CRISTO REY:
UN REINADO QUE SE ALCANZA POR LA BONDAD REDENTORA
Pbro: Ángel Yván Rodríguez Pineda
“Nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido”. ( Col.
1,13 ). San Pablo nos descubre con extraordinaria claridad teológica la Persona
del Rey mesiánico, la naturaleza de su reino. Un reino mesiánico rico y noble.
Un reino de libertad, de gracia. Un Reino al cual nos traslada Dios desde
nuestro bautismo. Un Reino que consiste en “ser
en Cristo”. Un Reino que se alcanza por la bondad paternal, redentora de
Dios hacia los hombres. Un Reino que se alcanza por la Redención.
Antes
en la época del pecado, estábamos en las tinieblas. Ahí estábamos sujetos,
encadenados al pecado. Sujetos a la muerte, estábamos bajo el poderío del mal.
Y es el acto liberador de Dios quien rompe con esta esclavitud. Por su Amor,
Dios, nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido. El ha roto nuestras
cadenas. Nos ha arrancado del imperio del mal y nos ha introducido en el mundo
nuevo de su Hijo bienaventurado. Un mundo de amor, alegría, de gracia y luz, de
vida.
Cristo
es la cabeza del Cuerpo: de la Iglesia, San Pablo nos presenta el primado
señorial de Cristo. En un himno de gran hondura teológica. Cristo es el Rey de
la creación. Cristo, también, el Rey de
la nueva creación. Es el primogénito, no en el orden temporal. Lo es en el
orden de la causalidad, lo es en el orden sobrenatural. Cristo es modelo de la
nueva creación. Prototipo. Cristo es la cabeza de la Iglesia. Si Cristo es el
centro del misterio de la creación, es también el centro del misterio de la
Iglesia. El cuerpo es la Iglesia, Cristo es su cabeza. Entre la cabeza y el
cuerpo, debe darse una necesaria unión.
Es una relación indisoluble, De Cristo, “todo todo el cuerpo recibe unidad,
cohesión” (Ef, 4,16). Cristo sustenta al cuerpo con los sacramentos,
especialmente con el bautismo, la eucaristía. Jesucristo, cabeza de la Iglesia,
fue resucitado por Dios de entre los muertos. También ha de llegar el día
en que los miembros de su cuerpo, los
creyentes, serán resucitados de entre los muertos. Pero en verdad ya han sido
“resucitados” en su bautismo porque han recibido en el mismo bautismo la vida
divina de Cristo resucitado.
En Él
reside la plenitud: Cristo es primogénito. Cristo es cabeza. Cristo es
plenitud. He aquí una profesión de fe. Apasionada, existencial. Lo esencial de
la fe consiste en creer en la primacía de Cristo. No hay nadie que le aventaje
en poder, en gloria. Él está al frente,
en el origen de la creación, de la humanidad regenerada. Cristo lo hace todo. Él
es el jefe de los fieles que quieren seguirlo participando en la vida de la
Iglesia. El señorío de Cristo no es alienante para la creación ni para la
humanidad. Cristo ha reconciliado el cuerpo y el alma, la materia, el espíritu,
la tierra y el cielo. Esta primacía de Cristo a la que le ha exaltado Dios
está, pues, por encima de todas la cosas. En Él, reside la plenitud de la fuerza de la salvación, de felicidad,
de vida de Gracia. La Eucaristía, lugar de la presencia real de Cristo, cuando
se celebra, realiza así ya la victoria del espíritu sobre la debilidad del
pecado.
Hoy estarás conmigo
en el paraíso: La gran promesa de Jesús, a un hombre que va a morir. La
promesa de la vida. La promesa de la felicidad. La promesa del premio
consecuencia de la fe y la adhesión. En la cruz, para este ladrón, Jesús le
anunciará la Buena Noticia, la Salvación eterna.: “hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
La esperanza de aquel hombre que murió junto a Jesús, es la esperanza de todas
las generaciones hasta el final de los siglos. Junto a la muerte está la
entrada a la gloria. Todo cristiano aspira estar con Él. Todos aspiramos a que
Jesús nos abra de par en par, las puertas de su Reino. La oración de aquel
hombre tiene hoy sentido en nuestros labios, porque reconocemos a Jesús por
nuestro Rey.