EPIFANÍA:
HAGAMOS CRECER LA LUZ
El panorama que nos
ofrece este año que empieza, no podemos decir que será halagüeño. Muchedumbres arrancadas,
desplazadas del lugar donde vivían, van por el
mundo en busca de pan, de techo, de trabajo; niños, millones de niños,
mueren de hambre, o a causa de
enfermedades que podrían ser curadas: o malviven sin hogar, sin escuela,
sin alegría. Cantidad de gente que sufre
por fuera y por dentro: crucificados por la enfermedad, acorralados por los problemas, la soledad o
el rechazo. Muchos -demasiados- puntos de
guerra y de violencia en el mapa del mundo, fuentes permanentes de
tragedia, generadores de espirales de
odio...
¿No habrá quien acoja a
toda esa gente desarraigada, quien diga alguna vez a esos niños ¡hijo mío!, quien encuentre una salida
para tanto dolor y tanta muerte? ¡Hay
camino! Es la alegre noticia que brota hoy de la Palabra hecha carne. Se
ha encendido una luz en Belén, pequeña
aldea de Judá. Un punto de luz, pequeño y casi
escondido al principio, pero que está llamado a crecer, a derramarse por
el mundo. Una luz que va a plantar
batalla a todas las angustias del hombre, a todos sus males, hasta a la misma muerte.
¡Hay salida! Es el
grito de nuestra fe, frente a tantas profecías de calamidades que ensombrecen la aurora de este Año Nuevo.
"Hemos visto salir
su estrella, y venimos a adorarlo". Hemos prestado atención a su llamada y, dejando el calorcito de nuestra
cómoda pasividad, hemos andado un largo
camino de preguntas, de cansancios, de ilusión también, de mucha
ilusión. Una maravillosa aventura en la
que no ha faltado el sabor triste de la traición, ni el espejismo de otros
falsos caminos, ni la duda, ni el miedo;
en la que muchos, rendidos, se han ido quedando en la cuneta. Unas veces, la estrella nos mantenía
en alto la esperanza; otras, cuando la estrella
se escondía, había que aguzar el ingenio, preguntar acá y allá, apretar
los dientes y seguir caminando. Hemos
tenido que vencer, todavía, una última tentación: la de sentirnos decepcionados ante el estilo sencillo y pobre
de esa luz descubierta; pero hemos logrado
abrir los ojos de dentro, y reconocer la inmensa fuerza, el todopoderoso
amor que se ocultaba en aquel Niño que,
en brazos de su Madre, se nos ofrecía. Y le hemos dado todo cuanto teníamos.
Más aún, nos hemos
puesto a sus órdenes para una misión que ha de llenar el resto de nuestra vida: la de ser
"estrellas", para que otros lo puedan encontrar. Porque esta luz que
nace en Belén no es sólo para unos pocos privilegiados. Esta luz trae ya, desde su humilde principio, el
talante inconfundible de la universalidad. "También los gentiles son coherederos".
Tardará más o menos:
dependerá de la resistencia que encuentre en el corazón de los hombres, de que sean muchos o pocos los que
respondan a esa llamada a ser "estrellas" -misioneros- para otros. Pero algún día, con
toda certeza, todos los pueblos de la tierra
levantarán la cabeza: verán, ellos también, que una estrella los llama.
Y se pondrán en camino hacia la luz,
hacia la libertad. Sabrán que ha sonado, por fin, la hora de la esperanza.
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