CATEQUESIS DEL PROFETA JEREMÍAS ANTE LAS DUDAS
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
«Duda de tus dudas y cree tus creencias;
pero nunca creas tus dudas ni dudes de tus creencias.»
pero nunca creas tus dudas ni dudes de tus creencias.»
Estas palabras, que recibí de mí padre siendo muy joven, siempre me han
acompañado y me han fortalecido en momentos de prueba. ¿Por qué es tan
importante saber afrontar las dudas de forma adecuada?
La prueba, por lo general, purifica y fortalece nuestra fe como se nos
enseña reiteradamente en las epístolas de Pablo y de Pedro; pero en ocasiones
puede debilitarnos. Ya el mismo Señor Jesús nos advierte de ello en la parábola
del sembrador: «los que fueron sembrados en pedregales... cuando viene la
tribulación o la persecución a causa de la palabra, luego tropiezan...» (Mr. 4:17).
No siempre el sufrimiento nos acerca a Dios, por lo menos en un primer momento.
A veces produce el efecto contrario: el golpe nos deja tan perplejos que nos
lleva a «dudar de todo», incluidas nuestras creencias más firmes. Nos
preguntamos « ¿dónde está la bondad de Dios?, ¿No será la fe una ilusión?, ¿Por
qué Dios parece tan lejano?» Si te sientes así, estás en sintonía con algunos
de los gigantes de la fe. David, por ejemplo, con frecuencia exclamaba «¿Hasta cuándo,
Señor? ¿Me olvidarás para siempre?» (Sal. 13:1);
«Oye mi oración, oh Señor, y escucha mi clamor. No calles ante mis lágrimas» (Sal. 39:12).
Incluso Juan el Bautista, de quien el Señor dijo »entre los que nacen de mujer
no se ha levantado otro mayor que él» (Mt. 11:11),
agobiado por su situación de cárcel y muerte inminente llegó a dudar de la
identidad de Jesús: « ¿Eres tú el que había de venir o esperaremos a otro?» (Lc. 7:19).
Sí, en momentos de crisis, Dios parece lejano, sus silencios se hacen largos,
todo parece derrumbarse. Es el terreno fértil para las dudas que empiezan a
crecer como espinos en el campo de las creencias.
¿Cómo evitar que estas dudas incipientes lleven a un naufragio de la fe?
La clave está en saber afrontarlas de forma adecuada. La ilustración de la
picadura de una serpiente nos ayuda a entenderlo: hay que hacer todo lo posible
para que el veneno no quede dentro.
De la misma manera, lo peor
cuando la duda nos invade es encerrarse cada vez más dentro de uno mismo,
ignorando las preguntas que surgen de la perplejidad. El reprimir las dudas
equivale a guardar el veneno tras la picadura: tarde o temprano, acabará
haciendo daño.
Por esta razón hemos escogido el ejemplo de Jeremías. Nos sentimos muy
identificados con el llamado «profeta llorón» y sus aparentes «peleas» con
Dios. Sus altibajos constituyen un espejo de la vida espiritual de muchos
creyentes.
Un aspecto clave de la vida del profeta fue su relación con Dios, una
relación íntima y fecunda, pero salpicada de protestas y lamentos. En ocasiones
su fe entraba en crisis porque no entendía ciertos aspectos de la voluntad
divina. Sin embargo, la fe de Jeremías no era una fe débil, todo lo contrario:
Era la fortaleza de su fe lo que le capacitó para ser –en palabras de Dios
mismo- «como ciudad fortificada, como columna de hierro y como muro de bronce
contra toda esta tierra» (Jer. 1:18).
Una fe fuerte, sin embargo, no excluye altibajos, momentos de perplejidad ante
los misterios de la providencia. Las preguntas de Jeremías encuentran eco en
muchos creyentes hoy: «¿Por qué? ¿Hasta cuándo? ¿Dónde está Dios cuando permite
que ocurran estas cosas?». Sus oraciones se convertían a veces en protestas
encendidas. Volcaba todo el peso de su corazón sobre el Señor. En sus lamentos
vehementes usaba incluso un lenguaje judicial: «alegaré mi causa ante ti» (Jer. 12:1).
¿Hay algo de malo en ello? ¿No es pecado el dudar?
¿Cómo
afrontó Jeremías sus dudas y luchas espirituales? ¿Qué aprendemos de sus
sinceras oraciones en las que vierte todas sus preguntas al Todopoderoso?
Entre
otras, cinco lecciones que nos ayudan a enfocar nuestras propias dudas.
- Las dudas de Jeremías
nacen de la perplejidad, no de la incredulidad. Son el fruto de un corazón atribulado, no de
una mente altiva o de un corazón endurecido; como en el caso de muchos
ateos. El profeta protesta, pero siempre desde una postura de lealtad y
confianza en Dios. Aún en los momentos más oscuros, cuando su alma
desfallece y su fe parece en crisis, está del lado del Señor. Por ello no
vemos ni una palabra de reprensión de parte de Dios.
- Las dudas que nacen de
la perplejidad son señal de vida espiritual. Por lógica, no puede existir duda sin una
creencia previa. La comparación con el dolor físico nos ayuda a
entenderlo: un muerto no puede sentir dolor porque no tiene vida; solo
puede dolerse el que está vivo. En este aspecto, las preguntas y dudas
lejos de ser algo negativo estimulan el crecimiento del creyente y le van
creando sus propias defensas espirituales. Alguien que nunca ha tenido
preguntas sobre su fe está en riesgo de tener un «sistema inmunitario» espiritual
muy débil.
- Jeremías no se queja
de Dios sino a Dios. La diferencia es
importante. No es pecado decirle a Dios cómo nos sentimos porque Él se
complace más en la honestidad de una oración osada que en la frialdad de
un corazón altivo. El pecado radica en desafiar a Dios, no en protestar
ante Él. No olvidemos el significado original de la palabra protestar
que es afirmar delante de alguien.
- La expresión de la
duda es positiva y necesaria porque previene males mayores. Nos referimos, por supuesto, a la duda que
surge de la tribulación. Aunque parezca paradójico, es la mejor manera de
evitar crisis de fe. No hace falta ser psicólogo para conocer el gran
valor terapéutico de la catarsis -compartir, descargar- aquellas
emociones o pensamientos que nos abruman. Podríamos decir que la impresión
sin la expresión produce depresión.
- Lo malo no es dudar,
sino persistir en la duda. De
ahí la importancia de exponer y no esconder las dudas
nacidas del corazón atribulado. Es como una herida contaminada: lo peor
que podemos hacer es taparla si antes no la hemos limpiado bien, con el
consiguiente riesgo de infección. Ocultar las dudas es como tapar una
herida sin haberla limpiado. En este caso el equivalente de la infección
es la crisis espiritual. No pocas personas han visto su fe muy mermada a
causa de un trato deficiente de este tipo de dudas. El mejor antídoto para
una crisis de fe es ventilar, exponer las dudas ante alguien que puede
comprendernos y darnos repuestas. Así lo hacía Jeremías por cuanto había
aprendido que protestar no es incompatible con acercarse al Señor.