MIRAR
A LOS POBRES CON LA MIRADA DE DIOS
Pbro. Ángel Yvan
Rodríguez Pineda
Los cristianos consecuentes, debemos abrazar con mucho
amor a todos aquellos que viven afligidos por la falta de de recursos
económicos. Si somos indiferentes con los pobres, especialmente con lo que han
nacido en condiciones humildes, tal como nació Jesús, no podemos decir que
sentimos o conocemos que es la palabra caridad.
En efecto, la honestidad pura en expresar el amor a Dios
por sobre toda las cosas y el amor al prójimo, no es tal si despreciamos a los
pobres. La desidia frente a la pobreza, es irreverencia a Dios.
No existe mayor infidelidad a los Evangelios, que el no
mirar y sentir a la pobreza con amor, respeto, solidaridad y preocupación por
ella. Llamamos a Dios como Padre, porque somos hermanos de todos los hombres, nos
llamamos cristianos porque somos seguidores de Jesucristo, entonces nos debemos
sentir llamados a estar junto a todos los que necesitan, nos sentimos obligados
a ayudar a los pobres y en forma permanente, como si fuera parte de nuestra tarea
diaria, en otras palabras haciendo de esta ayuda nuestra misión.
Son variadas las formas de pobreza que existen hoy, son
muchos los tipos de desigualdades, como son muchas las formas de ayuda a las
cuales podemos recurrir, nuestro punto de partida debe comenzar por el
reconocimiento de la realidad actual de la pobreza y de las causas que la
originan. Esta condición es necesaria para responder con eficacia al llamado
solidario que nos hace Jesús desde el Evangelio para con nuestros hermanos, el que
nos compromete a una sincera voluntad de amar y servir al que sufre.
La pobreza existe en la misma relación que la falta de
solidaridad y la falta de caridad en el corazón de los hombres, y para muchos,
preocuparse de la pobreza no deja de ser un discurso que solo busca el
beneficio personal. En efecto, hermosas palabras solidarias a los pobres son
convincentes para el apoyo político, actitud que avergüenza al hombre como tal.
Las crisis y los desequilibrios sociales tienen sus responsables en nuestra
sociedad, el desempleo y los ingresos paupérrimos son una clara prueba de ello.
Basta con conocer la realidad económica de muchos
ancianos que reciben pensiones insuficientes, hay que mirarle a los ojos, para
darse cuenta como la vida se extingue en tristeza, basta con mirar las
viviendas de los marginados para observar como la alegría no es parte de su
vida. Así es, como lo único que se necesita, es ver y querer ver, para darse
cuenta del aspecto doloroso de pobreza que existe alrededor nuestro y mucho más
cercano de lo que podemos imaginar.
Es tarea de los que estudian las leyes económicas, la
creación de bases para terminar o al menos mitigar con el dolor de vivir en la
marginalidad y debilidad económica, es tarea de todos aportar ideas para
disminuir la pobreza, es compromiso de todo cristiano ser solidario con el
hermano necesitado.
Algo que no podemos negar: la pobreza es una realidad; a
los pobres nos los encontramos cada día. Para darse cuenta de esto, solo basta
con ampliar la mirada. La gran desigualdad entre las personas, es injusta y
perturba la paz.
El que cree en Dios, el que acepta la Buena Noticia de
Jesucristo, no puede cerrar los ojos a esta realidad ni menos darle la espalda
y practicar frente a ella la indiferencia. No es digno del hombre vivir una
vida de hambre y de falta de oportunidades, Dios no quiere la pobreza,
Jesucristo no aprueba que los hombres vivan indignamente, y nos pide que seamos
como El, compasivos con los pobres; quien comprende esto, es consecuente con la
Buena Noticia, quien es solidario con los pobres, lo es con las enseñanzas de
Jesús.
Jesucristo es la Buena Noticia para los pobres, que duda
cabe, Él hizo del amor todas sus enseñanzas, el nos abre el corazón para que
seamos solidarios y compartamos lo que tenemos. El se hizo pobre y vivió su
pobreza, Él estuvo disponible para
servir a todos los hombres, el llamó bienaventurados a los pobres, y a cuantos
quisieran vivir cerca de los pobres y compartir con ellos lo que son y lo que
tienen, Él nos enseño a mirar a los pobres con la mirada de Dios, por tanto, si
somos sus discípulos, seamos consecuente.
Entonces no dejemos de lado la misión de justicia y
caridad en la tarea de disminuir la pobreza, porque la vida de los hombres será
más justa, fraternal y humana, en la medida en que hagamos una realidad nuestro
sentido del amor solidario y misericordioso.
La pobreza, y la marginación que de ella se origina, no
es otra cosa, que la falta de amor a los necesitados. La caridad a favor de los
más pobres no es algo ajeno a nuestro vivir. Promover acciones para mitigar la
pobreza no es cosa de solo algunos o ciertas instituciones. Los cristianos
debemos asumir esta responsabilidad, juntos con llevar la Buena Noticia, nos
corresponde trabajar para que sea posible que los pobres salgan de su indigna
condición humana, y su exclusión de nuestra sociedad.