Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
“Cuando me hice miembro de la iglesia, mi círculo era muy grande… porque
incluía a todos aquellos que, como yo, habían creído. Estaba feliz con la idea
de que los creyentes eran muchos. Pero, siendo del tipo observador, pronto
aprendí que muchos creyentes cometían errores. Yo sólo podía tolerar dentro de
mi círculo a quienes, como yo, hicieran lo correcto acerca de todos los puntos
de doctrina y en la práctica. Algunos hicieron lo malo y pecaron. ¿Qué podía
hacer yo? Tracé mi círculo otra vez… dejando fuera a publicanos y pecadores y,
dentro conmigo, a los rectos y humildes. Luego escuché rumores malos acerca de
algunos de estos. Noté que algunos poseían una mente terrenal y que sus
pensamientos continuamente eran sobre cosas mundanas. Mi deber, para salvar mi
reputación, fue volver a trazar mi círculo… dejando dentro sólo aquellos que
tenían reputación de poseer una mente espiritual. Me di cuenta que sólo mi
familia y yo habíamos quedado dentro del círculo. Tenía una buena familia, pero
para mi sorpresa, mi familia finalmente estuvo en desacuerdo conmigo. Yo
siempre estoy en lo correcto. Un hombre debe sostenerse firme en sus creencias.
Así que con determinación férrea, volví a trazar mi círculo… quedándome solo.” Anónimo.
Si creemos que todos los demás deben comportarse en forma impecable, como Cristo, invariablemente nos quedaremos solos, como la persona de la historia, por la sencilla razón de que nadie ha llegado, ni en el pasado ni en el presente, a la estatura de Cristo; ni llegará nadie en el futuro. Y déjeme decirle, esperando que no se ofenda, que eso lo incluye a usted.
Como nadie es perfecto, es importante comprender la cualidad de la tolerancia.
Comencemos por la
definición del diccionario:
Tolerancia = Permitir los puntos de vista, prácticas y creencias de los demás. Ser libre de prejuicios. Grado de variación permisible de un estándar. En medicina, tolerancia es la habilidad de resistir el daño que produce la exposición a una droga o virus. En mecánica, tolerancia es el grado en el que una máquina puede funcionar fuera de las condiciones ideales.
Todos nos desarrollamos de manera individual y sucede que, en este proceso, cometemos errores y fallamos frecuentemente. Nadie recorre la misma senda que otro en la vida. Por lo tanto, los puntos de vista, prácticas y creencias serán también diferentes, ya no de cultura a cultura, o de país a país, sino de persona a persona. Tolerancia, entonces, es la cualidad que apoya al individuo, a pesar de las faltas de su carácter, y no permite que las fallas se interpongan en el desarrollo de una relación. La persona de la historia se quedó sola porque no permitió ni siquiera los puntos de vista de su propia familia.
Sin embargo, debemos tener cuidado de no abusar del concepto. No es conveniente perdonar todas las fallas en el carácter o rebajar los estándares de comportamiento en nombre de la tolerancia; eso es comprender erróneamente la tolerancia; muchas personas recurrirán a ella para saltarse los valores morales. Tolerancia es, quizá, permitir que nuestros hijos elijan colores que no combinan en su vestuario, pero nadie nos puede tachar de intolerantes por no permitirles vivir en promiscuidad.
La tolerancia no es rebajar los altos estándares morales para hacer que los demás se sientan más a gusto, sino que consiste en mantener los altos estándares y motivar a los demás a desarrollar un carácter aceptable sin rechazarlos cuando fallen. No se trata de perdonar el fracaso, sino de comprender que el fracaso es necesario en la vida de todos y que es inevitable en el crecimiento.
¿Cuál es el límite para conocer lo que es permisible aceptar y lo que no se puede tolerar? La respuesta la podemos encontrar en la Biblia:
Lo que nos dice la Sagrada
Escritura:
“No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus apetitos; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Rm 6, 12-13).
Es claro entonces que no podemos permitir el pecado, pero podemos alentar a las personas que los cometen a que se arrepientan, sin rechazarlas por sus fallos.
Regresando a lo que sí es tolerancia, debemos tener cuidado de no juzgar. Nadie nos erigió en jueces y carecemos de la autoridad moral (recuerde que todos somos pecadores) para dictar una sentencia. ¿Le molestan las ideas de los demás muy fácilmente? ¿Le estorban las peculiaridades y características de los demás? ¡Cuidado! Quizá le esté faltando algo de tolerancia. Recuerde que tendemos a ser muy tolerantes con los propios errores y críticos con los de los demás. Jesús dijo: "¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que está en tu propio ojo?” (Lucas 6, 41).
Veamos un ejemplo en el hogar. Existe un miembro de la familia que no recoge sus posesiones (de hecho las deposita en los lugares más inapropiados) y esto irrita a los demás miembros de la familia. ¿Conoce a alguien así?: quien no deja las cosas en su lugar; tiene su cuarto en completo desorden; no colabora con los deberes familiares o lo hace de mal modo y sin cuidado, etc. ¿Qué debe hacer un padre? Antes de responder, recuerde que una explosión de mal carácter no ayuda al crecimiento, lo atrofia. El niño/adolescente que atestigua la violencia verbal de sus padres, terminará contestando eventualmente de la misma manera. Un padre debe responder con palabras suaves pero firmes y claras de que se recoja el desorden o se realice la tarea.
Otro punto delicado acerca de la tolerancia es no usarla para evitar conflictos. Unos padres que aceptan que sus hijos hagan lo que desean, podrán quizá presumir de ser tolerantes, pero sin duda están renunciando a lograr el crecimiento de sus hijos.
Resumiendo, tolerancia es permitir puntos de vista, aceptando al individuo, no sus fallas, entendiendo que hay diferentes grados de madurez y diferentes rutas para lograrla.
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