruta la calidez de aquel misterio del Dios-con-nosotros. Por ello, "todos se admiraban de lo que decían los pastores" y María, extrañada "conservaba estas cosas, meditándolas en su corazón".
         Así ama y actúa la Madre de Dios: conservando y meditando en su interior. Recordando cuando el hijo aún era niño, pues, por muy mayor sea el hijo, ella siempre lo verá como aquel ser indefenso que en la gozosa hora dio a luz.
         María es también nuestra madre, Madre de la Iglesia, enseñó el concilio Vaticano II. Madre de cada comunidad cristiana, Madre de nuestra familia, Madre de nuestra comunidad parroquial. Conocedora asidua de todo lo nuestro. Confidente discreta. Consejera oportuna. Consoladora, o quizás mejor, paño de lágrimas. Luz y fortaleza.
         Que la presencia de María, ilumine nuestros pasos todos los días del año que hoy felizmente hemos iniciado, para que, como auténticos testigos del amor nacido en Belén, nosotros seamos los portadores y los constructores de la paz que el mundo y la sociedad actual anhela.
Que así sea.
FELIZ Año NUEVO 2019
BENCIONES Y SALUD PARA TODOS
primera lectura: Números 6, 22 - 27
salmo responsorial: Salmo 66
segunda lectura: Carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 4, 4 - 7
evangelio: Lucas 2, 16 - 21

martes, 25 de diciembre de 2018








“No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida”.
( San León Magno)

“Les anuncio una gran alegría, hoy nos ha nacido el Salvador”. Con estas palabras del evangelio según san Lucas (2, 10-11), la solemne liturgia de esta noche quiere que también nosotros seamos partícipes del acontecimiento en el cual el Hijo de Dios, nació del seno de la Virgen María, asumió nuestra débil naturaleza, para instaurar el reino de Dios entre nosotros y poder así, salvarnos de la muerte, del pecado, de las tinieblas, misterio que será consumado con su muerte y resurrección en la pascua gloriosa. “La palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros”. Es el mensaje central, el núcleo y el fundamento de esta celebración navideña. En esto consiste la Navidad, en la vivencia del misterio de aquella noche, que se hace presente en su Palabra y en la Eucaristía, la “carne de Cristo desde donde se engancha nuestra salvación” (cf. Tertuliano, De resurrectione mortuorum, 8, 2).
 Al reunirnos aquí esta noche, cada uno de nosotros hacemos vida las palabras del evangelio, que hemos escuchado, pues contemplamos al recién nacido de la Virgen María, Cristo; quien está presente en el pesebre desde donde su Palabra se proclama y desde donde su Cuerpo se nos da como alimento en cada Eucaristía.
Motivado por este inconmensurable gozo, en esta noche quiero invitarles a tres cosas:
“No tengan miedo”. Es muy curioso que al mismo tiempo que el Ángel, anuncia a los pastores el alegre anuncio de la Navidad, les anima a no tener miedo. ¿Por qué les dice esto? recordemos que la teología del antiguo testamento concebía a un Dios lejano, inaccesible, imposible de ver, al punto que quien lo llegase a ver, moriría. Con la Encarnación del Hijo de Dios, las cosas cambian, Dios se hace un Dios cercano, accesible todos, más aun se hace uno como nosotros.  Por eso el Ángel anuncia: “no teman”, advirtiéndonos que de ahora en adelante ese Dios, es un Dios que podemos ver tocar, experimentar. Aprovechemos esto. Acudamos al pesebre donde Dios se ha querido hacer presente y contemplémosle. Desafortunadamente a veces nos hemos hecho una idea errónea de Dios. Entendiéndole como un Dios que condena, que castiga y que no perdona. Su justica, no es como la justicia de los hombres. Es una justicia rica en misericordia. Que no nos de miedo acercarnos a su persona, a su amor a su misericordia. Dios no es un Dios terrible, castigador, guerrero. Les animo y les invito a que se atrevan a acercarse. Hoy se nos ofrece como un recién nacido, pobre indefenso, pero resplandeciente de luz y de ternura. Si en tu corazón hay una situación que te impide acercarte, es tiempo y momento de dejarla atrás y acercarte. Vayamos a él con confianza, desde aquello en lo que nos sentimos marginados, desde nuestros límites, desde nuestros pecados. De manera muy especial les animo para que se acerquen a la vida sacramental, como es el Sacramento de la Reconciliación  e la Eucaristía. Particularmente invito a los adolescentes y jóvenes. Tengan la confianza que este pequeño niño tiene mucho que enseñarles. Tiene mucho que decirles. No tengan miedo de escuchar el susurro de su aliento que les sugiere opciones audaces; no tengan miedo cuando en lo secreto de su conciencia este  pequeño niño, les pida arriesgar todo para seguirle a él. Dios quiso hacerse hombre para que nosotros alcancemos la divinidad.
Dejen que Jesús Niño sea la razón y el motivo de su alegría”: Dice San León Magno “Alegrémonos. Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.” (Sermón 1 en la Natividad del Señor, 1-3: PI, 54, 190-193). Muchas podrán ser quizá las razones que cada uno tiene  para no estar alegres en este día y vivirlo como un día común y ordinario, sin embargo, la sola razón de saber que Jesús ha nacido para nuestro bien, es suficiente  para vivir alegres. Hagamos un espacio en el corazón para que el ‘Pequeño Emmanuel’, el ‘Dios-con-nosotros’,  ponga su morada entre nosotros. Con la seguridad y la certeza que su presencia no será una presencia invasiva, abrumadora, pesante, sino por el contrario, será una presencia confortante, liberadora, consoladora, esperanzadora. Dejemos que su presencia nos ayude a soportar el peso y el cansancio que la vida misma trae consigo;  dejemos que su presencia nos ayude a sobrellevar la carga de trabajo, la enfermedad, la soledad, las crisis de la edad, la desilusión. Si tenemos a Dios en el corazón, nada ni nadie podrá robarnos la alegría de vivir.
“Hagan oración”. La mejor manera de celebrar Navidad, es sin duda haciendo oración, de tal forma que con esta actitud, podamos realmente darnos cuenta de lo ocurrido aquella noche santísima, y así asumamos el llamado de los humildes pastores a ser partícipes de lo acontecido y podamos adorar al recién nacido. Desafortunadamente, en muchos lugares las luces y los regalos, le restan tiempo y quietud a nuestra vida, llevándonos por otro camino que no es el de Belén. Dejémonos guiar durante estos días por la liturgia y las prácticas de piedad que nos ayudan a adorar al Señor. Hagamos oración de manera personal, en familia, en comunidad. Con el corazón en las manos y arrodillados ante la presencia del Dios niño, hagamos un momento de silencio y en esta noche santa de Navidad digámosle contemplando: “Oh Cristo, Hijo de Dios, nacido a este mundo de una Virgen, que conmocionas los reinos por el terror de tu Natividad y apremias a los reyes a la admiración: Danos tu temor, que es el principio de la sabiduría, para que podamos fructificar en él y presentarte como homenaje un fruto de paz. Tú que, para llamar a las naciones, has llegado con la rapidez de un río, viniendo a nacer en la tierra para la conversión de los pecadores, muéstranos el don de tu gracia, a fin de que, siendo desterrado todo pavor, te sigamos siempre en el casto amor de una íntima caridad. (cf. Breviario Mozárabe). Amén.
Que estas tres actitudes: “No tengan miedo”/ “Dejen que Jesús Niño sea la razón y el motivo de su alegría” / “Hagan oración”, sean para nosotros la ruta que nos permita vivir estos días de Navidad como auténticos cristianos. Tengamos la audacia de hacer frente al secularismo que de manera brutal nos seduce y nos hace perder el sentido auténtico de la Navidad. Dios pide hoy a cada uno de nosotros acoger a su Hijo, como Señor de nuestra vida y de nuestra historia. ¡Feliz Navidad¡
Señor Jesús que te hiciste en el Pesebre nuestro hermano
En la cena santa nuestro Pan:
Revive en esta nueva Navidad:
 la Alegría, la Paz del Corazón, y la solidaridad entre todos nosotros.
AMEN


jueves, 6 de diciembre de 2018



Creatividad solidaria en el Adviento


Pbro. Ángel Yvan Rodríguez P
«Entonces llegaron unos hombres que llevaban en una camilla a un paralítico. Procuraron entrar para ponerlo delante de Jesús, pero no pudieron a causa de la multitud. Así que subieron a la azotea y, separando las tejas, lo bajaron en la camilla hasta ponerlo en medio de la gente, frente a Jesús». Lucas 5.18–19
 La necesidad es la madre de la inventiva, reza el viejo proverbio. Inventiva, por cierto, es lo que sobra en estas tierras de tantas necesidades. Las personas que viven en condiciones de pobreza, inventan mil maneras de sobrevivir con míseros ingresos; las madres, cabeza de familia, idean soluciones extraordinarias para sostener a sus hijos e hijas… y la lista continúa, y es extensa, de originalidades sobrehumanas. En el texto de hoy nos encontramos frente a un grupo de hombres que usó su inventiva para acercar a su amigo paralítico a Jesús, fuente de la vida. Es la creatividad por solidaridad; esa que tanta falta nos hace. La solidaridad no es un patrimonio exclusivo de los ricos (grandes donantes); es un valor humano que nos moviliza a tomar acciones en favor de alguien en particular o grupo de personas necesitadas. Y tanto pueden lograr los ricos (y deben hacerlo) como las demás personas sin importar su condición social o económica. Las grandes trasformaciones humanas que favorecen el desarrollo de los pueblos vienen de la mano de quienes,  con creatividad y decisión, actúan para beneficiar al prójimo, como aquel grupo que sube «a la azotea y, separando las tejas», cambian la historia de su amigo.
Para seguir pensando:
«Vamos a andar, vamos a andar, Hijos con hijos del cielo, ¡busquemos juntos la paz! Las iglesias son sepulcros si no proclaman verdad Si no cierran las heridas y si no enseñan a andar».
Oración:
 Cada año, alrededor de todo el mundo, mueren más de siete millones de niños y niñas menores de cinco años; eso equivale a la muerte de novecientos infantes por hora. Pidamos a Dios que nos dé creatividad para revertir en vida la historia de muerte de los niños y niñas de esa edad que viven en los países más pobres. Oremos para que renazca en todos nosotros la solidaridad.